06 noviembre, 2005

Tres naciones seguras y alguna probable. Maragall introduce precisión en el debate

Hay que ver, a veces el azar bromea hasta con los humildes artesanos del blog, como éste que suscribe. Resulta que hace tres días colgaba yo aquí aquello de "Las naciones las miden los herreros. Y las riegan los zapateros" y contaba, con la natural rechufla, que Miguel Herrero y Rodríguez de Míñón, padre de la Constitución (permítaseme el pareado), había declarado allá por septiembre a un periódico asturiano que en España había naciones indudables, como Cataluña, País Vasco y Navarra, y otras meramente probables, como Galicia. Claro, lo de meramente probables da para mucha guasa, pues uno piensa en que a don Miguel (no de Unamuno, no; este otro) se la averió el aparato justo al ir a medirles la nación a los gallegos. ¿O será que los gallegos, fieles al tópico, no acaban de pronunciarse claramente y andan a vueltas con el depende?
Y hete aquí que ahora nada menos que el honorable Maragall nos sale, en entrevista concedida a ABC, con la misma finura analítica y repite aquello de que hay en este Estado no sólo naciones seguras, sino también otras que son probables. Véanlo:
—¿Qué es una nación?
—Una nación es un sistema compartido de sentimientos.
—Carod dice que los sentimientos sobrepasan las leyes.
—Los sentimientos pesan.
—¿Las naciones han de tener Estado?
—Nosotros somos una nación de naciones, que tiene un Estado. Y varias naciones.
—¿Cuántas? —Tres seguras, y alguna probable.
—¿Y un señor de La Mancha, qué es?
—Español. Bueno, manchego, pero español.
—¿Y usted?
—Catalán. Y por tanto, español.
—Hay quien se siente sólo catalán.
—Es que los sentimientos son libres.
Yo sigo pensando que una nación probable debe de ser algo así como una nación en potencia que aún no es nación en acto, esto en términos de metafísica aristotélico-tomista. Pero no, no puede ser tanto el nivel. Así que más bien tengo para mí que esas naciones en trance de ser, pero que aún no son del todo, podrían llamarse también naciones-huevo u ovonaciones. O sea, que a lo mejor están en el huevo, pero igual no, pues todo depende de si un gallo se benefició con éxito o no a la gallina que lo puso, o a la inversa (esto de la inversa lo digo para evitar el estilo sexista, pues a los efectos también cabe, en sede teórica, que sea la gallina la que con lascivas intenciones acabe gozándose al gallo; sólo que en ese caso la analogía con el meneo político-nacional queda menos visible). O sea, que pueblo fecundado por gallo fértil pone huevo nacional. Pero no nos enredemos más, pues acabaremos preguntándonos cosas tan impropias de estos tiempos como quién fue el gallo, si consintió verdaderamente la gallina o hubo abuso, o, para desesperación definitiva de nuestro cacumen, si fue antes el huevo o la gallina.
Apenas escritas estas líneas gozosas, llega a mis oídos noticia de que ya hay solución para tanto enigma: un grupo de investigadores coreanos ha creado el nacionómetro, aparato infalible que con altísima sensibilidad y fiabiliad plena mide la esencia de las entidades grupales y establece exactamente y sin error posible cuándo estamos ante una nación y cuando ante una piltrafilla territorial. Pero lo contaré mañana, que aún tengo que enterarme mejor de los intringulis del chisme.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mola el : Rodriguez de Miñón padre de la Constitución, sería un buen título para unas viñetas de comic político al estilo de Anacleto agente secreto y otras celebridades cómicas.
Lo de Maragall opinando que lo de nación es un sentimiento en vez de una realidad da pie a pensar que un malgache, por ejemplo , se sienta español de verdad de la buena, aunque claro, tenemos el ejemplo de ZP que se considera leonés y otro alcalde de León Morano que también se consideraba leonés.
Definir a una nación como un conjunto de sentimientos, es una incorreccción como la que cometía el bobo enamorado de Calisto (La Celestina) cuando decía que el era melibeo porque estaba todo el puto día babeando por su chavala.