30 noviembre, 2007

Íntimos dilemas

Hoy tocan confesiones. Tan a gustín. Es que tengo un dilema, sabe uzté, y se me ocurre que a lo mejor contándolo aquí a todo quisque se me aclaran las ideas o recibo algún consejo que me alivie. Además del dilema, que ya es viejo y se está poniendo algo rancio, también he sufrido estos días un amago de gripe, incluido ese virus que recuerda la política actual de nuestro país. En fin. Se sabe que cuando el cuerpo se debilita el alma se pone tonta. Y en ésas estamos. Pero al grano.

Mi dilema es que no sé si tirarme a la bartola; o a la Bartola. Me explicaré mejor: que tentaciones me dan de dejar de trabajar. Sí, aprovechar estos años de vida útil que a uno le van quedando para cultivar el cuerpo y el espíritu sin volver a dar palo al agua. Uno a su manera es inquieto, tirando incluso a hiperactivo. Por tanto, no es mi sueño dejar transcurrir los próximos lustros apalancado en un sofá zapeando o contemplando los debates sobre el estado de la nación mientras las babillas se deslizan perezosas por el mentón. Tampoco pretendo dormir doce horas diarias y pasarme el resto del día con la mano en los riñones por el dolor que me ha dejado la sobredosis de colchón. No es eso, no. Estoy pensando en ponerme a leer a manos llenas literatura de la buena, en repasar cada día a fondo tres o cuatro periódicos, en navegar un poco por la red para ver qué hay de particular y si alguna nueva modelo se nos ensaña enseñándose, en pasear varias veces a la semana por el campo sin prisas, hacer algo de deporte, no perder los estrenos cinematográficos que merezcan la pena. Y viajar, viajar bastante, pero no a soltar una conferencia, esos viajes en que no se ve más que un aeropuerto, una habitación de hotel, la jeta de algún colega mejor o peor intencionado y un auditorio cautivo que se acuerda de tus muertos; no, me refiero a viajes de placer, hoy en aquella playita con una buena novela, mañana en una casa rural perdida en la montaña y leyendo poesía bajo una higuera. Sí, sí, sí, y la familia, claro. Románticos paseos despreocupados, como cuando novios, juegos sin prisa con la pequeñina, en lugar de tenerla sobre las piernas, toda perpleja, mientras tecleo como un poseso alguna cosa sobre las normas anankástico-constitutivas. Igualmente habría que dejar buenos espacios para los amigos: charlas, tertulias, reuniones, almuerzos que enlazan con la cena y, si vienen bien dados los licores y la conversación, con el desayuno siguiente.

Ah, qué buena vida todo eso. ¿Y saben qué? Me resulta totalmente posible, sólo tengo que proponérmelo. Tal cual, palabra. Mañana digo que no trabajo más, que no vuelvo a fatigarme y que dedicaré casi todo mi tiempo a lo festivo, lo lúdico, lo placentero y lo ocioso, y dicho y hecho. ¿Qué si me ha tocado la lotería? Quiá, mejor que eso. El premio de la lotería tarde o temprano se te acaba, lo gastas, aunque sea el gordo. No, lo mío es de otro nivel: soy catedrático de universidad, funcionario con sueldo presentable y casi ninguna obligación a cambio. Me refiero a obligación legal y controlada por la institución que me paga. Las obligaciones morales son otro cantar, cosa de uno consigo mismo. Contra ésas tengo que luchar, contra el maldito sentido del deber. Porque vamos a ver, ¿a quién le importa un carajo que yo deje de preocuparme y de meterle horas a la universidad? A ella no, desde luego. ¿A la ciencia jurídica? Oiga, y ésa quién es y por dónde para.

Imagínense qué vida. Habría de guardar unas mínimas apariencias eso sí, pero minimísimas. Repárese en que mi propósito es dejar de trabajar, no dejar de cobrar, ojo. Así que debería seguir apareciendo en planes docentes y cuadros horarios y tendría que rellenar cada año el cuadrante de las tutorías con los alumnos. Pero todo eso es problema menor. Con dar tres horas de clase a la semana cumplo de sobra y paso por todo un campeón, modelo de productividad docente. Si para impartirlas uso PowerPoint y siento a los alumnos en círculo alrededor de un periódico para comentar las últimas noticias sobre violencia doméstica, quedo como un rey y me gano los aplausos de los berzas de la pedagogía idiotizante, que son los que mandan ahora en todos los lugares donde supuestamente se debería enseñar en lugar de hacer el chorras. Si ni por ésas me apetece currar esas tres horitas, se las endilgo todo o casi todo el año a algún titular sumiso con vocación medrar o a algún doctorando o contratado inestable al que no le queden más bemoles que hacerme la pelota, y listo. En cuanto a las tutorías, hace aproximadamente ocho años que no me aparece ningún estudiante en tiempo de tutorías a preguntar ni la hora, así que en eso también podemos seguir fingiendo con el beneplácito de todos.

Si usted trabaja en el andamio o en Alimerka sé que no me creerá, pero le aseguro que si en los próximos cinco años no aparezco por mi puesto de trabajo más que unas horas de un solo día cada dos semanas, no pasa absolutamente nada. Vamos, hombre, como que hay gente que lo hace. Bastante. ¿Nombres? No se los puedo dar, porque como vulnere la ley del silencio, entonces sí que me la cargo. Omertà, omertà, sin ira omertà. No olvide usted la máxima suprema de nuestro país, nación o Estado: todo el mundo es bueno, incluso el más hijoputa. Repita conmigo: todo el mundo es bueno, hasta el más hijoputa. Bien, pues ya podemos cada uno hacer lo que nos dé la gana, y yo el primero: me quedo en casa a mis cosas y paso de esa zorra que trata igual a quien trabaja para ella que al que la chulea. Me refiero a la universidad.

Esto no es más que la culminación de un desencanto. Resumiré, que la confesión ya me va quedando larguita. Te metes en esto muy joven y creyéndote las milongas sobre docencia e investigación que vienen en los preámbulos de las leyes. Ay, tontín. Luego vas viendo que todo va al por mayor, que cuando tocan vacas gordas y hay sitio, se hace titular y catedrático hasta al limpiabotas –o se le crea, incluso, la titulación correspondiente: Ciencias de las Botas-, y que cuando se cerró el grifo porque no caben más inútiles ya no entra ni Einstein redivivo. Un día pillas oleaje a favor y te haces catedrático tú también. Gaudeamus. Ya sois cincuenta o cien en tu disciplina. Vas a una reunión con todos y empiezas a oír a éste y a aquél, cada uno con sus neuras o con sus vergüenzas al aire. ¿Por qué sufren tanto los catedráticos? ¿Por qué lloran así? ¿Por qué con el paso de los trienios se les va poniendo esa cara de carnero sodomizado? Conclusión: ya no te hace ilusión tu cuerpo. Ser del cuerpo de catedráticos, quiero decir. Después compruebas poco a poco cómo se lo montan tantos por el morro y por los usos variados que del morro pueden hacerse. Y te vas como retrayendo, ¿sabes? Pero te queda esa especie de orgullo de pensar que aunque todos seamos jugadores federados, no jugamos la misma liga. Que a ti te invitan a hablar donde no invitan a cualquiera, que tú publicas donde no lo soñarían otros. Mentira, compasivo autoengaño. Los friquis han invadido todo, comenzando por muchos rectorados, consejerías, ministerios... Viajas a Buenos Aires, pongamos por caso, a un curso muy selecto donde tienes que contar tus sublimes hallazgos. Y ya en el vuelo de ida te encuentras una torda que ha trincado plaza porque se ha pulido a medio escalafón, y a un cabestro que se ha hecho catedrático porque siempre dice sí, incluso con la boca llena. Van a lo mismo que tú y, además, los recibe el embajador porque son primos del Ministro de Administración Territorial, por ejemplo.

Que no, hombre, que no, que es todo mentira. Al menos si hablamos de las pomposamente llamadas ciencias jurídicas, sociales y humanas. Que es cierto que hay colegas que saben un montón, investigadores de primerísima de los que cabe todavía aprender, esmerados enseñantes que no se han abandonado al vicio de los pedagogos oligofrénicos; pero con ésos puedes quedar un día para tomar unos vinos y cenar, y ya saldrá la conversación maja. Porque todo lo que huela a oficial, a institucional, a propiamente académico, a gremial, está podrido.

Parece llegado el momento de leer con delectación a Séneca y Marco Aurelio, antes de salir a tomarse unas tapitas y a brindar por la decadencia de esta parte de Occidente que talmente parece la parte del culo.

29 noviembre, 2007

Premios sin apremios.

Me encantan esos premios que sé que nunca ganaré ni ganará jamás ningún amigo mío medio normal. No me refiero a los de la lotería, la bono-loto, el cupón de la ONCE y así, pues ésos son bien democráticos y populares –con perdón- y para tener alguna posibilidad real no hace falta más cosa que comprarse un boleto o sellarlo. No, me refiero a los premios que premian las grandes trayectorias vitales siempre cercanas a los poderes establecidos, los desmedidos esfuerzos para beneficiar a la humanidad por la parte que a uno le toca, la bonhomía de ilustres personajes forrados hasta las cejas, la generosidad de quienes, hartos de enriquecerse y de trincar plusvalías, fundan tres oenegés para hacer bibliotecas en el desierto de Gobi, la iniciativa y el valor personal de los que han escalado desde la nada hasta la lista Forbes, el humanismo de los que perdieron por los pelos las elecciones para presidente del Imperio y ahora se conforman con darnos conferencias, a veinte millones de las antiguas pesetas, sobre lo mal que va todo y que aquí no hay quien viva. Y así. También molan los premios Nobel de la paz a gentes que pusieron bombas u ordenaron ejecuciones o a esos que salen corriendo a solidarizarse con los móviles de ETA y de otros malnacidos que sean de los suyos.

Si al acabar la película llegara realmente el Juicio Final y todo eso, Dios lo tendría fácil para dictar veredicto. Vamos a ver, ¿usted trae algún premio? Si, Su Majestad (o como sea el tratamiento que venga al caso con el del Ojo en el Triángulo). ¿Quién se lo dio? Una asociación de constructores de adosados, creo que se denomina Pared Solidaria. ¿Y cómo se llamaba el premio? Se llamaba Premio a la Integridad Integral. Pues al puto infierno for ever, so pecador, bribón, fistro.

Es muy buena cosa recibir premios, sobre todo si están bien untados de euros. Pero todavía es mejor darlos, es más rentable. Si usted tiene una empresa, tipo PALOSA, y quiere promocionarla, puede hacer dos cosas. O bien contrata en televisión un anuncio no sexista lleno de chicas en bragas y paga para que se lo pasen en el descanso de un partido de la Champions, o bien crea un premio para una trayectoria ejemplar en algo. Puede ser en derechos humanos o también puede ser en derechos humanos o en derechos humanos. Ésos son los mejores y hay como trescientos, generalmente a repartir entre cinco o seis sujetos, conocidos como los humanistas derechos. Pero si de derechos humanos no caben más, puede su empresa inventarse un premio sobre valores cívicos, sobre valores ciudadanos o sobre ciudadanía valorativa. De ésos solamente existen unos cien y están algo más repartidos, pues meten baza concejales y acaba apareciendo ese pariente con el que todos soñamos, de tan majo, pero que sólo tienen los concejales y los alcaldes.

Y, claro, si el premio sustancioso lo da una empresa para promocionarse a sí misma más que nada, no se lo va a endilgar a cualquier pringao, pongamos que a un labrador de mi pueblo que casi regala las patatas cada año o a alguna ama de casa que ha alimentado y quitado la mierda por el morro de cuatro generaciones enteritas de soplagaitas caseros: padres, hijos, marido y nietos. Porque esa gente no promociona nada y quedan de lo más cutre en la ceremonia de entrega. Todo un salón engalanado por obra y gracia de un decorador que trabajó con Almodóvar, los directivos e invitados luciendo galas de boutique carísima y el aldeano o la maruja empeñados en saludar y preguntando que qué se debe por los pinchos y si no queda alguno más de merluza. Además, qué coño, el pueblo no se quiere a sí mismo. Lo que al pueblo llano le gusta no es que se premie el esfuerzo y la generosidad de sus iguales, sino el desprendimiento de un Ronaldinho, la simpatía de una Pantoja o el acierto de un padre de la Constitución. Ahí sí hay valores, eso sí son méritos, en esos casos la ejemplaridad canta por sí sola.

