05 junio, 2006

¿Qué hay en el coco de Zapatero?

Ésa del título es para mí la cuestión más apasionante, la más interesante, la que invita a más hipótesis y argumentos. Otras cosas de la situación política en estos pagos me apasionan bastante menos, aunque inciten a la sátira y el esperpento y a un servidor le entretenga ensañarse con la profunda ridiculez y el olor a moho que despiden casi todos los asuntos que andamos debatiendo en este país masoca. Como ya he dicho muchas veces, me resulta bastante indiferente que España sea una, trina o kas, que la libre convivencia de los homosexuales se llame matrimonio o patrimonio, que se les hagan homenajes a los simios grandes o a los pequeños, que se pueda fumar o a un lado o a otro de la barra de un bar, pero no en los dos lados, que se organicen concursos de lanzamiento mutuo de muertos de hace ¡setenta años!, que los archivos de cualquier cosa se integren, se desintegren o se rocíen con el aroma de la Calvo en calderas. Y no digamos cuánto es mi escepticismo ante la enésima ley de universidades que se aproxima, descenso, probablemente ya definitivo, a los abismos del mamoneo rectoral y etapa terminal de ese cáncer llamado autonomía universitaria (véase el libro de mi amigo Sosa Wagner sobre el particular), a mayor pompa y ostentación de esa panda de gañanes con tratamiento de magníficos y excelentísimos, nada menos. Por si acaso, en mi disciplina los más avispados ya han encontrado la pauta para sobrevivir en los gloriosos tiempos venideros: el que quiera peces que se moje el culo.

Pues digo que por el lado intelectual todo eso, y mucho más, me deja frío, pues, de tan clara la retahíla de mamarrachadas y de tan ridícula la pose de quienes piensan que estamos construyendo un país la mar de chuli y cool, poco queda por hablar, la situación se comenta sola. Lo que de verdad me intriga es la personalidad de Rodríguez Zapatero, supuesto que tenga alguna, que vaya usted a saber. ¿Qué ideales contiene su cabeza? ¿Qué propósitos lo guían? ¿Qué quiere hacer con este país, con este Estado, con esta gente, con nosotros? Enigmas, enigmas, enigmas. Miramos atrás con ánimo comparativo y no encontramos cosa igual en nuestra memoria (histórica, claro). Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar, cada uno con sus luces y sus sombras, sus méritos y sus servidumbres, pero a todos se los veía venir, enseñaban sus cartas, tenían programas, mejores o peores, que eran algo más que una bolsa de chucherías retóricas, de frasecillas monas de todo a cien. El ciudadano pensaba: éste es así y asá, quiere esto y lo otro, su idea del Estado, o de Europa, o del mundo, es ésta, y sabemos, poco más o menos, lo que se puede esperar. Eso con Zapatero no ocurre, parece un colgado de la improvisación, un funambulista del BOE, un ludópata del regate en corto sin visión de la jugada ni sentido del gol. Tiene más peligro que un chimpancé con una pistola cargada. ¿O me equivoco y estamos ante una lumbrera política posmoderna, ante el renovador de las ideas y las prácticas de gobierno de lo público? No sé, pero suena a coña, la verdad, y me gustaría, en serio, encontrarme con alguien que lo crea así de buena fe y sin que le paguen por pensarlo.

Tengo un buen amigo que, resentido, como yo mismo, por las traiciones de esta izquierdita frívola, bobalicona y descarada que masturba cuatro topiquillos baratos como si frotara la lámpara de Aladino, llama siempre a Zapatero el Gran Vacuo. Andrés de la Oliva decía este sábado en un artículo de ABC que ya no le quedan dudas de que Zapatero está poseído por una vacuidad intelectual supina. No sé cuánto de diagnóstico sincero tendría lo de bobo solemne que le soltó Rajoy, parafraseando a medias, y seguramente sin saberlo, aquellos versos de Nicanor Parra que tal vez se le pueden aplicar también a él en algo:

Durante medio siglo
La poesía fue
El paraíso del tonto solemne.
Hasta que vine yo
Y me instalé con mi montaña rusa.
Suban, si les parece.
Claro que yo no respondo si bajan
Echando sangre por boca y narices.

Zapatero nos tiene a todos desconcertados y creo que porque no se corresponde su apariencia con los supuestos resultados. La apariencia es infame en lo intelectual y grimosa en lo moral, creo que hace falta estar muy ciego para negar las dos cosas. Sus discursos son material de primera para semiólogos, ejemplos casi redondos de cómo construir frases carentes de todo significado tangible, mensurable, analizable, pero biensonantes a base de meter muchas palabritas con resonancia agradable. Ni los suyos lo entienden, de eso no cabe que cabeza humana dude. Y lo siguen marcando el paso, sin embargo, de lo que se desprende que no ha de ser por cosa de ideas, sino de instinto de nómina. En suma, si en su cacumen vive alguna idea que no sea la obsesión por mantenerse en el poder y un par de viejos prejuicios más, la disimula a base de bien. Y, pese a eso, tal parece que se propone cosas y las consigue. La mayoría de las veces no hay hijo de madre que sepa el por qué y el para qué de lo que se propone y cumple (v.gr. el Estatut dichoso), pero nos queda a todos un resquicio de duda o ese temor insuperable a admitir que tal vez estamos en manos de un conductor sin carnet y borracho. Pronto desearemos que deje de buscar objetivos para su gobierno, no sea que los alcance, y vaya desastre.

