29 junio, 2007

Acosos

A.- Uf, al fin en casa, estoy agotada y harta.
C.- Pues anda que yo. Llevo toda la tarde aquí metida. Con este tiempo asqueroso no se puede ni pisar la calle.
A.- No la pisas porque no quieres, ya se sabe cómo es tu pereza.
C.- Oye, oye, no empieces con lo de siempre. Que esta misma mañana he hecho mil cosas y hasta saqué tiempo para ir a la peluquería.
A.- ¿Fue el peluquero quien te hizo eso? Demándalo.
C.- ¿No te gusta?
A.- Pareces talmente una remolacha.
C.- Habló cara de pepino.
A.- Oye, oye, que hoy no estoy para bromas. No te imaginas la que me ha armado la perra de Matilde.
C.- ¿Matilde?
A.- Sí, Matilde. Te he hablado mil veces de ella, lo que pasa que sólo tienes la cabeza para peinarla, y mal.
C.- A lo mejor es que tú llamas hablar a esos murmullos que te traes para ti sola y que parecen eruptos más bien.
A.- Te digo que tengamos la fiesta en paz. La zorra de Matilde ha presentado una demanda por acoso moral en el trabajo.
C.- ¿Contra ti? Ay, que me troncho. Ya era hora de que alguien te plantara cara, todo el día gruñendo de mal humor.
A.- Habló la dulzura, mírala. ¿O es que ya no recuerdas que X te dejó por verdulera y chillona?
C.- Anda que te jodan.
A.- La que me va a joder bien jodida si no me ando lista es la puta de Matilde. Y yo que la contraté porque parecía una mosquita muerta, la mar de disciplinada y complaciente.
C.- Algo le habrás hecho.
A.- ¿Hacerle? Si lleva tres meses de baja.
C.- ¿Y antes?
A.- ¿Antes? ¿Tú crees que por mandarle que me sirviera el café y preguntarle por qué va siempre con esos vestiditos de Nancy que no le pegan a su edad es para ponerse así?
C.- Algo más le dirías.
A.- Sólo cosas de ese estilo, y pocas para lo que debería haberle dicho.
C.- Pues a mí no me extraña. También a mí me parecías dulce y amorosa y mira en qué pedazo de cardo borriquero te has convertido.
A.- Cardo borriquero lo será tu madre, guapa. Y ya te he dicho que mi psiquiatra me ha sugerido cuarenta veces que te mande a la mierda y no te aguante más. Por tu culpa vivo colgada de las pastillas.
C.- No te atreverás. No tienes donde caerte muerta ni nadie más que te aguante como yo.
FIN.
Artículo 173.1 del Código Penal: “El que infligiere a otra persona un trato degradante, menoscabando gravemente su integridad moral, será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años”.
Artículo 620.2 del Código Penal: “Serán castigados con la pena de multa de diez a veinte días... Los que causen a otro una amenaza, coacción, injuria o vejación injusta de carácter leve, salvo que el hecho sea constitutivo de delito".

Preguntas para penalistas:
1. ¿Debe ser condenada A por su trato a su empleada Matilde?
2. ¿Debe ser condenada A por su trato a C ?
3. ¿Debe ser condenada C por su trato a A?
Yo no he dicho nada, que conste. Es por saber, simplemente. Y porque hoy no se me ocurre otra cosa.

28 junio, 2007

Es nuestro Derecho, por Dios

Estos días los medios de comunicación han recogido profusamente el caso del juez (sustituto) que ha revocado una orden de alejamiento de una madre hacia su hija después de pedir -el juez- a Dios que le asista en el cumplimiento de su deber, y que ha tomado tal decisión en consecuencia con su concepción cristiana de la familia, a tenor de la cual “no se pude privar a los hijos de su madre ni a ésta de sus hijos”.
Ha resonado en la sociedad el ruido del rasgado de vestiduras, inducido por periódicos, cadenas de radio y de televisión y en justa correspondencia con el talante farisaico que esta sociedad nuestra va asumiendo a marchas forzadas. No seré yo quien defienda la idea cristiana, o, más concretamente, católica de la familia. Pero es esa decisión judicial es un buen motivo para reflexionar un poco sobre cosas de jueces y sobre el lugar de las ideologías y la convicciones personales de los juzgadores en las sentencias.
Lo primero que pensará cualquiera que sepa algo de asuntos jurídicos es que este juez es un perfecto pardillo, y no le faltará razón. ¿Por qué? Por plasmar negro sobre blanco en su resolución los motivos personales que la determinan. Lo peculiar del caso no es el contenido de la decisión, sino el ataque de sinceridad del juez y su curioso propósito de dar testimonio de su fe y sus convicciones particulares por esa vía.
¿Acaso los jueces son autómatas capaces de poner radicalmente entre paréntesis su pensamiento privado cuando resuelven los asuntos que se someten a su competencia? Poco apoyo teórico encontrará tal pretensión, pues hace tiempo que ha quedado bien demostrado lo ingenuo e irreal de la misma. Todos, desde profesores del tema hasta políticos, asumen hoy que la ideología de los jueces determina en alguna medida e inevitablemente el cariz de sus fallos. Si no fuera así y no se asumiera así, no tendrían explicación las peleas políticas para colocar en los más altos tribunales magistrados de esta o aquella tendencia, conservadores o progresistas, por ejemplo. Lo que sucede es que les exigimos que trasciendan sus móviles individuales, no en el sentido de evitarlos, empeño seguramente vano, sino en el de revestir sus decisiones de justificaciones que puedan considerarse razonables incluso por aquellos ciudadanos que no compartan las convicciones del juez.
Hace ya un buen puñado de décadas, los teóricos del llamado realismo jurídico lanzaron un órdago importante frente a la creencia de que los jueces podían operar en su labor con perfecta neutralidad y objetividad, desembarazándose de su ideología, de sus opiniones, gustos, inclinaciones, complejos y hasta manías, para ver sólo puro Derecho y soluciones estrictamente jurídicas donde el común de los mortales se dejaría arrastrar por esos factores personales. Ese desafío “realista” se sintetizó en la siguiente fórmula, muy conocida: “los jueces primero deciden y después motivan”. Esto significa que sus móviles particulares, su visión de las cosas, del mundo y de las personas, guían su opción decisoria y que, luego, a la hora de motivar, tales móviles personales determinantes son hábilmente camuflados en una motivación de la sentencia que apela a argumentos de apariencia puramente técnica y estrictamente jurídica. Durante un tiempo la disputa teórica se dio entre ese “realismo” y el idealismo de quienes afirmaban la capacidad de los jueces para desembarazarse verdaderamente de su personalidad a la hora de juzgar. Así puesta la disputa, no llevaba muy lejos. Más recientemente, autores ligados a las llamadas teorías de la argumentación jurídica han dado con una salida que parece razonable: los motivos personales del juez son seguramente ineliminables y, además, incognoscibles o indemostrables, salvo que, como en el caso que comentamos, sea tan ingenuo el juez como para proclamarlos abiertamente; lo que tenemos que juzgar a la hora de analizar las resoluciones judiciales no son tales motivos, sino la calidad de las motivaciones que en la sentencia se expresan, la fuerza de convicción de tales razones que se aportan como fundamento de la decisión. Será aceptable la sentencia cuando las mismas puedan ser asumidas como aceptables, válidas y acordes con las reglas del juego jurídico por cualquier observador, aun cuando las convicciones personales y la ideología de éste sean diversas. En suma, las sentencias han de basarse en razones que apelen a los fundamentos comunes y admitidos con carácter general en un sistema jurídico y en una sociedad en un momento dado. No importa que, además de su capacidad de convicción general, esas razones encubran también los motivos particulares del juzgador. De lo que se trata es de que quien vea la sentencia pueda decir que él también habría podido decidir así con base en tales fundamentos, que no son chirriantes ni indican parcialidad, aun cuando ése que examina la sentencia se acoja a convicciones ideológicas diferentes de las del juez.
Pongamos un par de ejemplos. Alguien decide invitarle a usted esta noche a cenar un suculento plato de verduras a la plancha. Usted le pregunta que por qué ese plato y él argumenta que estamos en temporada de las mejores verduras, que en ese restaurante las preparan magníficamente, que las verduras aportan vitaminas muy importantes para la salud y que está bien comerlas al menos de vez en cuando. Usted las toma y queda plenamente satisfecho y relamiéndose. Luego descubre que su compañero es vegetariano y que su verdadero propósito era el de hacer propaganda y apología del vegetarianismo, aunque no se lo haya confesado así. ¿Acaso perderían valor las razones que le dio y por las que usted se animó a comer ese plato que le dejó tan buen sabor de boca? De esa persona podríamos decir que no ha sido sincera, pero de la concreta decisión de tomar verduras esta noche no hay por qué afirmar que haya sido irrazonable. Diferente sería que le hubiera dicho que usted tenía que comerlas porque es pecado comer carne, porque son unos malnacidos los que la incluyan en su dieta y porque le retira el saludo si no acepta cenar lo mismo que él. En suma, que lo que hace razonable o no el hecho de que usted haya decidido comer esas verduras son las razones en que se apoya esa decisión, no la intención de quien le expresó a usted esas razones que le convencieron.
Ahora compliquemos el ejemplo y hagámoslo jurídico. Supongamos que dos jueces iguales van a juzgar dos casos perfectamente idénticos, casos penales. El primero, al que llamaremos juez A, en cuanto le ve las pintas al acusado decide que lo va a condenar pase lo que pase. El segundo, juez B, está obsesionado por la imparcialidad y porque no se cuelen en sus decisiones sus personales fobias y filias. El juez A condena, pero en la motivación de su sentencia ofrece argumentos sumamente convincentes, tanto que nos hacen pensar que bien condenado está y que cualquier otro juez podría perfectamente haber condenado igual y por idénticas razones. El juez B no decide hasta el último momento, después de un inaudito esfuerzo de reflexión, y condena finalmente, pero los argumentos de su motivación son tan endebles y torpes que pensamos que la decisión malamente se sostiene. ¿Cuál de los dos es mejor persona y más honesto? Sin duda B. ¿Cuál es mejor juez y hace mejor labor en Derecho? Seguramente A. ¿Por qué? Porque las decisiones jurídicas no son trabajo de ángeles bañados de pureza y capaces de no dejarse influir por sus determinaciones personales, sino de humanos dotados de capacidad técnica y argumentativa para trascender sus motivaciones personales mediante argumentos que pongan sus fallos en buena sintonía con el Derecho vigente y sus fundamentos y con el sentir general, al menos el sentir general de los juristas. De ahí que hoy sea moneda común admitir que lo más importante de las sentencias –salvo para las partes, claro- no es el fallo, sino la motivación en la que el fallo expresamente se justifica mediante argumentos.
¿Dónde estuvo el error del este juez del que hablan hoy los periódicos? En haber expuesto en la motivación sus motivos, como si éstos pudieran ser los motivos de cualquier ciudadano, los motivos de todos. Lo dicho, un pardillo que no encontró mejor lugar para hacer apostolado.
¿Y por qué no han de valer sus razones religiosas como apoyo expreso de su resolución? Al fin y al cabo, serán muchos los jueces que operen llevados por idéntico credo, del mismo modo que a otros les podrán sus convicciones machistas o feministas o neoliberales o simplemente liberales o socialistas, etc., etc.; o el puro deseo de quedar bien ante los poderes establecidos o de que los inviten a dar conferencias en New York. La cuestión está en que en una sociedad pluralista y en la que la propia Constitución garantiza la libertad de todo tipo de credos religiosos e ideológicos, nadie que juzgue de los asuntos de interés social –y la aplicación de la ley democráticamente legitimada es el interés social primero- está facultado para hacer pasar a los demás, a la sociedad, por el aro de sus opiniones personalísimas, sino que ha de buscar con ahínco que sus decisiones pasen por el tamiz de lo común, de las reglas y las convicciones generales que puedan ser aceptables incluso para el que piense distinto y tenga otros móviles personales. Al Derecho se juega desde el interés común y desde reglas generales, no desde propósitos particulares o convicciones personales de virtud o de salvación.
Dicho todo esto, bien está que le aticemos al ese juez alicantino, pero apliquemos siempre la misma pauta y juzguemos igual al que en su sentencia proclame como guía o inspiración cualquier otra convicción que no tenga por qué resultar aceptable y razonable para todos. Que hay mucho juez también de discurso único y políticamente correcto, y de “religión” secular, que hace de su capa un sayo a base de poner muy metafísicos principios donde éste ponía a Dios y a la fe católica; y ésos suelen irse de rositas. Para más inri, suelen estar en los tribunales constitucionales, y a veces incluso llegan a ellos por su condición de fieles de algún credo simpático a los poderes más terrenales. Y, para colmo, hasta disimulan fatal.

