31 marzo, 2008

La guerra del aire

Agencia UFO. 1 de abril de 2020.- La polémica está servida. El Gobierno de Aragón, de la mano de su Presidente, Marcelino Capillas, ha informado de que próximamente iniciará la construcción de un muro de tres kilómetros de alto y que rodeará toda la Comunidad Autónoma, con el fin de que de esa tierra no se escapen los aires para las Comunidades limítrofes. “En nuestro nuevo Estatuto hay base legal suficiente para esta medida -ha declarado el Presidente aragonés-, pues en él ha quedado terminantemente reflejada la competencia exclusiva de esta Comunidad Aragonesa sobre el aire de sus pueblos y sobre los vientos que de ella arranquen o por ella soplen”. En efecto, el artículo 823 del referido Estatuto, que en esto sigue la pauta primeramente marcada por el Vasco, el Gallego, el Valenciano y el Catalán, dispone que “La Comunidad Nacional de Aragón posee competencia exclusiva sobre... w-23) Los aires, vientos, tempestades y cualquier otra corriente gaseosa móvil que circule de o entre los aragoneses y las aragonesas que se hallen en territorio de la Comunidad de Aragón. Esta competencia será compartida con la Comunidad respectiva cuando el aragonés o la aragonesa que respire, se airee o ventile se encuentre en territorio del Estado que no sea aragonés”. Y añadió el señor Capillas: “Nadie nos va a asfixiar ni a darse aires a nuestra costa”.
El conflicto lleva meses incubándose. Hace un par de años, Cataluña reformó también su Estatuto y sentó en él que los aires que por su territorio transiten o en él se generen por cualquier efecto natural o artificial pertenecen nada más que a los catalanes. Curiosamente, dicha norma figura en el capítulo del Estatuto rotulado como “Derechos lingüísticos y competencias de que la lengua catalana”. La Exposición de Motivos, en su página 588, aclara esta aparente peculiaridad sistemática, al señalar que, puesto que las palabras se las lleva el viento, deben los vientos catalanes ser controlados por los poderes públicos de esta Comunidad, “únicos legitimados para administrar ese vehículo aéreo por el que se transmiten los sonidos de la noble y siempre dulce lengua de nuestros próceres y próceras”.
De hecho, esa medida del Estatuto Catalán, que, a mediados de su cuarto mandato, fue saludada por el Presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, como una conquista para los derechos históricos de los respirantes catalanes y una prueba más de que la vertebración del Estado está por encima de los cuatro elementos”, hasta hace poco sólo había dado lugar a gestos simbólicos. Entre los mismos, los más sonados fueron la colocación en las aduanas de entrada a Cataluña de carteles con la inscripción “De aquí en adelante respirarás catalán” y la creación de la "Empresa Pública Catalana de Buenos Aires”, que comercializa globos rellenos de aire nacional y con la efigie de Marta Ferrusola, medida ésta que se justificó con el argumento de que esa señora sí que tenía aires de catalanidad hasta en el refajo.
El enfrentamiento, por el momento dialéctico, surgió a raíz de la creciente contaminación de Barcelona por causa de las treinta desaladoras instaladas en sus costas. Una primera medida del Gobierno de la Generalitat, consistente en repartir escafandras pintadas con los colores nacionales, no tuvo en la población la respuesta esperada, pues muchos ciudadanos consideraron que tal adminículo dificultaba grandemente el típico beso “a torniquet” entre las parejas autóctonas. De ahí que el Consejero de Medio Ambiente, Albert Perales i Oviedo, presentara el proyecto de enviar al Moncayo aragonés unas cubas con capacidad para transportar a Cataluña hasta cien metros cubiquets de aire fresco. Pero el Gobierno de Aragón sembró de tachuelas los accesos a sus puertos y montañas, alegando el artículo correspondiente de su Estatuto (923), a tenor del cual, es propiedad irrenunciable de los aragoneses cada accidente orográfico de la Comunidad, así como sus vías de acceso y cada gesta montañera que allí acontezca. Como medida de presión sobre la Comunidad vecina, el Presidente catalán, honorable Pep García i Cazorla, llamó a los catalanes a acudir cada fin de semana a la frontera con Aragón y proceder allí con las mayores aspiraciones.
Ante la inquietud que en el conjunto del Estado, antaño España, se generó por estos hechos amenazadores para el tradicional consenso interterritorial, el Presidente Zapatero convocó una reunión de Presidentes de Comunidades Autónomas, de la que salió un importante documento cuya principal conclusión, adoptada por asentimiento, es que cada Comunidad debe aspirar nada más que de lo suyo y que se creará un fondo interterritorial de bombonas de oxígeno para las situaciones de emergencia. A la salida de tal reunión, el Presidente Zapatero declaró, satisfecho, que había vuelto a quedar bien patente la sólida unión entre las naciones que componen el Estado: “Estamos tan estrechamente unidos que ni el aire circula entre nosotros”.
El problema surgió a la hora de hacer efectiva dicha medida, pues, como es sabido, las competencias sobre bombonas habían sido previamente trasferidas a las Comunidades Autónomas. De hecho, uno de los asuntos que han tenido más ocupado en los últimos tiempos al Fiscal General del Estado, señor Duque Pompero, es el del tráfico ilegal de de aire. Hace apenas dos meses, varios integrantes del clan gallego de los Charlines han sido detenidos por traficar con vientos de la Costa da Morte, que vendían a precios astronómicos en chringuitos ilegales de Madrid, Barcelona y Ciudad Real. Ayer mismo el juez Grullón ordenó la incautación de varios cargamentos de brisas del Cantábrico que se hallaban almacenados en una antigua herriko taberna de Hernani, se cree que con el propósito de brindarle un respiro financiero a ETA.
El muro que pretende levantar el Gobierno de Aragón ha sido fuertemente contestado por varios grupos ecologistas, preocupados por las dificultades que las golondrinas hallarán a la hora de superarlo en su anual migración. “Tendrán el aire, pero no habrá pájaro que ponga allí un huevo”, ha declarado a la Cadena Ser el portavoz de Ecologistas Autonómicos, Xuan Elvin Gaviota. La réplica aragonesa no se ha hecho esperar y la Consejera de Medio Ambiente de esa Comunidad, doña Jennifer Mosquera, ha explicado que están en estudio sofisticados sistemas que permitan el paso de las golondrinas por unos ventanucos hechos a tal propósito en el muro. “Pasa el pájaro, sin que se escape el aire”, ha declarado al cierre del Congreso Internacional sobre Globalización y Libertad de los Pueblos, celebrado en Teruel el pasado fin de semana.
Al tiempo, en el debate ha terciado la Comunidad Valenciana, con el anuncio de que también construirá un muro, pegado al aragonés, pero por la parte valenciana de la raya fronteriza, para evitar que pase el viento de levante, que tradicionalmente llega a Aragón desde el Mediterráneo y que también se conoce como bochorno. “No nos fiamos de los ventanucos de marras y además sabemos que los aragoneses han encargado a una empresa ucraniana varias centrales aspiradoras”, ha dicho, en improvisada rueda de prensa, el Director General de Corrientes Neumáticas de la Generalitat, don Aquilino Cierzo Bembibre.
Las espadas están en alto. La Presidenta de la Comisión Europea, Carla Bruni, se ha ofrecido a mediar y sus buenos oficios han sido de inmediato aceptados por Rodríguez Zapatero, quien ha manifestado que “la recibiremos con los brazos abiertos, porque la cuestión es espinosa".
Continuaremos informando.

30 marzo, 2008

Más sobre jueces, de un comunicante anónimo

Un anónimo comentarista del post anterior hace unas consideraciones complementarias que me permito traer a primera plana. Se ve que sabe de lo que habla.

Por cierto, lo de que cuente como trabajo en el oficio y puntúe para los ascensos el tiempo que uno se pasa en carguetes y canonjías me recuerda también los muy académicos criterios que en la Universidad se van imponiendo.

Esto nos cuenta el amigo comunicante:

Promocionar a los mejores profesionales a los puestos superiores del aparato judicial constituiría una verdadera revolución, aunque no parece verosímil que suceda tal cosa en la partitocracia que vivimos. Hay magistrados que acreditan en sus sentencias (que es donde deben hacerlo) formación, criterio y conocimiento de los asuntos, pero también lo es que nunca los encontraremos más allá de una Audiencia Provincial, es decir, hasta donde llegan los nombramientos reglados. ¿Cómo van a permitir los partidos políticos que magistrados con criterio e independencia acaben en una sala del Supremo? Esos magistrados (los únicos dignos de tal nombre) no son de fiar: en cualquier momento les puede dar por aplicar la ley, sea quien sea el litigante.

Cuando alguien ingresa en la carrera judicial, a través de cualquiera de las variadas vías posibles, tiene ante sí la siguiente alternativa:

1) Dedicarse a su trabajo con ahínco, intentar mejorar cada día, estudiar sin descanso y servir con ello a los ciudadanos. Este camino conduce conocidamente a la pérdida de la salud psíquica y física, la frustración, la desesperanza, la melancolía y el hastío. Puede incluir, en algunos supuestos, un expediente disciplinario (no es broma).

2) Afiliarse a una asociación (imprescindible), obtener un puesto gubernativo de "letrado" en el CGPJ (es fácil: hay más de un centenar y lo dan por puro enchufe a los amigos). A partir de aquí, las reglas son sencillas: no tienes que poner sentencias, lo que te deja mucho tiempo libre para cabildear, hacer pasillos e ir dándote a conocer entre los que mandan. A la vez, por uno de esos milagros del mundo funcionarial, la ley establece que el tiempo que inviertas, tan provechosamente, en esa situación (“servicios especiales”) se computará como si estuvieras partiéndote el alma en un juzgado de instrucción.

También puedes aprovechar para conocer mundo. Algunos hay en el CGPJ que en los últimos años sólo han sido vistos, fugazmente, en la T-4, porque ¿cómo van a pasar los jueces búlgaros, v. gr., si ellos no les dan una docenita de conferencias, pontificando sobre las sentencias que nunca han dictado y los asuntos que jamás han pasado por sus manos?

Después de unos años en este plan, puedes volver a un órgano jurisdiccional, pero -eso sí- de Presidente de Sala, como mínimo. ¿Qué más da que no hayas puesto una docena de sentencias en toda tu vida? Lo importante es que eres la persona idónea, que nunca vas a fallarle a los que te han puesto ahí. En fin, mejor no seguir con esta vexata quaestio.

Para terminar, ya que me parece imposible -en las circunstancias actuales- la realización de la utopía que propone el post ("los mejores jueces al Supremo”) yo me permito reformularla de forma negativa: ya que los mejores son inexorablemente postergados, al menos que no se nombre a los peores, como viene sucediendo. ¿Nos harán caso? Me temo que no.

