22 enero, 2008

El poder de los poderes.

Vaya, pues me ha quedado un título como de copla o para un bolero bien tremendo. Una cosa como así:

Ramiro, con tus poderes
me has hecho la más dichosa.
Ahora que no los tienes
haz desgraciada a la otra.

Pero no, no va por ahí. Lo que pretendo es seguir hablando de por qué andará tan ansioso el personal por alcanzar puestos en los que tan poco se puede hacer de lo que se supone que debería hacerse. Me refiero a esos altos cargos que ya no son de ordeno y mando en lo que cuenta, sino de asumo, cumplo y en qué postura prefiere usted que me ponga, pues se está atado por reglamentos, directivas, leyes, actas fundacionales, comités de empresa, juntas de personal, reuniones de sabios, observatorios que te observan, políticas lingüísticas, cuotas, comisiones -unas paritarias y otras no, pero parasitarias todas- libros blancos, políticas de género, imperativos categóricos, programas de la ONU, compromisos con los electores y, para colmo, el a ver cómo lo cuento en casa. En resumen, que te haces con el poder supremo en materia de X y resulta que en X está todo el bacalao cortado y tu programa electoral te lo puedes volver a meter en ese lugar del que lo sacaste. Y uno se pregunta: si esto se sabe –y a fe mía que se sabe que casi nada tiene arreglo ni hay nada que hacer en ningún lado-, por qué diablos la gente se pega por pillar esos puestos.

Pongamos que uno se hace rector, aunque los ejemplos podrían ser muchos más. Sobre el papel está bien, no digo que no. Te tomas dos copas y un par de sustancias psicotrópicas y te imaginas de rector, poniendo en marcha interesantísimos proyectos, renovando los métodos docentes, preparando en serio unos buenos planes de estudios, fusilando un par de pedagogos al mes, contratando los mejores investigadores del mundo mundial, sacando a la luz pública los currículos de los del comité de empresa, etc., etc. Ilusionado, te pateas los despachos y las aulas, prometes, alientas, sobas y animas. Pones todas esas iniciativas tuyas en papel, lo llamas programa electoral y el electorado hace como que se lo cree. Llegan las elecciones y arrasas. ¿Y luego qué? Luego compruebas que de lo dicho nada, que todo el pescado está vendido, que no hay quien cambie una coma, que el sistema se retroalimenta de su propia inanidad. Compruebas, en suma, que el poder del rector, como tantos otros poderes institucionales, es en estos tiempos un poder impotente.

Bueno, y si eso es así, ¿por qué a tantos les gusta tantísimo ser rectores, por seguir con el ejemplo? Y aquí viene mi hipótesis: les atrae la parte absoluta del poder impotente. Expliquemos esto que suena tan raro. Por qué este tipo de poderes son impotentes ya lo hemos dicho. Y se preguntará el pacientísimo lector: ¿cómo va a ser absoluto un poder que es impotente? Todo lo más, añadirá, será absolutamente impotente. Pues no, amigos míos, ahí es donde hay que distinguir y afinar un poco más. Esa impotencia afecta sólo a las funciones teóricas o nominales de tales poderes institucionales, a ésas que las leyes enumeran y los reglamentos repiten alborozados. Quiere decirse que las estructuras de la cosa son muy fuertes, que está todo muy atado, que no puede cambiar nada sustancial de la marcha de una universidad o de las prácticas y hábitos en ella consolidados . Pero ésa es solamente una cara de la moneda.

En la otra cara de la moneda se hallan las facultades oscuras, las capacidades siniestras, las posibilidades inconfesas, esos pequeños y grandes vicios que se disfrutan más porque no están al alcance de todos, sólo de unos pocos, de los poderosos de andar por casa. Aquí está el verdadero poder, aquí está el morbo, aquí sí se goza el cargo con fruición y babeando. El magnífico no podrá alterar los planes de Bolonia, pero puede enviar de becaria a Bolonia a esa estudiante o a aquella funcionaria tan maja; no podrá cambiar los grandes números de la plantilla, pero puede conseguir que promocione fulano o que no se le renueve el contrato a mengano; no logrará que la universidad contrate a ningún premio Nobel, pero sí tiene fácil que a él mismo lo traten muchos claustrales como si fuera premio Nobel; no conseguirá que a través del Consejo Social la Universidad se relacione con más sociedad que cuatro jubilatas paletos, pero él podrá hacerse amiguete y cómplice de unos cuantos banqueros y constructores que le pueden venir muy bien el día de mañana. Y así sucesivamente.

En resumen, que lo que en estos tiempos hace atractivo el desempeño de poderes institucionales es el hecho de que se han convertido en deliciosos poderes fácticos y, como tales, impunes, incontrolados, feudales, groseros. Y eso vuelve locas a algunas personas. Como esos viejos machotes machistas, que en la oficina agachan la cabeza y en casa se desahogan con la parienta a puñetazo limpio, así tanto carguete que en las reuniones en el Ministerio nunca dice esta boca es mía, pero que en su despacho vocea con delectación a contratados renovables y a laborales sin estabilidad. La vieja compensación del impotente, la perversa revancha del incapaz. Es cosa de siempre conocida.