27 junio, 2007

Manos abajo, esto es sexo

No hay día en que los medios de comunicación no dediquen algún espacio a cuestiones relacionadas con las artes amatorias y con las alegrías y sinsabores de los asuntos de entrepierna. Ya no es sólo que haya cadenas de televisión especializadas en sacarle punta a los polvos realizados o soñados por todo tipo de peripatéticas de la farándula y gigolos camuflados de nobles o de artistas circenses, o que en el zapeo de después de cenar acabe uno siempre quedándose con el programa más presentable, que suele ser la porno cutre que ofrecen esas cadenas piratas a las que el personal envía mensajes cual náufragos que echan al mar su botella con papelito. Es que va siendo hora de que los politólogos clasifiquen los Estados y los sistemas políticos en razón de sus actitudes ante los gustos de cama. De esa manera tendríamos una información bien fiable sobre los lugares en los que se puede vivir libre y agradablemente y aquellos otros en los que la represión de la libertad comienza por el control feroz de las partes más íntimas.
En las últimas semanas se ha informado, por ejemplo, de que en la India el gobierno la ha tomado con unos condones que llevan vibrador acoplado y que han sido prohibidos porque incitan a un intolerable desgaste de los ciudadanos, lo cual, en opinión de la ministra india de energía –precisamente de energía- resulta intolerable. O que en Irán siguen empeñados en ahorcar homosexuales y en condenar a muerte a las actrices porno. Mal vamos a dialogar con civilizaciones que reprimen los cuerpos como técnica primera para someter las almas. Menos mal que en España nuestra inefable ministra de sanidad sigue absorta en las cosas de comer, beber y fumar, pues el día que decida racionarnos el apareamiento se nos va a acabar la risa.
Pero la noticia más sorprendente nos la daba hace unos días el ABC. Resulta que el Pentágono anda experimentando con un arma nueva, la bomba gay. Las guerras pueden acabar como el Rosario de la Aurora, pues, al parecer, la idea consiste en bombardear a los ejércitos enemigos con hormonas, en lugar de con napalm o metralla. Lo contaba así nuestro periódico conservador: “El maquiavélico plan tenía como oscuro fin crear un dispositivo que rociase con un potente afrodisíaco a los combatientes enemigos, algo que desencadenaría una bacanal derivada del presumible comportamiento homosexual que experimentarían los afectados”. ¿Maquiavélico? ¿Oscuro fin? ¿Comportamiento previsible? Vaya, la monda.
¿Se imaginan? Pasa un avión sobre los combatientes, los fumiga con el afrodisíaco e inmediatamente las tropas enemigas se abandonan al desenfreno, en una inimaginable orgía homo de la que no se libraría ni el general de división. Se acaban los tiros y se pasan todos a bayoneta. El furriel le declara su reprimido amor al sargento y el teniente ya no contiene ni retiene su afecto por el capitán. Así, de un día para otro, las trincheras se convertirían en ardorosos lechos, las camillas se cotizarían más que los cañones y los de intendencia tendrían que procurar cargamentos extra de mantequilla. Los bandos en liza ya no se tirarían con bala, sino que se lanzarían insultos de más grueso calibre: guarra, loca, pendón y así. Como reporteros de guerra viajarían los más reputados directores porno y los armisticios se firmarían en camas multitudinarias. Ejércitos enteros vendrían a Madrid a casarse.
No está mal la idea, pero no sobraría que los científicos se esmeraran un poco más, para que también se pudiera rociar a los más belicosos con sustancias que incentiven pasiones heterosexuales, a fin de que los pobres soldados tengan garantizado su sacrosanto derecho de elección. Y, desde luego, convendría extender el uso de tan expeditivos métodos, para que no se lo coman todo los militares. Como primera medida, me atrevo a proponer que el invento se pruebe una temporada en el mismísimo Pentágono y en la Casa Blanca. Ya me imagino la escena, con Bush, Cheney y Condoleezza perdiendo los papeles de a tres. Tampoco estaría mal una pasadita por el Vaticano. Luego, cuando los rendimientos del arma estén suficientemente demostrados, convendría regar países enteros, como Irán o Arabia Saudí, para ver a jeques y ayatolás con sus faldas a lo loco.
¿Y qué me dicen de nuestros servicios secretos impregnando con la excitante sustancia las paredes del caserío donde se reúnen para sus negocios etarras y gubernamentales. Ahí sí que iba a haber proceso para dar y tomar. Y todos en paz.
Entretanto, yo me voy a agenciar unos polvos de ésos para mandárselos a Elena Salgado. A ver qué pasa. Si sale bien, otro día se los echamos a Acebes y Zaplana cuando estén juntos. Arde Génova.

26 junio, 2007

Breve guía para la creación y triunfo de partidos nacionalistas

Está al alcance de cualquiera y con sólo seguir estos breves consejos, tomados de la experiencia evidente que nos rodea, el éxito está poco menos que asegurado. Anímense, que la vida está muy achuchada y nunca se sabe a qué habrá que recurrir para pagar la hipoteca del chalet de quinientos metros. Sólo hay que cumplir a rajatabla las consignas siguientes, hasta llegar a creérselas. O, al menos, que lo parezca.
1. Los de X somos distintos y especiales y va siendo hora de que nos autodeterminemos, al menos un poco.
Sustitúyase la variable X por el lugar donde usted nació o en el que habitualmente pace. Puede ser una zona, una región, una comarca, una ciudad, un pueblo, una parroquia o un barrio. Conviene, eso sí, que el grupo abarque al menos varias familias, por aquello de que la unión hace la fuerza y, además, es muy importante incluir a los antepasados entre los que siempre fueron distintos, aunque ellos ni lo sospecharan, de tan alienados como estaban y aunque hayan vivido felices y contentos siendo como los demás y sintiéndose del montón.
2. Nuestra especial identidad se apoya en dos datos irrebatibles: la historia y nuestra manera de actuar y comportarnos.
Lo de la historia es crucial. No resulta difícil, pues basta delimitar el territorio y preguntarse lo siguiente: ¿qué pasó aquí hace cien, quinientos o mil años? ¿Que un día llegó un ejército invasor y los lugareños pelearon como tigres? Pues vale, eso significa que luchaban por su libertad como pueblo. ¿Que hace tiempo hicieron los de esta parte una asamblea para decidir si segaban antes el trigo o la cebada? Importantísimo, tal cosa quiere decir que tenían conciencia de su interés común como colectividad y, además, que creaban –o intentaban crear, en medio de la hostilidad de los opresores del otro lado- sus propias instituciones de autogobierno. ¿Que en ciertos descampados hay unos tejos milenarios o unas piedras gordas puestas al bies? Genial, atribúyalo a que aquí ya había pobladores autóctonos con sus propios credos y ritos antes de que llegaran los romanos, el cristianismo e internet.
En cuanto a la particular idiosincrasia de los paisanos, si hay a mano una lengua propia ya está todo hecho, pues ya se sabe que el que habla distinto es muy suyo y de otra manera, pues hablando se entiende la gente, pero sólo con los de aquí, que con los de fuera para qué. Si ese idioma lo hablan sólo cuatro bisabuelos o tres pastores analfabetos, mejor que mejor, así se puede comenzar por hacer una academia de la lengua y se van traduciendo palabras o expresiones tales como antijuridicidad, esternocleidomastoideo, orgasmo, sinfonía, psicoanálisis, taxi o bonoloto.
En caso de que el habla local no dé ni para dialecto, por mucho que se le apliquen los más modernos sistemas de estiramiento, tampoco pasa nada. Siempre habrá un par de refranes autóctonos y media docena de modismos que, bien aderezados, dan para mostrar que lo que lleva el personal debajo de la boina es diferente y mejor que lo que se gastan los piltrafillas de más allá de las montañas o del otro lado del río fronterizo.
3. El árbol genealógico le va a costar una pasta, pero la pasta siempre aparece.
Si hay que demostrar que aquella batalla era por la libertad de este pueblo y no, por ejemplo, por el triunfo de la cristiandad, o si se impone rescatar los cuatro palabros que dicen que usaba un tío abuelo de uno del partido, hará falta dinero para financiar como es debido a historiadores, lingüistas, antropólogos y espiritistas, dispuestos todos ellos a sacrificarse por la objetividad científica y la investigación independiente. Pero no se apure, la guita para ponerlos en nómina la va a soltar el enemigo, que parece tonto. En efecto, gobierne quien gobierne el ayuntamiento, la comunidad autónoma respectiva o el mismísimo Estado, en cuanto usted suelte el gusanillo y empiece a dar la matraca con que lo nuestro para nosotros y lo demás a pachas, los partidos dominantes se van a querer hacer más nacionalistas que usted e igual de preocupados por las raíces y hasta por los tubérculos grupales, y ellos van a destinar partidas presupuestarias para becas, proyectos y publicaciones en las que se demuestre bien claramente que ellos son los impostores, colonizadores, centralistas y abusicas y usted y los de su partido unos sacrificados luchadores por la autodeterminación de su comunidad. Vamos, que si se lo monta usted bien hasta le ponen la cama y le jalean durante el triquitraque.
4. Los otros nos roban, nos explotan y nos vilipendian.
Que no se le olvide este punto, pues como se le pase no hay negocio. Una vez que ha quedado científicamente bien sentado quiénes somos nosotros y quiénes son ellos, se debe poner un puchero así de largo y soltar a grito pelado que ellos nos vienen esquilmando desde tiempo inmemorial y ahora todavía más, pues se llevan de aquí las riquezas naturales, nos fríen con tasas y diezmos, no invierten aquí un carajo y, para colmo, no han tenido el detalle de plantar aquí la capital, tal como demandan la historia y el sentido común. ¿Que no llega hasta estos parajes el tren más rápido? Culpa de esos puñeteros centralistas que nos sacan los ojos y nos desprecian. ¿Que sí tenemos ese tren? Corcho, pero mira que birria de aeropuerto. ¿Que el aeropuerto es mayor que el de Frankfurt? Diablos, pero nos niegan el puerto. ¿Qué puerto, si no tenemos ni mar ni río navegable? Ah, pues mire, ahí está la prueba: ¿quién cree usted que se viene empeñando en negarnos la salida a los océanos a nosotros, que siempre hemos sido navegantes de vocación?
5. Lo que exigimos no es privilegio, es justicia.
Barra para casa todo el rato, pida y pida como si se estuviera muriendo de hambre y sed de justicia. Y, si le pone apellidos a la justicia que reclama, mejor; llámela justicia histórica. Porque no es que exija para tener más que los otros, no, es que ya está bien de que se nos niegue lo que tanto merecemos. ¿Que ya tenemos más que nadie? Ah, claro, eso lo dicen los que carecen de perspectiva histórica, porque por mucho que hayamos recibido, lo que se nos debe es mucho más, después de mil o dos mil años de tenernos así, como si fuéramos el culo del mundo. Porque, sépase, la deuda que con los de aquí se mantiene es histórica, por lo que el proceder equitativo es tal que así: primero que nos paguen todo eso y luego nos independizamos, por ese orden.
6. Nuestro pueblo tiene derecho a decidir.
Esto hay que decírselo bien clarito al pueblo, que suele estar en la inopia: ustedes, pueblo mío, tienen derecho a decidir. ¿A decidir qué?, preguntarán los más lerdos, pues hasta en las naciones y pueblos superiores hay algunos palurdos que no se enteran, alienados como topos, víctimas de la propaganda política y la manipulación de los medios de comunicación. Pues a decidir si queremos decidir, hombre qué va a ser. ¿A decidir si queremos decidir qué? Y dale. Pues a decidir si queremos decidir sobre quién decide aquí. Llegados con éxito a esa etapa de la dialéctica liberadora de los pueblos, los súbditos ya se abandonarán sin remisión en sus manos, convencidos de que esto es mucho nivel y que ya estaba haciendo falta por estos lares alguien que dijera al pan pan y al vino vino.
7. Lo que el pueblo debe decidir autónomamente ya se lo decimos nosotros.
Al personal hay que explicarle que una cosa es que tenga derecho a decidir por sí mismo y otra cosa es que ya esté preparado para hacerlo. Todo tiene sus pasos y sus procedimientos. ¿O es que aquí nadie ha oído hablar de las vanguardias políticas? La cosa es de este modo: nuestro partido, querido pueblo, está luchando con denuedo y en medio de la incomprensión de la burguesía dominante para que a ustedes, el pueblo de aquí, se les reconozca el derecho a decidir. Pero mientras no se le reconozca, qué diantre van a decidir si, para colmo, ni siquiera están acostumbrados a mandar un pimiento. Parece mentira, un pueblo como éste, con una identidad tan marcada, y semejante falta de conciencia histórica, tamaña mansedumbre. Cocinillas, que sois todos unos cocinillas y unos sumisos abandonados al seguidismo más inconsciente. Así que hagamos lo siguiente: mientras sigáis así, hechos una calamidad y con más pinta de globalizados que de autóctonos, hacéis lo que nuestro partido os indique y vamos tirando con esta autodeterminación sui generis. El día de mañana, cuado ya sepáis lo que os conviene, hablamos y vemos.
8. Contra las ideologías.
Que si izquierdas, que si derechas, que si conservadores, que si socialistas. Zarandajas. Eso son ideologías para comerle el tarro a la gente, cuentos de políticos que sólo van a lo suyo. Nosotros no tenemos ideologías de ésas, nosotros tenemos conciencia histórica y orgullo de nuestra identidad, que es la vuestra, conciudadanos, aunque no os enteréis mayormente. Así que vamos a proceder en consecuencia y con habilidad: pactamos con cualquier partido que nos de bola, le seguimos la corriente al que más nos convenga cada vez, le ponemos sonrisitas y le hacemos pensar que qué placer y que cómo lo pasamos y, en cuanto se descuiden, ¡zas!, ya es nuestro el pastel y a la porra los pactos de progreso y los de regreso.
9. Solidaridad con los pueblos oprimidos.
Compañeros, connacionales, no estamos solos. Nuestras angustias y nuestras penurias son como las de tantos otros pueblos abandonados a merced del imperialismo, la globalización, las multinacionales y la ropa china. Ya lo vais a ver. El día de la fiesta local organizaremos un desfile de pueblos sin patria y vamos a traer quechuas, aymaras, esquimales, chechenos y apaches, para que nos muestren sus danzas y enseñarles las nuestras, para que nos hablen en sus idiomas y enseñarles nuestra lengua. Y organizaremos también un ciclo de conferencias con diapositivas a cargo de un par de antropólogos de Arkansas y algún viceministro venezolano, para que entre todos nos ayuden a tomar conciencia de que nuestra lucha tiene tanto en común con la de todos los parias de la tierra.
10. El urbanismo para nosotros.
Por todo lo dicho, y aun por lo que se calla, se debe concluir con la más evidente y rotunda reclamación: las consejerías y concejalías de urbanismo, para nosotros. Al fin y al cabo, si esta tierra es nuestra, pues es en ella vertieron su sangre y pusieron su empeño nuestros antepasados, qué cosa más natural que seamos nosotros, los del partido que representa por definición a esta colectividad, los que decidamos dónde se colocan las urbanizaciones, los campos de golf y los hipermercados. De cajón. Dentro de unos años no nos va a reconocer ni la madre que nos parió. A nosotros no, a este pueblo valiente y sacrificado.