Jueces independientes

Cuando se trata de hacer un equipo de fútbol, o una selección, se busca a alguien competente y con experiencia que, como entrenador o seleccionador, haga jugar a los mejores, y los equipos se disputan secretarios técnicos (creo que se llaman así) que vean un montón de partidos de todos los equipos y en todas las categorías y traten de fichar a los jugadores más capaces. Últimamente, por ejemplo, la prensa especializada se hace lenguas de la habilidad de Monchi, en el Sevilla, para localizar perlas futbolísticas que acaban dando un gran rendimiento, al margen del relumbrón mediático y de las revistas de la víscera. Permítase esta comparación solamente para subrayar que en los más altos poderes del Estado no ocurren las cosas del mismo modo.
Legislan unos parlamentarios cuyo mérito más notable suele ser, en la mayoría de los casos, la sumisión y la disposición para bajar la testuz y votar lo que se les mande sin rechistar. Y así salen las leyes que salen y como salen, que hasta la ortografía y la sintaxis sufren últimamente en el BOE, por no hablar de la cantidad de tonterías y simplezas abochornantes que impregnan hoy en día la legislación. Pero concedamos que las leyes las hacen legítimamente los políticos y que a la política se suelen dedicar quienes no tienen aptitudes o ánimo para hacer cosa de mejor provecho o mayor brillo.
Más delicado, aún, es el caso de la judicatura. El poder judicial tiene una estructura marcadamente jerárquica. Se va ascendiendo por antigüedad, pero a partir de cierto nivel las designaciones competen al Consejo General del Poder Judicial. El Consejo General del Poder Judicial lo manejan los partidos, ya que sus miembros los nombra el Parlamento. Decimos Parlamento y suena a legitimidad elevada e interés general. Pero cuando hablamos de elegir a las más altas magistraturas judiciales lo que asoma por debajo de la puerta de las Cortes es la patita de los partidos políticos, empeñados en colocar a sus afines y en promocionar a sus leales. Do ut des. Yo te nombro y tú me sigues la corriente. Se hace realidad el viejo dicho de que más vale caer en gracia que ser gracioso. La profesionalidad queda desplazada por la politiquería de más baja estofa.
Sobre el papel, los ascensos de los jueces podrían dirimirse con estricta aplicación de los principios constitucionales de mérito y capacidad. Además de que la experiencia es un grado y algo han de contar los años de labor, bastaría que alguien con capacidad de juicio y ánimo independiente fuera viendo y cotejando los resultados de su trabajo: las sentencias. Ni más ni menos. Que cuente más el poner buenas sentencias que el hacer muchos pasillos.
Quienes tenemos el vicio de leer jurisprudencia nos hacemos cruces en muchas ocasiones al comprobar qué peregrinos razonamientos, qué escasa perspicacia, qué patadas a la lógica y al diccionario y qué lamentable rigor técnico presentan muchas sentencias. En otras ocasiones la impresión es la opuesta y, se esté de acuerdo con el fallo o se discrepe, pues la materia jurídica tiene siempre mucho de opinable, complace hallar jueces que argumentan con pericia, les dan a las leyes el trato que se merecen –que nos merecemos los ciudadanos- y demuestran una sólida formación, amén de independencia de juicio y capacidad para sobreponerse a presiones y guiños. Pero más nos escandaliza comprobar, una vez sí y otra también, que suelen progresar más rápido muchos jueces escasamente escrupulosos en su trabajo y que compensan su poco celo o su débil capacidad profesional con abundancia de relaciones públicas y complaciente gesto ante quienes mandan. Con las excepciones que vengan al caso, por supuesto.
Deberíamos reflexionar un poco sobre la perversa analogía que se ha establecido entre el ascenso de los militares al generalato y el acceso a los más altos tribunales judiciales. De entre todos los coroneles que han superado el correspondiente curso de general y cuentan en su hoja de servicios con los méritos mínimos que la ley marca, el gobierno decide a cuáles elevar a generales, con decisión que tiene mucho de decisión política, aunque, al menos idealmente, no sea meramente política. En este caso puede estar justificado, pues de los mandos supremos del ejército cabe pedir no sólo preparación profesional, sino también determinadas actitudes y ciertas lealtades al poder legítimamente establecido –que no es lo mismo que al partido de turno, dicho sea de paso; pero en fin-. Pues el ejército, en suma, no ha de ser un poder independiente, sino bien sometido al poder civil. Pero ¿y los jueces? Ahí la situación debería ser la inversa, pero es la misma. Los magistrados integrantes del Tribunal Supremo, de los Tribunales Superiores de Justicia, y hasta de las Audiencias, nada tendrían que deber a la decisión discrecional de los políticos -o de sus delegados en el CGPJ- y, sentado que en su curriculum figuren méritos bastantes y que su trayectoria no tenga obvia tacha profesional, nada más que su pura capacidad como sentenciadores solventes tendría contar para su promoción. ¿Por qué no se crea una JUANECA, pero en serio? O que se fiche a Monchi.
Pero quién le pone el cascabel el gato. La alternativa que se suele ofrecer al nombramiento descaradamente político por un Consejo General del Poder Judicial integrado por secuaces serviles de los partidos políticos es que la batuta pase a manos de las asociaciones judiciales, que son grupos de presión también politizados y que vienen a cumplir un papel similar al de los sindicatos de la función pública: apoyar a los suyos, y al interés general que le den morcilla.
Al parecer, para la elección de los más altos guardianes de nuestros derechos las únicas alternativas son que decida Drácula o que elija Frankenstein. Pues no, invéntese lo necesario para que se seleccione simplemente a los mejores. Si es posible en el fútbol, más o menos, ¿no ha de serlo en la judicatura?

29 marzo, 2008

Los malos y nosotros, que somos tan buenísimos

Se ha vuelto a armar la tremolina con el caso del asesino de la niña de Huelva. Resulta que tenía una pena pendiente de cumplir, precisamente por abusar de su hija, y nadie se preocupaba de echarle el guante. Al parecer, el juez que lo había condenado no se enteró de que seguía cazando libre, pues la funcionaria que tenía que hacer las cuentas estaba de baja y nadie la sustituyó. Como para no preocuparse ahora, con la cantidad de funcionarios que hay de huelga y el tiempo que llevan así.
Que no funciona a veces el aparato judicial es una cosa. Qué hacer con los delincuentes fácilmente reincidentes es asunto bien distinto, aunque parece que se los quiere mezclar estos días. Hace un rato escuché en una emisora las declaraciones de un psicólogo experto en resocialización y problemas penitenciarios. Decía que, gracias al tratamiento que en la cárcel reciben delincuentes sexuales de este tipo, las probabilidades de reincidencia cuando vuelven a la calle son sólo del cinco por ciento, y que, sin tales tratamientos, serían del veinte. El pueblo llano no se allana, sino que se tira de los pelos, jaleado por comunicadores y tertulianos. ¿Qué se debe hacer?
Sigamos ese juego como si tuviera sentido. De cada cien delincuentes que cumplen condena, aun con los tratamientos mejores y más efectivos, cinco volverán a las andadas. Asesinarán niños, violarán, cometerán crímenes atroces. Vistas así las cosas, la situación es preocupante. Pero de cada cien, noventa y cinco se reintegrarán ordenadamente en la vida social y evitarán en el futuro esas tentaciones. Esos noventa y cinco no tendrían ninguna oportunidad si su cadena fuera perpetua.
La chusma lo tiene clarísimo: cadena perpetua, como mínimo, para todos los autores de esos delitos graves. O sea, anulemos las posibilidades de resocialización de más de nueve de cada diez de ellos. El que la hace una vez, que la pague para siempre. La Constitución no lo ve así, pero ya nos vamos acostumbrando a tratar desenfadadamente con la Constitución. El pueblo es inclemente, al menos mientras no le toque ir a la trena al pariente o amigo de uno; entonces sí invocamos el humanitarismo y los derechos penitenciarios. La ley del embudo es el rasgo más notorio de nuestra idiosincrasia.
Rechacemos los excesos punitivos y pensemos qué hacer con ese otro cinco por ciento de irrecuperables. Es muy fácil reclamar que ésos se queden a la sombra para siempre. El problema está en que hablamos de números, de puras estadísticas, pero ni se puede saber con exactitud quién va a reincidir ni tiene demasiado sentido confiar en dictámenes de supuestos expertos.
Todo se reduce a una opción entre riesgos. La política de resocialización tiene un precio, la posibilidad de que reincida el que cumplió la pena razonable. La mano dura tiene otro riesgo, el derivado de una sociedad en la que el error se paga de por vida y el delincuente recibe el puro estatuto de animal. Con lo primero aumentan nuestras posibilidades de ser víctimas de delitos; con lo segundo, nuestro riesgo de ser víctimas del Estado, el peligro que para todos supone vivir en una sociedad autoritaria, vengativa y cruel.
Es una elección de cada cual. Como lo es la de querer vivir bajo un derecho que ofrezca garantías a todo acusado o bajo un sistema que sólo pretenda quitarse de en medio por la brava tanto a culpables como a meros sospechosos. En un sistema penal con garantías aumenta el riesgo de que sean absueltos culpables; en uno sin ellas, el de que sean condenados inocentes. Cuando la sociedad se rasga las vestiduras porque algún acusado de delito grave es absuelto, parece que prefiere lo segundo. Mucho ponerse en el lugar de la víctima, pero muy poca afición a sopesar qué significa que a alguien lo condenen sin pruebas bastantes o a penas que lo anulan como persona y para siempre, sin vuelta de hoja.
Para los buenos liberales (cuidadín, he dicho buenos liberales, no fachorros camuflados en las ondas o progres de consigna y lo que convenga para las próximas elecciones), la vida es riesgo y mejor ser víctima de un conciudadano que víctima del leviatán estatal. Las mentalidades autoritarias prefieren que papá Estado mate a todos los malos y que el paso por este mundo sea para el resto un puro descanso, esa pacífica convivencia de las ovejas dentro del cercado. Está bien, pero, ya puestos, ¿por qué no quitamos de la circulación a todo el que mata, y no sólo a niños o mujeres indefensas? ¿Por qué no encerramos para siempre también a todo el que roba? ¿Y a todo el que hace el salvaje al volante de un automóvil? Y, claro, ya puestos, demos el paso siguiente y librémonos del mismo modo de los que tienen una pinta amenazadora o un modo de vida que nos inquieta. Y, con todo ello, ya tendremos el tipo de sociedad que añoran los autoritarios, que son legión: una sociedad de borregos, una sociedad infantiloide, un asco de sociedad.
La administración de justicia debe funcionar, la ley debe aplicarse en sus propios términos, sin zarandajas ni truquitos para ricos o famosos, los comportamientos más odiosos deben tipificarse como delitos y ser perseguidos como tales, al reincidente se le debe cobrar más cara su obstinación. Y así tantas cosas. Y quien sea responsable de que el asesino de Mari Luz no estuviera cumpliendo su pena, seguramente el juez, que sea sancionado, ley en mano. Pero cada uno de nosotros, antes de pedir el paredón para los malos, la cárcel a perpetuidad para los descarriados o que en la puerta de cada casa vigilen tres policías armados hasta los dientes, deberíamos mirarnos en el espejo, recordar nuestra escasa santidad y aquel desliz que no nos pillaron, considerar ese aspecto tan poco amable y ortodoxo que tiene un hijo nuestro, o un hermano, o un amigo del alma; o pensar qué debe hacer con nosotros la justicia si un día, por error o mala fe, todo un barrio nos acusa de violadores o pedófilos.
Lo malo de tanta persona de orden y tanto autoritario inflado es que, como dicen en mi pueblo, “el cagau non se güele”.

