24 enero, 2006

Tal vez el tono que nos hace falta.

Publica hoy Benigno Pendás en ABC un artículo que me parece ejemplar, en fondo y forma. Se titula Razones contra el desaliento.
Entresaco dos párrafos bien significativos:
Reabierto el debate territorial por razones de simple oportunismo, lo peor es que consume todas las energías morales e intelectuales. Muchos socialistas sensatos lo reconocen en privado. Unos cuantos lo admiten en público. Incluso con Zapatero, antes de Irak, había un discurso teórico: énfasis en la seguridad, republicanismo cívico, planteamientos neofabianos. Discutible, sin duda, desde el punto de vista ideológico, pero coherente con un socialismo adaptado como todos a la levedad posmoderna. No queda nada. Sólo hay tiempo para jugar con fuego, abrir un proceso constituyente en sentido material, desplazar al centro-derecha hacia los márgenes del sistema. El nacionalismo envenena a la izquierda española porque rompe la dinámica natural de su evolución. Le exige aceptar una falacia sin sentido: que el «progresismo» se identifica con un localismo rancio y antediluviano. Los criterios de Maragall y de Esquerra se parecen mucho a los de la Liga Norte, pero en Italia nadie piensa que esa postura sea de izquierdas. Por ignorancia o por mera táctica, un sector importante del PSOE renuncia a sus señas de identidad y pierde acaso su propia razón de ser. ¿De verdad que merece la pena? Cada vez hay más gente seria que lo pone en duda. Es imprescindible que pasen de las palabras a los hechos. Si no lo hacen ahora...
(...)
El síndrome nacionalista no deja ser izquierda a la izquierda española. Amenaza también con descentrar a una derecha que ha sabido evolucionar -no sin esfuerzo- de acuerdo con el espíritu de los tiempos. Me preocupa mucho más, en todo caso, la sociedad civil que la clase política. La gente está desanimada, en la calle y en los despachos, en las aulas y en muchos ámbitos empresariales y laborales. Extraña época la que nos toca vivir. Hemos inventado una globalización sin cosmopolitas. Un patriotismo sin héroes. Un nacionalismo sin ciudadanos. Tenemos incluso un «totalismo» sin totalitarismo. Surgen nuevas formas de violencia. Michel Wieviorka describe con precisión algunos modelos ya contrastados: por ejemplo, el «sujeto flotante», que quiere ser social, pero no puede, y estalla entonces en rabia destructiva. Por ahora, los recursos acumulados en la despensa colectiva permiten evitar que explote el polvorín. ¿Y cuando falten? «Si no hay dinero, no hay suizos» es una sabia expresión de tiempos de la Monarquía hispánica, siempre con apuros para pagar el sueldo a los mercenarios.

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