Así pues, convencido como estoy de que los premios digitales son grandísimo invento, de que cumplen la encomiable función de prolongar el periodo de holganza del ya experto que los gana y, además, de que nunca me caerá uno de tales, salvo que me emputezca por completo y me ponga a joder a unos cuantos mientras finjo que los libero, hoy he recibido una nueva satisfacción en este tema. Pues leo que ha nacido un nuevo premio, albricias, llamado Premio Mutua Madrileña porque lo da, naturalmente, la Mutua Madrileña. Si lo diera la Central Lechera Asturiana, a lo mejor se llamaba Premio CLAS, o premio de derechos humanos. Éste de la madrileña Mutua trae en la alforja setecientos cincuenta mil euros, cifra que pongo en letra para que no se crea alguno que me han bailado malamente los ceros. Oiga, y qué premiarán tan bien premiado. Pues, por lo que veo, algo de lo más original: la trayectoria y el compromiso con la mejora de la sociedad. Excelente. Así se distingue este premio de otros que recompensan el compromiso y la trayectoria de mejora de la sociedad. Menos mal que para una cosa así el baremo sale solo, que, si no, menudo trabajo para los miembros del jurado. La de miembro/a de jurado tampoco es mala canonjía. Te llevan, te alojan de puto padre, te pagan unas dietas que ríete tú de la inflación y, de propina, quedas bien con el premiado y le vendes luego la moto como Dios manda. ¿Con qué me premiará este que premio? Bueno, claro, salvo en las ocasiones en que el tribunal es de una pieza, gente recta a carta cabal y que no se casa ni con el apuntador –con ése menos-. Así sucedió en el caso que comentamos, pues en el jurado estaban cuatro presidentes de reales academias, que no se llaman así por ser academias verdaderas, sino que lo de reales lo llevan por el patronato de la Corona. También había una miembra de número de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y de la Real Academia de la Lengua, doña Margarita Salas, quien antes de ocupar cargos a porrillo –por ejemplo, presidió el Consejo Social de mi antigua Universidad- tenía prestigio grande como investigadora, y ahora se ve que lo tiene como académica pluriempleada, que es cosa bien distinta. Por cierto, se me hace raro que en ese sarao no haya aparecido el Presidente de la Real Academia de la Lengua, precisamente, que, como casi todos los ex curas (y los no ex), siempre aparece donde hay canapés y/o gente de posibles. En el principio fue el verbo y tal.

A todo esto, aún no he contado quién fue el agraciado con tanta guita y ese montón de prestigio. Tachán.... Pues los reales académicos han dado este premio tan real a.... el Rey de Empaña. Chachi. Dice la Casa Real que el dinero lo va a donar el Rey al Museo del Prado. Así, así, obras pías y de caridad. También se lo podría dar a la Tyssen para que le pusiera unos árboles al Museo suyo. Esa mujer se conjuga por activa y por pasiva y en otras posturas: tiene un museo y es de museo.

Qué manía tienen los reyes de andar donando cosas, ¿verdad? Con lo bien que se podría éste haber comprado una moto nueva, incluso con sidecar para llevar nietos/as. En fin.

28 noviembre, 2007

Recusa, que algo queda

En honor a la verdad he de reconocer que sólo he seguido por encima el culebrón de las recientes recusaciones de magistrados del TC por parte del Gobierno y de la otrora leal oposición. Da una pereza enorme meterse a fondo en semejante pozo, que es un pozo de eso que ustedes están pensando. Así que, como ni soy experto en materia de procesalismo constitucional ni ando completamente al día en los tejemanejes promiscuos de políticos y magistrados, mis ideas tal vez resulten claras y, además, podré expresarlas de modo comprensible. En Derecho la ventaja de saber poco de un tema es que así se entiende lo que uno dice y el sentido común no se ve suplantado por inverosímiles conceptos y abstrusas categorías.
Me referiré solamente a la recusación formulada por el PP contra tres de los magistrados que llevan en el lomo la marca de la cuadra progresista, igual que a otros del mismo Tribunal parcelado les han puesto en idéntica parte el hierro de la conservadora. Que manda narices que se los conozca más por las señas del respectivo patrón que por lo exquisito e independiente de sus fallos. Pero ese es otro tema, atinente a viejos oficios, y no vamos a ensañarnos ahora con las reglas del mercado de cargos. Si hablamos únicamente de esa recusación que el pleno del TC acaba de rechazar por ocho votos contra dos (también tiene cosa que esos dos sean los recusados por el Gobierno y cuyo asunto se va a ver próximamente en el Tribunal) es nada más que a título de muestra y porque en ella ya se rizó definitivamente el rizo del despropósito y el despiste, sin que por decir esto ni tratar de tal tema estemos dando por buena la otra recusación ni nada de lo que viene ocurriendo con el empeño de los políticos por meterles a los/as señores/as magistrados/as la mano por debajo de la toga.Puestos a dar al César lo que es del César y a Mariano lo suyo, habría que comenzar por preguntarse dónde busca el PP sus asesores jurídicos y si no estarán infiltrados por algún agente de Rubalcaba. Mis alumnos de primero de Derecho les llevarían los asuntos legales con más soltura y mayores éxitos, eso segurísimo. Pero allá se las compongan y cada cual se suicida como quiere o como puede.
Vamos con lo de la tal recusación. La razón invocada era que esos tres magistrados en una reunión en el despacho de la Presidenta, la señora Casas Bahamonde (hay que ver de qué modo sublime el azar ha combinado posmodernidad y memoria histórica en los apellidos de esta eminentísima aspirante a cargos de altos vuelos), habían manifestado su opinión contraria a la constitucionalidad de la norma legal sobre la que formalmente tendrán que pronunciarse en el Tribunal, norma que no es otra que la que prorroga el mandato de la señora Casas como Presidenta, a fin de que sobre el Estatuto Catalán vote, con voto de calidad, como se le supone, para lo que nos imaginamos y a cambio de que no se le cante aquello de tuviste una oportunidad y la dejaste escapar, ah, ah, ah. He oído que está perfeccionando su francés la excelentísima dama, pero a lo mejor no son más que lenguas viperinas las que así lo proclaman. En cualquier caso, hermosa tierra la alsaciana y buen lugar para alsaciarse.
Vamos al grano del asunto. ¿Que un magistrado constitucional manifieste una opinión sobre la constitucionalidad de la ley que luego ha de enjuiciar puede ser razón suficiente para su recusación? Me parece que hay que afinar mucho más sobre el cómo, el cuando y el dónde de tal manifestación y, sobre todo, se debería diferenciar más sutilmente entre opinión previa y prejuicio.Al parecer, lo publicado por El Mundo sobre tal reunión donde la Presidenta y lo ahí hablado era todo mentira, y así lo han mantenido los concernidos. El Mundo dice p´alante y alla va Mariano, sin reparar en el precipicio que se abre ante sus pies. No se da cuenta de que a Pedrojota le va el sado político y que se viene arriba justamente cuando alguien se la pega por crédulo y ligero de cascos. Pero aunque fuera verdad aquello que se informó, ¿qué pasaría? No tiene mucho sentido instalarse en la ficción de que los magistrados no tienen ideas preconcebidas sobre los asuntos que un día pueden tener que juzgar. Todos los que tenemos una minimísima formación jurídica nos hacemos algún juicio sobre si tal o cual ley discutida y discutible será constitucional o no y la manifestamos cuando viene al caso y tenemos con quien. Tener opinión previa no puede ser causa de recusación; manifestarla tampoco, siempre que se haga de un modo ponderado y que no lleve a pensar que esa opinión la provocan razones espurias. Ya ni digamos si tal manifestación tiene lugar en una reunión privada y entre colegas, sin ningún propósito de darle publicidad.
Cosa muy diferente será si el magistrado al dar su opinión previa se ha comprometido formalmente con alguna de las partes del ligitio y si por ello ha cobrado o con ello ha puesto en juego su propia reputación. Alguien que dictaminó para una parte que una norma legal determinada era constitucional queda, en efecto, inhabilitado para juzgar con objetividad sobre tal constitucionalidad como miembro del TC, pues ha puesto en juego su propio prestigio profesional y en alguna medida acaba convertido en juez y parte. Pero, fuera de esos casos, no me parece que la previa manifestación libre e independiente de una opinión anterior tenga que incapacitar para el juicio posterior. Al fin y al cabo, y este es el dato esencial, el juicio que el TC se forma es el resultado de un proceso en el que se ponen las máximas garantías posibles para que dicho juicio sea el fruto de una reflexión plenamente informada, ilustrada por los argumentos de todas las partes y asesorada por los expertos correspondientes, y para que dicho juicio sea el resultado de un debate y un análisis esmerado en el seno del propio Tribunal. Magistrados de buena fe y que operen con propósito de objetividad e independencia pueden cambiar ahí sus opiniones previas y nada tendría ese hecho de particular. Por eso no importa que tuvieran opiniones previas, ni siquiera que las hubieran manifestado.
Cosa distinta de la opinión es el prejuicio políticamente alimentado. Si la actitud de un magistrado es la de dejar que su juicio se guíe por los intereses del Gobierno o de la oposición, si sus consideraciones están determinadas principalmente por fobias o filias políticas, si sus consideraciones las orienta el interés por agradar a éstos o a los otros, si su reflexión jurídica está mediatizada por un cálculo de utilidad personal, entonces sí que resultará su modo de actuar incompatible con lo que tan alta magistratura exige. Y a tales efectos poco importará lo que previamente haya manifestado sobre esta ley o aquella, sino que habrá más bien que atenerse a su actitud general, al grado de independencia que cada magistrado haya mostrado frente a unos u otros poderes y a si en su labor predominan la competencia técnica y la libertad de juicio o si, por el contrario, cualquier chapuza se da por buena con tal de arrimar el ascua a su sardina o a la sardina del “jefe”.
Aquí, en esto último, es donde se nos aparece la gran paradoja. Andan Gobierno y oposición recusando magistrados por haber manifestado opiniones más o menos oportunas o fundadas, pero al hacer causa de lo secundario nos ocultan, tanto el Gobierno como la oposición, lo principal: que habría que recusarlos y echarlos a todos, a todos los magistrados; o casi. Pues si en las cuestiones más relevantes para este Estado y su Constitución su voto es completamente previsible, y lo es hasta el punto de que el Gobierno tiene que improvisar una ley para dirimir el empate a su favor y dando a entender así que sabe perfectamente lo que votará incluso esa señora Presidenta que con su voto, llamado de calidad, desempatará, ¿qué es lo que se nos está diciendo? Que todos los magistrados obran por prejuicio político, hacen lo que sus patronos les mandan y tienen su juicio completamente viciado.
Si al Gobierno y la oposición ese aliento prevaricador del Tribunal Constitucional les importara un carajo, se reunirían de inmediato y se pondrían de acuerdo para poner de patitas en la calle lo antes posible a semejante pandilla de sumisos de mírame y no me toques, que llevo toga. Pero no, no van por ahí los tiros. Bien se ve para qué quieren el Gobierno y la oposición la Constitución, aprovechando que ha resultado ser de papel. Y bien se sabe también qué cometido les reservan en eso a los señores magistrados del TC. El Derecho constitucional, así entendido, acaba siendo una cuestión de estómago; rollo visceral.

27 noviembre, 2007

Rosa Montero: olé.

No me resisto, tengo que copiar aquí la columna de Rosa Montero que sale hoy en El País. Ahí va. A a ver cuando nos tomamos más en serio a las mujeres que sufren que a las feministas que sólo se mojan contra los maltratadores de aquí y que, pasito a pasito, van pillando carguito. Pero otras feministas haberlas, haylas, como Rosa Montero. Olé sus narices: se atreve a decir lo obvio en estos tiempos en que lo progre parece el discurso insustancial y de todo el mundo es bueno -menos el PP-, al estilo del Gran Churri que nos preside a todos y a todas.