28 marzo, 2008

Partidos

Llama la atención la naturalidad con que casi todos acabamos aceptando que los partidos políticos no sean más que entramados férreamente jerárquicos, sin más función ni mayor capacidad que la de bailarle el agua al supuesto líder de turno, más o menos carismático. Dice la Constitución, en su artículo 6, que los partidos políticos “son instrumento fundamental para la participación política” y que “su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”. Amén. Tan democráticos como los plebiscitos que organizan los dictadorzuelos, como aquellos referendos de cuando Franco. Aquí, como en tantas cosas, la Constitución es papel mojado, por no decir otro tipo de papel.
Del dicho al hecho va un gran trecho en este tema. Algún partido intenta de vez en cuando organizar primarias y que los militantes elijan a sus jefes. Buena manera de alborotar el gallinero que, se supone, tiene que actuar disciplinadamente y como una sola mujer. Algún avispado, además, quitó la escalera después de llegar a la gloria por esa vía. Otros, como Aznar, simplemente nombraron digitalmente al llamado a recibir los trompazos y al grito de palabra de Dios, te alabamos, señor.
Las decisiones capitales de los partidos, al menos de los mayoritarios, las medita el capo en la intimidad y luego las refrendan los organillos correspondientes. Los programas y objetivos van de arriba hacia abajo, los marca el sumo pontífice y los asimilan, sí o sí, los cuadros y las bases. No hay debate, no existen compromisos previos ni más alternativas que la santa voluntad del jerifalte. Éste sólo piensa qué es bueno para ganar elecciones y los subordinados piensan que si se ganan las elecciones habrá de donde ordeñar y carguitos para todos. Puros grupos de intereses son esos partidos, máquinas electorales, abrevaderos para trepas y comedero para sumisos.
Y ahí vemos al PSOE y el PP ahora mismo. Los primeros en tensión para ver a quién designa Zapatero para estar a su vera y a la vera de la vera y, sobre todo, qué ocurrencias le van a venir, por su cuenta y a riesgo de todos, para salir con bien de la legislatura. No hay más programa que su santo propósito; la consigna, hágase su voluntad en toda la legislatura. Puede subir un impuesto, bajarlo o suprimirlo, sin que se inquieten los fundamentos ideológicos; puede diseñar el modelo de Estado como si la Constitución fuera una chaqueta reversible. Y así todo. La única diferencia notable con una dictadura es que hay cada cuatro años plebiscito, digo, elecciones. Y el PP a la expectativa de lo que ande tramando Rajoy a su aire, de si pone a éste aquí o allá y si decide hacer una oposición más templada o más furiosa. Las bases no emiten mandatos, sólo los reciben, los militantes sirven solamente para jalear a sus dirigentes y abuchear al rival, haga lo que haga.
Las ovejas andan como locas en pos del lobo. Y les va como les va. Y así nos va. Pero es lo que hay y líbrennos los dioses de ir a peor. Porque sí se puede ir a peor y no es descartable. Chávez y compañía son el modelo secretamente admirado por la mayoría de los que mandan y de los que acatan. Incluidos los simples votantes.

26 marzo, 2008

El que con Bruni se acuesta...

Al pobre Sarkozy le crecen los enanos. Que no pierda, pues, la esperanza. Ahora aparece su flamante señora en pelota picada, en fotos de hace quince años que se van a subastar en Chiristie´s como si fueran una obra de arte.
Miro y remiro la foto de muestra que sale en los periódicos y me rasco la cabeza sumido en el desconcierto. Quizá nos da la clave para entender su repentino amor por don Niko, pues se ve que esa mujer ha pasado mucha hambre. ¿Y qué me dicen de la postura? Esa manera tan natural de colocar las manos como si se le estuvieran cayendo las vergüenzas, ese pie al desgaire, resultado seguramente de alguna juvenil contractura. Esa cara de pasión. Una mujer así exhala fogosidad, no me digan que no. O se sentía incómoda por la contorsión. Y los pechos divorciados y como haciendo por pasiva la apología de una política de centro que evite esos sinsabores de los extremos.
Para gustos colores, ciertamente. Y uno, ya madurillo, le va cogiendo apego a los clásicos, a las viejas rotundidades, a las féminas sin pasteurizar. Los extremos son viciosos, y perniciosos los excesos cárnicos, pero esta estética de campo de concentración con pelas me parece que sólo les va a políticos de derechas de origen húngaro y aviesas intenciones.

Reconozcan humildemente los varones que se han puesto a pensar en el pequeño Sarko enredado en dos vueltas y media de brazos de la Bruni, rogándole que enderece el pie y sonría un poco, aunque sea de mentirijillas; y ella que cuidado con ese hueso y que si no preferirías, amor, un poquitín de látigo o que nos comiéramos unas ostras con champán delante de la tele, y él que no, pero sácame el esternón del ojo, que me estás lisiando con tu óseo arrebato.
De todos modos, los franceses nos llevan muchos revolcones de adelanto. Aquí unas humildes ministras se retratan todas vestidas para Vogue y se arma la gran escandalera. Qué pasaría si se rifaran por ahí fotos en bolas de las señoras de nuestros prohombres o los esposos de nuestras promujeres. Figúrense, doña Ana Botella, en tiempos, como Dios la trajo al mundo, más el IVA, haciendo con las manos la gaviota sobre el vientre; o doña Sonsoles bajo una sombrilla y a punto de tomar un baño de multitudes. Para fotos de ésas, aquí no saldríamos de Zerolo, que se repite más que el ajo, y, por supuesto, de Albert Rivera, que empezó despelotándose en los carteles y se ha ido quedando en pelota en las urnas.
En esta España nuestra no hemos conseguido todavía ni contemplar a Zapatero en bañador y, en cuanto a señoras políticas, no pasamos de los molares de la Chacón. Cuesta una barbaridad imaginárselos a todos, conservadores y conservadores, en plena crispación corporal y sin soltar discursos. Prometía bastante Cascos, pero no pudo con la fama y nos dejó a medias, antes de que los obispos le arrearan un par de excomuniones. También el Guerra, cuando entonces, amagaba, pero treinta años calentando escaño no hay cuerpo que los aguante y hasta mudo se nos ha quedado.
Diputados y senadores deberían hacer exposición de carnes, además de declaración de bienes. Muchos ciudadanos cambiarían el voto por aquello de que no puede haber mens sana en esos cuerpos y cuerpas tan dejados de la mano de Dios.
Se dice que las fotos de la Bruni tienen un precio de salida (con perdón) de tres mil dólares. Cosas de la inflación. Deberíamos promocionar a nuestras santas; o a nosotros mismos. En cuatro sesiones, media hipoteca resuelta. Y con más arte.

25 marzo, 2008

Universidad: resta y sigue

Si a este que suscribe le tocara hoy comenzar su carrera de profesor universitario, probablemente no la comenzaría. Dicho sea con todo el dolor de un vocacional. Pero, si no hubiera manera de ganarse la vida honradamente de otra forma o tuviera un pariente dentro con mando en plaza y que me metiera en el fregado con buenas perspectivas, diversificaría mi curriculum con cosas que vaya usted a saber si no puntúan un montón el día de mañana: petanca, crochet, punto de cruz, bordados regionales, jota, tiro al plato y caza en ojeo. No vaya a ser que después de Bolonia venga Torrelodones y tras la ANECA la CONCACA.
Aquella carta de inquietud por los nuevos baremos para la acreditación de titulares y catedráticos se envió a la Menestra con firma de 769 profesionales mosqueados, pero sin ánimo de crispar. La revista Science (volumen 319, número 5869 de 14 de marzo de 2008, página 1472. Un resumen en castellano se puede ver pinchando aquí) se hace eco de la civilizada protesta y de la opinión de los hacedores ministeriales, que dicen no hay para tanto y que verás qué contentos todos cuando se reparten acreditaciones a diestro y siniestro; sobre todo a siniestro. Francamente, me da igual. Soy uno de los firmantes de la carta, pero sé que en cuanto haya un puñado de acreditados se dirá que jamás de los jamases hubo sistema más ecuánime y objetivo. Luego se le hacen unos mimos al rector local y a vivir, que son dos días. Si yo fuera rector, me iría poniendo muda limpia y tomando Ciripolen, ante la avalancha de pretendientes de buen ver y dispuestos a todo que se avecina.
Al tiempo, un querido amigo me envía un artículo de El Periódico en el que Manuel Cruz, catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona, se escandaliza ante las jubilaciones anticipadas de profesores de prestigio que hacen mutis sin que la santa institución se inquiete lo más mínimo. Hay que hacer sitio y lo importante es que se vayan unos para que se acomoden las nuevas hornadas de candidatos cargados de méritos pedagógicos y variadas frivilités. Lo que enfada al articulista es que catedráticos con el prestigio de Jordi LLovet o Felipe Martínez Marzoa tiren la toalla, sin que la Universidad lamente la pérdida ni dé las gracias por los servicios prestados. Se necesita hueco para la savia nueva y lo mejor es que se largue el sabio viejo.
Esto de las prejubilaciones del profesorado universitario, sobre lo que críticamente escribía también hace unas semanas nuestro amigo Sosa Wagner, tiene su miga. Los que están supuestamente en activo y no aparecen por su Facultad más que cinco o seis días al mes no se van a prejubilar, porque para qué. Sólo se cansan los que tratan de cumplir honradamente y se topan con que los tiempos no están para romanticismos. El que se esmera desespera.
El referido articulista osa afirmar que la culpa del encanallamiento universitario que soportamos la tienen aquellos penenes de antaño, que tanto lucharon por su estabilidad laboral. Delicado asunto, pero ahí sale una palabreja que se las trae: estabilidad. Hace tiempo que es dogma de fe que todo joven profesor contratado tiene un derecho natural a la estabilidad laboral. Ahí está la madre de todos los excesos. Ni estabilidad laboral ni leches. Al inútil, al zángano, al descarado, al ignorante, al plagiador, al jeta, al que no aprobaría ni el más elemental examen de culturilla general se le debería poner de patitas en la calle. Pero no, se le procura estabilidad, no vaya a ser que proteste y se le complique la vida a algún rector que aspira a culminar su carrera académica como concejal de turismo o director general de deportes regionales.
Como la consigna es estabilidad y aquí paz y después gloria, aunque no sea gloria académica, el sistema se desdobla y se procura que quien no se acredite para funcionario pille al menos contrato estable. Y, claro, falta sitio. Pues que se larguen los viejos a cultivar geranios en su casa. Sobran neuronas y faltan poltronas.
Puestos a renovar plantillas, sería más razonable controlar la producción científica de los catedráticos y titulares con canas y echar con viento fresco y jubilación forzosa a los que llevan diez años y un día sin dar palo al agua o torturando al prójimo en carguetes de chupatintas. Pero no, ésos se quedarán para dar ejemplo a las jóvenes generaciones. Los necios se conjuran para consolidar su monopolio. Y a los jóvenes bien capaces y esforzados, que son muchos, se les tiene hasta los cuarenta años en régimen de mileuristas bajo promesa de que un día tendrán estabilidad si van acumulando carguetes y cursitos pedagógicos. Y acaban agradecidos y en pleno síndrome de Estocolmo.
Pues que les den. A todos. Y el último que tire de la cadena.

