26 julio, 2007

Mobbing pedestre

Sí, me gusta un poco el fútbol, aunque le he perdido afición desde los tiempos de la juventud, cuando el Sporting de Gijón iba viento en popa por los campos de primera. Luego, como gijonés, sólo me quedó el consuelo de ver al Real Oviedo caer a tercera. Pero es cutre conformarse con las desgracias del equipo rival cuando el propio no tira, igual que cuando los del PSOE disimulan las vergüenzas de su líder carismático a base de señalar que igual o más jorobado anda el PP y que tú más y yo en la tuya por si acaso y dímelo a la cara si eres hombre/a.
Por seguir con las confesiones, también me entretengo un poco viendo al vaivén de fichajes y meditando sobre el escandalazo de los sueldos. Esta temporada me he enterado, para mi desazón, de que hay jugadores en el Sporting actual, que malvive en segunda división, que cobran cincuenta millones de las pesetas de antes por cada temporada. Un becario de investigación en la Universidad, con tesis brillante, experiencia en laboratorios extranjeros y con trabajos que hacen avanzar la ciencia en serio, puede andar por los mil y pico euros al mes. Es un orden de valores y un buen indicador de lo que considera rentable esta sociedad.
Y en estas llega el mobbing al mundo del fútbol. Parece que Cassano, el gordo del Madrid, del que juran todos que es futbolista, aunque nadie se lo haya notado, está estudiando la posibilidad de demandar a su equipo por acoso y tal. Al pobre no se lo han llevado a la concentración del equipo y lo dejan en casa zampando pasteles y hamburguesas para curar la depresión. Así cómo diablos se va a poner en forma, no hay derecho. Ya imagino la pila de certificados psiquiátricos y psicológicos que aportará al caso: episodios de insomnio, baja autoestima, voracidad sobrevenida, priapismo, ansiedad y angustia, desesperación, toda una vida, etc.
¿Se imaginan la tortura psicológica del pobre futbolista? Teniendo en cuenta que, por lo visto, su sueldo anual es de tres millones de euros –casi quinientos millones de pesetas de las de antes- es fácil suponer su postración cada día que se levanta en su casa a las tantas, sin nada más que hacer que prepararse unos huevos revueltos con bacon y ketchup. Calculará el hombre y, puesto que por cada día del año gana a pelo casi millón y medio de pesetas, se hundirá su moral y sufrirá su autoestima pensando en qué carajo se lo gasta: hoy me compro un Ferrari, mañana una casa de ochocientos metros, pasado cambio de novia de pago, al otro día viajo a las Bahamas aprovechando un tirón que me dio en el abductor al meter unas cervezas en la nevera... En cambio, en la concentración con sus compañeritos podría entretenerse y librarse de semejantes angustias consumistas y dietéticas. Podría hablar con Guti de peluquerías para hombres, con Casillas de otras modelos, con Raúl de cómo se gana la fama para siempre aunque ya no se haga nada y con Schuster de aquella señora con la que estaba casado –tal vez aún lo está, no sé- y que apareció en bolas en una revista cuando él aún era jugador y estaba como un tren. Ella, quiero decir.
Yo me apuesto unas cañas a que si los abogados animan a Cassano a pleitear y pedir indemnización por el evidente abuso que está padeciendo –y lo animarán, al olfato de la pasta- y el tema acaba en sentencia, el futbolista gana. Menudos linces están hechos los jueces hoy en día. Y si llega al Constitucional, ni te cuento. Y más ahora, que en el TC tiene mayoría el Barça. O, al menos, tiene de su parte el voto de calidad. Una calidad como una casa de grande.

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