04 febrero, 2007

¿Qué es un convenio? Por Francisco Sosa Wagner

Uno de los espectáculos entretenidos que nos depara el diario hojeo de los periódicos y la contemplación de la realidad circundante es la proliferación de “convenios” que las autoridades representantes de las distintas Administraciones públicas celebran a diario. Los hay con colectivos o grupos de lo más variopinto: hoy con los gitanos afincados en una población, mañana con los amigos del barroco, y así sucesivamente. Pero los hay también con otras autoridades públicas o con funcionarios dependientes de esas autoridades, todos ellos vinculados por las mismas leyes.
Así, una foto muy divertida que he visto hace poco es la de un consejero de esta Comunidad autónoma firmando un convenio con los colegios de registradores y notarios, en virtud del cual, estos -es decir, notarios y registradores- se comprometían a aplicar la legislación de viviendas de protección oficial y combatir el fraude fiscal que pueda generar el tráfico inmobiliario. Uno creía que estos funcionarios, privilegiados porque cobran por arancel y no una nómina como todo hijo de vecino, ya estaban obligados a la escrupulosa observancia de las leyes en vigor, sin necesidad de mediar acuerdo alguno. He dado por supuesto que así era como doy por supuesto que los maestros se dedican a enseñar las letras a los niñosque acuden a la escuela y los funcionarios de prisiones a mantener el orden.
Todo parece indicar, sin embargo, que hay lagunas en los compromisos legales porque estas prácticas extravagantes proliferan. El Ministerio de Educación conviene con tal o cual Conservatorio de Música que se enseñe el uso del violín en sus aulas y Rector he visto conviniendo que se explique anatomía en los Hospitales públicos vinculados a una Facultad de medicina. Es la pandemia del convenio que está vinculada a la pandemia de la foto. La política, a falta de tuétano más sustancioso, perdida como se halla en discusiones territoriales reaccionarias, se expresa en instantáneas fotográficas, se trata de la obsesión por la foto que persigue al político como si de una inesquivable atracción sexual se tratara, la “cupiditas” de los latinos. La época de las elecciones se corresponde para los políticos con la del celo en los grandes mamíferos, así que debemos prepararnos para verles estos meses firmando convenios y más convenios con frenesí de posesos.
Quienes conocemos algo cómo funciona la Administración, sabemos la cantidad de llamadas telefónicas, citas, proyectos de papeles, papeles propiamente dichos, etc, que preceden a la firma de cualquiera de estos inútiles papeluchos. Ceremonia que culmina con una comida en un establecimiento rico en tenedores y pletórico de viandas, templo en cuyas zonas más profundas se conservan selecciones de caldos, añadas y denominaciones de origen. De donde se sigue que el convenio está anudado a la gran comilona como la miel lo está a la colmena. Si con todo ello se trata de fomentar la gastronomía, está bien, como forma de administrar resulta deplorable.
Pero no debe extrañar porque todo parece indicar que el poder público se despoja poco a poco de su viejo poder de mando, el que justificaba su dominio sobre la sociedad, y se acomoda más bien a servir de intermediario entre los grandes intereses privados a los que sirve solícitamente. El Estado moderno -o las comunidades autónomas y los ayuntamientos- reparten prebendas en forma de ayudas, créditos, expropiaciones, contratos, entre unos agraciados como el príncipe del Renacimiento otorgaba a un súbdito el derecho a portar la librea real. En este contexto, el convenio se ajusta a esta forma suave de actuar: se acuerda o se contrata cumplir una obligación y, aderezado con una palmada en la espalda, se logra reemplazar así al anticuado sistema de observancia de las leyes.
El convenio es un camelo para tomar el pelo. Y ya que cito el pelo, tan mentiroso como el crecepelo.

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