24 marzo, 2008

Dulce vida práctica

Este lunes ha hecho de lunes, y eso que no tocaba trabajar. Pero, para empezar, se me ocurrió meter un albañil en casa. Son cosas que nos conviene hacer de vez en cuando a los que vivimos leyendo y de leer, para ver lo que se cuece ahí fuera; o la que se puede armar en la propia casa. Nada, no se preocupen, una obrita sencilla, unos azulejos en la terraza y poco más. Y el albañil, buena gente. Y confianzudo.
Fíjense cómo empezó la mañana. A la primera de cambio el buen hombre me pregunta si tengo una broca larga, tan larga como para atravesar una pared del copón. Contuve el primer impulso, el de decirle aquello de usted, señor mío, por quién me toma, y simplemente le respondí que no. Esta gente no se da cuenta de que con una broca así un tipo como yo hasta puede herirse gravemente. Todavía si fuera una vaca...
La culpa de todo la tienen los manitas, que son una plaga moderna. Se les suele ver en la sección de bricolage del Carrefour y, a los más viciosos, en los almacenes de puro bricolage, como Leroy Merlin, que no en vano tiene apellido de mago. Salvajes. Los conozco que, cuando los visitas, hasta te llevan al trastero para que les veas las herramientas. Cochinos. A tipos como un servidor les entra herramentofobia –si se puede decir así-, pero ellos imperturbables y venga hacer ostentación de taladros, llaves de todos los números, martillos de cualquer calibre, alicates como de tortura y hasta desbrozadoras. ¿Y qué me dicen de ésos que son capaces de pasarse tres fines de semana seguidos sacándole brillo al delco de un Simca 1000 de cuando se iba al campo para todo?
Y, claro, como hoy en día los paisanos tienen de todo en casa, los albañiles se acostumbran a llegar a broca puesta y a trabajar con instrumental ajeno. Creo que, si uno se descuida, hasta confían en que sea el propio pater familias el que vaya colocando los ladrillos, bajo su atenta dirección. Seguro que hay varones felices así, ilusionados por lo que aprenden de trabajos manuales.
Además está la manía de ir contándole a uno los pormenores técnicos. Este mismo de hoy se gastó diez minutos en explicarme por dónde y cómo había que atravesar la pared de marras para sacar fuera la conexión para un enchufe. Que si pones la broca así, que si agujereas asá, que si pasas el cable de tal manera. Y yo rascándome la urticaria con creciente impaciencia, amagando huidas, invocando la prisa, el frío y las ganas de orinar. Como si nada, no entendía que prefería irme rápidamente a leer un cuento de Onetti o a reflexionar sobre si será verdad que el dolo está en el tipo. Cuando se dio cuenta de que el arte de la perforación de muros no era lo mío, decidió explicarme su última y deliciosa obra, consistente en una rampa de un garaje construida con unos materiales antideslizantes de no sé qué gaitas. ¡Socorro! Mañana me esconderé o fingiré unas fiebres altísimas y me quedaré en la cama. Espero que no se arrime a describirme cómo se lija un ladrillo o cómo se engrasa el somier.
Como convenía despintarse de casa, con la que estaba cayendo, decidí acercarme al taller para cambiarle al coche las pastillas del freno, pues el chivato ya no sabía cómo guiñarme para que me compadeciera del pobre vehículo. Había pedido cita previamente y comparecí a la hora indicada. Como no las tenía todas conmigo, iba armado de bibliografía para pasar el rato: un libraco titulado “Responsabilidad objetiva y nexo causal en el ámbito sanitario”. Cielo santo. Me leí casi cien páginas y así se me puso este humor de perros, como es lógico. A quién se le ocurre. Al menos me sirvió para tomar una firme decisión vital: no iré al médico en mucho tiempo y ni atado permitiré que me operen de nada. Qué cantidad de sentencias sobre órganos mal amputados, tenacillas olvidadas en el hígado y anestesias para caballo erróneamente administradas a humanos que ya descansan en paz.
Pero narremos el evento por su orden. Llego al taller y me dicen que en tres horitas estará listo el coche. ¿Pese a que tengo cita? Sí, es lo que se tarda, me cuenta el jovenzuelo de la recepción. Hago mis cálculos y concluyo que no me merece la pena regresar a casa en el intervalo, pues el taller de los líos está en el quinto pino y los taxis de León cobran treinta euros y la cama por bajar la bandera. Me acomodo en la sala de espera, saco las gafas y el libro y el recepcionista me indica que él me avisa en cuanto esté concluido el arreglo. Me pongo a leer y tengo la bendita suerte de que a mi lado se sienta una señora con bebé. No invoco a Herodes por obvias razones de mi paternidad reciente, pero pienso que, ya puestos, me podía haber llevado yo a mi Elsa para contraatacar y hacer una guerra en condiciones.
Pasan dos horas y media y nadie se acuerda de mí. Me dirijo al mismo recepcionista y me deja seco con las siguientes preguntitas: ¿qué desea? ¿ya lo atienden? Uno de esos momentos en que te dices lo de date por jodido. Y aciertas. Que soy el de las pastillas, le digo. Él sólo responde con un ¡ah! y sale corriendo hacia la calle, se mete en mi coche, que casualmente estaba allí, y lo lleva a toda velocidad al taller propiamente dicho. O sea: no sólo se había olvidado de mí, también de mi coche, de las pastillas y hasta del año en que vivimos.
Me salen rugidos variados, espumarajos y expresiones con las que jamás ganaría unas elecciones en este país, por crispador y antipatriota. Me consuela otra empleada, quien me confiesa que a su compañero se le olvidó por completo mi asunto y que cómo está el servicio. Le digo que cómo es posible, que qué manta y que dónde se protesta, y me replica, amable y consternada, que en diez minutos me lo hacen. Que le ponen las pastillitas al coche, quiero decir. Y yo que cómo que bastan diez minutos si el otro cantamañanas me había dicho que dos horas o tres, y ella que es que van a poner un operario en cada rueda, dada la emergencia. Mira qué bien, nunca mi coche había vivido semejante orgía mecánica. Eso sí, al ir a pagar me regalaron una tarjeta para un lavado gratuito, tarjeta que, al parecer, ni caduca ni nada. Di las gracias por inercia y luego me arrepentí.
Las ocho. Llego a casa de vuelta, entro sigilosamente y ¿quién creen que me localiza a través de la ventana del porche? Carajo, el albañil. Me hace una seña, salgo pensando que es que me dice adiós y no: era para contarme cómo había cortado los azulejos y con qué arte había colocado los cantos al bies para que la parafusa no colisionara con el ángulo muerto; o algo así. Antes de despedirse nos insiste en que sus herramientas son muy valiosas y no pueden dormir a la intemperie. Así que nos las deja en la cocina, que ahora talmente parece el trastero de cualquier vecino manitas.
Estoy por irme a cenar a casa de mi suegra, fíjense si es grande la desesperación.

23 marzo, 2008

Jueces y huevos. Por Francisco Sosa Wagner

Lo cierto es que a los tribunales de justicia se les ocurren a veces cosas pintorescas. En lugar de dedicarse a fallar pleitos de cierta sustancia y poner providencias llenas de estética forense, se meten en asuntos en los que sus atribuciones son dudosas. Tal ha ocurrido con esos magistrados italianos que han prohibido a sus compatriotas tocarse los huevos en público, una decisión que plantea problemas bastante peliagudos cuyo esclarecimiento se impone.
Por de pronto será necesario convenir que, aplicando la regla “exclusio unius, inclusio alterius” (excluida una cosa, incluida la otra), es lícito el toque de huevos en privado, es decir, en la soledad e intimidad del domicilio inviolable. Tal tocamiento se ha declarado libre y cada uno puede entregarse a las manipulaciones y frotamientos que tenga por conveniente. ¿Sin límite alguno? ¿Sin fronteras morales ni límites de conciencia? ¿se confía pues la entrega a tales partes íntimas tan solo a los dictados de la costumbre del lugar y de los usos tradicionales?
Más aún, señores jueces: ¿están equiparados el autotoque y el heterotoque? ¿sí a la satisfacción personal, pero no en cambio al socorro que alguien nos presta? Y, al citar a ese “alguien” ¿vale cualquiera o hay que excluir a los parientes? ¿a cuáles? ¿sí a los consanguíneos, no a los agnaticios?
Se está viendo, a poco que se medite, que estamos encadenando cuestiones y eso sin entrar en profundidades. ¡Qué no haría alguien versado en los intríngulis de la lógica! Estamos, me temo, ante preguntas que ni uno de esos pensadores de cabecera que hay ahora lograría contestar de una manera satisfactoria.
Porque adviértase que, por esta vía indirecta y como quien no quiere la cosa, se ha proclamado nada menos que la libertad del toque privado de huevos, una conquista a añadir a las libertades de la Revolución francesa y de la Carta de la ONU, ninguna de las cuales había reparado en esta esfera de la autonomía humana. Tampoco nuestra Constitución, que pasa por moderna y guay, alude a este asunto, incorporado ahora a ella por la vía jurisprudencial que estamos aquí analizando. Ahora bien ¿tal derecho es de los que permiten acudir en amparo ante el Tribunal Constitucional? ¿tiene un “contenido esencial” o va por el mundo sin tal contenido esencial, un poco a la deriva? Son todos distingos de los que nos habíamos visto libres hasta que ha surgido este barullo. Y bastante inquietud origina ya interpretar las miles de sentencias que evacuan a diario los tribunales para tener ahora que meternos en estas que nos importaban un huevo.
Como argumento para deshacer este embrollo se me ocurre el más contundente y que consiste en averiguar si tienen competencia los jueces para hacer tal declaración o han incurrido en exceso de jurisdicción.
Por ahí debe venir la solución al damero: a mi entender, los jueces son sencillamente incompetentes para pronunciarse tanto sobre el toque público como -mucho más- sobre el privado, expresivamente llamado vicio solitario. Esta materia pertenece al Ordinario del lugar, es decir, a la potestad episcopal y, llegado el caso, a la Oficina del Penitenciario apostólico, sita en la ciudad del Vaticano. Son estas autoridades las que pueden decidir con solvencia sobre los huevos, sobre el alcance del tocamiento y, en su caso, sobre la alegría pacificadora del perdón.
Pero los jueces por favor que no nos toquen los huevos.