25 junio, 2007

Experiencias recientes de un padre añoso.

Pues sí, toda una experiencia, y bien agradable, por cierto. Era verdad mucho de lo que decían tantos amigos con vivencia reciente del asunto: verás cómo te emocionas, te cambiará para bien el humor, te pasarás las horas embobado. En efecto. A lo que se suma tanta alegría compartida con familiares y amigos que disfrutan con el acontecimiento y viéndote en tu nueva vida y con esa cara de bobo sin remisión que se te ha puesto.

Pero, dicho esto y para que no se diga que no parezco yo, vamos a sacarle un poco de punta a lo de vivir (de nuevo) la paternidad cuando uno ya tiene sus años y el colmillo muy retorcido. Sin ánimo de molestar a nadie, desde el cariño universal y como puro aviso para navegantes que aún no hayan pasado por el trance o no lo hayan vivido recientemente.

1. Una nueva obligación para el padre: asistir al parto.

Mire usted, pues yo no estuve y, para más inri, a mi mujer le pareció muy bien así. Desalmados, inconscientes, insensibles, antiguos, descastados, bandidos, cobaldes. Nos dirán –y nos han dicho, especialmente al que suscribe- eso y mucho más, pero es lo que hay y, para colmo, voy a incurrir en el atrevimiento de justificarlo.

No me gusta la sangre, no me gusta ver a mi mujer sufrir sin poder ayudarla verdaderamente –salvo que llamen así a lo de dar la mano y empeñarse en filmarlo todo con el último modelo de cámara-, no me apetece quedarme con el recuerdo de aquellos cuerpos en aquel trance, aunque comprendo perfectamente las inclinaciones distintas y al principio hasta dudaba. Dudaba hasta que las diez o veinte primeras personas me miraron con los ojos muy abiertos y me trataron poco menos que como réprobo y reaccionario al conocer mi propósito inicial. Entonces me ratifiqué, por ese gusto que a uno le da al ir a la contra. Después de haber pasado la adolescencia bajo el franquismo y de haberme tirado unos años estudiando en colegio de curas, uno creía que ya había logrado escapar de mandamientos, preceptos inapelables y convenciones sin vuelta de hoja. Pero no, ahora nos gobiernan la vida, el cuerpo y el alma nuevas normas, esta vez provenientes de los suplementos dominicales de los periódicos y de los manuales sobre la manera de ser un buen cualquier cosa: buen amante, buen amigo, buen procurador de orgasmos, buen compañero, buen tocador de gaita, buen padre... Carajo, cuando te quieres dar cuenta has hecho de tu vida un reglamento y estás más pillado que si vivieras en un convento de clausura. Si un padre no tiene ganas de presenciar el parto y la madre está completamente de acuerdo, ¿qué pasa? Seguramente hay mucho progenitor que asiste al emocionante evento y disfruta grandemente, segurísimo. Pero también me apuesto unas cervezas a que son más de cuatro los que están allí por la pura presión social, la moda y un par de artículos del “Ser padres”. Pues, amigos, viva la libertad. Yo hasta me fumé un purito en la espera y me tomé una cerveza, siguiendo el rito tradicional y con un estimulante espíritu de transgresión que a mí me dejó la mar de contento y a la mamá muerta de risa. Hay gente pa tó. Y que no falte.

2. Cada médico, un consejo... distinto.

Andan los paradigmas revolucionados, discrepa la doctrina y el “paciente” puede volverse majara en cualquier momento. ¿Amamantar? Llega la comadrona y dice que cada tres horas, como toda la vida. Acto seguido aparece el pediatra y sentencia que cuando el bebé lo demande, cosa que, al parecer, se dice “amamantar a demanda”. Pasa haciendo su gira el ginecólogo y sostiene que ni se le ocurra, que como no se ponga orden en eso se van a quedar las mamas echas unos zorros. ¿Qué hacer? Está clarísimo: haga usted lo que le dé la gana, pues la ciencia no se aclara.

Nace la niña con unas hermosas uñas como para pintárselas ya mismo (no sé si habré dicho aquí algo políticamente incorrecto; si es así, mis disculpas a los censores de guardia). Una amable enfermera afirma que no se le pueden cortar ni tocar hasta quince o veinte días más tarde; otra, que bueno, que se le pueden limar; la pediatra, que haga usted lo que quiera con las uñas de su hija, que no pasa nada. Más perplejidad y nuevo canto a la libertad de los progenitores que quieran mantenerse en su sano juicio. Y eso sin consultar la amplia bibliografía especializada.

Y así todo.

3. Cada pariente y amigo, tres consejos opuestos.

La paternidad es un mundo de experiencias variopintas y cada cual habla de la feria según le va en ella. Casi todo el personal maneja alguna rebuscada tesis sobre cuánto de mucho o de poco hay que abrigar a los bebés, sobre la recta manera de acostarlos, sobre si es mejor limpiarles el culete con esponja o con toallitas higiénicas o sobre la postura más conveniente para que expulsen los gases después de cada atracón. Dan ganas de hacer una porra y que cada cual vaya apostando. A lo que se suma lo que podríamos llamar el paradigma familiar reciente, cosa que funciona más o menos así. Alguna señora de la familia ha tenido descendencia hace unos pocos años. Durante su manejo fue objeto de reiteradas críticas por no hacer como se debe con su hijito. Pero ahora, de pronto, se convierte en referencia autoritaria. Tú procedes de cierta manera y todo el rato oyes el siguiente comentario: pues X no lo hacía así, y mira qué bien se crió su chaval. Veleidades de una opinión pública mutable.

4. Agoreros.

Es genial lo que anima la gente, alguna gente. Llega mi suegra a la clínica cariacontecida y nerviosa. ¿Qué pasa? Nada, que me he encontrado a mi amiga Lupita, le he contado lo del parto y se ha puesto contentísima, pero luego me sacó la lista de todos los casos que ella conocía de muerte súbita de recién nacidos. Y luego la del quinto me explicó que ahora hay un virus en los hospitales que produce a los pequeñines daños irreversibles, la carnicera me hizo saber que algunas enfermeras atan el ombligo al revés y provocan parálisis en los juanetes y que hay ginecólogos que asisten borrachos a los partos y causan desastres incontables. Ostras, Pedrín, esto es la guerra. Nos posee el don de gentes y el sentido de la oportunidad. Da gusto.