Éste es el texto:

Siempre. Por Rosa Montero.

En Arabia Saudí han condenado a seis meses de cárcel y 200 latigazos a una chica de 18 años que fue violada por siete hombres. Se la castiga porque, en el momento del asalto, ella estaba hablando con un amigo, y estar junto a un varón "sin parentesco" allí es un delito. No hablamos de una región primitiva y remota, sino de Arabia Saudí, un país riquísimo y amigo de Occidente. Me pregunto qué haremos ahora con tan incómodo colega para impedir este atropello.

También me pregunto qué opinan del caso todos esos individuos que abogan por el relativismo cultural. Aquellos que dicen que no podemos juzgar las sociedades islámicas desde Occidente. Y que los nigerianos e iraníes que lapidan a las adúlteras, por ejemplo, tienen sus razones culturales para hacerlo, razones que no podemos entender y que debemos respetar. Aunque parezca mentira, hay personas cultivadas que sostienen tal cosa, y el argumento se utilizó en la crisis de las viñetas de Mahoma. Esta falacia finge ser respetuosa con el contrario, pero en realidad es paternalista y cobarde: desdeña la capacidad ética del otro y evita ayudar al oprimido. En todas las sociedades ha habido individuos que supieron denunciar los abusos del entorno. Romanos que clamaron contra la esclavitud y renacentistas que combatieron el genocidio indígena. En cuanto al Islam, hay una maravillosa tradición de intelectuales tolerantes: "Mi corazón lo contiene todo/ Una pradera donde pastan las gacelas/ un convento de monjes cristianos/ un templo para ídolos / la Kaaba del peregrino/ los rollos de la Torah/ y el libro del Corán", decía, en el siglo XII, el poeta sufí Ibn Arabí. Lo malo no es el Islam, sino los integristas. No es un problema de cultura ni de ética, sino de desarrollo social y político. Y las atrocidades han sido y son atroces siempre y en todas partes.

Como la tripa de Jorge

Esta España mía, esta España nuestra, ay, ay, ay, estira y encoge según quién se la quiera trajinar. Ahora resulta que Saramago, don José, escritor muchos años afincado en Lanzarote, comunista vitalicio y vocacional recitador de variados manifiestos, anda diciendo que Portugal debería unirse a España en un solo país, un Estado Ibérico. Hombre, y en el escudo un jamón, también ibérico, junto con don Saramago y un micrófono en la Puerta del Sol.
Quieren marearnos. Allá en la lejana juventud, uno se leyó lo suyo de Marx y los marxistas de cuando había marxistas, y se llegaba a la conclusión de que la meta era un mundo sin patrias, pues terminará con todas el proletariado, agente insobornable de la revolución, cuando el proceso de acumulación capitalista llegue a su culmen y cuando las masas depauperadas acaben de tomar conciencia de su condición de clase universal. Las naciones y los nacionalismos les hacían una gracia escasa a don Carlos y a don Federico y, para colmo, los estados todos habrían de irse a la porra cuando, pasada la fase de dictadura del proletariado, las estructuras represivas de la política y el Derecho se disolvieran como un azucarillo en el caudal de la justicia cósmica. Uy, qué sofoco me ha dado con esto de los recuerdos. Con el tiempo excita más acordarse de la primera fe que de la primera novia magreable. Por cierto, y valga la confesión de parte: sólo los conservadores y machistas hemos tenido novias magreables. Los curas y los progres siempre han visto en cada ser humano femenino un remedo de la Virgen María y siempre han obrado en consecuencia. Conste así, y a los pies de los caballos me pongo por rijoso y por ateo.
Dónde íbamos. Ah, sí, que Saramago es comunista para lo que quiere y marxista cuando no se olvida, como éstos nuestros de IU, que ponen la mesa para nuevos estados ibéricos a nada que se los sirvan bien cortaditos y les den una consejería autonómica, aunque sea de Macramé o, pásmate, de Interior. Me voy a los periódicos a ver cómo es eso del nuevo Estado saramaguense, pues me imagino su Constitución sin puntos y aparte, una parrafada asfixiante para echarse al coleto jurídico, como las novelas de don José. Este hombre no sólo lo dice todo de una tacada de trescientas páginas sin respirar, sino que tiene un problema con su tierra, vaya usted a saber si por algún desarreglo psicológico. Quizá le vendría bien una temporada con psicoanalistas argentinos. Para que se entere de lo que vale un peine y de que no te puedes juntar con cualquiera al buen tuntún. Digo lo del trastorno con su Portugal porque tan pronto escribe que se desgaja del continente junto con el resto de la Península, a modo de balsa de piedra, como pide que se junte con España para tener más público él para esos manifiestos antiimperialistas que recita cada mes ante la mirada apasionada de actores y actoras.
Me pongo a leer un poco más las noticias atrasadas y me topo con que Günter Grass apoya la propuesta de Saramago y ve con simpatía el nuevo ensayo sobre la ceguera. Cada uno se pela la cebolla como puede. Entiéndaseme, a un servidor la idea del nuevo Estado de bellota no le molesta nada y benditos sean los Estados cada vez más grandes y menos naciones. Aunque, puestos a pedir, yo rogaría que nos juntaran también con Dinamarca, Suecia y las Seychelles. Pero no es eso. Lo que se me hace raro es que el Grass diga tal cosa, cuando él estuvo más que en contra de la reunificación alemana. Y, ya puestos a buscarle tres pies al gato, tengo una pregunta para usted, señor Saramago: ¿cree que las mismas razones que valen para arrimar a Portugal sirven para mantener a Cataluña y el País Vasco o sobre tal asunto no sabe o no contesta? Y, si no contesta, ¿no lo hace porque para qué o porque igual no le llaman a leer más manifiestos los progres de la nueva España cañí? ¿Su vieja mirada de comunista con buenos derechos de autor abomina de los nacionalismos y patrioterismos en general o sólo del portugués?
Bah, supongo que usted, don José, con esas canas, esa experiencia y esa obra sin pausa ni puntos, ya no se corta ni un pelo. Hasta el mismo Grass, don Günter, dice que lo admira porque usted dice cosas que pueden resultar incómodas. Así que venga, anímese y suelte alguna que pueda parecer incómoda aquí. Y no vale la de que Bush es un malón y un imperialista, que esa ya se la conocemos y la dice, con razón, hasta el/la tonto/a de mi pueblo.
Ay, qué chicos estos. Todo el día dando la matraca con el dichoso aguinaldo.

26 noviembre, 2007

Más troleros

No creo que sea mi sino fatal, es que verdaderamente está llena la universidad en todas partes de mentirosos compulsivos y trepas con fantasía desbordante. Una peste. Una auténtica pandemia. O que algo tiene este humus universitario, por llamarlo caritativamente, para que prolifere así esa especie de gusanos.
He dado con otro más, esta vez fuera de nuestro país. Ya se me había hecho tremendamente sospechoso la última vez que lo había visto, pero ahora he confirmado que es otro especimen de los que llegarán lejos a base de inventarse por la brava el currículo y las hazañas. Contaré brevemente la historia, para ilustración de incautos y escarmiento de crédulos.
Hace meses recibí el mensaje de que un joven profesor extranjero, al que conocía poco más que de vista, quería pasar por León a saludarme. Me contaba que en una universidad cercana a esta mía lo habían invitado a dar una conferencia y que, como León lo cogía en el trayecto, pues que le encantaría charlar un rato conmigo. Atentos a esto, pues por ahí nos entran siempre, dándonos coba y haciendo que nos sintamos importantes. De esa manera nos ablandan y luego entran con la suya y se nos suben a la chepa, desde donde se impulsan sin miramientos hacia otra chepa más alta. El caso es que le dije que por supuesto que podíamos vernos, que muy honrado y que con gusto lo invitaba a comer ese día. Otra característica de este personal: ellos nunca pagan, pero las gracias acabas dándoselas tú por dedicarte unos minutos de su valioso tiempo, aunque te los dediquen con la boca llena y a tu costa. Es duro admitir que quién hostias va a peregrinar a verlo a uno si no es para vacilarle y darle el palo. Así que nos gusta más creernos que ese que engulle te admira al mismo tiempo por tus innegables valores y tu sabiduría sin tacha.
Total, que lo recibí. Me extrañaba que viniera de donde decía que venía y de dar esa conferencia que contaba, pues conozco a sus supuestos anfitriones allá y los sé poco dados a eventos y compromisos. El mosqueo se me acentuó cuando, al preguntarle detalles a nuestro trilero académico, se me perdió en minucias más o menos borrosas. Ahí comenzó a encendérseme definitivamente la lucecita de alarma y empecé a cagarme en sus muertos y en mi propia sombra.
Si alguna duda me quedaba de que aquel cabronazo me estaba tomando el tupé para darse pote y quedar ante mí como un cotizadísimo profesor de fama mundial, siendo como es un puto pringao y un muerto de hambre -por Dios que le daba a la cecina como si cumpliera piadosamente con un sacramento-, se me despejó definitivamente al oírlo referirse a ciertos reputadísimos profesores. A Ferrajoli lo nombraba como Luigi, a Atienza como Manolo, a Comanducci como Paolo y a Alexy como Robert. Ah, no, pensé, conozco a los de tu percal. Supe que en el futuro y donde viniera a cuento se referiría a un servidor como Toño y aseguraría que le invité en León ese día a dictar una conferencia y que estamos pergeñando juntos algunos proyectos de investigación y algunas publicaciones. Y, en efecto, estos días he comprobado que eso va contando. Esos cuentos falsos y, de propina, también va malmetiendo con colegas y amigos de otros lugares. Otro hijo de puta con imaginación primorosa y dispuesto a alzarse en sus mentiras hasta donde haga falta.
Seguí esa vez la pista de sus andanzas en España y fui averiguando que a todos los sitios llegaba con el mismo truco, que en todos acababa comiendo de gorra y que en cada uno explicaba que venía de dar una conferencia en el lugar anterior, pues era íntimo y buen colaborador del respectivo anfitrión. También supe que, según dónde y con quién esté, cuenta que es doctor por una universidad o por otra y que se doctoró sobre este o aquel tema. Eso, por cierto, me recuerda a mi mentiroso de aquí de toda la vida, del que ya he hablado otras veces. Siempre dijo que su tesis había sido sobre filosofía griega, pero en una ocasión, en un concurso a cátedra en el que yo mismo estaba en el tribunal, lo oí con estos oídos pecadores asegurarnos en público que se había doctorado sobre Hegel. A ese también lo quiere mucho la autoridad, porque es muy bueno para la cosa esa que se hace con los caballos en los picaderos.
De este cretino nuevo al que dedico el presente post supe también que en su universidad lo adoran y que lo considera su autoridad académica el no va más de la intelectualidad y la ciencia. Claro, con tantos títulos y conferencias, como para no. En el país de los ciegos, el tuerto el rey. El tuerto este es en realidad más ciego que ninguno, pero da el pego con ese ojo de cristal que se pone.
He tratado de delatarlo y a quien ha querido oírme en su universidad le he contado lo que pienso y qué pruebas tengo de las imposturas del sujeto. Se quedaban cariacontecidos y me miraban un poco raro. Supongo que me tomaban por mentiroso a mí o pensaban que el otro me había arrebatado alguna novia y que por eso la ojeriza. Por cierto que tengo bien cerca otro embustero más, al que siempre le ha dado por contar que yo le he quitado sus mejores novias. Otro que tal, y éste catedrático.
¿Qué podemos hacer con semejante personal? Me temo que nada. El mundo es suyo, la universidad los desea. Para hacerle a ella un curriculum rápido y suciote, en plan aquí te cojo, aquí te mato, son mejores y más efectivos. Y a ella le gustan así, canallas y fingidores, aprovechados, maltratadores. Pues que la jodan. Estas universidades que hacen la esquina y se administran cual puticlubs envejecidos necesitan chulos así, con poca entraña y mucha labia. Pues ya está, que sea para bien. Los demás, a los cuarteles de invierno a toda leche, con la cartera en casa y el trasero contra la pared.

