16 mayo, 2007

SindiCazos

Ayer se celebraron las elecciones sindicales en mi Universidad. En el personal docente e investigador funcionario la participación ha sido casi nula: votaron doscientas cuarenta y tres personas. Es decir, si tenemos en cuenta que se presentaban cuatro candidaturas y que cada una de ellas llevaba unos quince candidatos, tenemos que, aparte de los componentes mismos de dichas candidaturas, y supuesto que todos ellos se hayan tomado la molestia de ir a meter la papeleta, participaron unas cientro ochenta personas más. No tengo ahora mismo los datos del censo electoral, pero esto debe de ser menos de un diez por ciento de participación total.
¿Alguien le encuentra algún sentido a todo esto? Que no se me entienda mal. Los sindicatos han sido pieza insustituible para que se haya llegado al Estado social, para defender conquistas de pura justicia para los más débiles, para salvaguardar contenidos importantes de la democracia. Pero, ¿y ahora?
Ahora no tiene sentido lo que está ocurriendo. Los trabajadores pasan por completo de sindicatos y elecciones sindicales y a cualquier obrero que uno le pregunte le va a contestar lo mismo: que una panda de mangantes la mayoría de los sindicalistas, un pozo de corrupción y una manera excelente de no dar golpe, a base de puestos de “liberados”, favorcitos con el patrón por debajo de la mesa y así. Por otro lado, la vieja idea de sindicatos de clase ha perdido su razón de ser, pues ahora las grandes cesuras no son entre patronos y empleados, sino entre trabajadores fijos y eventuales, legales e ilegales, nacionales e inmigrantes, de grandes y pequeñas empresas, con capacidad o sin ellas para quemar cosas y estimular a los respectivos consejeros, etc. Y pocas dudas caben de que los sindicatos establecidos no están precisamente partiéndose el alma por los más débiles e indefensos de cada uno de esos pares citados. Y hasta el SEPLA es un sindicato. Qué más se puede decir.
Añádase a esto un tanto por ciento más de perplejidad si hablamos de sindicatos en la función pública. Eso es como recubrir con tela metálica lo que ya tapa un condón, una protección redundante. A los funcionarios les suele ir tan bien y son tantos sus privilegios en comparación con el currante de a pie, que sus organizaciones sindicales tienen que devanarse los sesos para ver qué se puede pedir a mayores y que no sea del todo incompatible con el mantenimiento de una mínima seriedad en la prestación del servicio público de que se trate. Qué menos que atender al público en la ventanilla una horita al día o así.
Y si hablamos de la Universidad y del personal docente e investigador funcionario, sí que nos partimos de risa sin remisión. En esta ocasión no he querido pararme ni a ojear los programas que presentaban las distintas listas, pues no quería ponerme de una leche peor de la que suelo llevar ni llenar este blog de (más) esputos. Si nos fijamos en los candidatos, hay de todo, por supuesto, pero con apabullante predominio de mantas y descarados. Ésos que cualquiera puede ver día tras día en las cafeterías del campus, a las diez en una, a las doce en otra y a la una en la tercera, conspirando con quien se deje sobre el cáncer que padece el rector (estos tipos siempre tienen la noticia de buena fuente de que el rector tiene un cáncer, igual que a los fachas de verdad les da siempre por anunciar la enfermedad terminal del Rey y a aquel antiguo compañero mío, el mentiroso chalado mamporrero de rectores y consejeros, por decir que su mujer está gravísima y se va a morir cualquier día) y quejándose de lo mal pagados que estamos los profesores y de cómo se nos explota. Como no tienen nada que hacer, se apuntan a un bombardeo o a las listas de un sindicato. Además, sólo a ellos se les ocurren reivindicaciones de las que vienen a cuento en tales festejos: que si ascender a los que no han hecho los deberes, que si pagar mejor a los más inútiles, que si dar estabilidad a los que hace un lustro que deberían haber sido puestos de patitas en la calle, que si exigir complementos por las mayores patochadas, que si buscar la manera sutil de putear y hacerle la vida imposible al que quiera dejarse de sandeces y dar buenas clases e investigar seriamente; y así todo.
Súmese a lo anterior un efecto muy curioso. En la universidad compromiso político serio y preocupación real por las injusticias del mundo no los tiene casi nadie, pues para eso vivimos en un antro en el que la mayoría (o poco menos) se lo monta por el morro y sin dar palo al agua, mientras los demás callamos y nos la envainamos al grito de aquí todo el mundo es bueno y nadie vale más que nadie. Pero lo que sí nos va un montón es lo de las poses, el aparentar que uno está en la vanguardia de la liberación de los pueblos y que es un líder nato en la lucha contra la opresión. Como se trata de trabajarse puras apariencias, no hace falta partirse la cara realmente por nadie ni ponerse a deshacer ningún entuerto arriesgado ni, mucho menos, jugarse la tranquilidad o el sueldo en alguna empresa idealista o metiéndose con alguno que tenga de verdad poder. No, normalmente esa fachada se consigue a base de pasear El País bajo el brazo de cafetería en cafetería, de vestir con estudiado desaliño, de llevar barbichuela de tres días y, si uno ya quiere ser como el Che del campus, presentarse en las listas de CCOO, pongamos por caso. Unos activistas del copón, sí señor.
También existe otro prototipo, el del zángano que no pisa la Facultad porque anda siempre atareado entre hijos, misas y reventa de inmuebles, pero que opina que en la Universidad se están perdiendo los grandes valores de la civilización occidental y que hay que recuperar el sentido de las instituciones, comenzando por la familia y siguiendo por el patrimonio. Ésos suelen agruparse en listas amarillas y grupúsculos especializados en chupar del frasco con cara de no matar ni una mosca y actitud como de estar a punto de levitar de tan grande como es su entrega a la causa y su sentido del compromiso consigo mismos.
La función de los sindicatos es indudablemente importante, pero es evidente que ni trabajadores privados ni funcionarios creemos ya ni lo más mínimo en ellos y hasta nos repelen. Así que deberíamos ir pensando en la creación de equivalentes funcionales, de nuevas formas para que nuestros intereses grupales se puedan hacer valer sin que con ello alimentemos el descaro de tanto cretino ni favorezcamos la situación de ésos que no tienen más merecimiento en justicia que el de que los manden a la pura calle con una patada en su cándido pumpido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi impresión respecto a los sindicalistas ya no es la de unos initiles que buscan ese chollo para hacer menos, sino la de unos espias de tal o cual parte de los aspirantes a rector para tener bien controlado al resto del personal.
Pero una panda de inútiles al fin y al cabo.
Incluso en las listas de CC.OO iba un tipo con conducta e ideología (a las claras, muy claras) más propias del PP (versión pijos) que del citado sindicato. A eso se llama honestidad y coherencia.