5. La aventura de comprar un cochecito.

Aquí he de narrar experiencias más puramente personales. Resulta que tanto la madre de la pequeña Elsa como un servidor somos más bien tranquilos y tirando a pasotas para ciertos eventos domésticos de obligada observancia. Tanto es así, que nació la criatura y en casa no había ni cuna, ni carricoche (así lo llamamos los de mi pueblo) ni casi nada que no fueran las toneladas de ropitas que los parientes más caritativos iban arrimando durante los meses previos. De modo que a los tres días del feliz natalicio allá me voy yo solito a El Corte Inglés, tarjeta de crédito en ristre y dispuesto a enfrentarme con lo que hiciera falta. No sabía lo que me esperaba. En el primer minuto ya conseguí, sin proponérmelo en modo alguno, que la dependienta me mirara como se mira a un marciano; concretamente a un marciano degenerado. Y todo porque yo quería llevarme puesto uno de los modelos de cochecito multifunción que allí mismo tenían en exposición y que me parecía la mar de guapo. ¿Y no lo va a encargar usted? ¿Encargar? ¿Qué significa eso? ¿Para qué si ya está éste aquí? Pues que usted elige aquí el modelo, el color y los aditamentos, combinándolo todo del modo que quiera, nosotros se lo encargamos a Valdemoro (?) y en una semana se lo sirven. Mire, gnädige Frau, es que ya tenemos el bebé en casa y esto empieza a hacer falta. Ahí los ojos se le salían de las órbitas a la buena señora y yo empecé a sentirme francamente acomplejado por querer hacer fácil una cosa que se puede complicar mucho más cuando se tienen ganas de resolver en ocho vueltas lo que se puede arreglar en una sola.

Cuando se resignó a mi excentricidad y se cansó de revisarme la indumentaria –por qué no llevé el traje bueno y la corbata cara, maldición- buscándome rastros de gitanillo o de inmigrante inadaptado, se avino a mostrarme las existencias. Comenzó por un modelo al que yo no le notaba nada de particular, pero que resultó que costaba mil euros y un pico más. ¿Y qué tiene para ser tan caro?, quise saber. Pues que va más suave y se desliza mejor, fue la respuesta. Ganas me dieron de decirle que no estaba buscando un lubricante de ésos, sino un coche de bebé, pero por una vez supe callarme a tiempo. Creo que sólo susurré que mi hija no era una infanta borbónica y que si no había de estas cosas para gente normal, limpia y tal, pero del montón. Entonces entró en razón y me enseñó los normales que, aun así, son proporcionalmente mucho más caros que un Mercedes o un BMW. Me lo llevé en mi carrito junto con una bañera y un par de cosillas más y cuando me iba noté a mis espaldas el cuchicheo de varias vendedoras que se habían reunido apresuradamente para comentar que hay que ver y que cómo está el mundo, hija.

6. Armar el cacharro, labor de ingenieros.

Ay, qué sería de nosotros sin ese cuñado manitas que todos tenemos. Primera salida de casa en el flamante vehículo. Toca armarlo. Cielos. Es más fácil aprobar Derecho mercantil en sexta convocatoria. El libro de instrucciones es un prodigio de síntesis: en dos cuartillas, consejos en siete idiomas y en una letra tal que ni con mis mejores gafas consigo leer. Me armo de valor y acometo la empresa. Y fracaso, claro. Menos mal que el bien dispuesto cuñado vive cerca. Si no, ahí seguiría yo pillándome los dedos entre tuercas y botones. Con lo que avanzan las ciencias y el diseño, ¿no se podrían hacer cachivaches de éstos para gente de letras?

7. Los primeros días en casa: ¿quién es el dueño del bebé?

Llegas a casa todo contento, con la madre hecha una moza y la chiquitina como para comérsela sin descanso. Y te dispones a hacer lo que llevas deseando desde hace unos días: tumbarte en el sofá, echártela encima de tu barriga y cantarle unas tonadas de tu pueblo. Y cuando te canses o se canse ella, ponerle a Mozart y unas de El Gran Combo para que vaya pillando el ritmo. Pero ni hay sofá libre ni se escucha la música ni te atreves a ponértela en ningún lado, no te vayan a decir -de nuevo- que no es así, que no se coge así, que no se pone así y que, además, todavía son sordos, ciegos y de todo. Pues vaya. Tienes que esperar a que llegue lo más profundo de la noche para, con la complicidad sonriente de la mamá, tumbarte con ella, marcarte unos bailes llevándola en brazos y decirle cuatro cosillas en bable. Porque, amigos varones, he de decirles una cosa, que seguramente ya sabían: usted asistirá al parto si quiere, comprará la cunita, cocinará para toda la familia y se leerá tres tratados enteros sobre paternidad guay, pero para manejarse con el niño como si fuera suyo tendrá que pasar a la clandestinidad. Y eso si tiene suerte, como en mi caso, y su mujer está de su parte. Si no, ni por la noche toca a gusto y a su bola más parte de la criatura que no sean las cacas, eso seguro.

8. Hagas lo que hagas, no es así.

Es lo más parecido a un congreso científico de los buenos, donde cada uno le machaca la ponencia al otro y se forma un galimatías de aquí te espero. Después de un sano intercambio de pareceres entre los presentes, parece que hay acuerdo en que si el niño llora, es mejor cogerlo en brazos un rato. Y, de pronto, llora. Allá vas tú, papá bien dispuesto y feliz, a tomar a tu retoño. Vade retro, justo en ese instante se modificó la doctrina y se elevan voces advirtiéndote de que así lo vas a acostumbrar malísimamente mal. Así que lo dejas donde estaba y vuelves a tu discreto segundo plano. Al rato llora otra vez y ya no te mueves, para no enfrentarte con la opinión dominante. Y justo en ese instante se levanta quien antes te amonestó, toma al bebé y le canta al oído un rororó la mar de mono. De lo cual y a la tercera vez que sucede concluyes que esto no se parece a la ciencia, sino al baloncesto, pues lo que importa es ganarle la posición al rival.

9. Los parecidos, cuestión de alta diplomacia.

Jamás de los jamases he conseguido sacarle un parecido a bebé ninguno, aunque muchas veces he asentido cuando variadas voces afirmaban que era clavadito a su padre, mientras pensaba que seguramente sí, pero vaya usted a saber, según están los tiempos. Pero, sumando observaciones en casa ajena a mis vivencias recientes, me siento en condiciones de sentar una tesis revolucionaria: cuanto más tarda la familia política de usted en sacarle parecidos a su hijito o hijita, más seguro es que se parece un montón a usted, jejeje.

10. Eppur si muove.

Dicho todo lo anterior, reitero, y reitero con convicción plena, que es una gozada, que, como no hay mal que por bien no venga, de tanta contradicción se aprende a amar la libertad y se ratifica uno en el propósito de que eso es lo primero y principal que hay que enseñarle desde pequeñito a un hijo, a ser libre, y que es muy de agradecer, y muy sinceramente, el ánimo con que todo el mundo, parientes y amigos, se propone apoyar y ayudar en lo que se pueda. Eso sí, con tanto lío el que está a punto de exiliarse es el lavavajillas.

24 junio, 2007

Obispos, catedráticos y profesores de a pie

Hoy he tenido la paciencia de leer la Sentencia del Tribunal Constitucional de 19 de junio pasado y el Voto Particular firmado por dos Magistrados. Es inusualmente larga y reiterativa y no pretendo aquí, ni muchísimo menos, entrar en su análisis. He de confesar que, puesto que la lectura fue apresurada y el tema no me apasiona, me pareció primero bastante convincente la tal Sentencia y, luego, también me resultaron muy razonables las consideraciones del Voto Particular.
Son dos consideraciones absolutamente incidentales las que aquí quiero dejar, pero, antes, para que sepamos de qué se está hablando, resumiré brevísimamente los hechos del caso.
El recurso de amparo que da lugar a la referida Sentencia se plantea porque el Obispado de Cartagena retiró la idoneidad para impartir clases de religión a un varón que durante años venía realizando dicho trabajo en la enseñanza pública. Es un sacerdote que había colgado los hábitos siguiendo el procedimiento canónico al efecto establecido y que se había casado y había tenido con su esposa cinco hijos. Esta circunstancia era conocida por el Obispado cuando le otorgó la idoneidad para impartir clases de religión y moral católicas. En principio y según la normativa pertinente, los sacerdotes casados no son considerados por la Iglesia católica aptos para dictar tales enseñanzas, si bien puede el Obispo correspondiente de modo excepcional permitirlo, velando en esa resolución, entre otras cosas, porque no se produzca “escándalo”. El profesor y sacerdote casado era miembro, además, de una asociación de sacerdotes en pro del celibato libre -circunstancia que cabe suponer que también era conocida del Obispado durante el tiempo que lo consideró idóneo para la enseñanza de la fe católica y de su moral- y participó en un acto reivindicativo de las propuestas de tal asociación. Un periódico de Murcia informó sobre dicho acto y publicó unas fotos de algunos de los presentes, fotos en las que aparecía dicho sacerdote con su familia. Además, el periódico ponía en boca de esa asociación una serie de discrepancias con la doctrina oficial católica en materias como el sexo, el aborto o la planificación familiar. Según da por sentado la Sentencia y parece que las propias partes admiten, fue tal información periodística la que provocó la resolución de la jerarquía eclesiástica competente retirándole la ideoneidad para la docencia y determinando, con ello, que no se le renovara su contrato de trabajo en la enseñanza.
La Sentencia y el voto particular se extienden en consideraciones sobre el alcance de la libertad religiosa, en su dimensión colectiva, sobre la acentuada condición de empresas ideológicas o de tendencia que tienen a estos efectos laborales las iglesias, sobre la necesaria neutralidad del Estado aconfesional en asuntos estrictamente religiosos atinentes a los contenidos de la respectiva fe y a la organización interna de las iglesias y sobre el modo en que todo ello puede condicionar el alcance de ciertos derechos individuales de sus trabajadores, como los de libertad ideológica o libertad de expresión. Interesantísimos y complejos asuntos sobre los que, insisto, ni pretendo aquí explayarme ni tengo las ideas suficientemente claras. Doctores tiene la Santa Madre Iglesia...
Lo que sí me llama la atención y me enerva el espíritu crítico es la sospecha de fariseísmo eclesiástico. Tal como vienen pintados los hechos, parece que lo que en verdad, en verdad movió al Obispado para la resolución contraria a “su” trabajador no fue el pensar que las circunstancias y convicciones religiosas de éste no lo hicieran apto para el desempeño de la enseñanza religiosa católica, pues todo ello o bien era conocido ya cuando se le reconoció formalmente esa idoneidad que permitió contratarlo, o bien fue sabido por el Obispado durante los años que se mantuvo en su puesto sin que se le revocara tal aceptación. Lo que provoca tal medida es la presencia del hombre en los periódicos, con foto propia y de su familia y en el marco de una información en la que se da cuenta de las consideraciones críticas de esos sacerdotes con algunos dogmas, aunque no se ponen específicamente en boca de este trabajador afectado. Y uno no puede evitar la siguiente pregunta: ¿qué hace inidóneo a este trabajador, sus ideas o el hecho de que sean éstas públicamente conocidas? Si el Obispado ya sabía de ellas y de su situación familiar y no por ello lo estimaba inadecuado para impartir religión y moral católicas, y si lo que le molesta tan grandemente es que la sociedad conozca que ese profesor está casado, tiene hijos y discrepa de la doctrina católica oficial, podemos sospechar que el Obispado da más importancia a las apariencias que a las convicciones de los profesores de su credo. Mientras aquellas convicciones no se muestren públicamente, mientras sean “clandestinas”, como dice el Voto Particular, parece que no hay problema, que no hubo problema. Cuando, por los periódicos, todo el mundo puede tener conocimiento de lo que el Obispo ya sabía, la cosa cambia y el contrato no se renueva. ¿Se vela así por el dogma y los contenidos de tal enseñanza o se cuidan meramente las apariencias como lo único o lo que más importa? Yo diría que tiene el tema un cierto tufillo a fariseísmo, sepulcros blanqueados y esas cosas. Pero quién soy yo para juzgar de la santa conciencia de los obispos y para valorar el modo en que ellos valoran. Si hasta dice el refrán eso de vivir como un obispo...
Pero lo que más me importa es otro asunto. Con este caso he visto la luz y he entendido al fin una cuestión que me desvelaba: ahora ya capto cómo funcionan habitualmente las comisiones y tribunales que juzgan los concursos de acceso a plazas de profesor universitario funcionario. Los grandes jerifaltes de cada disciplina, los capos académicos, tienen espíritu de obispos y proceden como tales. Las disciplinas académicas, las áreas de conocimiento, son empresas ideológicas o de tendencia. Igual que para ser profesor de esta o aquella religión en un instituto no cuenta cuánto se sepa de religión y religiones, cuán profundos sean los conocimientos teológicos o cómo se domine la historia del credo respectivo, sino el placet del obispo respectivo, el sometimiento disciplinado al dogma y, sobre todo y por lo visto, el modo como se finja su acatamiento –aunque luego, sin darle publicidad, cada uno haga de su capa un sayo y coma y beba como el mismísimo obispo-, así también los que tienen en aquellos tribunales aparentemente laicos la sartén por el mango no se interesan mayormente por los saberes que los candidatos objetivamente tengan de la disciplina de turno, sino por su lealtad, sumisión y obediencia. Del mismo modo que no va el Obispado de Astorga, pongamos por caso, a reconocer idóneo para enseñar religión católica a un gran experto en tal confesión que sea ateo u homosexual declarado o divorciado con pareja de hecho o partidario del sexo libre, tampoco va el capo de la disciplina universitaria que toque a permitir que se cuele uno de otra escuela, o uno que criticó sabiamente alguna teoría del grupo académico coyunturalmente dominante o que no crea y no propague que los únicos listos y guapos son los de ese grupo, comenzando por su sheriff.
Hasta ahí podíamos llegar. Los concursos universitarios son ritos de paso en los que al candidato se le hace caminar sobre ascuas y pasar unos días a pan y agua con el único propósito de que acredite (¿he dicho “acreditar”?) que quiere y merece ser de “los nuestros” y no de los otros cabrones que deben ir al infierno. ¿Que sabe mucho más o es objetivamente mejor el concursante díscolo o de “los otros”? Peor para él, qué se ha creído. También hay mucho ateo experto en religión que no merece explicarla en las escuelas; pues no se trata de conocimiento y reflexión, se trata de defender los dogmas sagrados y la jerarquía eclesial y de dejar claro quién manda en cada convento.
Muchos colegas catedráticos sueñan antes que nada con ser como papas, cardenales y obispos, y algunos hasta han conseguido la pinta y las maneras. Otros se conforman con hacer de monaguillos y quitarles las casullas a los más potentes. Y todos se sienten poseídos y justificados por la gracia. Tiene una gracia que te mueres.
Creo que fue San Agustín el que ya lo dijo a tiempo: extra Ecclesiam nulla salus. Pues ya está.