25 noviembre, 2007

Los sueños de la razón... Por Avelino Fierro

Amado, necesito que me ayudes. Llevo días levantándome temprano muy a mi pesar. No es para escribir sobre la piel dulcísima del día, como diría Umbral. Me despierto sobresaltado, siempre por el mismo motivo. Te iba a llamar al móvil, pero será mejor escribir, por ver si consigo conjurar esta especie de obsesión que me trastorna. No hay nada de ejercicio literario en esto, lo juro. No trato de apresar los sueños de la noche con el apresuramiento del que teme perder –como desaconsejaba Alfonso Reyes-, con la evaporación, las virtudes del yodo reciente.
El caso es que tengo sueños, más bien pesadillas, totalitarios. Pero ya te digo, no se quedan ahí, en su zona reservada, en el subconsciente o en algún cuarto oscuro del cerebro, que es donde me gustaría mandarlos y tirar la llave al Bernesga. Aunque alguna vez pensé que tiene que haber por alguna parte una especie de biblioteca gigante e inmaterial, algún limbo, algún disco duro (bueno, quizá blando; recuerda aquella intuición de los relojes dalinianos) donde vayan a parar todas estas energías nuestras. Porque uno se levanta agotado. Y todo este trajín no puede desaprovecharse, tendrá que ir, tendrá que estar en algún sitio. Y compadezco a los que estén para reciclarlo. Allá les llegará todo sin separar, embarullado. Sin la bolsa con lo orgánico, los recuerdos de amoríos o los recurrentes de la infancia; sin los envases, por ahí andará lo erótico, con tanta presentación diferente; el vidrio, como esto mío que les llega últimamente. Mis visiones son claras, como a través de mampara de cristal, que luego se hace añicos, saltan para herirte las esquirlas cortantes.
Sueño que soy una especie de capo de una especie de campo de concentración. Bueno, quita lo de especie, lo de “algo así como”. Lo siento nítido, lo palpo. Un par de veces tenía un parecido al Amon Goeth del campo de Plaszow, que sale en “La lista de Schindler” y sobre el que tú has escrito. Aunque, al menos, no disparo ni follo indiscriminadamente. Y voy condenando o absolviendo como él, con aquel gesto pontificial, misericordioso. Pero la mayoría de las veces no tengo cuerpo o tengo la visión esteoroscópica de una cámara o del gran hermano.
El campo es, la mayoría de las veces, aseado, bien trazado. Ya sabes de mi manía del orden. Asepsia y tiralíneas. Tipo bahuasiano o del movimiento moderno. Nada que ver con la sucia ciénaga donde los cadáveres y las inmundicias hacían irrespirable el aire nebuloso y blando, del que escribe Primo Levi en “La tregua”. Con alambradas en las que te puedes enganchar sin miedo a coger el tétanos. Hasta hay geranios. A ellos les dará igual, no lo pueden ver. Pero yo veo que estoy pendiente del detalle.
Allí están ellos, con bolsas negras de basura tapándoles la cabeza. Les gusta estar separados y tienen una indumentaria diferente. Los arquitectos, de negro y gris marengo. Son, se adivina, los más elegantes. Los políticos tienen peor gusto. Trajes que quieren ser demasiado modernos y corbatas gritonas. Ellas son más clásicas. Sólo un par llevan cazadoras del tipo de aquella que quiso ser alcaldesa de Madrid. Los periodistas son un desastre; mira que tampoco cuesta tanto ir un poco bien. Pero puede que sea una pose buscada, que obedezca a algún arquetipo, como un Walter Matthau con pinta de andar hurgándose todo el tiempo la nariz o un Ring Lardner, la vista nublada por el humo del cigarro, el pelo graso y las uñas negras como un vulgar cajista.
Cada día se repiten esas visiones, con tal nitidez que no parecen irreales. Alguna vez cambia algo el escenario. Hace un par de semanas fui a dar una conferencia a maestros sobre el acoso escolar. Esa noche, el horror estaba en un patio de colegio como el de mi escuela de niño, con muros de ladrillo visto coronados por pellas de cemento con cristales incrustados. Estaban a cara descubierta y, en un extremo, varios arquitectos arrodillados con grandes orejas de papel. Dos políticos gordinflones, se desgañitaban para hacerse acompañar por el resto en una canción infantil que me recordó a la de los jovencitos de camisa parda en “Cabaret”. Ese día, amanecí más tranquilo.
Imagínate qué agobio. Me pasa casi a diario. Además, está empezando a influir en mi vida “normal”. El viernes pasado coincidí tomando una cañas con dos amigos de un periódico local, una pareja que no escribe mal. No le reí los chistes a él y estuve ríspido con ella. Con los otros grupos me preocupa menos. Ya me pasaba antes.
Le doy vueltas y pienso si no me habréis contagiado otros estas obsesiones. No, tranquilo, no te voy a meter una querella por daños psíquicos del ciento setenta y tres del código penal. Qué te voy a contar a ti, que eres otra víctima. Pero leo tu blog y eso se va enquistando, seguro, en algún lugar del hipotálamo que empezará a segregar miasmas allá de madrugada. Y a mí, me está jodiendo la existencia.
También tengo yo mi culpa, no voy a negarlo. Vamos a ver, tengo claro que estos tres colectivos tienen en común varias cosas deplorables que, para los mortales y humillados, se pueden resumir en dos: no sabemos cuál es su visión del mundo, cómo razonan, ni en qué llegan a pensar. Qué estímulos les llevan a comportarse como lo hacen. Y luego, que les importamos un bledo. Entendería mejor a los marcianos.
Pero yo, con mi manía del orden, también he hecho algo para caer en este desorden nervioso: apunto frasecitas. A cientos. Estoy obsesionado. Tengo un cuaderno gruesito casi lleno. Te copio alguna. Esta te gustará, porque tiene que ver con Finkielkraut. Se habla de él entre un filósofo y un político. Al final, el escritor (Azúa, el 20.12.05) dice del segundo: “A quienes viven del dinero público les encanta castigar. El motivo es lo de menos. ¡Da tanto gusto mostrarse poderoso! ¡E incluso perdonar! ¡Qué grandeza, la compasión! / Hay algo peor que la fraternidad de los represores: la fraternidad de los cretinos.” Ya ves, les gusta hacer el Amon…
No quiero cansarte. Una más. No tengo la referencia; creo que es del ABC. “David Rose ha declarado sarcásticamente que él no encargaría a un arquitecto famoso que le construyera siquiera una caseta para el perro. ‘Cuando hago una caseta para el perro, yo estoy interesado en el perro. Él no.”
Y ya sabes que en los concursos empiezan a meterse cuestionarios para el jurado sobre el carácter más o menos emblemático de una propuesta.
De los periodistas, como la cosa está reciente por un asunto de mi trabajo, ni mentarlos. Yo pensaba que una tragedia familiar es eso justamente y algo íntimo. Para ellos, va a ser que no. Bueno, te remito a lo que escribió un tal Manfredi en esa revista de libros que los dos recibimos.
En fin, que voy a echar al fuego mi commonplace book.
No sigo. Bastante tengo con mis noches como para también alterarme en la vigilia. Eres el primero en saberlo. Aunque no sé si habrá más afectados, al menos hasta el punto que yo lo estoy. Pero como esos de los que hablo sigan así, será una pandemia más, como el VHI o la tendinitis por ratón de ordenador. Igual no es malo que se extienda: no votaríamos, volveríamos al filandón y volvería a estar de moda Vitruvio, obligándoles a vivaquear y a preguntar a los viejos del lugar. ¡Pero no te acuerdas de nuestras clases de primero, desgañitándonos porque había un motor achicando en el aula! No repararon en el apellido del topónimo: Villarrodrigo de las Regueras. ¡Dios!
En fin, voy acabando. El escribirte ha servido de algo. Me encuentro mejor, tras nombrar ese mi reverso tenebroso. Imagino que escribiendo, describiendo mis sueños, sin ninguna pretensión literaria (además, está desaconsejado en todos los manuales; lo han hecho medianamente bien Poe, Borges y cuatro más) me ayudará a llevar una vida corriente. Y tendré que ir al psiquiatra o al psicólogo. De momento, he dado el primer paso contándotelo a ti. Guárdame el secreto, pero aconséjame. Unas palabras tuyas, quizá basten para sanarme. Un abrazo. A.F.

24 noviembre, 2007

Al pueblo lo que es del pueblo

Últimamente el pueblo se va de rositas y se nos suele olvidar su responsabilidad en tantos desmanes. Uno de los grandes problemas de la democracia es que exige un muy esforzado acto de fe, pensar que eso que llamamos la ciudadanía es un conjunto en el que los ceporros totales son los menos, creer que hay una cosa llamada opinión pública que en verdad es opinión y no puro asentimiento de rumiante con panza llena. Es una pura ficción y seguramente usamos expresiones como soberanía popular para no mirarnos las entretelas y para no tener que pensar que casi todo lo popular es una vergüenza y una caquilla. Lo que pasa es que mejor una caritativa ficción como ésta que una dictadura de cualquier tipo. Todas las dictaduras tienen en común el hecho de que la voz de ese pueblo lamentable la suplanta por completo un enano gilipollas y sanguinario que es la hez de la hez. Así que del mal el menos y viva la democracia, aunque sus titulares seamos semejante masa pringosa de pijos y mequetrefes.
Sí, se levanta uno pesimista algunos días. Pero a ver cómo se explican las noticias de cada jornada. Se destapa una trama tremenda de corrupción en el Ayuntamiento de Madrid y con buenas razones nos indignamos con políticos municipales que están a uvas -o no- y con funcionarios desalmados dispuestos a convertir la capital de los españolitos en un remedo del Chicago de los mejores tiempos cinematográficos, pero nos olvidamos demasiado de los que han pagado y pagado sin decir ni pío. Las víctimas de este tipo de delitos suelen ser bien poco inocentes. Pena da pensarlo y a lo mejor soy un perfecto desalmado por proclamarlo así, pero por lo general el chantajeado o tiene mala conciencia o está dispuesto a soportarla a cambio de mejor ganancia. Por cierto, que se lo pregunten también a los empresarios del País Vasco que pagan calladamente la mordida a los mierdas de ETA después de echar cuentas y ver que el balance sigue dando positivo y que más vale cebar asesino que largarse con la empresa a otra parte sin fascistas. Por cierto, y salvando algunos distancias que habrá ciertamente que salvar, ¿se acuerda el amable lector de cuántas y cuáles empresas alemanas se avinieron a negociar con las SS y a pagar a cambio de que les dieran mano de obra esclava de los campos de concentración? La jerarquía nazi cobraba y les organzaba a esas empresas ejemplares unos campos de trabajo en los que los prisioneros esclavos solían morir en pocos meses, agotados. Pero no había problema, se disponía de mano de obra ilimitada que ni cobraba ni reclamaba más cosa que una muerte rápida. ¿Que cuáles empresas? Ahí van unas pocas: Siemens, Daimler-Benz, Krupp, Volkswagen, Knorr, I.G. Farben, Dynamit Nobel, Dresdner Bank, BMW, AEG-Telefunken, Ford, Astra, Heinkel, Messerschmidt, Shell, Agfa, Solvay, Zeiss-Ikon, etc.
El pueblo traga tan tranquilo con casi todo lo que le echen y que no le afecte demasiado al bolsillo o al vermut de los domingos depués de misa. ¿Que constructores sin entrañas destruyen costas y hermosos parajes a golpe de ladrillo y hormigón? Allá va el personal de tres en fondo a comprarse su apartamento con paredes de papel y olor a fritanga. Se llama urbanización a la aglomeración de cuchitriles y todos tan contentos y presumidos. ¿Que cuatro mastuerzos jovencillos y sin seso se proclaman insurgentes y rompen cada noche lo que pillan en nombre del espíritu prostituido de algún pueblo con pedigrí de psicópatas? Nadie los ve y el que no tiene más remedio que verlos sufre un repentino ataque de amnesia. ¿Que el compañero de trabajo es un inútil, un corrupto y un ladrón? Chitón, que en el fondo todo el mundo es bueno y mejor no buscarse problemas que lo saquen a uno de este dolce far niente de la oficina.
Semejante sociedad adiposa rebosa hipocresía por sus pliegues. Miren lo de la tele. Gran escándalo porque en uno de esos programas para jabalíes con muermo salió un maltratador jurándole amor a su víctima, a la que mató a los pocos días. Tremenda consternación. Como si los cerdos que hozan en el estiercol protestaran por toparse en él algún gusano. Queremos mierda, pero pura, sin tropezones. Millones de supuestos ciudadanos se extasían cada noche ante unos cretinos que cuentan su vida íntima a otros cretinos que se la preguntan para que la conozca a fondo, con pelos y señales, todo un pueblo de cretinos. Uy, pero de pronto resultó que un pegón pegaba y un matón mataba. Por Dios, por Dios, qué sorpresa, cuánto escándalo. Nosotros que creíamos que en tales programas para retrasados mentales sólo aparecían personas que se insultan sin agredirse y seres que sólo se zumban sin hacerse herida. Nos habíamos hecho la ilusión de que la sangre era salsa de tomate, o salsa rosa, y que el semen no era sino yugur griego. La culpa es de las televisiones, claro que sí. Igual que en el caso de las moscas: la culpa es de la vaca que dejó allí la boñiga, tan desordenada ella. Ellas que van a hacer, las pobres, si no son más que humildes moscas atraídas sin remisión por ese abismo aromático.
Y todo así. El silencio de los cabritos. Ya se imagina uno cuántos levantarían la voz si aquí hubiera judíos bastantes y surgiera de pronto una Noche de los Cristales Rotos: poquísimos. Y si la televisaran, el colmo de la felicidad y el no va más de las audiencias. Somos más de pegar a los pequeños que de plantarle cara a los grandes. Muy matones, sí, pero en camada; muy críticos, pero en la barra del bar y por lo bajinis. Muy decentes, pero mientras no pillemos una buena ocasión para dar el palo. De firmes convicciones todos, claro que sí, pero generalmente votamos contra alguien o porque alguno nos prometió un chollete muy particular. ¿Qué hay de lo mío?
Y las encuestas. ¿Qué me dicen de las encuestas? El CIS ha debido de caer en manos de una alianza de sádicos y masocas. Zapatero es el político mejor valorado del país. Tienen bemoles las encuestas. Y los encuestados, si es que los hay y no se lo inventa todo un funcionario con guasa. Zapatero el político que más aprecia el pueblo. Palabra de Pueblo, te alabamos, Señor.
Merecemos lo que tenemos. Y lo que nos vendrá. ¿Te gusto así, en esta posturita, mi amol?