22 marzo, 2008

Realismo mágico bolivariano

El carácter humano es tornadizo, eso ya se sabía. Si el humano de turno es político bien nutrido de ambiciones, para qué decir. Si es dictador o sabandija que se le parezca, se añade el poder cambiar de opinión cuantas veces se quiera, sin que nadie le tosa y por el gusto de que se vea clarito quién manda. Súmese todo esto y a lo mejor nos da para creer que entendemos una miaja de cómo a menudo en la alta política de baja estofa muchos abrazos acaban en guerras y lo que iba para guerra termina en abrazos y piquitos.
Un caso bien palpable lo tuvimos las pasadas semanas en aquel encontronazo con final de comieron perdices entre Venezuela y Colombia, que es tanto como decir entre Chávez y Uribe, con un tal Correa, de Ecuador, pugnando por meter cabeza en la foto como sea y llegando tarde a todos los dichos.
Los hechos del caso, si la memoria no me falla y puesto que estoy tratando de aprender a vivir sin google, los recuerdo así. Los colombianos, que deben de tener las guerrillas de allá más infiltradas que el PP de Rajoy, descubren que las FARC han puesto campamento en suelo ecuatoriano y que por allí pasea Raúl Reyes como Pedro por su casa. Este Raúl Reyes era un mandamás de esa guerrilla tan humanista y redentora. Si no me equivoco, hace años hasta habló aquí en el Congreso de los Diputados o, al menos, habló a los diputados de aquí, muchos de los cuales debieron de pensar que era un vendedor de carburantes o cosa parecida. Me parece que hasta se entrevistó con el Papa, dentro de aquella gira diplomática suya. Pues bien, a Uribe Presidente se le hinchan las narices ante tal descubrimiento, manda bombardear aquel campamento y las bombas se cargan a Raúl Reyes, lo cual es en todo el mundo noticia mucho más relevante que cuando Raúl Reyes hacía que las FARC pasasen por las armas a pueblos campesinos enteros, en nombre de la liberación de los pueblos, precisamente.
Al Presidente de Ecuador le llega la noticia cuando está en la tele tratando de imitar a Chávez y largando y largando, también para liberar a su pueblo, esta vez el ecuatoriano. Dice que un momento, que hay una noticia y que va a mirar a ver, y luego vuelve y cuenta que un bombardeo de nada y que pelillos a la mar. Más tarde lo piensa, se cabrea y retira a su embajador en Bogotá, que es la forma en que un Estado se cisca en madre patria ajena, y más cuando la patria ajena ha bombardeado la suya.
El que se rebota de inmediato es Chávez, quien dice que ojito, manda tropas a la frontera con Colombia y amenaza con desencadenar una nueva plaga venezolana que se lleve por delante hasta el lucero del alba. De Chávez sabe hasta el apuntador que tiene alojada en su territorio venezolano a media guerrilla colombiana, incluidas temporaditas en Isla Margarita con mojito y mulatona para la dirigencia revolucionaria, se supone que para que esa vanguardia de los oprimidos repase las últimas posturas del materialismo dialéctico. Para colmo, el ejército colombiano, ya puesto a revolver más allá de su frontera, da con el ordenador portátil de Raúl Reyes. Hoy en día un jefe guerrillero sin portátil es como un político español sin consenso: se lo merienda la historia. Y dicen que en el portátil aparece un puñado de cartas que se intercambiaban don Raúl y don Hugo, melosas misivas bolivarianas prometiéndose el oro y el oro para cuando la revolución libertadora se hubiera consumado, a la fuerza, en el cuerpo de sus pueblos y sus naciones.
Suenan bélicos tambores en las selvas y los llanos, el trópico se pinta la cara con los colores de la guerra y los respectivos pueblos se aprestan para aplaudir a sus selecciones militares. Y hete aquí que, de un día para otro, Chávez dice que aquí no ha pasado nada, que no ha sido para tanto, que él siempre amó a Uribe por encima de todas las cosas y que se acabó el devaneo guerrillero. Venezuela y Colombia se reconcilian y se encaman con amor tan súbito como desenfrenado. ¿Qué habrá sucedido? ¿Se le calló a Chávez la venda y ha visto los colmillos de la banda? Raro, raro.
Lo primero que se le ocurre un mal pensado es que en esos documentos que se incautan a las FARC debía de haber más que guiños de pasión revolucionaria. Que quién sabe dónde le habrán pillado la mano metida al tontón de la boina roja, el cual, temeroso de que le llegue el chivatazo al director de la escuela, allá arriba, en Gringolandia, opta por dejar de incordiar a la seño y por hacer los deberes como un aplicado alumnillo que aún no ha dado ni un golpe.
Pero no, maledicencias. La explicación es mucho más simple y hoy la recoge algún periódico colombiano. Para aplacar el berrinche del tal Hugo, el Presidente colombiano recurrió a tres vírgenes y ellas obraron el portento. No es lo que usted está pensando con esa mente tan sucia y preconstitucional, no. Cierto que el titular es engañoso (“Con ayuda de tres vírgenes Uribe buscó la solución a crisis entre Colombia, Ecuador y Venezuela”), pero no. Y un servidor no va a hacer ni un maldito chiste malo, no sea que le caigan, otra vez, tres meses y un día de insultos colombianos y le digan que le van a arrancar la piel allá por no entender que aquél es un país pacífico y tolerante. Así que ciñámonos a los puros hechos. Las vírgenes en cuestión fueron la de Coromoto, la de Las Mercedes y la de Chiquinquirá, de las que Uribe es muy devoto, como de muchísimas otras.
Así que ya saben, si no hubo guerra fue de puro milagro.

21 marzo, 2008

Recuerdos con niño y vacas

Mi infancia es una casa medio solitaria en el campo asturiano, con hórreo y panera, una escuela con apenas dos docenas de niños, doña Manolita, la maestra, un perro y algunos gatos. Y las vacas, sobre todo las vacas. Por supuesto, también los padres y Dulce, que era como una hermana mayor aunque no fuera hermana. Pero aquellos padres campesinos de antes eran distintos de los de ahora, pues trabajaban más que de sol a sol, en la tierra y con el ganado, y no tenían tiempo para guardar al niño prisionero de los deuvedés y las actividades extraescolares. No nos quedaba más remedio que aprender a jugar por nuestra cuenta, auténtico privilegio. Por eso el cariño que se les profesaba era muy distinto a cómo quieren hoy los hijos a sus padres. A los de antes se le iba amando más a medida que pasaban los años y con el uso de razón se tomaba conciencia de que trabajaban para librarlo a uno de las cadenas de la tierra, de las incertidumbres de las cosechas y de los caprichos del clima. No como ahora, cuando a los padres los hijos nos quieren más cuando son pequeños y hacemos el capullo con ellos, mientras que el paso del tiempo les hace tomar conciencia de los usamos para no aburrirnos y como disculpa para comprar muchas cosas y tener algo de compañía.
En mis recuerdos de aquel tiempo casi siempre hay vacas. Teníamos diez o doce y eran como de la familia, cada una con su nombre y su personalidad bien marcada. Con algunas todavía sueño a veces: la Artillera, la Mariposa, la Bicha, la Mora, la Estrella, la Praviana, la Cubana, la Perla, la Rubia, la Canela... y aquel buey manso y santurrón, el Morico. Pasé muchísimas horas con ellas, vigilándolas mientras pastaban, ordeñándolas, limpiándolas y recogiéndoles las boñigas, llevándolas a beber a la fuente. Y ayudándolas a parir.
Cuando una vaca se ponía de parto la casa se revolucionaba. Muchas veces el feliz evento se anunciaba de noche y alguien debía quedarse en la cuadra atendiendo al momento en que las patas del ternero asomaban. Me tocó bastantes veces y me hacía en la cuadra un lecho de heno en el que dormitaba con un ojo abierto y el oído atento a la intensidad de los suspiros del animal. Cuando el momento llegaba, la vaca casi siempre se echaba y sus ojos en ese instante brillaban como con lejanía, melancólicamente. Entonces había que dar el aviso para que todos los de la casa se levantasen para ayudar al nacimiento.
Hoy en día debe de ser muy distinto y hasta sospecho que les ponen a las vacas la epidural. Además, la cría se extrae con ayuda de sofisticados aparatos. Entonces no, entonces había que sacarla a mano. De vez en cuando una vaca nos sorprendía y paría sola, pero no era lo común. Primero se intentaba sacar el ternero simplemente agarrando las patas que asomaban y tirando con todas las fuerzas. Si venía fácil, tirábamos y tirábamos, generalmente mi padre y yo. Cuando medio cuerpo de la criatura ya estaba fuera, era el momento de aplicar el máximo esfuerzo. Entonces se deslizaba de pronto y con la inercia nos caíamos de espaldas, entre alegrías. Otras veces la labor se presentaba más complicada. Mi padre ataba cuerdas a las patas que despuntaban y se necesitaba el vigor de más personas. Cuando no alcanzaba el de toda la familia, era necesario pedir ayuda a los vecinos. Mi padre me decía que fuera corriendo a casa de Inocencio y de Belarmo y para allá salía disparado.
Algunos de mis mayores terrores infantiles sucedieron en ocasiones así, cuando en plena noche me tocaba correr por los caminos sin luz para reclamar esas ayudas. La solidaridad era inmediata y se presentaban los aldeanos a la carrera. Hasta siete u ocho personas bien fornidas llegaban a aplicar su esfuerzo en aquellos partos largos y tensos. Cuando culminaba felizmente el alumbramiento del ternero, a éste se le echaba sal por encima y se lo arrimaba a la madre para que lo lamiera. Con semejantes lametones el jato se revitalizaba a toda prisa y al cabo de muy poco tiempo ya estaba de pie y mamando con saña. Mientras, los presentes, vaso de vino o de sidra en mano, comentaban si era grande y si se parecía a su madre, calculaban cuánto dinero valdría próximamente o si por su raza y calidad merecía crecer y llegar a semental o vaca de leche. El niño que yo era vivía aquellos momentos con plenitud e íntimo orgullo.
Y cuántas veces me tocó ocuparme de la alimentación de los terneros. Según fuera la raza y la constitución de la vaca madre, el ternero se le ponía a mamar o se ordeñaba la vaca y se le daba la leche a beber a la cría, en una especie de palangana. El ternero estaba atado y se alteraba cuando uno comenzaba a soltarlo para acercarlo a su madre. Al verse libre, arrancaba a correr, y más de una vez me llevaba a rastras, agarrado a la cuerda para tratar vanamente de que no se estrellara, ciego y ansioso, contra la mismísima panza de su progenitora.
Si al ternero se le daba la leche a beber, había que ir enseñándolo a hacerlo. Para ello, se debía meter la mano en el recipiente, en la leche, y ponerle un par de dedos para que chupara y fuera así, engañado, sorbiendo el blanco elixir. Con el paso de los días, poco a poco, uno iba sacando los dedos y, de pronto, el bicho aprendía a tomar la ración por su cuenta.
Acababa uno encariñándose con esas criaturas, pero un día aparecía un tratante, acordaba el precio con mi padre, cargaban al ternero en un camión y se lo llevaban. Todavía no entiendo cómo no me hice vegetariano.
En fin, dejémoslo aquí por hoy. Es como pensar en otra vida, en otro mundo. Ahora anda uno supuestamente estresado y preocupado por entender cómo funciona eso de las normas jurídicas, o devanándose los sesos para adivinar qué tienen en la cabeza los becerros que nos gobiernan. Y escribiendo un blog, manda güevos.
Qué rara es nuestra vida, la de los desertores el arado.

