20 junio, 2007

El futuro y la caracola. Por Francisco Sosa Wagner

De la misma forma que nos leen el futuro en la mano y nos anuncian cataclismos espectaculares ligados al cambio climático, de la misma forma nos adelantan la conformación de la ciudad del futuro. Los expertos a sueldo de un gran centro de investigación americano ven el porvenir urbano en su particular bola de cristal: “todos los dispositivos, desde los teléfonos móviles hasta los coches y los edificios tendrán sistemas de inteligencia incorporados”.
Estupendo, ahora solo falta que a tales sistemas queden incorporados también los humanos ¿alguien imagina una ciudad con un alcalde y unos concejales con tal dispositivo metido en un chip que guiara sus pasos y resoluciones? Perderíamos en animación municipal lo que ganaríamos en seriedad de gestión. Pero hay más novedades y, en tal sentido, las referidas al coche son espectaculares: será apilable y eléctrico, el ciudadano cogería el coche apilado pasando una tarjeta por un lector y después lo aparcaría en otra de las pilas repartidas por la ciudad. Incluso se arbitrará un sistema de subasta de aparcamientos de suerte que los coches inteligentes podrían pujar con otros automóviles para conseguir el mejor aparcamiento de la ciudad, ese que está junto a la puerta del restaurante al que vamos, como ocurre en las películas donde los coches están aparcados invariablemente junto al edificio en el que trabaja el chico o donde el asesino tiene a la amante.
Como novedad también figura el coche “que se conduce simplemente con el cuerpo”. Esto ya me parece un camelo porque así es como conduzco yo desde que saqué el carné, exactamente con las extremidades, los brazos y las piernas. No son muy lucidas pero no dispongo de otras. Y una tontería superior es la pelota que reacciona a los movimientos de los niños: les persigue o se deja perseguir según se muevan ellos. Y digo yo ¿no podríamos dejar las pelotas en paz? Mientras no son el centro de la gran corrupción futbolera, las pelotas han sido y son un simple instrumento de esparcimiento de los niños. ¿A qué viene introducir novedades en sus juegos sencillos?
Un punto rocambolesco tiene la parada móvil del autobús. Hasta ahora la parada era inmóvil y era esta una de los rasgos de su humildad y de ese buen conformar con su destino que han tenido todas las paradas de autobús que en el mundo han sido. ¡Ah, la humildad de las paradas, átomo fijo al suelo, inmune a los improperios! Ahora se anuncia la parada móvil lo que parece un anacoluto pues es difícil imaginar a un prójimo con una parada a cuestas por la calle y plantarla allí donde nos pete, a la luz cegadora de los soles o bajo el influjo manso de la caída de la lluvia.
Me parecen bien los inventos pero con las paradas no se debe jugar porque es el lugar en el que hemos quedado siempre con nuestras novias y estas citas exigen fijeza, no un nomadeo que puede ser causa de lamentables equívocos.
Ahora bien, lo peor de todo lo que se nos avecina, lo más temible, es la obsesión por estar “interconectados”. ¿A quién? Lo que muchos queremos precisamente es estar desconectados: del ruido, de las voces, del discurso vacuo, de los lugares comunes y los tópicos, de los pelmazos, del poeta chirle, del trepasaurio de la política y de los negocios. Desconectados pues, no interconectados, señores futurólogos. Aislados en la mismidad envolvente y purificadora.
Precisamente lo que se echa de menos en la ciudad es el lugar libre de la contaminación de la vulgaridad. Debería haber espacios diseñados para huir del entorno, para guardar en ellos nuestras músicas, para acariciar los colores queridos de nuestras vidas, para esparcir el aroma frutal que desprende la rumia de nuestras ideas, para abrir en fin las ventanas al paisaje de lo personal y lo auténtico.
¿Interconectados? No, gracias. Libres, tumbados, oyendo zumbar y hervir la vida bajo el techo ebrio de los árboles. En la Edad media se decía que “el aire de la ciudad hace libres”, ese aire es el que quiero como fondo del murmullo de mi caracola. Caracola solitaria, no interconectada.

1 comentario:

Lopera in the nest dijo...

Mi admirado Profesor no se fie de los científicos!. Un colega de mi Universidad dijo una vez delante de otros colegas que estaba dispuesto a firmar un Informe en el que se recomendara las adelfas para las separaciones de las autopistas, y lo mejor, también estaba dispuesto a firmar el Informe en que se dijera lo contrario. Ambos Informes estarían justificados por razones medioambientales. O sea, que por un poco de pasta mucha gente hace el Informe que les pidan.
¿Ha oido que se va a prohibir hacer publicidad sobre beberse una vasito de vino?, que el vino sea bueno o malo, da igual, lo suyo es prohibir!. Seguro que hay un Informe científico detrás de esa decisión.