23 junio, 2007

Gobiernos de progreso. Por Joaquín Leguina

En la ciudad de León, convertida ahora en segunda capital de España, el PSOE ha ganado las elecciones municipales (le faltó un concejal para la mayoría absoluta), quizá como agradecimiento ciudadano por las cuantiosas inversiones que ha hecho en la ciudad el Gobierno que preside uno de sus hijos adoptivos (lo digo porque José Luis Rodríguez Zapatero, aunque leonés, nació en Valladolid). No ha trascendido, pero el PSOE ha buscado –sin tener necesidad de ello- un pacto de progreso, esta vez con una formación leonesista (UPL). Lo chocante del caso es que los socialistas leoneses han aceptado la reivindicación de UPL, que es la de separarse de la Comunidad de Castilla y León. Todo ello envuelto en un festival de insensateces históricas, lingüísticas y culturales a las que son tan aficionados todos los nacionalismos que en el mundo han sido… y son.
En fin, aparte de esta necia anécdota leonesa, uno tiene derecho a preguntarse qué es eso del progreso, tal y como lo entienden los tácticos que ahora mandan en el socialismo español. Porque yo no lo entiendo, a no ser que de progreso se predique de todo aquel plato donde no moja el PP.
Lo diré de una vez: los nacionalismos y, en general, los localismos, no tienen absolutamente nada de progresismo o de izquierdas, y la tendencia a pactar o a juntarse con ellos en torno a gobiernos de coalición
que tienen ahora algunos socialistas constituye una atracción tan fatal como peligrosa que, eso sí, parece encantar a los dirigentes actuales del PSOE, y muy especialmente al Secretario General.
¿Por qué digo fatal y peligrosa? Porque estos pactos sistemáticos (con ERC en Cataluña, BNG en Galicia o con diversos nacionalismos en el País Vasco, Navarra, Baleares, etc.), aparte de apoyos coyunturales para gobernar o aislar al PP aquí y acullá, son oxígeno y alimento para esos partidos, a menudo, independentistas, siendo el independentismo el único riesgo serio que padece hoy la Democracia española. Así lo han pensado los socialistas españoles desde Paulino Iglesias hasta Felipe González; claro que para el adanismo hoy reinante, antes de su propionacimiento sólo existía en el mundo un magma tenebroso.

22 junio, 2007

Acreditación del profesorado universitario. Por Francisco Sosa Wagner

En El Mundo de hoy aparece el artículo de nuestro amigo el profesor Sosa Wagner que aquí copiamos. Meritorio esfuerzo contra viento y marea, destinado a chocar vanamente contra legisladores, demagogos, chupatintas y rectores de todo pelaje y propósito común: hacer de la universidad un cortijo y de los profesores universitarios una masa amorfa de cabestros complacientes. Es lo que hay. La universidad progresa adecuadamente... hacia atrás.
"Se ha puesto en circulación el borrador del decreto que regulará las «pruebas de acreditación» para la selección del profesorado universitario. Se le esperaba, o más bien se le temía, desde que fue anunciado en la Ley de Universidades recientemente aprobada (12 de abril). Para abrir boca conviene saber que, por primera vez en la Historia de España, se suprimen las pruebas públicas para ingresar en los escalafones de catedráticos y profesores, con la excepción de la que se anuncia en los concursos internos de las universidades para las personas que ya se encuentren «acreditadas». ¿Quiénes son estos? ¿Qué significa esta nueva palabreja? Básicamente sustituye a la de «habilitados», es decir, aquellos docentes que habían superado unos exámenes ante comisiones de siete miembros, especialistas designados por sorteo entre los catedráticos o, en su caso, profesores titulares de cada materia.
Una de las pintorescas razones dadas para cambiar el sistema es su coste pues, al parecer, resulta gravoso al erario público organizar tales comisiones con su cortejo de dietas y viáticos. Este modo de razonar olvida que hay muchas cosas caras en la universidad: ejemplo, mantener cargos y más cargos a dedo. Es evidente que no se trata de un argumento serio porque seleccionar a un profesor ni es gratis ni debe acomodarse a las épocas estacionales de las rebajas comerciales.
La ley nos decía poco sobre el sistema de selección, punctum saliens de toda ordenación universitaria. Se remitía al reglamento que dictara el Gobierno y a la exigencia de una representación equilibrada de hombres y mujeres en las comisiones llamadas a «acreditar» a los aspirantes, pero nada sabíamos acerca de cómo se designaban sus miembros, si por sorteo, a dedo, en combinación con la lotería nacional ... Eso sí: «los currículos de sus miembros se harán públicos tras su nombramiento». Garantía superflua pues hoy, tecleando un nombre en el ISBN o en Yahoo o Google, sabemos con aproximada exactitud el «quién es quién» de cada especialidad y bastante de la verdad o la mentira que hay en su trabajo. Se comprenderá que, conociendo el paño, tal vivero de indeterminaciones erizara los cabellos del más alopécico de los miembros de la comunidad universitaria. El borrador del decreto ha puesto precisión allí donde había vaguedad, convirtiendo en realidad los peores pronósticos. Las nuevas comisiones estarán compuestas también por siete miembros pero su designación será el fruto de una propuesta que hará la Agencia nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación al Consejo de Universidades, es decir a los rectores.
Adiós pues a los sorteos por los que clamábamos en el franquismo los jóvenes aspirantes, deseosos de acabar con las corruptelas debidas a la mediación de las autoridades ministeriales en la composición de los tribunales. La garantía de la suerte, que trataba de igualarnos a todos bajo el principio «a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga», se consiguió ya en época democrática aunque pronto sufrió una tergiversación que sería funesta y la causa del peor periodo de endogamia de la historia reciente de la Universidad. Ahora es sin más sepultada.
Con ser esto malo, no es lo peor. Porque esto, lo peor, es que hasta ahora han sido especialistas los llamados a reclutar a quienes habían de acompañarles y, en su día, sucederles en el ejercicio de la docencia universitaria; los pediatras seleccionaban a sus jóvenes colegas, y lo mismo los físicos o los lingüistas o los químicos. Esta antigualla es desterrada creando unas cuantas ramas del conocimiento: Artes y Humanidades, Ciencias, Ciencias de la Salud, Ciencias sociales y jurídicas, Ingeniería y Arquitectura.
Para que el lector comprenda la originalidad recurramos a un ejemplo: la rama en la que yo habré de columpiarme en el futuro será la de «Ciencias sociales y jurídicas». En ella conviviremos los estudiosos de la Sociología, la Ciencia Política, la Estadística, la Economía aplicada, el Derecho Penal o el Tributario, etc. Por tanto, los siete miembros de la Comisión serán sociólogos, economistas, juristas... El joven doctor que pretenda «acreditarse» para enseñar derecho mercantil presentará su «currículum» a esta Comisión que lo valorará de acuerdo con un baremo que el propio borrador de decreto incluye.
Es evidente que el sociólogo presente en la Comisión o el experto en econometría nada sabe de Derecho Mercantil por lo que los expedientes irán a parar normalmente a quien en ella ostente la condición de jurista. Pero tal jurista puede no ser un mercantilista sino un reputado constitucionalista que ni de lejos sigue las publicaciones de Derecho Mercantil. Ayuno de tales conocimientos, el borrador le permite recurrir a dos expertos del ámbito científico correspondiente. Expertos de nuevo designados a dedo, en este caso -y para abreviar- por el citado jurista de la Comisión.
Cuando todo el material vuelve a la deliberación de los siete comisionados, serán ellos con sus calificaciones los competentes para «acreditar» o rechazar la acreditación solicitada.
Es decir que lo que hasta ahora ha sido función de siete especialistas de una disciplina universitaria, ahora será cometido de unas personas en general carentes de los conocimientos adecuados para juzgar la labor de un joven que aspire a ser acreditado como «profesor titular» o como «catedrático». Porque es preciso aclarar que en los trabajos académicos se hila fino y que cualquier tesis doctoral aborda asuntos de detalle que sólo pueden ser valorados por quienes dedican su vida y sus esfuerzos a una concreta asignatura. Volviendo al ejemplo del mercantilista, para saber si un libro sobre la reducción del capital en las sociedades anónimas es original, es preciso conocer cuál es el estado del tratamiento de la cuestión en la bibliografía existente, los problemas planteados, las soluciones propuestas etc. Es decir, se necesita ser un especialista en derecho mercantil.
Como además en el sistema diseñado no hay plazas limitadas, todo parece indicar que vuelven las «idoneidades» de la ley de 1985. Mi optimismo me lleva a pensar que quizás no caigamos en tal degradación, pero mi experiencia me hace temer las peores corruptelas y los más ominosos compadreos. Si los ha habido con la publicidad y el sorteo de los componentes de los tribunales, calcule el lector lo que se avecina ...
La intervención de estas Comisiones son un sucedáneo de los tradicionales concursos públicos que acogen todos sus defectos y prescinden de todas sus virtudes.
Adviértase además que, a lo largo de este proceso, en ningún momento se le ha visto la cara al candidato ni tampoco se sabe cómo habla o cómo se comporta subido en una tarima. Nunca tampoco ha de acreditar ante especialistas si se sabe la asignatura que pretende explicar, más allá de los temas concretos que haya seleccionado para sus investigaciones.
Por fin, la adscripción a una plaza concreta en una Universidad depende de otra prueba interna, ahora local. Podrá ser seria o, lo que es más probable, un simulacro. Una alternativa que se deja a los estatutos de las universidades, normas poco fiables por su escaso rigor técnico y jurídico. Las posibilidades de que se nombre al acreditado en una universidad distinta a aquélla en la que ya presta sus servicios son prácticamente inexistentes. Tal candidato está destinado a ser nombrado en su propia Universidad. Y lo será, es decir, se le creará la plaza y se convocará la prueba con diligencia, etc, si tiene buena relación con la autoridad académica local, es decir, en la mayoría de los casos, cuando haya atinado a la hora de votar en las elecciones a rector.
Dicho esto, oigo la acusación contra mí: reaccionario, conservador y otras lindezas menos contenidas. Ante ellas debo proclamar que no sólo contribuí con mi voto a que la señora ministra se halle sentada donde está sino que -para las elecciones de 2004- firmé un manifiesto de apoyo al actual presidente del Gobierno. Además considero al socialismo como el sistema más eficaz para corregir las desigualdades sociales y territoriales, y entiendo humildemente que la socialdemocracia ha prestado brillantes servicios en la Europa del siglo XX. Por ello, es puro contrabando cobijar el contenido de estas ocurrencias ministeriales en esa digna maleta ideológica. Con todo, acepto que se descargue contra mí un cargador e incluso proporciono algún arma adicional a los tiradores, por ejemplo, la de que sucumbo a diario a las trampas que me tienden varios pecados capitales. Dispárese pues contra mis humildes huesos pero por favor borren el borrador".