20 marzo, 2008

Igualito, igualito que ahora

No salgo de mi asomobro al leer lo que Stefan Zweig cuenta de sus tiempos de escolar, en aquella Viena finisecular donde la cultura unía a las personas y estimulaba a los estudiantes desde la más tierna infancia. Miren y sorprándanse. Estos párrafos están tomados de sus memorias, El mundo de ayer. Memorias de un europeo, págs. 63 y ss. Está hablando, repito, de su infancia, mucho antes de la edad universitaria.

“Cada día encontrábamos nuevas técnicas para aprovechar las aburridas horas de clase en beneficio de nuestras lecturas; mientras el maestro pronunciaba su gastada conferencia sobre “La poesía ingenua y sentimental de Schiller”, nosotros leíamos bajo el pupitre a Nietzsche y a Strindberg, cuyos nombres el viejo ni siquiera había oído. Parecía poseernos una especie de fiebre de saber y conocer todo lo que se producía en el ámbito de las artes y de las ciencias; por las tardes nos mezclábamos con los estudiantes de la universidad con el fin de asistir a sus clases, íbamos a todas las exposiciones de arte, acudíamos a las aulas de anatomía par ver autopsias. Aguzado el olfato de nuestra nariz indiscreta, husmeábamos en todo. Nos colábamos en los ensayos de la Filarmónica, hurgábamos en las tiendas de los anticuarios, diariamente revisábamos las vitrinas de las librerías para enterarnos inmediatamente de cuáles eran las novedades desde la víspera. Y, sobre todo, leíamos, leíamos todo lo que nos caía en las manos. Sacábamos libros de todas las bibliotecas públicas y, unos a otros, nos dejábamos prestados los hallazgos que conseguíamos encontrar”.
(...)
“Cuando, por ejemplo, hablábamos de Nietzsche, aún proscrito en aquella época, de repente uno de nosotros prorrumpía con superioridad afectada: “Pero en la idea del egotismo Kierkegaard lo supera”, y enseguida nos poníamos nerviosos: “¿Quién es ese Kierkegaard que X conoce y nosotros no?” Al día siguiente corríamos a la biblioteca para descubrir los libros del filósofo danés olvidado, pues ignorar algo extraño que otro conocía constituía para nosotros un descrédito; nuestra pasión consistía precisamente en descubrir antes que nadie lo más reciente, lo rabiosamente nuevo, lo más extravagante e inusual, aquello que nadie (y menos aún la crítica literaria oficial de nuestros dignos periódicos) había tratado de forma exhaustiva. Conocer todo aquello que aún no gozaba de reconocimiento general, de difícil acceso, extravagante, nuevo y radical, despertaba nuestro amor especial; por eso no había nada suficientemente escondido, por más peculiar que fuese, que nuestra ávida curiosidad colectiva no fuera capaz de sacar de su encondrijo. Stefan George o Rilke, por ejemplo, habían sido publicados, en nuestra época de bachilleres, en ediciones de doscientos o trescientos ejemplares en total, de los cuales a lo sumo tres o cuatro habían encontrado el camino de Viena; ningún librero tenía uno solo de ellos en su almacén y ninguno de los críticos oficiales había mencionado tan siquiera el nombre de Rilke. Pero nuestro grupo, por un milagro de la voluntad, conocía todos sus versos y estrofas. Muchachos imberbes y enclenques que cada día tenían que permanecer sentados en los bancos de la escuela formábamos, a la hora de la verdad, el mejor de los públicos que un joven poeta puede soñar: un público curioso, críticamente despierto y entusiasmado con entusiasmarse. Y es que nuestra capacidad de entusiasmo no tenía límite: durante las horas de clase, yendo y volviendo de la escuela, en el café, en el teatro, durante los paseos, nosotros, mozalbetes de bigote incipiente, no hacíamos más que hablar acerca de libros, cuadros, música y filosofía; quienquiera que actuara en público, fuese actor o director, el que había publicado un libro o un escrito en un periódico, brillaba como una estrella en nuestro firmamento. Casi me llevo un buen susto cuando, años más tarde, leyendo la descripción que hace Balzac de su juventud, encontré la siguiente frase: Les gens célèbres étaien pour moi comme des dieux qui ne parlaient pas, ne marchaient pas, ne mangeaient pas comme les autres hommes. Y es que es excatamente ésta la sensación que habíamos experimentado nosotros. Ver a Gustav Mahler por la calle era un acontecimiento que uno contaba al día siguiente a sus compañeros como un triunfo personal, y la vez que, siendo niño, fui presentado a Johannes Brahms y él me dio un golpecito amistoso en el hombro, pasé varios días trastornado por tan formidable suceso. Cierto que a mis doce años no tenía una idea exacta de lo que había hecho Brahms, pero su mera fama, su aura de creador, producía un efecto embriagador”.
Fin de la cita.
Y digo yo: se nota que no había fútbol por entonces, ni Champios ni Premier League ni tele ni festival de Eurovisión ni Gran Hermano.
Lo que hoy no sospechan Ronaldinho, Raúl o Messi es que ocupan en las cabezas de los chavales -universitarios incluidos, por supuesto- el lugar que otrora y en aquel dichoso Imperio Austro-Húngaro correspondía a los grandes filósofos y artistas.
Los tiempos avanzan que es una barbaridad.

18 marzo, 2008

Amores nacionalistas

Esto es un culebrón. A la mínima se ponen los cuernos, cambian de montura o se mandan a freír churros con matrimonial desparpajo. O así lo ven los papeles. Pues desde ayer la gran noticia es que Urkullu le guiña el pito de la chapela a Zapatero y le dice si tu nos dices ven dejamos al lendakari compuesto y sin referendum. A mí me suena a conversación de cuando el cigarrillo de después y a gestionarse la siguiente cita con la consabida promesa de dejar plantada a la legítima y legalizar el nuevo apaño. Disculpas para seguir mareando la perdiz.
La primavera temprana me tiene alterada la percepción política, que nunca fue muy fina, para qué vamos a engañarnos. Encima, en El País de hoy viene un mesurado artículo de Andrés de Blas en el que, plas, me tumba esa hipótesis tan rebuscada del post de ayer. Don Andrés, a quien vi echar sapos y culebras en una conferencia hace un trimestre, también opina que a los votantes nacionalistas les ha dado vértigo de altura y, por no asomarse al referéndum, han decidido bajar al valle del consenso y el cómo nos queremos todos en el fondo y que bendiga la Ceja esta unión indisoluble de los españoles de Empaña. Será mejor así, seguramente. Fue una aventura pasajera, una tentación autodeterminista que se cura al volver a casa y comerse los huevos con puntillas que prepara la santa como nadie, un calentón propiciado por los treinta años de la Constitución, que empieza a verse un poquito alopécica y a perder la tersura de sus preceptos. Bienvenidos a la casa de los padres de la Constitución, chicos, y nada de volver a discutir sobre el plato de las lentejas. Ahora sí que vamos a estar de cine y a convertirnos en un Estado comme il faut. Tiemblo de gozo.
Supongo que en cuestión de días se me curarán las reservas y se me aplacarán las desconfianzas. Pero, entretanto, lo de Urkullu me suena más a milonga que a tango. La ola de optimismo que nos invade no empaña el conservadurismo de los finos analistas. País de orden al fin y al cabo, seguimos pensando que la vida política se hace en pareja de las de toda la vida y descartamos con la mayor naturalidad el trío, y hasta el gang bang. Dice Urkullu que lo del referéndum se puede replantear y ya vemos al fiel PNV en brazos del gobierno de la nación, cual nuevo San Agustín arrepentido de su vida anterior de atorrante. Esta gente se cae del caballo talmente como Pablo de Tarso y reflexiona en el suelo con idéntica intensidad, mientras se rasca las partes magulladas.
Urkullu ha dicho más cosas, bastantes más, pero nos quedamos con lo que nos gusta. Dice que las condiciones del revolcón se pueden hablar e interpretamos que nos pide relaciones prematrimoniales, con promesa de esponsales incluida. Y monogamia, desde luego.
¿Tan poco le importa al PNV lo del referéndum? ¿Se cargaron a Imaz y ahora le brindan el siguiente toro? Raro, raro, raro. Parece como si el referéndum fuera un fin en sí mismo y no una manera de apretar las tuercas y de llevar más agua a su Concierto. ¿Por qué no se va a renunciar al referéndum, si se puede sacar tajada similar de otra manera? Zapatero anda buscando novios y estos vascos esquivos se ponen el traje de los domingos y le hacen unos requiebros. Dicen los sabios que porque han visto por donde van los votos y se sienten con más futuro yendo de la manita del PSOE y su gobierno que echándose al monte. Como si no hubiera quedado bien claro en estas elecciones qué destino aguarda a los que se lo montan de sostén de Zapatero por el bien del diálogo y la convivencia nacional. Aquí todo el mundo resalta lo que le ha costado a Rajoy ponerse faltón, pero no se hace suficiente hincapié en lo que han pagado IU y ERC por montárselo de sumisos con el cazurro. Envidiable destino el de don José Luis, pues los que le llevan la contraria no lo ganan y los que le siguen la corriente pierden.
Zapatero no puede pactar con un PNV arisco que esconda un referéndum en la liga, y el PNV sabe que la liga es lo de menos. Imagino que se hacen la ilusión de que con unos achuchones ahora todo se puede hablar. Sueñan con mojar lo mismo sin tantas brusquedades y piensan que Zapatero acabará poniéndoles a su nombre ese piso que quieren para sí, y Santa Rita, Rita. Ignoran, los muy truhanes, que este ZP se ha convertido de la noche del 9 a la mañana del 10 en estadista de tomo y lomo, con ideas claras y principios acrisolados. Lo han visto en la campaña atiborrarse de patria y de España, pero se ve que no se lo creen; o que se han convencido ellos mismos de que como en España ni hablar. Obnubilados están. ¿O no?
Desesperado por este escepticismo que me aísla, aprovecharé la Semana Santa para leerme las obras completas de Zapatero, y hasta las de Pepiño, en plan de ejercicios espirituales. Inocentes nos quieren Dios y d´Hondt.

