01 noviembre, 2006

El ladrillo y los gustos de las moscas.

He oído en la radio, mientras conducía camino de Asturias y de mis muertos, que el Ayuntamiento de Cullera ha aprobado el plan para la construcción de lo que andan llamando ya la “Manhattan de Cullera”. Se prevé que se levanten treinta y tantas torres de hasta veinticinco plantas. Va a dar gusto verlo. ¿Para cuándo se le va a ocurrir a alguien instalar en algún lado un museo del hormigón? O, mejor, que tomen nota los feriantes y lo lleven de pueblo en pueblo por las fiestas y que sustituya al tren de la bruja, a ver si por lo menos sirve para asustar a los niños y que dejen de pegar a los profes.
La última vez que me di un garbeo por la costa levantina acabé durmiendo en Calpe entre ataques de claustrofobia. Y ante esta gozosa noticia de hoy me vuelven las mismas preguntas. Puedo entender, que no disculpar, a los constructores que se forran levantando colmenas y estrangulando horizontes. También a tanto edil venal que, de una, vende su alma a un diablo con Mercedes y cinco tenedores y asiente al asesinato del paisaje, el reposo, el decoro y la calidad de vida. A los que no puedo comprender y para los que no encuentro atenuante es a los paganos que se dejan los cuartos en semejantes nichos, a quienes, sin que nadie los fuerce, presumen de adquirir segunda residencia en primera línea de playa, cuando ni es residencia, sino celda, ni es línea ni es primera ni queda más playa que una poca arena cercada por el cemento y aturdida de chiringuitos.
Eso sí que es un misterio, y lo demás cuentos. La mayor degeneración de este país no es ni moral ni jurídica, con serlo éstas de órdago. No, la madre de todas las corrupciones es la corrupción estética del personal. ¿Qué le pasa a la gente? ¿Tan abotagadas andan las sensibilidades? ¿Por qué esa afición al hormiguero, esa ansia de apreturas, ese alevosía contra el paisaje, ese empeño en atocinarse? Y luego los muy cenutrios se empeñan en contarnos que los mueve el gusto por el mar o el apego a la naturaleza. Degenerados, que son unos degenerados. Para mí que serían aún más felices dentro de las vallas de un campo de concentración, bien apiladitos en los barracones y contándose los unos a los otros que qué lujo de descanso, qué relax y vaya level.
Puede que la culpa la tengamos todos. Porque nos parece de educación y buen trato ponerle buena cara al colega que, enardecido, nos explica que se ha comprado un apartamento en uno de esos putiferios y que fíjate, para el verano con la familia y tal y que ideal de la muerte. Y hacemos mal, porque deberíamos mirarlos bien serios, con la cara que se nos queda si alguien nos dice que disfruta revolcándose en los urinarios o tirándose ventosidades en público, y tendríamos que contestarles secamente con un tú estás chalao o llamándolos pringaos decadentes, sin más.
Pero, bueno, quizá no conviene perder de vista que algo tendrá la mierda cuando las moscas van por millones. Son misterios escatológicos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Félix de Azúa, Albert Boadella, Francesc de Carreras, Arcadi Espada, Teresa Giménez Barbat, Ana Nuño, Félix Ovejero, Félix Pérez Romera, Xavier Pericay, Ponç Puigdevall, José Vicente Rodríguez Mora, Ferran Toutain, Carlos Trías, Ivan Tubau y Horacio Vázquez Rial.

Estos tipos se hartaron de estar hartos y de hablar de lo hartos que estaban, y terminaron fundando un partido (Ciutadans)por el que nadie daba dos duros y que ha obtenido tres escaños en las elecciones catalanas. Tres escaños es una minucia, una ridiculez, es sólo un poco más que nada, pero ya no es nada.
No sé si su peripecia tiene (y tendrá) sentido, pero me gusta la minúscula brecha que han abierto en la política catalana.

Anónimo dijo...

Tres escaños son muchos escaños para un partido con poco más de un año de vida.
Que bueno que García Amado y otros prfesores, y demás, fundasen un partido y hablaran-escribieran menos. O se presentasen a rector.....
Les votaria más y les oiría-leeria igual.

Anónimo dijo...

Pero creo que hemos hecho comentarios en el post equivocado

Tumbaíto dijo...

¡Más bocas que alimentar! ¡Y más esperanzas que defraudar!