22 noviembre, 2007

Alérgicos. Por Igor Sosa Mayor

Subrepticia y silenciosamente el orden social está cambiando desde hace unos años a esta parte. Y está cambiando en una dirección que, voy a decirlo sin tapujos, no me gusta nada. Pensará el lector que tal vez me refiero a la llamada «cultura del pelotazo», o a la llegada masiva de inmigrantes a nuestras tierras, o quizá a los matrimonios homosexuales. Pues no, me refiero a un cambio más subterráneo y por ello más trascendente: las alergias.
Una atenta y sostenida mirada a la prensa de los últimos años revela una transformación que se oculta en la supuesta neutralidad de las páginas de salud y bajo la asepsia del vocabulario científico: el aumento de alérgicos y, lo que es peor, la proliferación de nuevos tipos de alergias. De buenas a primeras han ido apareciendo, como por arte de birlibirloque, individuos que padecen alergia a las frutas tropicales, a la lactosa, a los derechos históricos, a las pastas de dientes, al látex, al maíz transgénico, a los familiares políticos (e incluso a los sanguíneos), al gluten de trigo, a las fibras sintéticas y un largo etcétera de extravagancias a cual más estrambótica. Ante este enigmático escenario, han salido a la palestra médicos y biólogos, nutricionistas y sociólogos para aclararnos las causas de unos desajustes producto de una sociedad atiborrada de carburantes y pesticidas. Pero ¿y las consecuencias sociales? ¿Alguien ha oído algo acerca de lo que esto significa para nuestra convivencia?
Pues bien, yo aprovecho esta tribuna para denunciarlo nítidamente: los alérgicos de toda la vida, los alérgicos tradicionales, estamos de capa caída. Hasta no hace mucho el mundo disfrutaba únicamente de dos tipos de alérgicos: el alérgico al polvo (entre los que se encuentra un servidor) y el alérgico al polen. Mientras unos, los alérgicos al polvo, hemos cultivado nuestra imagen de dandis entre los alérgicos, de sibaritas de salón con nuestro punto de bohemios, otros, los alérgicos al polen, han ostentado siempre el aura del romántico, del luchador por las causas perdidas, del Garibaldi de las alergias.
No voy a negar que entre nosotros no haya habido tiranteces, no haya surgido aquí y acullá una envidia, una pulla lanzada desde algún recoveco del alma. Y, sin embargo, nuestra relación ha sido límpida en su competencia y caballerosa en sus formas. Éramos dos especies distinguidas y reconocidas. La sociedad nos mimaba, se nos admiraba abiertamente, éramos modelos para nuestros niños, y las muchachas incluso bebían secretamente los vientos por nosotros. Todo esto, sin embargo, ha llegado a su fin. La turbamulta de alérgicos advenedizos nos miran, en el mejor de los casos, por encima del hombro, y en el peor, se mofan abiertamente de nuestros estornudos y sarpullidos, otrora símbolos de nuestra distinción. Las jerarquías se han disuelto en el fragor de un «todo vale» alérgico, de un postmodernismo de la alergia, de un estéril multiculturalismo nivelador, donde se confunde forma y contenido, alergia y alergénico. Al igual que aquella Gran Guerra vio el final de los dandis y los románticos, hoy en día los alérgicos de otros tiempos estamos en peligro de extinción.

21 noviembre, 2007

Pelmazos, lloricas.

Maldita costumbre de ducharse por la mañana con la radio a todo volumen. Y por qué no pongo Los Cuarenta Principales. En realidad salen cada día casi cuarenta, pero con la misma canción e idénticos pucheros: que me pegan, que no me quieren, que me discriminan, que no me siento bien, que no estoy a gusto, que me tira la sisa, que no contengo la gotilla, que estoy oprimido, que estoy poseído por un espíritu del pueblo, que me quiero ir, que quiero autodeterminarme, que como me toquen grito, que no me pises que llevo chanclas, que para butifarra la mía, que quiero convocar un referendum y dos y tres, que ya me he meado el nuevo Estatuto, que me siento invadido y vilipendiado, que me voy a chivar a mi papá para que te pegue... ¡Joder, joder, joder! ¡Socorro!
Éramos pocos y ahora somos Mas. O piensan que la conciencia nacional se construye graznando o esta gente está paranoica perdida. No hay día sin su cantaleta. Y también he oído a uno de Esquerra (izquierda, manda güevos) decir que ellos no son, sino que están españoles. Y digo yo: ¿qué tal si se la machacaran con dos piedras autóctonas? ¿Serían? ¿Estarían?
Esta peste no se soporta. Que se vayan, carajo. Y desconectemos la radio, pues aún después de largarse y tener selección propia de parchís seguirán dando la turra y diciendo que si ahora no se les levanta la nación es por el trauma que sufrieron con nosotros. Nos perseguirán hasta el día del Juicio Final para gritarnos sus neuróticos agravios. Como Chávez, por cierto. Lo de la monarquía a mí ni me va ni me viene, lo de la frase real tampoco es para tirar cohetes, pero, rediós, no hay mañana ya en que pueda uno ducharse sin la matraca del ridículo caudillo que se dice bolivariano. Y, para colmo, recibo un correo electrónico de un antiguo amigo que se va haciendo más revolucionario de tresillo a medida que le crece la panza, y en el correo viene un artículo de uno que al parecer es periodista y que lleva apellido de director de cine que hace la pelota a los vascos de raza. Y, diantre, dice ese periodista eximio que Chávez representa "la nueva insurgencia latinoamericana".
Aviados estamos con tanto revolucionario y tanto insurgente. Entre los nacionalistillos de aquí y los bolivarianos de allá, quedan cuatro días para que se produzca la redención de los pueblos oprimidos y la definitiva liberación de los parias de la tierra. Seguro. Nunca la izquierda fue tan boba; y menos izquierda. Se han puesto a pensar que lo progresista es tirarse pedos en los guateques y comer los filetes con la mano ciscándose al tiempo en el carnicero. Ejemplar conciencia histórica y crítica.
No volveré a encender la radio por la mañana, cuando uno se despierta sensible. Pero, fuera de esa profiláctica medida personal, colectivamente algo tendremos que hacer. Así no hay Constitución que aguante. Con tanta lágrima y tantas babas se arruga y se destiñe. O la cambiamos para que los plastas se vayan con viento fresco a buscarse la vida en la esquina de su solemne nación, o nos ponemos de acuerdo para descojonarnos a costa de ellos cada vez que asomen los morritos y pidan chupete o similar. Pero así no se puede seguir. No hay dios que lo aguante.

20 noviembre, 2007

Lo que mandan los medios

Resulta muy poco original insistir en que los medios de comunicación configuran con sus decisiones nuestros esquemas y establecen nuestras alternativas. Pero es así. Con una sutil perversidad, que convierte sus maniobras en genuinas manipulaciones interesadas: presentan como descripción lo que es elección y negocio, y como noticia lo que no es más que una muy interesada selección de cuanto en la realidad acontece. Lo primero lo vemos a cada rato en esos suplementos que nos señalan y describen tantos productos nuevos, productos para adelgazar, para fortalecerse, para cuidar el cutis, para aparentar que acabamos de llegar de París, para fingir orgasmos con mayor convencimiento, para parecer un macho con más caballos o para homenajear al macho dejando en la silla de la ropa el feminismo por horas. Junto a la publicidad declarada, se recogen aparentes noticias sobre artilugios y bálsamos que no son más que propaganda camuflada y bien pagada. Así usted se siente un/a individuo/a con más personalidad cuando se va corriendo a comprar, más caros, esos artículos de los que no se hace publicidad con todas las de la ley, sino soterrada y para gentes que supuestamente no se dejan comer el coco.
Con las noticias políticas ocurre algo similar. Puesto que en tanto que ciudadanos estamos llamados a formarnos opinión y a elegir entre las opciones políticas que se nos presenten, los medios seleccionan para que no todo lo que se nos quiere presentar se incorpore a nuestra conciencia y, al tiempo, para que lo que propiamente no es alternativa presentable figure como tal, ya sea para propiamente destacarla y que cuente, ya para que funcione como amenaza o engañabobos que haga a éstos, a los bobos, votar lo que deben. Y en esto tiene lugar un nuevo desplazamiento sutil. De la misma forma que en el punto anterior decíamos que aparece publicidad fuera de los espacios publicitarios, disfrazada bajo la forma de noticia o reportaje, aquí tenemos que hay noticias que deberían tener su sitio en la página de sucesos (incluso en la de sucesos chuscos) y que, sin embargo, van a la sección de política, mientras que otros hechos que ahí deberían estar simplemente desaparecen porque de ellos no se quiere dar cuenta.
En los últimos tiempos he tenido diversos contactos con los dos partidos nuevos que tratan de romper el molde prefabricado y rígido de ese bipartidismo con incrustaciones que en este país padecemos, incrustaciones de ex-comunistas con vocación indemne de nomenklatura e incrustaciones de ceporros con boina nacional y que juran que se les ha aparecido el mismísimo Volksgeist mientras cocinaban unas cocochas. Pues bien, la gran lucha, tanto de Ciudadanos como de UPD es para logar aparecer en los medios de comunicación, para que televisiones, radios y periódicos reparen en sus actos, reuniones y programas. Dicen la más mínima chorrada Zapatero o Rajoy y va a primera página su aserto, generalmente con muy poca sustancia o abiertamente incomprensible. De lo que mantengan los otros, bueno o malo, casi nada se reproduce. Rebuznan Pepiño o Acebes, con su estilo pedestre y previsible, y se deshacen en comentarios tertulianos y editorialistas. De lo de los otros, ni pío. ¿Acaso es porque los medios sólo dan cuenta de lo que al público le interesa como noticia? Me temo que es al revés, que recogen nada más lo que se quiere que sea noticia para el público, aunque no le interese ya un carajo. Luego se quejan de que la gente no lee periódicos o de que cambia de cadena cuando comienza el telediario. ¿Acaso merece la pena volver a oír a Zapatero una nueva frase zarrapastrosa y tan equívoca como dictamen de quiromante? ¿Quizá vale la pena volver a escuchar cómo Rajoy se arma un lío él solito hasta con el tema más simple? No, no vale la pena, pero de ahí no quieren que salgamos.
Y luego está la otra parte, el empeño por ampliar artificial y alevosamente el aparente abanico de discursos políticos entre los que escoger. Lo que digan Ciudadanos o UPD no cuenta, lo que mantenga IU, apenas. Pero salen cuatro chalados a la calle a gritar paridas, ya sea con la camisa azul o con el pañuelo palestino tapándoles el rostro, y se hacen de inmediato lenguas los informativos, contando gozosos que ya tenemos extrema derecha y extrema izquierda. Mira qué bien. Éramos pocos... ¿Por qué es eso más noticia? ¿Por qué consume más tiempo de noticiarios y reportajes? ¿Por qué cuatro cantamañanas de un lado o de otro, literalmente cuatro, copan más pantalla y ocupan más columnas de periódico que cualquier discurso político nuevo y que se pretenda bien articulado? ¿Por qué si el mejor especialista en ciencia política, pongamos por caso, da una buena conferencia, ningún periodista acude a tomar nota y, sin embargo, van todos cuando un animal de bellota tira piedras a un edificio oficial o regurgita consignas de mentecato sin luces?
De la constante presencia de los Pepiños y Zaplanas en los medios, presencia casposa y estomagante, podría ser justificación que sus partidos son los mayoritarios en nuestros parlamentos. Pero, si el criterio es ése, ¿qué pinta tanto hablar de cuatro chochos falangistas en peregrinación al expropiado Valle de los Caídos, o de cuatro hijitos de papá que rompen escaparates contra la globalización y el capital, mientras hacen tiempo hasta que llegue la hora de heredar la empresa familiar?
Tengo para mí que todo se explica como parte de idéntico plan, de la misma estrategia. Se trata de que no veamos alternativa ninguna a PP y PSOE, de que nos conformemos con su mediocridad pueril y su inmoralidad normalizada, y de que concluyamos que no hay para esos partidos más alternativa real y verdadera que el feo y agresivo rostro de la extrema derecha y la extrema izquierda. Vota a Zapatero, porque viene el lobo de la derecha extrema. Vota a Rajoy, porque viene el lobo de la extrema izquierda. Y nos enseñan a media docena de tarados poniendo cara de tarados mientras gritan gilipolleces o queman cualquier cosa. Pero de lo que hagan o propongan otros partidos, ni pío; de lo que hablen otras voces, ni pío; de que esto un día puede cambiar, incluso para bien, ni pío. Por algo será que callan. ¿Y si los que estamos hartos de PP, PSOE, nacionalistas de boina pedigüeña y cretinos extremos nos fuéramos organizando para desconectar cada tanto las radios y los televisores a la hora de las noticias? ¿Qué tal un día a la semana sin periódicos?