Dicen que es irresistlible en las distancias cortas, que tiene un don hechicero y te lleva al huerto en cuanto te clava esos ojos con fijeza demente. Algo habrá de verdad cuando tantos lo afirman y cuando tantísimos sucumben. Debe de ser una cosa como aquello que se contaba de la Preysler en tiempos, mutatis mutandis, claro. Yo lo comprobé un poquito en un amigo que yo tenía antes de meterme a largar en este blog, un tipo de mucho peso en el Partido Socialista Obrero Español. Él no era obrero, no, pero español se sentía por los cuatro costados. Qué matracas, en las comidas de entonces, con que España una y los nacionalistas vascos y catalanes unos malandrines y unos facinerosos. Cuantísima indignación, qué manera de dolerse de España. Y un día me lo encuentro y me cuenta que hay que cambiar todos los estatutos de autonomía, reinterpretar la Constitución, ir a un modelo federal o cuasifederal y bla, bla, bla. Le pregunto que qué le pasó o que si ha ido a Damasco últimamente. Y me cuenta, con una mirada de intensa felicidad, que se le apareció Zapatero. Que fue Zapatero a su casa y le explicó todo. Qué es todo, inquirí yo. Pues todo, ahora lo veo claro. Y no saqué de él más palabra sobre el contenido de tan magnífico plan de organización territorial del Estado. Eran los tiempos en que ZP encabezaba la oposición a Aznar y andaba haciéndose arrumacos con Maragall. Pasados los años, creo que fui bastante ingenuo al pensar que mi amigo se había deslumbrado por la idea de España plural y en paz que le había vendido Zapatero. No, ahora sospecho que de eso no hablaron. Me juego una cena a que la conversación fue toda sobre cómo trincar el poder y mantenerse en él mucho tiempo, colocando a éste y al otro, y sobre qué le gustaría a mi amigo que le regalaran para su jubilación. Tiene que ser bueno el obsequio, porque hay que ver cómo ha tragado y tragado.

¿Y el tema moral? De Franco para acá no habíamos tenido un político que pusiera tal cara de bueno y soltara tantas palabras de amor, paz y solidaridad universal, al tiempo que con las dos manos hace putadas a mansalva, a diestro y siniestro. Dicen que pronto será el hombre sin sombra, pues ni ésta se fía ya de él y el día menos pensado se larga. Tiene una mala uva de libro, una propensión innata a la deslealtad y un resentimiento crónico. Vende a su mismísimo abuelo -sí, hasta al famoso abuelísimo- si le conviene para seguir enhebrado al poder. ¿Y su capacidad de disimulo, engaño y trola vil? Donde pone el ojo, pone la bola. Cada día me recuerda más, hasta en el gesto, a ese mentiroso compulsivo del que he hablado aquí más de una vez. ¿Alguien se atreve en serio a discutirme todo esto?, ¿de verdad?

Y, sin embargo... Pues sin embargo sigue gozando de crédito moral en esta sociedad. Quizá esto último se explica porque la sintonía es perfecta, porque él es la medida de ella y ella a la medida de él, porque están hechos el uno para el otro y ha resultado providencial su unión. Con lo que a ella, perversona, le gusta que la chuleen y que le digan cosas bonitas al oído mientras se la benefician.

PS.- La nota anterior la escribí el sábado. Es madrugada del lunes cuando la cuelgo y dos sensaciones contradictorias me poseen. Una de grima, pues vi a ZP hace unas horas en un informativo de la tele diciendo aquello de que no va a permitir que se metan con sus muy sufridos y honestos compañeros del PSE. No se refería a Rosa Díez, no. Pero lo que me descompuso el estómago fue el puchero que ponía al decirlo: clavadito a ese trolero enfermo que yo conocí. Ya no me caben dudas, ZP no es malito: está malito. Que los psiquiatras se pronuncien, please.

A cambio, la sensación agradable me la dio lo que leí hoy en un par de periódicos y que ojalá sea verdad: que Felipe González y Aznar han empezado a hablarse y a comentar la situación. Ay, si fuera verdad, qué maravilla si hicieran algo y tomaran la iniciativa para que este país que gobernaron un día no acabe siendo una irremediable casa de putas con gobernanta turulata. Demasiado bonito para ser cierto, tal vez.


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