13 agosto, 2007

Imágenes perniciosas

Somos lo que hacemos y hacemos lo que vemos, imitadores compulsivos. Con tamaña afirmación no descubro ningún ignoto Mediterráneo, ya lo sé. La novedad quizá radique en que en estos tiempos tenemos que cambiar de manera de ser a cada rato, pues los modelos que en imágenes se nos ofrecen mutan a toda velocidad y el día que nos apalanquemos en un modo estable de comportamiento y en un proceder vital duradero se nos va a la porra el mercado y a la economía se le pinchan las burbujas, los neumáticos y hasta los juanetes. Así que venga y dale y cambie usted de aspecto, de hábitos y de gustos cada dos por tres, para alimentar la máquina de la producción y todas esas cosas. Y bla, bla, bla; pero no pretendía ponerme a menear sesudas teorías que, por lo demás, no domino.
A lo que iba es a que el predominio de las imágenes y lo mucho que nos dirigen y que cuestionan cada una de nuestras convicciones y costumbres a base de ofrecernos a cada rato nuevos patrones puede provocarnos más de un trastorno en nuestro cotidiano transcurrir. Nuestro modo de ser y de pensarnos se hace líquido, como diría un famoso sociólogo polaco que está un poco de moda y que se pasa el rato haciendo libros en los que concluye que andamos licuándonos todo el tiempo. Zygmunt Bauman creo que se llama el gachó.
Yo quiero traer a colación dos ejemplos de andar por casa: los termómetros callejeros y las películas porno. El primer caso nos enseña que ya no nos fiamos ni de nuestras propias sensaciones físicas. ¿A quién se le ocurrió llenar las calles de termómetros al sol que marcan temperaturas inverosímiles que la gente se cree a pies juntillas? Vas muerto de frío por una ancha avenida y de pronto te topas con ese aparato de los demonios, estratégicamente situado en el único punto en que le cae encima el sol a chorros y no corre ni una pizca de brisa, y lo ves: veinticinco grados. Y te quedas pensando que tu cuerpo está hecho una birria y que tu piel te engaña, pues con semejante calor a ver cómo es que tiritas.
¿Y las discusiones familiares que el puñetero chisme provoca? De pronto tu suegra baja por completo la ventanilla del coche y tú que cómo se le ocurre con este fresquito. Y ella que si estás tonto, que si no has visto que el termómetro callejero indica un calor tropical. Te armas de paciencia y le haces ver que todos esos cacharros están alterados y que no hay que fiarse, pero ella saca la mano y dice que el que anda mal eres tú y que fíjate cuánto ha mejorado el clima y que por qué no has cogido una chaqueta y que ya te ha visto ella últimamente paliducho y débil y que hasta le viene comentando a su hija que se te ve un poco piltrafilla y que pobre chica atada a un tipo así. Y no sube la ventanilla. Se le helará hasta la bilis, pero no dará el brazo a torcer, pues se fía mucho más del maldito aparato municipal que de ti y de toda tu estirpe de frioleros exagerados.
Lo de las pornos es asunto más serio y capaz de provocar alteraciones más graves en la convivencia de las parejas. Reconozcámoslo, ahí suele ser el hombre el que comienza la gresca, y siempre con la misma fatídica pregunta: ¿y a ésa por qué no le duele? Sí, sí, admitámoslo humildemente. Al cabo de un mes de relaciones íntimas, día arriba, día abajo, cada pareja ya se ha fabricado su rutina procedimental y el resto es un ir tirando, y nunca mejor dicho. Hasta que todo se altera por culpa del zapeo.
Dormitas en el salón después de cenar, al lado de tu señora, que está en las mismas, y te pones a cambiar de canal por si ocurre un milagro. Y, zas, aparece uno de esos canales piratas que siembran la incertidumbre en los pacíficos hogares. Y como la historia se repite cada noche, te dedicas a analizar y te pierdes en ociosas comparaciones, sin caer en la cuenta de que a tu lado está quien también analiza y sopesa.
Lo primero que te choca son los trámites amatorios que ahí se recrean, el contraste de las rutinas. Para empezar, esas esmeradas artistas del evento sexual tienen una incontenible propensión al sexo oral. Siempre hay un señor haciendo cualquier cosa, colgando un cuadro, reparando un coche, lavando unas lechugas, lo que sea. Y de sopetón se nos aparece una señora con una cara de vicio imponente y que empieza a gemir y a tentarse el cuerpo mientras él, ajeno y confiado, sigue a lo suyo. Hasta que ella, impaciente, con nimio pretexto o sin él, se le acerca y sin mayor gasto de palabras le echa mano a la bragueta y le devora las partes con expresión de hurto famélico. Y, claro, el señor de su casa que contempla la película comienza, quieras que no, a reparar en detalles y a hacerse preguntas.
Primera observación: esas tías nunca tienen jaqueca. Segunda observación: ellas toman la iniciativa para tan rebuscada maniobra, sin que él se lo pida. Tercera observación: ellas son capaces de hacer en ese momento cinco cosas a la vez: a) la cosa propiamente dicha; b) mantener los ojos abiertos; c) ¡sonreír!, no se sabe si con las comisuras de la boca o con los ojos, pero, diablos, sonreír sonríen; d) emitir distintos ruidos y sonidos; e) manejar las manos.
Quieras que no, en ese instante comienza la realidad postiza a suplantar a la otra y el buen hombre, convencido de que ese rito que en cada nueva película se reitera es la manera corriente y moliente de hacer las cosas, empieza para sus adentros a preguntarse si su mujer será como es debido o si le habrá tocado torpona. Pero los problemas no han hecho más que comenzar. Porque una y otra vez los de la tele atacan por la retaguardia de sus damas, no sólo con consentimiento pleno de las interfectas, sino con entusiásticas reacciones de las mismas. Con lo cual también te parece tal cosa el pan nuestro de cada día y te sientes culpable por privar a tu par de semejante disfrute, que a ti ni se te ocurría. Manos a la obra. Comienzas con algunos comentarios alusivos, que no encuentran mayor eco en tu partenaire. Bueno, será por pudor, piensas. Así que pasa el tipo una noche a la fase dos, con la consabida reacción de la víctima: ay, ay, ay.
Al cabo de los días y las películas, él, resentido, suelta desde su parte del sofá la mentada frase. Me apuesto una buena cena a que es la conversación más repetida en las noches de esta nación de naciones:
- Él.- ¿Y a ésa por qué no le duele?
- Ella.- Anda, calla.
- Él (cegándose).- Si callo, no lo digo.
- Ella (conciliadora, dentro de lo que cabe).- Esas cosas de las películas tienen truco, deberías saberlo.
- Él (con aviesa intención).- Pues ya me dirás qué truco, con el aparato que calza el negrata ese.
- Ella (con intención aún peor).- Pues a lo mejor por eso, mira tú por donde.
- Él (touché).- Bueno, me voy a la cama, que mañana madrugo.
Y todo, como digo, por culpa de los malditos aparatos y sus imágenes. Con lo bien que estábamos así, sin más, como siempre, fieles a la tradición y persuadidos de que esto es lo máximo. Mira que si tienen razón los obispos...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo con lo de los termometros. Es una reflexión que me he hecho mil veces y que me cuesta discusiones con todo el mundo. Yo esgrimo las mismas razones que usted: pero si el termometro está a plena casqueta desde primera hora... Pues nada, la gente no se aviene a razones.
También de acuerdo con lo del porno: está de moda el anal porque lo vemos en las películas, al igual que las vulvas rasuradas y demás. Son modas impuestas desde la industria.
Aunque no puedo estar de acuerdo con la visión que usted da de esa mujer adormilada en el sofa y "torpona" a la que su pareja empieza a comparar con la diva de turno. Esa imagen de la mujer pasiva, poco imagnativa y más bien apocadita ha quedado muy atrás. Precisamente por que en nuestros esquemas mentales el sexo está unido a las imágenes porno que todos hemos visto, cada mujer es ahora una estrella porno dispuesta a poner el culo y lo que haga falta. Y en mi opinión y por mi experiencia, son los varones los que se rajan porque una mujer que afronta el sexo así, qué duda cabe, es una guarra.
Saludos.

