05 febrero, 2007

El sexo de las leyes

Vean qué entrañable detalle del legislador/la legisladora. La Ley aragonesa 13/2006, de 27 de diciembre, de Derecho de la Persona (ahí es nada el titulito), BOE 26 de enero de 2007, contiene una Disposición Adicional Única de este jaez:
Las menciones genéricas en masculino que aparecen en el articulado de la presente Ley se entenderán referidas también al correspondiente femenino”.
Uf, cómo se agradece la aclaración. Pues sin esta valiosísima disposición cualquier lector despistado podría pensar que donde la Ley dice “el menor”, “el tutor”, “el heredero”, “el juez”, “los padres”, “los abuelos”, “el tercero de buena fe”, “el notario”, “el mayor de edad”, etc., etc., se está refiriendo solamente a los correspondientes varones y privando del respectivo tratamiento legal a las féminas. Así solemos entenderlo siempre, de esa manera torcida y machista, de eso no cabe duda. De ahí que, por ejemplo, cuando el Código Penal establece pena para “el que matare a otro” (art. 138) está prescribiendo tal castigo solamente para el varón que mata a varón y dejando impune a la señora homicida que mata a hombre o mujer y a la víctima femenina de cualquier homicidio. Y todo el ordenamiento así, menudo desastre. Por culpa del dichoso lenguaje sexista de los legisladores, y hasta del constituyente, las damas se habían quedado hasta ahora en el limbo legal, intocadas por lo jurídico, ajenas a pleitos y recursos.
Menos mal que los parlamentarios aragoneses han tenido tiempo suficiente para meditar y enmendar ese yerro secular y tan dañino. Da gusto.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

No estoy de acuerdo con lo que dices.

Cierto que las gramáticas dicen clarito que el masculino tiene valor de género común.

Pero el lenguaje no vive en una campana de cristal, sino dentro de la historia. Y la historia, hasta muy poco, ha sido de opresión, y de ocultación, y tú sabes muy bien por quién hacia quién. Y digo hasta hace muy poco en el ámbito de lo formal, en nuestros países, porque en el ámbito de lo sustancial, en saliendo de las frágiles fronteras gualdiazules, la hemos jodido bien jodida, e incluso quedándonos aquí dentro, mira las estadísticas salariales, muchachote. Por lo que toca compensar un poco, en todos los ámbitos del lenguaje. Y cierto no quedarnos sólo en ello.

La Disposición que criticas es inocua, en el peor de los casos, y en el mejor, didáctica. Técnicamente hablando, es bastante económica y se está aplicando en un buen número de ordenamientos europeos.

El Derecho de derechos humanos se construye con muchas piedritas aparentemente intrascendentes, Juan Antonio.

Saludos afectuosos,

Anónimo dijo...

(Redundando)
(Redundando)
(Redundando)
(... ya vale para el chiste)

Debo confesar que a mí también me irrita. Y lo que más me irrita es la institucionalización de la provocación, y que para más inri se haga mal. Si a mí me da por romper las reglas del lenguaje para provocar un efecto de extrañeza y subrayar mi posición, genial. En eso consisten los calambures (por ejemplo: traje el otro día al seminario a una tía de menos de 30, pero muy buena en lo suyo -siguiendo la regla que ya he comentado hace posts-. La coña fue que la violencia doméstica "nunca es doméstica, siempre es salvaje").

Si resulta que esta gracieta útil se convierte en el modo "institucional" de mencionar la violencia en el ámbito familiar (y la llamasen en la ley "violencia salvaje", y la vicepresidenta aludiese así al problema), la idea feliz se convertiría en una gilipollez.

Si además resulta que desde el punto de vista lingüístico estuviese mal construido, la gilipollez sería triple. Y eso es lo que pasa con el "os/as" (y con su máxima expresión: justificarse en un texto legal por no emplearlo). Atenta contra una regla básica de construcción del lenguaje: la economía expresiva.
Si quieren provocar de verdad, usen el femenino genérico. Muchas estaremos de acuerdo.

(Por supuesto, hasta que lo use el politiquerío; eso es señal de que el juego de palabras ya se ha podrido).

Anónimo dijo...

Cojonuda disposición. Tienen razón Garciamado y ATMC: es una chorrada de tal magnitud que si no fuese porque a esta hora la cabeza ya no (me) da para más, no merecería ni media línea. Tomada en serio es una patética prueba de que lo que predica la disposición de marras no se lo cree ni el que la metió en la ley: como el legislador es incapaz de ser políticamente correcto y de no emplear un lenguaje sexista - porque esa norma no habría dios que la entendiese- en dos líneas salva la cara y queda bien con quien se conforme con nímios gestos como esos para irse a la cama tranquilo pensando que el mundo es mucho más justo y menos sexista. Por favor, un poco más de imaginación, un poco más de compromiso, menos burlas y menos tomaduras de pelo, menos brindis al sol, que lo de la discriminación y el machismo y la opresión (de la mujer) son asuntos muy serios. No bastan legisladores de pedagogía y power point para arreglarlos.
(Ni siquiera me gusta el femenino genérico, pero supongo que eso ya es cuestión de gustos, y sobre gustos se puede discutir).
((Buena velada a todos -y a todas las que no quieran sentirse excluidas-.))