19 noviembre, 2007

¿Para qué sirve un gobierno? Por Francisco Sosa Wagner

¿Quién nos iba a decir que el embrollo de las identidades, de las lenguas y de los cortijos locales acabaría reportando beneficios tangibles? Pues así es, lástima que no sea en España sino en Bélgica, que nos pilla lejos. Porque en aquella bendita tierra llevan meses sin gobierno y ello se debe a que flamencos y valones disputan, más allá de toda medida, las preeminencias o las cuotas de poder. Hay que tener en cuenta que la capital, Bruselas, es la única ciudad bilingüe en un país con idiomas, prensa, escuelas, universidades completamente segregados a los dos lados de la frontera lingüística pintada en los años sesenta. Consta que el rey -porque se le ve con el cetro abatido- está deseando nombrar a un primer ministro pero, aun con lo que gusta este cargo, todo él supremo enredo, resulta que nadie tiene la suficiente valentía para asumirlo.

Es decir, que Bélgica, un país con aguaceros como hilos, miles de funcionarios armados con móvil y PDA de última generación, se encuentra sin un Gobierno que llevarse a la boca, un Gobierno por compasión con el que aparecer aseado en las fiestas de sociedad y participar en la “saison” de la ópera que ya ha comenzado entre coros y arias inmortales. El frío arrecia, los vientos en las esquinas silban y acuchillan, las noches se hacen largas y mandonas y, en esta situación, el Gobierno que no está, que no media, que no legisla, que no se reúne, que no comparece ante el Parlamento ... La coyuntura parece pavorosa pero da lugar a meditaciones que empiezan a poner en peligro las bases mismas de la sociedad. Porque, se preguntan los belgas, ¿qué ha pasado en realidad? Pues no ha pasado nada, nada anormal acontece en la vida diaria de los belgas que siguen tomando cerveza, planeando el fin de semana en París y comprando calcetines en los grandes almacenes.

Por ello, cada día son más los que han concluido que el gobierno no sirve sino para embrollar, que el mejor gobierno es el que ni está ni se le espera y que los decretos y las leyes en que tanto empeño ponen tienen apariencia de cosa fina y sutil pero magra sustancia. Así razonan y de ahí a perder el respeto a ministros y subsecretarios no hay más que un paso, delgado como frontera de Schengen (ciudad que por cierto no anda lejos).

Esto suena a anarquismo y, en efecto, lo es. Pero es un anarquismo suave y educado, como el que pudo ser pero no fue de Bakunin, siempre enfrentado a Marx y disputando con él quién tenía la barba más sedosa.

Muy pronto, el anarquismo tuvo de malo su afición a ir asesinando a mandatarios distinguidos que encontraba a mano. A Cánovas le pillaron en un apacible balneario, a Alfonso XIII le quisieron amargar la boda que es un día con muchas melancolías, a la emperatriz austro-húngara Sissi la balearon al borde del mar Mediterráneo cuyos aires tan bien sentaban a aquella criatura adorablemente histérica ... Es verdad que era el del anarquista un trabajo artesano, cumplido de uno en uno, no como las actuales matanzas de los terroristas, pero no dejaba de ser un acto de mala crianza que segaba vidas y que además servía de poco, si se le mide en relación con el empeño de cambiar la sociedad de sus furúnculos y sus pesadas digestiones, que era al cabo el objetivo anarquista.

Desde que abandonaron estas prácticas, a los anarquistas se les ha oído poco. Ahora reaparecen en Bélgica en la forma comedida que los belgas suelen poner a sus aspiraciones políticas, con buenas maneras y con dulzura: hoy quitan el Gobierno, mañana suprimirán el Parlamento y pasado les tocará a los jueces.

Es el anarquismo bueno, el moderado al que aspiraron aquellos anarquistas instruidos que fueron entre nosotros Azorín y Pío Baroja. Anarquistas en zapatillas y sin más arma que el ABC. Anarquistas de andar por casa que, la verdad, se echan de menos.

14 noviembre, 2007

Nos vemos el lunes. Y una recomendación.

El periplo colombiano entra en su fase última y más loca. Medellín y Barranquilla, reuniones, charlas, clases. Al ritmo de los de aquí, es decir, con el don de la ubicuidad y tan intenso como dudosamente productivo. Y el sábado avión de vuelta y el domingo en casa, si todo va como debe.
Creo que no tendré tiempo hasta el lunes para dar pie con bola ni escribir aquí nada, y bien que lo siento, pues a ver con qué humor va a andar uno sin este pequeño desahogo público-privado.
Permítaseme acabar con una recomendación, que también puede tomarse como tarea que le pongo al sufrido lector amigo: quien no lo conozca aún que no se pierda la prosa furibumba y lírica de Fernando Vallejo, seguramente la mejor pluma colombiana de hoy, una vez que García Márquez se nos perdió para siempre entre sus putas tristes y en brazos de Fidel, que viene a ser lo mismo. Pero absténganse los finolis y churricortos de lo políticamente correcto. Vallejo puede herir su sensibilidad de mequetrefes.
Ayer me compré de Fernando Vallejo todo lo que pillé en la librería y me lo voy a tragar contra reloj y en cuanto recupere el resuello. Había leído La Virgen de los Sicarios, El desbarrancadero y Mi hermano el alcalde. Nadie describe mejor el alma de Colombia, aunque lo haga con tal desgarro que duele y desconcierta. Exagera, pero también da en muchas dianas. Y su rico español es el español de aquí, con toda su poesía y toda su hiel.
Lo dicho, hasta el lunes. Saludos para todos. Ah, y todas.

13 noviembre, 2007

Doctorados y excelencia.