Francisco Sosa Wagner es Catedrático de Derecho Administrativo. Acaba de salir la tercera edición de su libro El mito de la autonomía universitaria(Civitas-Thomson).

21 junio, 2007

Guiñando el ojo crítico

La ecuanimidad era verde y se la comió un burro; o una reata de ellos. El pensamiento único es también un pensamiento tartamudo y nuestro sentido crítico tiene cada lapsus de no te menees. Si por aquí viniera el mastuerzo de Bush, saldrían a la calle miles y miles de personas a protestar contra imperialismos y guantánamos, y no faltaría razón. Si aparecieran Castro o Chávez se manifestarían los otros, algunos llegados en chárter desde Miami, para expresar su indignación contra dictaduras reales o virtuales y contra payasos elevados a líderes de la liberación de los oprimidos del mundo, que manda carallo; y no faltaría razón. Cuando se reúnen los del G-8 se movilizan legiones de alternativos de variado pelaje, hierros en las orejas y pañuelo palestino para quejarse de las injusticias del capitalismo; y más de una razón se les puede reconocer.
Pero, corcho, llega a Madrid el Rey de Arabia Saudí, satrapía de libro, teocracia cruel, dictadura montada por los parientes de Alí Babá, y aquí no se mueve ni Alá. Al contrario, se percibe un frufrú de calzoncillos y bragas cayéndose el unísono, el Rey de Nuestra Cosa se descoyunta de tanto abrazar, la Reina se pone las joyas más caras y se tapa las pantorrillas, el alcalde de Madrid abre la caja fuerte y saca las llaves de oro y los conseguidores habituales hacen fila al grito de señorito, déme algo, chacho, y le regalo unas ramitas de romero y le leo la mano. Creo que hasta las modelos más reputadas se depilan de urgencia, por si las urgencias.
Cuentan las crónicas que muchos de los jeques –o lo que sean- del séquito alauí, alauá, alabin-bon-vivant no se quitan las gafas de sol ni en las cenas de gala. Da igual, como si dan un concierto de pedorretas durante el segundo plato o se abandonan al santo regüeldo, a ésos hay que reírles las gracias porque tienen parné y, como han puesto a la oposición a la sombra o en mejor vida, no hay peligro de que a las puertas de algún palacio capitalino se amontonen exiliados y antiglobalizadores para gritar que no puede ser y que cómo vamos a cuadrarnos ante semejantes déspotas bañados en oro negro y del otro. También dicen los periódicos que a la cena que aquí les ofrecen las fuerzas vivales de nuestro país asistieron pocas mujeres, no vaya a ser que esos señores con capota se pongan a regurgitar su misoginia durante los brindis al sol del desierto. Pero tampoco consta que las feministas hayan dicho este ovario es mío ni que Garzón se haya puesto a cavilar sobre la posibilidad de imputarlos y emputecerlos por maltrato doméstico o por no respetar la ley de igualdad entre los sexos.
No, les ponemos mesa y cama, cerramos los ojos y decimos aquello de sigue, sigue, que me está gustando.
Pues eso.

PD.- Escrito lo anterior, me topo con la noticia de que la Casa Real (la española) está que trina porque los saudíes han dado el chivatazo, con foto incluida, de que doña Leti asistió a una de esas cenas con el Rey saudí, pese a estar de baja por maternidad. Baja y delgada, pero mírala, no quiso perdérselo. Hay que ver lo que valen los reales; perdón, quise decir los riales.

20 junio, 2007

El futuro y la caracola. Por Francisco Sosa Wagner

De la misma forma que nos leen el futuro en la mano y nos anuncian cataclismos espectaculares ligados al cambio climático, de la misma forma nos adelantan la conformación de la ciudad del futuro. Los expertos a sueldo de un gran centro de investigación americano ven el porvenir urbano en su particular bola de cristal: “todos los dispositivos, desde los teléfonos móviles hasta los coches y los edificios tendrán sistemas de inteligencia incorporados”.
Estupendo, ahora solo falta que a tales sistemas queden incorporados también los humanos ¿alguien imagina una ciudad con un alcalde y unos concejales con tal dispositivo metido en un chip que guiara sus pasos y resoluciones? Perderíamos en animación municipal lo que ganaríamos en seriedad de gestión. Pero hay más novedades y, en tal sentido, las referidas al coche son espectaculares: será apilable y eléctrico, el ciudadano cogería el coche apilado pasando una tarjeta por un lector y después lo aparcaría en otra de las pilas repartidas por la ciudad. Incluso se arbitrará un sistema de subasta de aparcamientos de suerte que los coches inteligentes podrían pujar con otros automóviles para conseguir el mejor aparcamiento de la ciudad, ese que está junto a la puerta del restaurante al que vamos, como ocurre en las películas donde los coches están aparcados invariablemente junto al edificio en el que trabaja el chico o donde el asesino tiene a la amante.
Como novedad también figura el coche “que se conduce simplemente con el cuerpo”. Esto ya me parece un camelo porque así es como conduzco yo desde que saqué el carné, exactamente con las extremidades, los brazos y las piernas. No son muy lucidas pero no dispongo de otras. Y una tontería superior es la pelota que reacciona a los movimientos de los niños: les persigue o se deja perseguir según se muevan ellos. Y digo yo ¿no podríamos dejar las pelotas en paz? Mientras no son el centro de la gran corrupción futbolera, las pelotas han sido y son un simple instrumento de esparcimiento de los niños. ¿A qué viene introducir novedades en sus juegos sencillos?
Un punto rocambolesco tiene la parada móvil del autobús. Hasta ahora la parada era inmóvil y era esta una de los rasgos de su humildad y de ese buen conformar con su destino que han tenido todas las paradas de autobús que en el mundo han sido. ¡Ah, la humildad de las paradas, átomo fijo al suelo, inmune a los improperios! Ahora se anuncia la parada móvil lo que parece un anacoluto pues es difícil imaginar a un prójimo con una parada a cuestas por la calle y plantarla allí donde nos pete, a la luz cegadora de los soles o bajo el influjo manso de la caída de la lluvia.
Me parecen bien los inventos pero con las paradas no se debe jugar porque es el lugar en el que hemos quedado siempre con nuestras novias y estas citas exigen fijeza, no un nomadeo que puede ser causa de lamentables equívocos.
Ahora bien, lo peor de todo lo que se nos avecina, lo más temible, es la obsesión por estar “interconectados”. ¿A quién? Lo que muchos queremos precisamente es estar desconectados: del ruido, de las voces, del discurso vacuo, de los lugares comunes y los tópicos, de los pelmazos, del poeta chirle, del trepasaurio de la política y de los negocios. Desconectados pues, no interconectados, señores futurólogos. Aislados en la mismidad envolvente y purificadora.
Precisamente lo que se echa de menos en la ciudad es el lugar libre de la contaminación de la vulgaridad. Debería haber espacios diseñados para huir del entorno, para guardar en ellos nuestras músicas, para acariciar los colores queridos de nuestras vidas, para esparcir el aroma frutal que desprende la rumia de nuestras ideas, para abrir en fin las ventanas al paisaje de lo personal y lo auténtico.
¿Interconectados? No, gracias. Libres, tumbados, oyendo zumbar y hervir la vida bajo el techo ebrio de los árboles. En la Edad media se decía que “el aire de la ciudad hace libres”, ese aire es el que quiero como fondo del murmullo de mi caracola. Caracola solitaria, no interconectada.

19 junio, 2007

Republicanismo S.A.