17 marzo, 2008

Lo que vota el nacionalismo

Andan los analistas desconcertados con el vaivén de los votos en las comunidades que apacientan nacionalismos de esos que antaño se llamaban periféricos. El analista electoral es un sujeto que se parece al economista en que casi nunca adivina lo que va a ocurrir la próxima vez, pero se diferencia de él en que tampoco suele afinar al explicar lo que ocurrió hace una semana. Profesiones con gran futuro y brillante pasado, chamanes de nuestro tiempo, augures con buenos contratos.
El dato que sorprende ahora a tan perspicaces diagnosticadores es la subida tremenda del Partido Socialista en el País Vasco, Cataluña y hasta Galicia, voto restado a aquellos nacionalismos de campanario y nostalgia tribal. Las explicaciones que se nos venden al unísono insisten en que esos votantes movedizos le vieron a la derecha las orejas de lobo y prefirieron la beatitud de la ceja de cordero y en que también quisieron tan reflexivos electores desmarcarse de las aventuras autodeterministas o independentistas que andan insinuando sus paisanos más paisanos. Votantes deseosos de una España plural, pero España al fin y al cabo, celosos de la identidad de su terruño, pero considerados con la solidaridad en el marco de un Estado moderno y la mar de mono, amantes del debate amable entre los pueblos, pero sin que decaiga el consenso y el buen rollito, partidarios de estirar la Constitución por la parte de sus partes, pero sin romperla, pues tampoco es verdad que se vaya a romper España, dónde se ha visto que se rompa un Estado tan majo y en el que cabemos todos, aunque sea a codazos y pisándonos el juanete. Añaden nuestros sesudos especialistas que ya puede ir el lendakari metiéndose el referéndum debajo de la chapela y que más le vale a Carod apuntarse a maquiavelismos más convergentes. Es más, quedan como unos señores nada vengativos y harto generosos esos catalanes que habrían dicho que pelillos a la mar, que no van a castigar a Zapatero por no comerse su Magdalena y que no pasan factura por ave ni pájaro ninguno.
Pues qué quieren que les diga, a mí no me convence ese dictamen. Sin duda incurro en el error más craso, pues no soy ni analista ni enfermero ni nada. Pero me parece que ni hay tal cambio de orientación ni le falta su lógica a ese voto basculante. La inmensa mayoría de ésos que votaron socialista el 9 de marzo volverán a votar nacionalista en las próximas autonómicas y municipales, y nuestros expertos hablarán de oscilaciones nuevas y sorprendentes. No hay tal sorpresa. Esta vez tocaba decidir quién gobierna el Estado y el nacionalismo no férreamente militante votó lo que le parecía más conveniente para su nación, no para el Estado. Si les interesa este PSOE no es por una súbita consideración del interés común de España ni por un ataque de solidaridad interterritorial ni porque simplemente les parezca reaccionario el planteamiento del PP. Es porque creen que con Zapatero son mucho mayores las posibilidades que sus nacionalismos tienen de tensar la cuerda, de dar gato por liebre en nombre de la Constitución, de imponer sus puros intereses “nacionales” y de acabar saliéndose con la suya, siendo la suya en cada momento la que ellos quieran. De cajón.
Cuando corresponda votar a los gobernantes de sus autonomías, de sus “naciones”, volverán a apoyar al que tire del otro lado de la soga; o al que la apriete alrededor del Presupuesto. Eso sí, sin tensión, dialogadamente, sin crispar. Qué cosa mejor que ganar las dos veces, cuando se selecciona al negociador propio y al del otro lado. Lógico y natural.
Ojo, nada de esto le quita legitimidad a esos votos, sólo credibilidad a los analistas a la violeta. Con esto tampoco prejuzgo la política futura de Zapatero, del que dicen tertulianos y periodistas que está mucho más maduro y que ha aprendido una barbaridad de sus experiencias pasadas. Nos invade una ola de optimismo. La fe mueve montañas; y hasta fronteras. Amén.

16 marzo, 2008

Poema dominguero

La mano abre el libro.
Navegaciones.
Tientan los ojos
los pliegues húmedos.
Unos dedos prudentes
se deslizan,
repasan
la mancha oscura,
se paran en los márgenes.
Poseer con los ojos
no basta. Al cerrarlos
quedan posos
como líquenes.
Fundidas, confundidas,
duermen las ansias
tras la consumación.
Ya somos otro.
Pasión hermafrodita

15 marzo, 2008

Fundido en gris

Ha vuelto a España Philip Pettit, filósofo y musa de políticos menesterosos. El País recoge sus declaraciones, según las cuales “Mr. Zapatero sigue con sobresaliente”. Se muestra orgulloso de su relación con el Presidente del Gobierno. Dice que Zapatero tendrá que enfrentarse a dos grandes retos: el Estatuto de Cataluña y la composición del Tribunal Constitucional. De ETA no ha dicho nada, pues ya debe de saber que trae mala suerte hablar de ETA y que el reto es para los que la mencionan. También manifiesta que “La oposición se empeñó en criticar lo propuesto por Zapatero e intentar imponer lo suyo”. Este señor grande es de los que mantienen, como se ve, que no es plan que la oposición critique al gobierno y trate de afirmar sus alternativas, pues adónde vamos a parar con una oposición así, que se opone todo el rato. Creo que en su país no ocurre eso, y de ahí que el Partido Demócrata apoye sin parar al señor Bush. Esta teoría tiene muchos partidarios en España, como es bien sabido. Él ha tenido muy buenas relaciones con el Partido Demócrata, precisamente.
El Estatuto de Cataluña le parece un problema, pero porque “debe aplicarse lo antes posible”. De ahí que vea igualmente como un obstáculo a un Tribunal Constitucional que está “politizado”, obviamente por culpa de la oposición. También está en desacuerdo con la Iglesia católica, que no hace nada más que hablar de pecados y recomendar que no se haga esto y lo otro, en lugar de hacer como Zapatero, que sólo formula “valores positivos”.
Al parecer, el señor Pettit abandonó un “hogar roto” cuando tenía 17 años. Llegó a Nueva York para probar suerte en la música. Ahora ejerce en el Emperor´s Club VIP y ahí se trata con muchos personajes importantes, que buscan su apoyo y su ánimo. Su más sonada relación, antes de venir a España, ha sido con el gobernador de Nueva York, un tal Spitzer, que le pagaba mil dólares por hora.
Su carrera no ha sido fácil. Tras fracasar en el mundo de la música, después de dos años viviendo intensamente la noche para hacerse un sitio, reflexiona así: “la vida es dura a veces, pero lo conseguí. Aquí estoy y me encanta lo que soy”. Y añade: “si no lo hubiera pasado mal no podría apreciar los buenos tiempos”. Su último libro se titula What we want y está “inspirado en un chico que me enseñó a no confundir mis sueños con el sonido de la ciudad”.
Dicen que le haría mucha ilusión conocer también a algún concejal balear del PP.