Si es que lo de la investigación universitaria va a seguir teniendo algún sentido, cosa que dudo bastante -al menos en el campo de las llamadas ciencias sociales, jurídicas y humanas-, va a hacer falta inventar nuevos títulos, nuevos signos de distinción. Es necesario diferenciar el buen investigador del patán, el trabajador esforzado de la ciencia del puro arribista con habilidades para la escalada social.
Tal necesidad se desprende de al menos dos razones. Por un lado, es radicalmente desincentivador para el que se tome en serio su trabajo universitario, y especialmente la investigación, comprobar cómo los otros cobran lo mismo -salvo esa limosnita de los sexenios y en la medida en que su concesión haga algo de justicia, que ésa es otra-, cómo los otros viven como reyes sin dar palo al agua y poniendo cara de eruditos incomprendidos, cómo los otros acumulan cargos y puestos de gobierno universitario, pues les sobra para ello el tiempo y dominan el masaje lumbar de rectores y demás chusma, y cómo desde esos asideros a los que trepan van disponiendo paso a paso las cosas para que se acorrale y se amargue al que no le eche puro cuento al oficio universitario. Para colmo, con la complicidad de los pedagogos -que son casi todos de ese enjambre de zánganos con ínfulas- van convenciendo a todo el mundo de que lo realmente importante en la universidad es utilizar los nuevos medios electrónicos, enseñar a los estudiantes a mantener limpito y con colorines el portafolio y procurar que nadie suspenda, no vaya a ser que alguno sufra por no ser el genio que se creía y que pensaban en su casa. Eso sí, para disimular y que no se note que el rey está desnudo y que aquí no la clava ni el apuntador, se monta una gran parafernalia de controles de calidad, programaciones, cursos de actualización, informes, evaluaciones de las evaluaciones, etc., etc. Cosa con la que, de paso, ganan todavía más prestigio, poder y algo de pasta esos camándulas que no saben escribir un puto párrafo sin torturar la sintaxis, ni hablar en público o en el aula si no es limitándose a leer entrecortadamente los esquemas para idiotas que vomita la pantallita con el PowerPoint.
Necesario es poder diferenciar el grano de la paja -¡ay, cuanta paja con cargo el erario público!- también para que quienes reparten dineros destinados a financiar proyectos y equipos sepan a qué atenerse. Porque dime cómo inflas tu curriculum y te diré lo sinvergüenza que eres. Mientras todo vaya al peso, como va, ahí tendrá usted a los más pícaros gestionándose ponencias a golpe de movimiento de caderas y a los pedagogos -y no sólo- labrándose repertorios inmensos de comunicaciones de una páginita cada una, presentadas en congresos organizados por los de su propia camada por el bien del contubernio.
Formalmente el título más alto es el de doctor, pero da vértigo asomarse a ver dónde ha caído. Las culpas están repartidas, desde luego, y todos tenemos nuestra parte, incluido el que suscribe, que maldita la hora en que debió permitir algunas cosas bajo palabra de sí, ya lo corrijo y lo pulo más adelante, pero es que ahora se me acaba el plazo y además es que me quiero casar y tal. El caso es que, entre unos y otros, hemos logrado que muchas de las tesis doctorales de hoy sean sencillamente ridículas y una mixtura de piratería y dislexia. Un examen detallado de las causas que han llevado a semejante descrédito merecería una tesis doctoral de las serias. Venga, quién se anima a ponerle el cascabel al gato. Ahí os quiero ver, teóricos de la educación bobalicona, sociólogos de encuestita en casa, juristas de reconocido desprestigio, economistas de ábaco, filósofos de la posmodernidad con langostinos. Para orientar el personal, adelanto algunas hipótesis sobre motivos de la degradación del título de doctor.
Por una parte, desde hace tiempo el prestigio de los muchos cátedros no se mide por la calidad de su producción o la de sus discípulos, sino nada más que por el número de éstos. Mola hacer escuela. Es como el que tiene una ganadería, sólo cuenta el número de cabezas. Y en las cabezas, nada. “Mira, ¿ves todas esas reses? Pues son mías”. “Jo, cuántas tiene usted, don Ataúlfo, y cómo mugen”. “Efectivamente. Y mírales el lomo, todas con mi marca”. “¡Jesús!, lo que habrá tenido usted que esforzarse”. “Sí, lo mío me ha costado, pero también muchas satisfacciones”. No dice cuáles.
Por otra parte, ciertos servicios personales que antes realizaban mayordomos, camareros y mucamas y que se pagaban en vil metal, ahora se premian con título de doctor y titularidad, cátedra incluso. También los que antes prestaban las mujeres de la vida. Cualquier joven iletrado y con una licenciatura por los pelos se dedica a pasearle el perro al cátedro con pretensiones, o a pasarle a ordenador los dictámenes -¡ay, o a escribírselos!, que casos conocemos todos-, o a hacerle trabajitos finos, ya sean orales, manuales o retroprogresivos, y la tesis sale como sola, oiga, y luego misteriosamente ganamos también en ese concurso en cuyo sorteo hemos tenido la suerte de estar todos los de nuestra escuela, escuela de artes y oficios.
También la Administración ayuda, y las circunstancias. Antiguamente el doctorando tenía tiempo para comenzar por los idiomas y por alguna estancia larga en universidad extranjera, tiempo para pasarse una buena temporada leyendo y enterándose de por dónde van los tiros, antes de ponerse a perpetrar escritos tartamudos. Ahora no, plazo perentorio, mónteselo como quiera pero tiene usted tres años o cuatro y me importa un carajo si es capaz o no de consultar alguna bibliografía que no esté en leonés o que no se deba a la pluma exclusiva de su jefe y los de su panda. Y temitas sencillos, sin complicaciones, de los de resumencito y generosa tipografía. Por el tribunal que nadie se preocupe, que vienen los de la escuela y de paso los llevamos a cenar a ese restaurante tan bueno que han abierto.
Con todo y con eso, cuando éramos pocos llegaron los doctorandos latinoamericanos y, sobre todo, ese invento tan bueno de los convenios de nuestras universidades con los de allá. Nos conviene portarnos bien, para que nos sigan invitando. El otro día supe que una universidad de aquellas tierras acaba de hacer doctor honoris causa a uno de los mayores tarugos de mi gremio. Seguro que hasta se lo entregó una mulata. Se lo entregó enterito. Muchos de esos estudiantes latinoamericanos tienen un mérito enorme y algunas de las mejores tesis que yo he conocido se deben al genio y el esfuerzo tenaz de alguno. Pero lo más común, desgraciadísimamente, es que vengan a trajinarse el título por la brava y para hacerse de oro al volver a su país, dándose allá pote de doctores de universidad europea. Y nosotros aquí que bueno, que qué más nos da, que no se hace daño a nadie de este lado por levantar la mano con ellos y que además fíjate qué buenas personas, siempre tan atentos y tan dóciles. Jopé, y mira aquélla cómo está, se va a enterar de dónde le ponemos el cum laude.
Pues eso, que ser doctor hoy en una universidad española es como ser catedrático, da vergüenza decirlo, por lo de las comparaciones. De pronto te viene la asistenta del honoris causa y te dice que para doctor él y que tú eres un pringao que no haces nada más que leer y leer sin sacarle sustancia. Y qué le vas a contar a la pobre.
Así que o se inventan nuevos criterios de distinción investigadora, ligados a la valía real del trabajo y no a mamoneos y meneos variados, o aquí ya no va a esmerarse ni cascorro, puesto que todo vale igual, todo el mundo es bueno y tonto el último.
Por lo pronto, y asumiendo cada cual la responsabilidad que le concierne, hagámonos un elemental propósito: cuando aparezca un doctorando tan inútil como descarado, acaba con él de inmediato, ciérrale el paso, fulmínalo. Que, como te tiemble el pulso y lo dejes un ratito, se pone a engordar y a envanecerse y luego ya no hay quien lo pare. Acaba de rector o de ministra de cultura.
Dicho todo lo cual, de nuevo he de puntualizar expresamente, por las dudas, que sigue habiendo buenos maestros, buenos doctores, buenas escuelas y buenas tesis; pero con cuentagotas. Son especies en extinción y muy afectadas por el cambio climático: por el clima pestilente que en la universidad se respira.
Por cierto, no olvidemos nuestro lema: escupe a un pedagogo. Y a quien se tercie.

08 noviembre, 2007

El ciudadano y la rosa. Por Francisco Sosa Wagner

A duras penas vemos cómo aparecen en el espacio político español nuevas ofertas que tratan de corregir las tradicionales, representadas por los partidos mayoritarios. No les va a ser fácil encontrar un hueco en los medios de comunicación para hacer llegar sus mensajes a los ciudadanos, porque suponen una novedad y todo sistema establecido es reacio a acogerlas en su seno. Me parece que es el profeta Mahoma quien asegura que «toda innovación es extravío» y a esta máxima parecen acogerse los actores que se mueven en el escenario donde se representa el juego democrático instaurado en España hace ya 30 años.
Tiene cierta gracia que, entre nosotros, pueda hablarse todavía de progresistas y conservadores en relación con los partidos políticos, cuando lo cierto es que los establecidos constituyen el ejemplo más acabado y sólido del conservadurismo, si por tal se entiende su vocación por conservar el poder así como el mecanismo electoral que les permite llegar a él y disfrutarlo. Cualquier perturbación les incomoda, como incomoda a todo burgués cualquier reivindicación que altere su digestión de individuo instalado y satisfecho.
Hemos llegado a una situación en la que, incluso quien acumule varias afecciones oculares, advertirá que la democracia en España ha sido literalmente secuestrada por los partidos políticos, que se han apropiado de ella y la tratan y manejan a su antojo, según lo imponen sus cambiantes caprichos. Podría afirmarse que nuestra democracia es una democracia adúltera, que ha abandonado a su legítimo cónyuge, que es el pueblo, para irse de jolgorio con los partidos mancillando así un pacto sagrado. Todo el supremo enredo al que estamos asistiendo relacionado con el Poder Judicial o el Tribunal Constitucional -enredo de comedia y no alta, sino de sainete con tintes de astracán- tiene su origen en el hecho de que los partidos políticos no se contentan con ejercer las sustanciosas funciones que les asigna el artículo 6 de la Constitución de 1978, sino que pretenden, además, manejar, por medio de un artilugio a distancia, el sistema nervioso de la justicia, haciéndola sierva de sus ocurrencias, humores y humoradas. Orillando todas las barreras convencionales y aun las buenas maneras. Esta actitud trastoca por completo el edificio de los poderes constitucionales, tal como han sido configurados por la ortodoxia jurídica, y es ocasión para que salte por los aires esa teoría política perfilada y sutil que es cabalmente la teoría democrática.
Pero a los partidos políticos tradicionales parece darles igual, convencidos como están de que lo importante es conseguir victorias, pequeños triunfos parciales, los que se obtienen en cada enfrentamiento, en cada esquina, armados con el trabuco de la intriga, frente a un rival convertido en hostis, aunque esas victorias lleven al deterioro irreversible del sistema y lo instale en el corazón de las tinieblas.
Liberar a la democracia del entramado diabólico de lianas que han ido tejiendo los partidos políticos y dotarla de nuevo de un aspecto elástico, fibroso y ágil, no es tarea de un fin de semana. Y no lo es precisamente por el carácter conservador de sus actores, engastados ya hoy en unos privilegios que les permiten saciarse en los pechos del poder y derramar en su entorno beneficios, prebendas y premios de análoga manera a como las derramaba el monarca absoluto: para asegurar lealtades y adhesiones.
Sin embargo, si no queremos convertirnos en estatuas o limitarnos a llorar en las puertas de los templos, se impone intentar al menos la transformación del tablero donde se juega el juego trucado. Y uno de los modos es abrir el abanico de las ofertas electorales, ampliando su espectro. Es decir, creando nuevas formaciones políticas. Nuevos partidos. Este es el empeño en el que se hallan embarcados algunos arrojados en el escenario español. Su actitud gallarda, con maneras que se atreven a desafiar la inmovilidad de las cosas, es un júbilo -en el que tintinean muchas alegres campanillas- para quienes creemos que el sistema democrático, porque está regado con los mejores fertilizantes, es capaz de limpiarse de adherencias indeseables y regenerarse.
El ejemplo alemán es bien elocuente: la irrupción de los verdes en el panorama político se produjo cuando un grupo de personas se percataron de que ni el partido socialdemócrata ni el cristiano demócrata o el liberal les representaba en sus planteamientos políticos que por supuesto nada tenían que ver con las monsergas de la identidad a la que tan dados somos por estos pagos, sino con cuestiones más concretas como la política fiscal, la de transportes o la de energía. En 1977 consiguieron los primeros concejales y en 1998 entraron triunfales en el Gobierno federal de Berlín de la mano de la socialdemocracia. Han remado en muchas singladuras y han servido para remover las aguas de la política alemana, ejerciendo además una influencia determinante en la renovación de las formaciones políticas tradicionales.
En España, me parece que no me equivoco si afirmo que las nuevas propuestas tienen todas ellas un denominador común: el deseo de limitar la influencia de los partidos políticos nacionalistas (especialmente, vascos y catalanes) en el Gobierno de España. La situación, por su evidencia, es bien conocida: una ley electoral, confeccionada cuando, después de habernos confesado los pecados del franquismo, estábamos cumpliendo la penitencia impuesta por las exigencias de la Transición, ha primado en las Cortes a tales formaciones. Y éstas han usado y abusado de su posición de dominio para condicionar a los gobiernos de España: a los que han sido, al que es, y -si no se remedia- al que será. Y lo han hecho abiertamente o envueltas en gemidos engañosos o en melindres de desdén.
Partidos que simplemente no creen en el Estado, pues algunos no se recatan en ocultar su vocación independentista -incluso la proclaman con descaro-, son los que han de ayudar a los partidos nacionales en su tarea de conducir y gobernar ese mismo Estado. Es decir, estamos autorizando a las lubinas a que redacten el reglamento de la piscifactoría. Un despropósito de dimensiones colosales.
Muchos somos por ello conscientes del gran trampantojo que se exhibe en nuestra fachada democrática. Ahora parece que tenemos la suerte de que unos pocos están dispuestos a contribuir a desmontar el engaño. Alegra porque justamente es la denuncia del engaño la tinta con la que siempre se ha escrito la historia del progreso.
Ocurre, sin embargo, que estos bien intencionados políticos, digámoslo claramente, las gentes de varios foros cívicos, las personas que se mueven en torno a los Ciudadanos de Cataluña o se han afiliado al partido de Fernando Savater y Rosa Díez, se nos presentan divididos y enfrentados por cuestiones que parecen bien secundarias y desde luego puramente nominales.
Gran lástima produce tal espectáculo y gran decepción para quienes seguimos sus movimientos con la esperanza de que logren agitar el panorama político, embalsamado en enredos sectarios y en ritos cómplices. Porque ese objetivo, el de descomponer el atrezzo de la escena española, sólo se logra con un racimo de diputados en las Cortes. Y, a su vez, esa presencia exige que se emita un mensaje nítido al votante resumido en la siguiente fórmula: vótenos para conseguir que los partidos nacionalistas dejen de condimentar todas las salsas de la política española. Así de simple. Me parece que poco más hay que discurrir en punto a líneas programáticas o banderas ideológicas.
Porque si, a las dificultades que el sistema político establecido vaya aparejando con los potentes medios a su alcance, se unen las derivadas de una carrera en solitario, ayuna de armonía o tintada por personalismos extemporáneos, los resultados serán catastróficos para los abanderados de tan noble causa y -lo que es fatal- para el tratamiento antiarrugas que reclama nuestro sistema democrático.
Es decir, nos quedaremos sin el ciudadano y sin la rosa.
Publicado en El Mundo hoy, 8 de noviembre de 2007.

