20 octubre, 2005

Un poco de cuento (breve).

TRES MANERAS DE LEER UN LIBRO EN UN AUTOBÚS DE LÍNEA REGULAR.
Úrculo Combarro.
1. De pie y con mucha gente.
Conviene agarrarse de esos lazos de plástico que cuelgan de las barras altas y dejarse bambolear un poco al son de las frenadas y los arrranques. En la otra mano, claro, se sujeta el libro, tomado por abajo y con el pulgar separando sus páginas abiertas. Es sumamente importante colocar bajo el codo un pequeño portafolios o simple carpeta de cartón, no muy ajada, y provocar la impresión de que en cualquier momento puede caerse, incluso con profusión y vuelo de cuartillas. Nunca levantar la vista en las paradas, pero colocar de vez en cuando una sonrisa sutil, diríase que cómplice.
2. Sentado enfrente de una mujer joven o de otra algo mayor, pero de aspecto desencantado a la par que elegante.
Al cabo de un máximo de dos páginas cerrar el libro, como si sus páginas quemaran, y mirar un rato, quedamente y sin pestañear, hacia afuera, a través del cristal. Puede prolongarse un poco más esa mirada si llueve o si es el comienzo del atardecer. Luego tocará levantarse como movido por un resorte no muy violento, pero ciertamente determinante, y bajarse en la primera parada siguiente con expresión de ir a buscar algo que erróneamente se creía perdido para siempre.
3. Solo o acompañado únicamente por obreros.
Tus dedos tamborilean sobre el libro cerrado. Meditas sobre la distancia enorme que separa mundos que parecen tan próximos al observador poco sagaz. Puede que algunos estéis demasiado apegados a un sistema de referentes que os aleja de lo que para la mayoría es la cotidianeidad; cabe incluso que os halléis tan contaminados de textualidad que corráis el peligro de un encastillamiento ago(s)tador. Hölderlin no habría soportado un viaje en bus, pero quién nos dice que haya que buscar tales modelos. Basta saber sumergirse una y otra vez hasta aprender a salir indemne. La sociedad, las ciudades, este mismo bus, son retículos, son redes aleatorias, fractales recomponiéndose siempre. Pero el libro también es eso, todo libro, y la literatura más. Y así hasta llegar a tu parada, donde te bajas y dejas que el aire bata las alas de tu gabardina.

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