De mayor me gustaría ser filósofo de cámara. O de camarote, aunque sea el de los hermanos Marx; o de camarilla. Y que me paguen una pasta gansa y me lleven de gira y me pongan coche y me inviten a comer en restaurantes de muchos tenedores y con una carta con los nombres de los platos en alejandrinos y aroma de poesía, poesía menos agobiada que la de Gamoneda y no para pobres, para ricos y pudientes.
Que se cuide Pepiño, porque con dos andanadas más contra el PP y otras cuantas loas al Jefe este Pettit se nos hace grande y le quita el puesto a la prez de la prosa galaica y la leche cortada con alfanje. En la liga política española ahora toca fichar extranjeros, aunque luego se pierdan los partidos de la selección. También el PP les tira los tejos a Sarkozy y Merkel, pero a ésos no los sueltan ni aunque les financie aquí las primas la flor y nata del ladrillazo, ahora a la baja. Anda mucho más listo ZP, que, cual Monchi el del Sevilla o el Lendoiro de los buenos tiempos, echa la caña en equipos de menos postín, como los de las universidades norteamericanas mismamente, vivero inagotable de intelectuales a tanto la canal, que lo mismo se arriman en bussines al Amazonas a cantarles a los indígenas las virtudes de la vida comunitaria en el resguardo, que se van a donde los saudíes petrolíferos a rascar las ventajas liberadoras del velo femenino. Usted pone los dólares y ellos el discurso mercenario para la exportación. Ésos son los buenos, los no imperialistas, los que no abrazan el pensiero debole, sino que se hacen fuertes en el pensamiento suyo de usted con sólo que les ponga la cama con cinco estrellas y las sales en el hidromasaje.
A mí me asigna Castro, Raúl o Fidel, que tanto montan, un par de buenas cosas cubanas que no sean el arroz a la idem y me paga en divisas, y salgo para allá con lo más florido de mis ripios, me empollo el Granma enterito y lo pongo en versos de arte mayor. Porque tanta lectura y tanta dioptría ganada a pulso acaban por enseñarnos que nada es verdad ni es mentira, todo es cuestión del cristal con que se mira. Caídos en el descrédito Platón y Aristóteles, por machistas y mendaces, regresemos a los sofistas y vendamos el alma al diablo y el discurso al peso. Y digo yo que por un suplemento monetario de nada hasta le ponemos letra al himno, si se tercia.
Leo la crónica de lo que ha contado en la Complu Philip Pettit y se me pone de canto la filosofía política, en actitud de tómame o déjame, pero no me pidas que te crea más. Ya sé que el rector de la Complu es de los que firman manifiestos de tres mil en fondo, pero las cuentas teóricas no me cuadran. Tampoco sabía que Zapatero había leído a Pettit, uno de los padres putativos del republicanismo, para que luego digan que nuestro Presidente no había pasado del Capitán Trueno. Si llega a manejarse con Leo Strauss la liamos buena. Pero no, al Strauss lo deshojan los neocons gringos, al parecer, pero aquí don José Luis se recreaba con don Pettit, y éste en lugar de mosquearse con la hermeneusis del leonés aplaude hasta con las orejas.
Y bien está que cada uno se contente con lo que le toque, aunque sea de balde. Mi desazón en el fondo es conmigo mismo y no sé cómo voy a digerir esta cura de humildad que de sopetón se me impone. Pues constato que el que anda a verlas venir es un servidor. Me explico. Pensaba uno que había entendido un poco de esa corriente filosófico-política que llaman republicanismo, pero se ve que no, que me lo había inventado todo por la brava. Pues hubiera jurado, prometido y apostado un par de cenas a que lo que este país está viviendo bajo el zapaterismo será bueno o malo, pero bien alejado de los patrones teóricos del republicanismo. Craso error, por lo visto. Pues en mi obcecación había entendido –mal- que lo que tal doctrina propugna es una comunidad política cohesionada en torno al orgullo cívico, al sentimiento de común pertenencia a unas reglas de juego y unas instituciones participativas que forman el humus o el sustrato sobre el que cada ciudadano antepone su compromiso con el interés general y su esfuerzo para la formación de la voluntad común a cualquier tentación de sálvese quien pueda o el aquí me las den todas. Pensaba yo, so incauto, que el republicanismo afirmaba que la comunidad política mejor es aquella en la que los perfiles básicos de la vida comunitaria y política están sólidamente asentados en una Constitución democrática anclada con firmeza en la conciencia ciudadana y que consagra y garantiza unas libertades participativas de las que la sociedad hace un uso consciente y ambicioso, sintiéndose cada cual llamado al compromiso con su comunidad y con la política que en ella se construye en común, y donde la fuerza disgregadora de los intereses egoístamente individuales y grupales, comenzando por los intereses partidistas, se ve fuertemente contrapesada por el compartido sentido de pertenencia y por los controles que, así, espontáneamente es capaz de ejercer una ciudadanía celosa de su estatuto de partícipe activo en la vida pública y que tiene a gala no dejarse seducir por mesianismos, iluminaciones de sus líderes o interesadas tergiversaciones de las reglas del juego democrático. O sea, como lo del patriotismo constitucional habermasiano -al que también Aznar en su momento pasó por la licuadora sin inmutarse-, pero más, con un toque más fuerte de cohesión cívica y una más esmerada voluntad de construir activamente los acuerdos políticos sin cuestionar las reglas fundamentales de la convivencia constitucionalmente sentadas ni los límites del campo de juego. Y cuando digo los límites del campo no me refiero a cuestiones territoriales, aunque también, sino a los entendimientos o acuerdos fundamentales sobre el entramado y el funcionamiento institucional, que ninguno de los actores principales de la vida política puede ni debe manejar o manipular a su antojo, sino que deben estar au-dessus de la mêlée, para que todos podamos participar y confiar como constitucionalmente se nos dice.
O sea, que uno torpemente pensaba que, para bien o para mal, aquí el republicanismo de los Pettit y compañía al PP y al PSOE no los había rozado ni por el forro, más entregado el primero a un comunitarismo paleto y asilvestrado y abandonado el segundo –el PSOE de ZP, que es el que queda- a una cosa que vaya usted a saber cómo se llamará, si pifostio inconsistente o picaresca de tahúr del Mississippi, pero que republicanismo no es. Pero bien se nota que no había comprendido ni palabra de la recia prosa petittesca. Así que volveré a leer al osado norteamericano, mientras esperamos todos a que Zapatero ponga negro sobre blanco sus profundas reflexiones filosóficas, síntesis de sus muchas lecturas y de su privilegiado magín.
A lo mejor así llegamos a entender cosas tales como que el PSOE expulse del partido a sus candidatos municipales que pactan con ANV en algún pueblaco, pese a que De la Vega insista en que los de ANV son legales, legítimos y no tienen nada que ver ni con ETA ni con Batasuna ni con el lucero del alba, como, al parecer, dijeron claramente sin decirlo el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional.
PD.- Me chiva un pajarito que en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales se quería llevar con discreción la actuación de Pettit ayer y que no deseaban hacer publicidad de la hora, pues la exposición era “confidencial”. Eso tampoco parece muy republicano, pero lo será guapamente. Los caminos del Señor son infinitos. E inescrutables.

14 junio, 2007

Ha llegado Elsa



Elsa ha llegado al mundo pletórica de carácter y este bloguero necesita unos días para negociar con la nueva autoridad que gustoso recibe en su vida. Así que irremisiblemente me tomo una pausa de teclado. Nos vemos de nuevo por aquí dentro de una semanita, tal vez menos.



Entretanto, se admiten consejos y sugerencias sobre la manera en que puedo babear sin entrar en radical contradicción con las pestes que aquí he echado contra papás embobados e infantes consentidos. Súmese a esto la nueva relación de poder a que quedo sometido: dos hermosas mujeres en casa... Y David, con sus veinticuatro abriles, en Suiza y sin poder arrimar el hombro por el lado masculino.
(Continuará)


12 junio, 2007

¿Investigar en la universidad?

Se supone que el profesor universitario tiene un doble cometido, la docencia y la investigación y que, en consecuencia, la calidad de ambas tareas debe ser coherentemente valorada e incentivada por los poderes públicos competentes. Formal o nominalmente así ocurre, pero deberíamos hacer un buen esfuerzo para evaluar si el ambiente universitario y las medidas que al efecto se ponen en marcha efectivamente sirven a ese propósito. Aquí hablaremos solamente de la investigación e, inevitablemente, de la investigación en las llamadas ciencias humanas, sociales y jurídicas. Lamentándolo mucho el balance no será positivo, por mucho que no queramos caer en derrotismos ni en vanos pretextos para abandonar el esfuerzo.
Tradicionalmente la gran excusa ha sido la falta de medios. Creo que ese juicio a día de hoy no puede mantenerse, por mucho que nuestro país figure en un puesto bien atrasado en cuanto a las partidas presupuestarias asignadas a la investigación universitaria y aunque la situación sea claramente mejorable. Pero medios existen y pocos serán los que en el ámbito citado puedan alegar que carecen de los recursos imprescindibles para una labor solvente. ¿Dónde estarían, pues, las dificultades? Creo que en una combinación de los factores siguientes: deficiencias organizativas de las propias universidades y pésimos sistemas de valoración de los resultados de la investigación, con una inevitable secuela de vicios inducidos por el sistema y adquiridos por los investigadores y una creciente desmoralización de muchos de los profesionales universitarios mejor dispuestos y más capaces para el esfuerzo. Desglosemos brevemente algunos de esos defectos que lastran el trabajo investigador en el medio universitario.
1. Burocratización. La universidad está burocratizada hasta la médula. Quien no quiera quedarse completamente fuera de juego y cómodamente abandonado al cultivo de su vida privada, sin merma de sueldo, está abocado a gastar cantidades ingentes de tiempo redactando informes, proyectos, memorandos, etc., o asistiendo a mil y una reuniones estériles de comisiones y juntas. Gran parte de esa labor burocrática se justifica por la necesidad de establecer controles sobre la asignación y el uso de partidas económicas para la investigación, lo cual es loable en la intención, pero adolece de graves disfuncionalidades, por dos razones principales. Una, por lo poco efectivo de tales controles, ya que normalmente se trata nada más que de acumular papeles sin una real y efectiva fiscalización de los resultados que en ellos se reflejan. Y la otra, por la falta de personal administrativo que realice una efectiva labor de auxilio a los investigadores. El personal de administración de las universidades suele contar en su ideología gremial con el convencimiento de que la investigación es labor personal del investigador, realizada por su cuenta y riesgo y para su personal beneficio, de modo que cae fuera de las obligaciones de dicho personal el prestar apoyo burocrático y administrativo a la misma. En muchas universidades han surgido conflictos, por ejemplo, sobre si el personal administrativo debe colaborar en el papeleo de los proyectos de investigación del profesorado, y la conclusión suele ser negativa. Y ahí tiene usted a los profesores perdiendo un precioso tiempo y devanándose los sesos para cuadrar contabilidades y rellenar mil y un formularios, mientras la famosa hora del café se alarga y se alarga.
2. Penosa consideración de los resultados. Quizá la lacra más terrible que padece la universidad española actual es el sectarismo. El poder y la influencia de los grupos y escuelas cuentan por lo general mucho más que la calidad de los rendimientos de cada cual. Esto se traduce en arbitrariedad y descontrol por la falta de ecuanimidad a la hora de juzgar los frutos del trabajo investigador de los profesores. Las decisiones acaban dependiendo de evaluadores y tribunales que operan con un ojo puesto en los resultados de los candidatos y otro –el bueno- en conveniencias personales y de grupos. Cuando quienes componen esas instancias juzgadoras y fiscalizadoras están o se colocan por encima de banderías académicas no hay problema. Pero muy a menudo, demasiado a menudo, evaluadores y miembros de tribunales aprovechan tales tesituras para tomarse venganza de colegas díscolos o para favorecer descaradamente a los de su bando, pasando por encima de todo propósito de objetividad y justicia.
Las enseñanzas que de todo esto se siguen, especialmente para los más jóvenes, son fuertemente descorazonadoras y se sintetizan en la idea de que vale más arrimarse a buen árbol que exhibir una competencia indubitada y por encima de todo y de todos.
3. Normas absurdas. La tendencia es a medir los resultados al peso. Usted escribe en seis años, o en diez, una única monografía que hace época y supone un avance grande en su disciplina, y lleva claramente las de perder frente al que en el mismo tiempo ha producido veinte refritos insustanciales en forma de libros o artículos. La cantidad cuenta muchísimo más que la calidad, el bulto importa más que el fruto.
Es de temer que la nueva regulación de los concursos para obtener la acreditación para profesor titular y catedrático acentúe tanto esta tendencia como la mencionada en el punto anterior. Para todo el ámbito de las ciencias sociales y jurídicas habrá un único miembro en la comisión juzgadora, el cual, por muy puras que sean sus intenciones, tendrá que juzgar al peso y por puros signos externos, cosa a la que, además, invita el propio baremo que en el proyecto de decreto en curso se contiene. Súmese a esto la eliminación del sorteo y un más que problemático sistema de nombramiento digital de los miembros de tales comisiones, para que los efectos previsibles resulten fuertemente desmoralizadores. Eso sí, a los componentes de tales comisiones se les pedirá que firmen un “código ético” que da una risa que te mueres.
Para colmo, tienden a contar junto con la investigación y en grado casi equiparable cosas tales como las estancias en el extranjero –sin control de sus resultados reales, sólo como fomento del viaje por el viaje-, el desempeño de cargos académicos –si usted ni tiene ganas de devanarse los sesos con lecturas y escritura, hágase secretario de su Facultad, que eso también computa- y tonterías como asistir a esos cursitos para lelos en los que te enseñan a usar el power point o a poner mono el portafolios de los estudiantes.
4. Creciente desconexión entre docencia e investigación. Es un tópico eso de que el buen investigador tenderá a ser un buen docente. Pero las nuevas orientaciones pedagógicas tienden a desvincular ambos discursos. Recuerdo a muchos de mis profesores de antaño que en cada tema traían a colación las polémicas doctrinales pertinentes y explicaban las tesis contrapuestas de estos o aquellos autores. Podía resultar pesado o inconveniente a veces, por excesivo o doctrinario en exceso, pero al menos adquiría el estudiante la idea de que la ciencia se hace al andar y al discutir y que los temas que en las aulas se explican no son un simple recetario de simplezas sin vuelta de hoja. Ahora se quiere una enseñanza puramente instrumental y sencilla y complementada, a ser posible, más con el comentario de noticias de prensa que con la lectura de sesudos textos técnicos. Y para recitar semejantes trivialidades desde una tarima o para discutir una hora entera sobre opiniones de andar por casa con los estudiantes el investigador avezado no es en absoluto necesario, sobra incluso.
¿Qué nos queda si en todo lo anterior hay algo de cierto? Nos queda una situación poco halagüeña en general, pero con diferentes efectos según que se trate de investigadores jóvenes que aún tengan que consolidar su puesto y su carrera profesoral o de profesores con el cocido ya bien asegurado gracias a su condición funcionarial. A los primeros más les vale meter en el cajón sus ínfulas científicas y acomodarse a los tiempos: llenar el curriculum de cositas, como cursillos, comunicaciones más o menos intrascendentes en congresos y congresillos, presencia nominal en muchos proyectos de investigación, puestos de gestión y, sobre todo, obediencia, mucha obediencia. Además, por supuesto, de escritura febril de esos textos que van a contar mucho más por la cantidad que por el contenido. Ni siquiera hay que preocuparse por la sintaxis o la ortografía: usted, joven, escriba y escriba, rellene folios, publique aquí y allá, en la plena conciencia de que seguramente nadie va a leer sus ocurrencias y de que, si alguien las lee, no le va a perjudicar ningún juicio negativo, pues aquí todo el mundo es bueno, especialmente para los amigos, y más vale mucho y malo que poco y bueno. No se trata de componer música, sino de hacer ruido, mucho ruido. Si algo queda de vocación científica seria después de pasar por ese trance y de tanto mal hábito adquirido a la fuerza, será por puro milagro y por inusitada y terca vocación del sujeto.
Los que ya tienen la vida resulta y el sueldo amarrado sentirán cada vez con más fuerza la tentación de entregarse al dolce far niente, a la vida contemplativa, al mínimo esfuerzo. Salvo prodigiosas vocaciones, otra vez, se impondrá poco a poco la convicción de que para qué leer y escribir si total casi nadie lee ya casi nada y si, además, los pequeños reconocimientos que aún caben dependen más de las relaciones sociales y las tramas académicas que de la calidad del producto que cada cual ofrezca al mercado.
¿Mercado? ¿Qué mercado? Un mercado tremendamente restringido. Fuera de todos esos condicionamientos, el único sentido que mantiene la investigación se agota en el propósito de jugar en esa pequeña liga que en cada disciplina se organiza espontáneamente, en grupos mínimos que todavía leen, debaten y se encuentran en unos pocos foros selectos, integrados por auténticos locos, por excéntricos que juegan por libre, tal vez con la secreta aspiración de que algo de su obra perdure un día y se recuerde dentro de diez o veinte años, si es que para entonces algo cuentan aún tales cosas. ¿Merecerá la pena abandonarse a esa fe? Con lo bien que podemos vivir sin dar golpe y aparentando por el morro que somos la monda de importantes...
Bueno, siempre podemos aspirar a rectores. O a presidentes de la comunidad de vecinos.

