24 noviembre, 2005

Un poco de cuento (breve)

ALBACEA.
Úrculo Combarro.
Le fue enviando cada cuento que escribía, cada poema también. Iba calculando cuánto supondrían en páginas de imprenta. Ella le respondía con cartas que se desmelenaban en la loa de su estilo y el halago de su ardiente imaginación. Luego, en la media docena de ocasiones en que cada año se citaban para una tarde de motel a mitad de camino, ninguno hablaba de la escritura. Mas al poco él recibía una nueva misiva en la que le reiteraba ella que no debería ser tan tonto o tan timorato y que ya iba teniendo obra suficiente y de entidad más que sobrada para abordar con ambición a los editores.
Este último cuento le costó dos semanas, pero acabó satisfecho. Lo metió en un sobre y se lo envió junto con una cuartilla manuscrita en la que sólo le decía que consideraba su obra completa y la dejaba para siempre en sus manos, fiando a su decisión el someterla o no al juicio de la posteridad. Después se pegó un tiro, feliz y tranquilo.
Ella recibió la noticia del suicidio a los cinco días. El día anterior su marido la encontró leyendo aquel último envío y se rieron juntos. Ella después lo metió en el cajón de los papeles, como otras veces.

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