14 octubre, 2006

Respeto al vodevil. Por Francisco Sosa Wagner

La vida política pone en circulación palabras con un desenfado y una falta de información que desespera a quienes buscamos cierta precisión. Ya me tuve que ocupar hace algún tiempo del empleo de la palabra caspa y casposo como insulto. Sostuve entonces que la caspa es la muceta que lucen los pensadores despistados y los sabios ajenos al mundo. Es de color blanco porque blanca es su inocencia de investigadores y tiene algo de título, de rango, de prosapia, una suerte de atributo o insignia. El símbolo de la fértil despreocupación. Y de la misma forma que se entrega al doctor los guantes de la ciencia o al obispo un anillo habría que entregar al intelectual fecundo un saquito con caspa para que lo espolvoreara con gracia sobre sus hombros, si él careciera de la suya propia. Y se debería heredar como se heredan los derechos de autor y de patentes.
Mi razonamiento de nada ha servido y todavía he de soportar a quienes descalifican al adversario llamándole casposo. No le llamarían herpético o seborreico pero sí le motejan de casposo. Un respeto para la caspa es lo que pido de una vez.
Ahora viene la palabra vodevil, aplicada al sucedido -ciertamente ominoso- de la designación de un candidato a la alcaldía de Madrid. Y se impone repetir lo mismo: un poco de consideración, señores de los editoriales y de las radios, al vodevil que es un género medio literario, medio teatral, medio musical, de lo más honrado y de lo más imaginativo que circuló por Europa desde principios del siglo XIX y luego por los USA que también allí han tenido sus vodeviles –y buenos- en el escenario. El vodevil mezclaba ironía y sátira con números musicales llenos de intención (mala, por supuesto) y las gentes reían de buena gana vengándose de esta inocente manera de gobernantes y pelmazos estirados en general. El vodevil es en cierta manera el padre de la opereta, que no está mal una paternidad así, Jacques Offenbach le sacó mucho partido al asunto en aquel París del segundo Imperio, con Napoleón -el sobrino- y la española Eugenia de Montijo haciendo de las suyas por la capital de los quesos. ¡Menudo fue el tal Offenbach! Todavía no hace mucho hemos visto y oído los aficionados en el Auditorio de León “Los cuentos de Hoffmann” que no es de lo mejor del autor pero sí lo que más fama le dio, con el poeta romántico alemán E.T.A. Hoffmann en el centro de los pequeños enredos amorosos.
Es decir que el vodevil tiene una gran dignidad. Como la ha tenido la revista musical española, zumo extraído de la comedia y el sainete, más variedades y música, atrevido todo y con mujeres ligeras de ropa que enseñaban las ligas y las nalgas opulentas. El personal lo pasaba pipa en la revista durante la primera mitad del siglo XX. Y después tampoco le hizo ascos.
Vodevil, opereta, revista ... Casi nada. En el mundo germánico estos espectáculos se hermanan además con el “cabaret”. En España, el cabaret ha sido algo más zafio aunque ha habido cabarets notables, centro de conspiraciones intelectuales y artísticas de alto porte. Pero en Alemania -como en Austria- el cabaret ha sido cosa fina. Tan fina que los nazis lo prohibieron pues durante los años de Weimar había sido el cabaret el punto de encuentro y de inteligenteequilibrio entre artistas osados y público dispuesto a hacer cenizas con las convenciones. ¡Gran asunto el cabaret germánico! Autores de la talla de Kurt Tucholsky o Erich Kästner escribieron para este género y la hija predilecta de Thomas Mann, Erika Mann, que fue un volcán humano e intelectual, fundó en Munich un cabaret donde se servía el humor fino bien helado.
Todo esto -se advertirá- no tiene nada que ver con los números que montan nuestros políticos a los que les sobra de rudeza lo que les falta de gracia.

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