Anónimo dijo...

Creo que estáis haciendo lecturas elitistas, y no estáis pensando en Juan Pérez o en María García, en las raras ocasiones en las que se atrevan a acercarse a un texto legal.

En cuanto a la economía expresiva: no sé muy bien si se come con tenedor o con cuchara. Mi humilde procesador de textos se limita a contar palabras, y me salen para la Ley, 26.658 palabras, contando títulos y firmas, y para la famosa disposición adicional única aquí criticada, 26. 1 sobre 1025, para las que no hayan hecho el Bachillerato de Ciencias. En mi terca simplicidad, prefiero llamar dispendiosas a otras proporciones.

En cuanto a referencias, que cierto no resuelven la discusión, pero la enriquecen. Tengo delante el Handbuch der Rechtsförmlichkeit, 2. Auflage, 1999, Bundesministerium der Justiz, Teil B, Allgemeine Empfehlungen für das Formulieren von Rechtsvorschriften. Le dedica al tema una entera sección, 1.6, Sprachliche Gleichbehandlung von Frauen und Männern, epígrafes 92 a 102 (pp. 56-59). Se discuten bastantes posibilidades para afrontar la cuestión, con las que no creo oportuno enrrollarme aquí (si alguien quiere el pdf, se lo mando encantado). Me limito a señalar que la extensión del tratamiento desarrollado quizás indica que la cuestión no es del todo banal.

Estoy totalmente de acuerdo con Ariadna en que estas pequeñeces no bastan para afrontar el problema. Pero me parece arriesgado despreciar las pequeñeces que tienen un sentido. Sigo pensando, perdonadme, en que las empresas realmente grandes están compuestas de muchos detalles pequeñitos.

Besos y abrazos,

Anónimo dijo...

Explico lo del elitismo, pues no quisiera dar la impresión de que estoy juzgándoos.

Creo que es una fortuna increíble poder leer ese texto, tener asumida e interiorizada en las propias convicciones profundas la cuestión de la igualdad de género, y poder irritarse.

Fortuna que compartís mis tres opositores en esta (dulce, como todas) disputa. Y estoy seguro de que sois conscientes (¡qué bonitos son los adjetivos sin marca de género!) de ello.

Pero pensad en quienes no gozan de la misma fortuna.

Austeras reverencias ;)

Anónimo dijo...

Si la cuestión no es banal -y cabe la posibilidad de que no lo sea- la disposición que criticamos es aún más criticable. Me pregunto si la "solución" adoptada por el legislador aragonés está recogida en alguna de las recomendaciones generales para la formulación de preceptos jurídicos que menciona un amigo (no es una ironía: no conozco ese texto).
No sólo creo que esas pequeñeces no bastan para resolver el problema: creo que esas pequeñeces ocultan el problema, lo disimulan, son cortinas de humo y sirven para que quienes las perpetran se marchen a casa creyendo que el deber está cumplido. Son políticas de (auto)complaciencia, prácticas masturbatorias.
Tiene razón un amigo: es una suerte poder irritarse. Lo que ya no tengo tan claro es que esta cuestión le preocupe a nadie que no pertenezca a esa élite (entendida en buen sentido). Creo que a Juan Pérez y a María García (y a Ariadna) nos/les preocupa cobrar lo mismo que sus compañeros a fin de mes, tener las mismas posibilidades de promoción, tener guarderías para sus hijos, tener tiempo para el ocio, ver a sus familiares y a sus amigos bien cuidados cuando tienen necesidad de ello, etc. Con la mano en el corazón, y arriesgándome a equivocarme profundamente, creo que lo del lenguaje sexista sólo le puede preocupar a una franca minoría (en ese sentido, a una élite).
Buen día a todos.

Anónimo dijo...

Estimado un amigo:
Lo que en mi opinión atenta contra la economía expresiva es la necesidad de hacer mención bigenérica en todo caso (imagine qué cristo si no pudiésemos usar el plural, y tuviésemos que decir: "me comí una ración, otra ración y otra ración de lentejas". O peor aún: imagínese cómo podría Esperanza Aguirre hacer sus goebbelsiadas con las cifras de manifestantes: "hoy se han manifestado un señor, otro señor, una señora, otro señor..." y así hasta un millón y medio). Por eso me parece rechazable; y por eso creo que resulta chocante la redacción de la norma aragonesa, que se siente obligada a justificar por qué no la usa (por supuesto, no es la redacción de la norma-excusa la que atenta contra la economía expresiva, sino el uso lingüístico del que -en mi opinión, vergonzantemente- se escaquea).

Anónimo dijo...

(Y hombre: en mi modesta opinión, lo elitista es hablar como habla cierta élite: con menciones bigenéricas).