En la próxima campaña, no sea usted ingenuo y no le pregunte a este o aquel candidato qué piensa de los nuevos postgrados o cómo pretende revitalizar el doctorado. Vaya a lo que importa y trate de averiguar a quién quiere tirarse, a quién quiere colocar y a quién se la tiene jurada. Luego, vote en consecuencia. Y, sobre todo, si hay algún candidato capaz de responder a las tres cuestiones negativamente y sin que se le escape la risa, apóyelo, que ése es el bueno. Pero no sé si quedará alguno tan sumamente despistado, la verdad.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Está muy bien trabado tu razonamiento pero no estoy yo tan seguro del escaso poder institucional de los rectores, más allá del cultivo del enredo que denuncias. En tu blog ha habido una curiosa polémica acerca de la entidad de la obra científica de quien es actualmente nuestro rector. No me he ocupado nunca de comprobar datos ni tengo autoridad alguna para juzgar pero me hace sospechar -y mucho- el odio que tiene a los intelectuales con brillo y la envidia que siente hacia quienes son capaces de escribir libros con impacto. En fin, querido compañero, pensemos que enfilamos la recta final de un período presidido por el favor a ese amigo con quien se pacta componendas y confíemos en que la persona que elijamos dentro de unos meses responda a la imagen de un universitario que ama su oficio y respeta a quien le gusta jugar con las ideas y sabe expresarlas.

Anónimo dijo...

No estoy muy puesto en la Administracion universitaria, bastante tengo con sobrevivir en la mia, entre venenos, familias borgia, cardenales-secretarios generales tecnicos de origen florentino y demas fauna protegida aunque esto no sea una ZEPA pero comparto la critica hacia los consejos economico-sociales como uno de los engendres mas inutiles de nuestra administracion postconstitucional.

Anónimo dijo...

Analicemos los datos para poder entender algunos de los comentarios de su "post".

Datos tomados de la información que da la página web de la Universidad de Sevilla:

Año 2008

(Todas las cifras en MILLONES DE EUROS)

Retribuciones básicas del PDI funcionario: 43.75.
Trienos: 10.28
Complemento de Destino: 22.01
Complemento Específico: 14.28
Cargos Académicos: 1.97
Complementos por Méritos Docentes (quinquenios): 12.93
Complementos de Productividad por Actividad Investigadora (sexenios): 5.31
Complemento Autónomico (sexenios de Chaves): 10.91
Premio de Jubilación anticipada: 2.16

Total PDI funcionarios de Carrera: 2225
PDI: Personal Docente e Investigador.

Un sólo comentario: la cantidad por los sexenios es inferior a la mitad de la de los quinquenios.
Bueno otro más: Dos millones de euros en cargos académicos!

Anónimo dijo...

Dice la Escritura: "Quienes acusan al Mando de corrupción, arguyen contra su definición, lo cual carece de sentido; en efecto: el Mando se practica corrompiendo ideas y hombres".
Y después: "con paquetes de tripas se gobiernan paquetes de tripas. Quien sepa uncir estómagos a sus intereses, se mantendrá mientras haya estómagos".
Y luego: "La Corrupción agrupa; el corruptor puede imperar indefinidamente sobre el rebaño corrompido".
Y también: "El necio murmura: esto se halla corrupto, pronto caerá; mas el sabio replica: esto va corrompiéndose, durará milenios".
Y finalmente: "Aprended a corromper y poseereis la Tierra".

La más alta forma de la Corrupción consiste en pudrir el entendimiento, a fin de que sólo pretenda dañar o defender intereses.
Dice el Libro: "Cuando enmucetamos al necio, afrentamos la razón y su orgullosa pretensión de dar cuenta del mundo, misión reservada a la Gobernación. Nuestros falsos sabios son la pella que arrojamos a la Inteligencia".
Y después: "la memez aislada y abandonada, nada genera, sino sandeces; pero enmucetada y condecorada, produce colaboracionistas".
Y luego: "La falsedad es sumisa, y la verdad, indómita; aquella sirve a un dueño, y ésta, a nadie. Si precisáis cooperadores incondicionales, inventad hombres-mentira, como nuestros enmucetados y filósofos proclamados".
Y también: "La casta que sistemáticamente engrandece al bobo, reinará perpétua, porque los memos solo piden beneficios y rito. La Gobernación no necesita intelectos, sino sumisiones".
Y además: "Sabemos que la Inteligencia, como Cosa Primera, se opone a la Premeditación Gobernante y su Corrupción. Pero la combatiremos situando un tonto en las claves del Poder, porque la necedad y la luz se repelen por naturaleza".

Lo anterior fué escrito por
Javier Espinosa, en "Escuela de Mandarines", capítulo 67. (Los Libros de la Frontera, Barcelona, 1974.), y es parte de la descripción del (imaginario ?)reino de la Feliz Gobernación, donde el Mandarín era el Magnífico y Excelentísimo Sr. Rector de su Universidad. Novela que, a pesar de los años transcurridos, y del considerable cambio político y social, apenas ha perdido carga crítica.