11 junio, 2007

Fondos de reptiles y togas

Sé que soy un pelmazo, siempre a vueltas con mis obsesiones. Sé también que soy un exagerado y que incurro a menudo en generalizaciones más que problemáticas. Pero lo siento mucho, hoy voy a caer en los mismos vicios y errores.

¿Que qué me ha puesto así? Pues la noticia que viene en los periódicos, hermosa y ejemplar. Hay dos o tres profesores de la Facultad de Derecho de Sevilla (digo dos o tres porque no sé si la esposa de uno, también acusada y que trabaja en su mismo Departamento, es profesora también o qué hace allí) que han sido procesados por esta cosita tan simpática: consiguen un proyecto de investigación europeo y que debe de ser bien sustancioso en dineros, por lo que vamos a ver. Fichan a ocho becarios con cargo a ese proyecto, becarios cuyos emolumentos están tasados según las condiciones de sus becas y de su Universidad, y se dedican a quitarles la pasta a los tales becarios y a fundírsela ellos a su bola. De los aproximadamente 1500 euros mensuales que debía percibir cada becario, sólo cobraba cada uno 300. El resto para el jefe, la jefa y el otro. ¿Que cómo lo hacían? Pues obligando a los becarios a tener en su cuenta a los jefes, de modo que cuando la Universidad ingresaba su nómina a los becarios sus maestros iban sacando para sus cosas, dicen que para viajes y dietas y tal. Y hasta hay una factura de la peluquería, según el periódico. I+D+I, Investigación, Desarrollo e Innovación, ya saben. Lo de la pelu es de la parte de Innovación, está clarísimo. Para más detalles véase la información completa.

Bien, apliquemos, como siempre se debe, la presunción de inocencia. Puede ser todo una gran confusión o a lo mejor los penalistas descubren ahí un error de tipo o de peinado, vaya usted a saber. Cabe que esos acusados, a los que, por supuesto, no conozco personalmente y de los que no sé mayor cosa, estén libres de polvo y paja y que sobre ellos resplandezca mañana la justicia que los exonere de sus cargos. Pero a lo que quiero ir, para seguir en mi línea y que me vuelvan a llamar cafre los amigos, es a lo siguiente, que pienso completamente en serio, aun a riesgo de estar radicalmente equivocado: el día que alguien se ponga a controlar en serio qué cosas se pagan con y qué uso se hace del dinero de los proyectos de investigación en las universidades va a arder Troya, y no sólo por la parte de El Palmar. Y el día que se llegue a saber –que no se sabrá, tranquilos, aquí hay una omertà de p.m./p.p.- a qué tipo de explotación se somete a algunos becarios de investigación y cuántos de los trabajos que firman los cátedros como propios han sido escritos de pe a pa por los becarios o por otro personal al servicio del patriarca-ocupadísimo-importantísimo-que se pasa el día en el bar, se van a caer los palos de unos cuantos sombrajos y se van a quedar unos pocos prestigios a la altura que propiamente merecen. Pero que no cunda el pánico, de momento la situación está controlada y aquí no canta ni el canario.

¿Qué les pasó a los de Sevilla, si es verdad lo que dicen los periódicos y el fiscal? Pues que se confiaron, que fue tal su convencimiento de que el monte universitario ya es todo orégano, que se lanzaron a pastar en él por las buenas y sin ponerse protección.

Dolerá mucho reconocerlo, pero es lo que hay. Lo que hay al lado de un puñado de gente honesta que lo tiene cada día más crudo para conseguir proyectos, sexenios, contratos, habilitaciones. Es que si no estás en la pomada y si no te pringas... Y si vas con ese peinado....

Puaj. A ver cuándo cierran todo esto de una maldita vez. Que ya somos más de cuarenta y Alí B. está que no cabe en sí.

10 junio, 2007

Supermán de doble uso con marcha atrás sin gotita

En realidad no debe sorprendernos, pues siempre ha sucedido así con dioses y santos. Es su naturaleza propia y los mortales del montón hemos de asumirlo, aunque no lo entendamos muy bien. Hoy son infinitamente buenos, todo amor, cuidado y sacrificio por sus criaturas, justificando que se les ame, se les obedezca y se les ore por esa prodigiosa entrega desinteresada y paciente a nuestro bien y nuestra dicha, y mañana se sueltan con un porrón de plagas o desenfundan la espada flamígera y se cargan más malos que un escuadrón entero de Stevens Segal en pleno ataque de furia, lo que se considera también razón de sobra para amarlos, obedecerlos y orarles igualmente, esta vez porque más nos vale portarnos bien para evitar sus iras y porque en el fondo admiramos más al que se gasta mala hostia y es cinturón negro en hecatombes que al que pone la otra mejilla cuando, bien mirado, podría partirle la cara al rival que viene del averno.
Bueno, pues aquí está pasando con Zapatero. Hasta ayer mismo más de medio país alababa su dulce apego a la negociación y el diálogo, su pacifismo a ultranza, su férrea voluntad para buscar consensos y puntos de encuentro con ETA (con el PP no, que ésos son unos hideputas, ya lo sabemos, y van por ahí con banderas y cosas y son nacionalistas -españoles-), su inofensiva sonrisa, en la que se veían combinados el candor de una María Goretti y la determinación de un Gandhi. Al mismo tiempo, sonaban altas –pero amables, eso sí- y por doquier las voces que repetían que a ETA no se la puede derrotar con la policía y los fiscales, que la fuerza la refuerza y que cada detenido y cada condenado son riego para su semillero de gudaris catatónicos, etc., etc. Carajo, y de repente cambia la actitud de dios y, con ello, se modifican también los discursos y las proclamas de sus fieles.Gandhi cogió su fusil y sus seguidores se quitan las túnicas blancas a toda prisa y aparecen en uniforme de camuflaje, juran venganza y prometen seguir a su líder, que acaba de proclamar la guerra santa y de ponerse a sí mismo el alias de El Implacable, ahí es ná. Acojonaos todos, se acerca el Día de la Bestia. Llegó el comandante y mandó atacar. Antes mandaba parar. Para eso es el comandante, ¿o qué? No es una rectificación, no; no es reconocimiento de ningún error táctico ni estratégico, no; no es que hubiera antes mala información o reflexión insuficiente, no; no es que no se fuera tan buen negociador como se presumía, no. Es que las divinidades son así y hacen lo que en cada momento se les pone. A mí de Zapatero no me extraña, pues se lo monta como dios. Los que me chocan son los otros, los de la troupe, que pasan de la oración al estrangulamiento como si tal cosa. Hace falta mucho entrenamiento para tanta versatilidad.
Si llega a ser ZP el que se hace la foto chorras en las Azores, en casa de Durao Barroso y con el Tony y el George, figuraría a estas horas la imagen en la Antología de Fotos con Encanto (Editorial El País-Aguilar) y se explicaría en las aulas como ejemplo de fotografía humanitaria. Me temo. Sospecho. Eso sí, la guerra de Irak la habrían ganado las Fuerzas del Bien. Según es éste, al que hasta sus víctimas llaman Bambi de Acero, imagínate.
Estoy intentando recordar a qué me suena esto de que un gobierno de los Muy Buenos del Todo se ponga de muy mala uva con ETA y jure que se van a enterar los muy malandrines, y no caigo. Ando espeso. Y perplejo.