Anónimo dijo...

Ilmo sr catedrático
le diré que eso de la rutina o que al mes y medio se coge como rutina meterla por el cagadero, le diré que me da la impresión de que VI MIENTE O QUE HA VISTO MUCHAS PELÍCULAS POR LA TELE PORNOGRÁFICAS y quizá sea su deseo hacer el amor en cualquier postura con su señora, cosa que en mi atrevimiento por estas palabras no se si serán ciertas o serán verdades. Pero de todas las maneras no compare VI los prostíbulos de porno con una mujer casada o bien ama de casa que por norma general nada más hace el sexo tradicionalmente como mandan los cánones. Ahora si encuentra VI una cenicienta o una guarra, quizá le puedan hacer a VI o a cualquiera el famoso beso negro, que no se si sabrá VI lo que es el beso negro, eso es como entrar en un túnel y no ver nada, pero de todas formas si VI quiere información sexual sin ver tantas películas pornográficas, yo le puedo dar la fórmula mágica para que haga VI de las suyas y no perjudique VI la cagadera de ninguna ninfómana, ya que esos vicios por norma general suelen ser pagados, pero hay muchas formas de hacer gozar a una mujer sin llegar a hacer tantas guarrerías, de todas las maneras ya que estamos hablando de sexo, todo lo que sea sexo por parte de un hombre y de una mujer que se quieran al principio todo es un poco de dolor, pero después todo es un placer.