15 octubre, 2006

Echándole cuento. El fusil.

Mientras cavo el agujero repaso lo que le oí tantas veces a mi padre, de cuando desertó del ejército republicano porque se veía perdido y abocado a una muerte cierta y echó a andar de monte en monte, fusil en mano, de los montes de Palencia a los de Santander, evitando los caminos, durmiendo al relente, robando comida de las paupérrimas huertas. Se fue uniendo con otros que también escapaban, hasta que llegaron juntos al altozano que domina nuestro pueblo y desde donde divisó la casa de los padres, que después fue suya, y echó a correr tras un fugaz abrazo a los otros y la promesa de reencontrarse alguna vez, quién sabe.
Contaba siempre que comió con ansia y que su madre le iba trayendo más platos. Luego, su padre, mi abuelo, le dijo que debía hacer algo con aquel fusil, esconderlo. Mi padre lo embadurnó de grasa, cavó un hoyo, recubrió el arma con tejas y luego le echó la tierra encima y disimuló el lugar con ramas y piedras. Al poco los nacionales lo movilizaron también y retornó a la guerra. No regresó a casa en unos cuantos años.
Me explicaba a cada rato esta historia, antes de morir, y me señalaba el punto donde, según su recuerdo, estaba enterrado aquel fusil, en aquel prado que llamábamos La Campa, justo a la orilla de donde comienza la hilera de avellanos. Exactamente aquí donde estoy ahora cavando, casi setenta años después. El terreno está blando, ha llovido bastante en las últimas semanas. Voy ensanchando el agujero, mi padre siempre decía que no estaba muy profundo el fusil, pero no acabo de dar con el lugar exacto.
Al fin mi pala tropieza con una masa rojiza y extremo el cuidado. Aparecen trozos de metal muy oxidado. Debajo, veo un pequeño arcón de ladrillos y lo rompo. Dentro hay una caja de metal y dentro de ella otra caja más pequeña. En el interior de ésta, dos anillos de oro, uno de talla de mujer y otro de hombre. Hay también restos de papeles que el tiempo no ha respetado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Afortunado tu que tenías aún tierra donde encontrar sus recuerdos, los que hace ya veinte años que ese derecho se nos arrebato, seguimos leyendo las historias de otros y preguntandonos el porqué de muchas cosas, hay mucha gente que no lo entiende pero el desarraigo lejos de desaparecer se siente cada vez más.