07 noviembre, 2007

Lucha política

Leo con asombro que ha nacido un nuevo deporte, el ajedrez-boxeo y que ya hay incluso un campeón del mundo, un militar alemán grandote y que mueve con idéntica soltura la dama y el puño. En la competición se alternan minutos de sublimado combate en el tablero y de mamporro real en el cuadrilátero.
Hay que ver lo que inventan. Lo siguiente podría ser el fútbol-geometría, para ver si esos centrocampistas que, según los comentaristas, triangulan tan bien con el esférico, son capaces de resolver sobre el papel unas sencillas aplicaciones del teorema de Pitágoras, que era delantero centro de una secta griega. Pero aún mejor estaría la política-lucha, que enriquecería la lucha política de los discursos parlamentarios y los mítines de partido con torneos en que los contendientes se atizasen de veras guantazos y coces y se aplicasen mañas nada metafóricas. Al fin y al cabo, lo que de la política va quedando por nuestros lares ya está plenamente reducido a una sarta de necedades y ofensas que los líderes y sus secuaces se arrean por un quítame allá esas pajas o un coméntame esa sentencia.
Cuánto ganaría el Parlamento y cuánta gente contemplaría con fruición los debates sobre el Estado de la nación y la nación del Estado si, después del los desahogos verbales y las recias afirmaciones del Presidente sobre lo bien que va el país y las viscerales réplicas del jefe de la oposición para convencernos de que va de puñetera pena, se subiesen a una pista de pressing catch y se consolasen con unas buenas bofetadas, unas llaves bien aplicadas en las partes más sensibles y unas torsiones forzadas hasta que el oponente diga basta ya. Se extasiarían los espectadores al contemplar la furia destructiva de la Bestia Gallega y el Sádico Bambi, y las empresas televisivas se zumbarían también, en los tribunales y fuera de ellos, para ver si se emitía el combate en abierto o cotizando a tanto la leche.
Y qué me dicen de los secretarios generales, saliendo de las ruedas de prensa de cada uno para ir a darse trompicones no puramente verbales con el del partido de enfrente, ante el aplauso apasionado de periodistas de parte y filósofos del consenso. ¿Se imaginan el primer asalto entre Pepiño, alias Puño Sin Seso, y Acebes, conocido como Hostia Negra? El combate político ganaría en rigor y racionalidad, pues los atentados a la gramática quedarían compensados por los físicos mandobles y la contundencia de los golpes restaría importancia a la evanescencia de los hechos que tan tramposamente se alegan en los discursos y proclamas. En los partidos ascenderían a los puestos de más responsabilidad los expertos en artes marciales, en lugar de éstos que sólo lo son en zancadillas con nocturnidad, y el noble arte de la lucha a cuerpo limpio ocuparía con ventaja el lugar de la vigente puñalada trapera, tan poco deportiva.
Los del PSOE no necesitan ni cambiar sus símbolos, pues ya llevan la rosa en el puño. Los del PP sólo tendrían que ponerle cara de fiera redomada a su gaviota. Lo que no sé es cómo lo iban a llevar los de IU, con lo pacifistas que son. Aunque el otro día escribió Llamazares en El País un nostálgico artículo sobre el Che Guevara y a lo mejor eso indica que ya se están preparando para la nueva lid. Pero tiros no valen en este nuevo deporte, ojo. En cuanto a Carod, seguro que ponía la excusa de que él no pelea fuera de su pueblo; por si acaso. De la asistencia a los lesionados podría ocuparse una nueva y muy innovadora Unidad Militar de Enfermería Civil, para asegurarse de que nadie se pone a discutir sobre la competencia de vendajes, apósitos y pomadas.
Puede que esta propuesta no suene políticamente correcta, pero a ver quién se anima a sostener que sería más inmoral este nuevo torneo político que la competencia actual de mentiras e insultos de patio de colegio. Además, ya hay precedentes en el Parlamento británico, que es de los más antiguos y con mayor solera.

Viva el centralismo

El lunes por la tarde asistí en la Facultad de Derecho de León a un debate sobre León y la autonomía. Discutían el PP, el PSOE y la UPL, Unión del Pueblo Leonés. Aleccionador del todo dicho encuentro. Téngase en cuenta que los leonesistas de la UPL mantienen que León es un Pueblo (así, con mayúscula) como la copa de un pino centenario y autóctono; que si un día fue reino cómo no va a ser ahora comunidad autónoma de las que más, y que con tanto sentimiento leonés de los leoneses y Volksgeist a tutiplén cómo vamos a andar mezclándonos con los segovianos que se sienten segovianos o con los burgaleses que se creen castellanos en barrica de roble (centenario). Gentes que no sólo eran de Castilla, sino que, además, lo eran de La Vieja. Dicen también los leonesistas que el sentir sentimental que hicieron sentir los leoneses cuando se hizo la caquita esta del mapa autonómico no fue adecuadamente sentido por aquellos políticos de entonces, tan poco sensibles y tan enmartivillados. Y el argumento supremo: joer, si hasta Logroño tiene su comunidad autónoma, así de pequeña y flácida, como no vamos a ser comunidad autónoma nosotros, con este pedazo de historia que calzamos. Razones todas de rompe y rasga y unidad de destino en el presente, oé, oé, oé. Ah, y que en esta comunidad autónoma de Castilla y León hay muchos más directores generales de Valladolid que de León, cosa que no ocurriría si León fuera autónoma ella en sí y para sí, lógicamente.
Los partidos que se dicen grandes entran al trapo con los ojos cerrados. PSOE y PP insistieron en meterse el dedo en su propio ojo, el suyo de cada uno, resaltando que el nuevo Estatuto de Autonomía de Castilla y León contiene cosas de tanto fuste como la mención del leonés como lengua a proteger. Y ni se les escapó la risa ni nada. Mencionaron a dúo (dinámico) otras ventajas de semejante reforma estatutaria, convenciéndonos a todos más radicalmente de lo que ya sabíamos: no nos hace ninguna falta ni Estatuto de Autonomía ni ninguna de las instituciones que esa norma normarum recoge y nosotros pagamos. Tampoco se les ocurre cascar que una buena manera de acabar con el agravio comparativo de la autonomía riojana de cosecha reciente sería eliminarla y dejarse de pequeñeces con bandera.
Permítase recordar que el PP y el PSOE de León se abstienen casi siempre que la UPL exige autonomía como vicio solitario. Eso sí, los mismos partidos votan luego en Valladolid que nones y en Madrid otro tanto. Coherencia de políticos de principios. Pero aquí hasta hablan leonés en la intimidad y con la boca llena de langostinos. Se creen que le van a quitar a la UPL la novia por andar soltándole requiebros en los pasillos oscuros de cualquier ayuntamiento, y lo único que hacen es ponerla más tontona y más crecida; a la novia, digo.
Hubo intervenciones brillantes de varios lugareños entrañables, ansiosos de autodeterminación y direcciones generales, como la de aquella señora que se indignaba porque un libro de texto de esta Comunidad habla de cuando el emperador Augusto pasó por Castilla, ignorando los perversos autores que de aquella Castilla no existía ni en pintura. Es que Castilla se encastilla en su historia, sin reconocer que los únicos que ya estaban antes de que los romanos nos soltaran sus latines eran los leoneses.
Total, que levanté la mano y protesté de que en la mesa no hubiera un representante de los sin patria, de los que me declaré por la brava modesto y atribulado portavoz. A estos debates que nos traemos en este país -o lo que sea- les faltan voces y argumentos. O sea: muchas cosas que pensamos muchos no las dice nadie, no sea que te cuelguen el sambenito de facha y copero. Como si no se pudiera pensar por libre y sin la tutela de obispos.
Bueno, pues ya va siendo hora de que nos juntemos los que creemos lo siguiente y lo proclamamos bien alto: queremos volver a un Estado central y centralista. Si acaso, un Estado centralista que se desconcentre un poco los fines de semana, pero centralista. Una cosa así como Francia, Estado opresor que da gusto. Estamos hasta el gorro de discusiones bizantinas sobre si es más pueblo-nación La Rioja o León, sobre si en León se habla más el leonés o el rumano o sobre si la culpa de que no se nos reconozca políticamente la identidad cazurra, que ya bullía en esta tierra antes de que la hollase pie humano, la tienen los Reyes Católicos o Martín Villa.
Estamos hasta las narices de esta multiplicación de los entes, entes autonómicos, provinciales, regionales, comarcales, municipales, parroquiales, mancomunados, mixtos, de cuota, de canto, de risa y de pena, de organizaciones de la sociedad civil y de la incivil y del lucero del alba. Estamos hasta la boina de esos entes que cuestan y gastan y de sus ocupantes que cobran, de esos entes que son comedero de zánganos, pesebre de arribistas, abrevadero de impostores y cortijo de politicastros que en vez de ponerle piso al o la amante lo hacen o la hacen miembro de observatorios, comisiones, juntas y demás zarandajas con dietas.
Esto de las diecisiete comunidades autónomas es caro, es disfuncional, es bobalicón, aliena al personal de a pie y encumbra a cretinos y mentecatos. Hay que suprimirlo ya. Estado central como mandan los cánones, pero no un Estado-Nación y España grande y libre, no. Estado eficaz en la gestión, pero sin pretensión de trascendencia ni unidad de destino en lo universal ni en lo particular ni en nada. Llevar las cuentas comunes, poner un poco de orden y acabar con los timadores del tocomocho nacional(ista). Y punto. Y que la UE avance y los de León se animen a casarse con finlandesas, los catalanes con checas y los vascos con lo que puedan que no sea una piedra gorda. A ver si se les cura a todos la obsesión por el pedigrí y el complejo de pueblo elegido para la gloria municipal.
También va siendo hora de acabar con ese cuento de que la autonomía acerca el poder a los ciudadanos. Lo acerca a los ciudadanos listillos que tienen el poder autonómico y que sin las diecisiete mangantas tendrían que currar en cosas decentes, hacérselo en casa con la parienta y conducir su propio coche. A mí no me acerca nada, ni poder ni control ni leches, y a la inmensa mayoría de la gente tampoco. Me importa un rábano que ese conciudadano avinagrado y con cara de primo carnal que recibe mi instancia en oficinas administrativas esté pagado por la Administración central, la autonómica, la municipal o la patafísica: su cara de cabronazo, si la tiene, no cambia al modificarle la denominación de origen.
Y en cuanto a los gobernantes, los que parten el bacalao autonómico, esos tiburones del arroyo local, mucho mejor que no estén o y que los que tengan que estar como delegados del señor Estado sean de bien lejos. Así se hace uno la ilusión de que son honestos, saben lo que se traen entre manos y están puestos ahí por sus méritos. Porque no me digan que no pone de mal café cruzarse en la escalera de casa con el consejero de urbanismo, al que conoces desde pequeño y que ya entonces mangaba los juguetes de los amiguitos. O con el de cultura, que repitió curso cinco veces, cuando pasar curso no era obligatorio por razones estadísticas y a mayor gloria de pedagogos iletrados. O ver salir de misa en la parroquia de al lado al acreditado putero y maltratador de doñas que ahora lleva lo del orden público autonómico. O rozarse accidentalmente con la de asuntos femeninos autonómicos, que ya envenenó a dos maridos y ahora sale con la telefonista del Parlamento local.
Que no, hombre, que no. Yo no quiero conocer a los que me gobiernan, no deseo que me acaricien el lomo mientras me dicen que su poder es el mío y mientras me sacan la billetera en nombre del espíritu del Pueblo. No quiero andar escuchando debates sobre si somos galgos o podencos o nos sentimos más griegos o más etruscos o si descendemos de celtas, iberos o caucásicos. Porque ésa es otra, no sé por qué demonios a la hora de buscar ancestros presentables ningún nacionalista de ningún lado se acuerda del honesto gremio de los repartidores de butano, que son todos del extrarradio y que tienen un árbol genealógico de campeonato.