14 marzo, 2008

Que nos recusen a nosotros

El mundo del Derecho es un mundo de ficciones, una realidad llena de mentirijillas que pasan por realidades de carne y hueso, un reino de fantasía que se superpone sobre el mundo de veras y que acaba por parecer un mundo de veras, de tanto como oculta el otro. Los que viven de ordeñar leyes y de aplicarlas con mimo de amante bandido lo saben bien, aunque disimulen. Lo malo es cuando el pueblo, dizque soberano, también acaba confundiendo los colorines jurídicos con el gris plomizo de las cosas a palo seco.
El Tribunal Constitucional, tribunal donde los haya, amén de Constitucional, que fíjate tú qué nivel, acaba de aceptar la recusación de dos de sus magistrados. No seré yo quien diga que están mal recusados, líbrenme los dioses. Pues he prometido que esta semana no me voy a dar al crispa-crispa y, además, no tengo ganas de que me parta un rayo divino con una rosa en el puño. Tampoco deseo que me caiga en la cabeza un excremento de gaviota azul. En serio, lo digo en serio. Bien recusados están porque, según parece –y cierto será- en una nota interna habían manifestado a sus compadres del Tribu que ellos lo del Estatuto catalán lo veían horrible y fatal. Esa nota supongo que era más mediopensionista que propiamente interna, más pública que privada, pues la debieron de conocer hasta las limpiadoras de tan benemérita casa y, consiguientemente, luego se enteró el Gobierno gobernante, el cual, legítimamente, dijo que no podía ser de ninguna de las maneras y que adónde vamos a parar con el descrédito de un Tribunal que se anda pasando notitas, cual colegiales en clase de mates.
No sé si lo he expresado con claridad, y por eso me repito: me parece muy bien que las limpiadoras (si fueron limpiadores vale igual, ¿eh?) corrieran con el cuento al Gobierno, que para eso tienen tanto tajo en el Tribunal, que últimamente mancha una barbaridad y lo deja todo hecho unos zorros; y me parece estupendo que el Gobierno haya estado en su papel, pues, si últimamente aquí recusa todo zurrigurri, por qué no van a recusar también los que más mandan. Digo más, en esta etapa conciliadora en la que ando metido, ni duda me puede caber de que el Gobierno habría recusado lo mismo si la notita la hubieran escrito otros magistrados y diciendo que el Estatuto estaba fetén y que cómo le vas a meter el dedo en el precepto. Sobre todo esto no admito duda ni discusión. E idénticamente habría procedido el PP si llegan a enterarse ellos de lo de la nota antes que las limpiadoras. Además, y como argumento definitivo, hay que decir que la recusación fue aceptada por el propio Tribunal con el voto libre, sorprendente y difícilmente adivinable de cada uno de sus magistrados. Igual que en ocasiones anteriores, por cierto.
A lo que vamos es a otra cosa. ¿Por qué esta recusación –o las anteriores; sigo previniéndome contra el guguelazo de los guardianes del templo- de esos dos magistrados que dieron la nota? Corcho, pues de cajón: porque se habían formado un juicio previo sobre el asunto que ahora estaban llamados a decidir, lo del Estatuto catalán. O sea, que tenían un prejuicio. Y aquí toca una explicación para los no juristas, que tal vez se creen que todo el monte es orégano y que en el Derecho las cosas son como en casa. En casa tú la tomas con un cuñado con sólo verle el chándal, le dices a tu mujer que no lo soportas, duermes solo el tiempo correspondiente y en la comida del domingo cascas lo que ya se veía venir y habías insinuado: que vaya pintas que se gasta el julay. Es decir, tenías un prejuicio, ya no te apeaste de él y pasó lo que tenía que pasar.
En Derecho es distinto. En materia de tribunales, y más de tribunales gordos, si alguien asoma el prejuicio por debajo de la puerta, aunque sea en forma de nota y no de patita, se le recusa por llegar desflorado al momento de dictar sentencia. Eso nos da muchísimas garantías a los ciudadanos, que, así, sabemos que cuando los magistrados y magistradas conocen del caso, primero no salen de su sorpresa y exclaman aquello de ondia, mira qué caso tan curioso, menudo problemón, no me lo puedo creer y a ver qué pienso yo ahora de esto, sobre lo que no tenía ni opinión previa ni pajolera idea. Es una de las cosas más difíciles de tan importante menester juzgador, el llegar in albis a los casos, sin creencia preconcebida, desprejuiciado, libre de polvo y paja, a dos velas y a verlas venir. Por eso resulta imposible adivinar lo que va a votar cada magistrado constitucional sobre el asunto que sea, por ejemplo éste del Estatut: porque, de mano y mientras no se estudian sesudamente las circunstancias y las alegaciones, ni ellos mismos lo saben. Angelical imparcialidad, juicio prístino, independencia a carta cabal. Y si alguno se ha adelantado a la jugada, se ha puesto a pensar por su cuenta antes del pitido inicial y ha dicho esta nota es mía, pues para eso están las recusaciones, que son una garantía muy garantizadora.
Eso en el Tribunal Constitucional es así porque así debe ser. Y el que lo dude, crispador. Lo que pasa es que los medios de comunicación difunden una impresión tan errónea como tendenciosa. Desestabilizadores, que son unos desestabilizadores todos. Sí, todos. Porque todos andan haciendo cábalas sobre lo que van a votar los unos y los otros y llamando a los unos conservadores y a los otros progresistas. Habráse visto mala fe mayor. Como si tuviera sentido dedicarse a calificar así a unos magistrados que por definición ni tienen ideología ni pueden tenerla ni están al servicio de nada ni de nadie que no sea su juicio puro e incontaminado, personas que cuando se ponen la toga pierden la memoria y no se acuerdan ni de la madre que los propuso. ¿Qué es eso de que antes de las recusaciones tenían mayoría éstos o aquéllos? ¿Acaso habían escrito alguna nota? Pues no. Pues ya está, nadie puede conocer lo que piensan del tema, porque ni ellos mismos se han puesto a meditar todavía. ¿A cuento de qué lo de que ahora logran mayoría los fieles al Gobierno y el Estatut va a salir bien librado? ¿Cómo que los peperos se han quedado en minoría? ¡Pero si eso es imposible saberlo! Si conociéramos de antemano lo que cualquier magistrado va a votar, porque hubiera enseñado la oreja o fuera una oreja más conocida que el canalillo de Sara Montiel en tiempos, habría que recusarlo, y ni duda cabe que lo recusarían el Gobierno, la oposición y hasta el lucero del alba.
Como eso no es así, como los únicos que tenían idea previa y mala follá con lo del Estatut ya han sido recusados por bien del fair play y de la inmaculada concepción del Tribunal, yo me voy a poner muy serio con cualquiera que insinúe resultados muy previsibles de ese importante juicio de constitucionalidad. Me voy a hartar de enviar cartas de protesta a periódicos y radios, y hasta a los amigos les torceré el gesto cuando me vengan con infundios de ese calibre. Los voy a recusar a todos, por crispadores, por felones y por antipatriotas. Y por dudar de la virginidad jurídica de la Emily & cia. Qué gente, señor, qué gente.

13 marzo, 2008

Qué bien, otra oficina en la Universidad

Esto nos comunica a los de la Universidad de León un Vicerrectorado:
"Como se anunció en el último Consejo de Gobierno, el Vicerrectorado de Estudiantes y Asuntos Sociales asume la tarea de poner en marcha una Oficina Verde en nuestra Universidad. De esta manera, la Universidad de León adquiere el compromiso de impartir formación, o producir ciencia y tecnología, en el marco de la sostenibilidad, fomentando, en el seno de su comunidad universitaria, el sentido de la responsabilidad por la conservación y mejora del medio ambiente.
La Oficina Verde se encargará, entre otras cosas, de impulsar y ejecutar un Plan de Desarrollo Sostenible, que sirva, como herramienta de gestión, para velar e instruir sobre las pautas a seguir para mejorar la Calidad Ambiental de nuestros campus, permitiendo la optimización de los recursos disponibles y encargándose de la difusión de éste espíritu en la comunidad universitaria y en la sociedad en general
".
No voy a decir ni pío, no sea que luego digan que no soy suficientemente verde, aunque vaya haciéndome viejo. Como parece que tampoco soy demasiado dado al rojo (sobre todo en la versión sonrosadita y dialogante que se lleva ahora) ni me tengo por azul, acabaré en un incoloro de pena. O amarillo, que es peor.
Sólo me pregunto si esos cursos de formación verde y sostenible puntuarán para las acreditaciones y si esta nueva oficina contribuirá al mantenimiento pletórico de la especie burocrática.
Es lo que hay. Y punto.
P.D.- La transcripción es estrictamente literal, pero tampoco con eso quiero crispar. Dialoguemos. Amén.

12 marzo, 2008

Contra la crispación de la Señorita Pepis

Bueno, pues pasaron las elecciones y aquí seguimos, como si tal cosa. Un servidor ya sabía que los que se llevaban su voto no iban a ganar ni de rebote, con lo que no hay decepción, sino sana admiración al pueblo útil; perdón, al voto útil. Además, como cualquier ocasión es buena para hacerse nuevos propósitos y santificar un poco más la vida, aprovecho tan señalada semana para sugerirme a mí mismo muy encarecidamente que tengo que criticar menos a Zapatero, pues si lo apoyan once millones de conciudadanos mayores de edad será que algo tiene que yo no veo y por lo de las moscas y tal. Y otro tanto a Rajoy, con sus diez millones y pico de votos, aunque con éste reconozco que no me he metido tanto, pues me cae como de otra parroquia. Pero nada, a él también se le tratará con guante de seda. Renovarse o quedarse solo, mosquito aislado y con ínfulas de sibarita.
Es que, además, se pone uno a rajar de éste o aquél y acaba crispando a la gente y crispándose a sí mismo, crispación onanista que para qué. Con lo fácil que es sentirse guapo y ver a los demás hechos unos cromos, todo elegancia y finura y un saber estar como de cacería real.
Tenía razón aquel señor al que vi el otro día en un bar de carretera, con el palillo en la boca, las manos en el bolsillo, la panza episcopal y vociferando sin mala intención. Apelaba al diálogo y el consenso y decía tal que así (donde pongo el signo * sustitúyalo cada cual por la blasfemia más tremenda que se le ocurra): “Porque mecagoen *, esos hijos de puta de la política no saben más que criticar, mecagoen *, todo el día insultándose los muy mierdas y sin ver que lo que a nosotros, los del pueblo, nos gusta, es que se traten bien y se pongan de acuerdo, mecagoen * y en * que lo fundó”. Pues eso, un señor ejemplar que, sin duda, votó por el consenso y con la cabeza bien fría.
He leído algunas columnas de periódicos variopintos y he oído a algún comentarista radiofónico estos días. Coincidencia casi general en que el PP ha ido de zerolo (uy, perdón; ¿ven como no tengo arreglo?, ¡Maldición!) por andar crispando. Que en el país (y en El País) ha habido esta temporada mucha crispación porque los peperos son unos maltomados, acusicas, faltones y no usan desodorante. No como Zapatero, que sí lo usa. Puesto a escuchar por diezmillonésima vez la matraca de la crispación, he de decir que me gusta más en la versión de carretera anteriormente citada. Es lo mismo y tiene idéntica lógica popular, pero con más colorido y mayor sentimiento.
Mas tengo que reconocer que el rollo de la crispación me tiene extraordinariamente perplejo. Sí, ya sé, haré que me lo miren y seguiré estrictamente el tratamiento que me recomiende mi politólogo de cabecera. Pero, así de pronto, yo he estado sintiendo que en este país y en estos últimos años a la oposición más bien le faltaba mala leche, pegada y capacidad para soltar sin miramientos las frescas que vinieran al caso. Uy, qué violento soy. Menos mal que no me presento a nada, quién me iba a votar así, con este gustillo por la bronca. Barriobajero, pueblerino, quinqui. Nunca llegaré a fisno y consensual, ni aprenderé al mentir o insultar al contrario con una sonrisa en los labios y una mano en su zerolo (¡y dale!).
Pero dejemos de lado mis excentricidades y perversiones. El PP habrá aprendido la lección y sabrá ya cómo le gusta al pueblo que le vayan metiendo las ideas políticas. Cuentan las crónicas que Rajoy ha encargado ayer mismo ocho toneladas de vaselina. Y como el PSOE de buenas formas, epítetos no ofensivos, alusiones justas y elegantes, lealtad con el adversario y verdades sin tacha ya sabe lo suyo por ciencia infusa, va a ser una gloria contemplar esos debates entre semejantes caballeros y señoras tan señoras. Sugiero, eso sí, que cambien el parqué del Congreso, no sea que alguno resbale en sus propias babas y se pegue un leñazo parlamentario.
¿Quieren un anticipo bien realista de cómo se transcurrirá el próximo debate sobre el estado de la Nación (¿o es sobre el Estado de la Nación? Qué líos me armo en estas épocas de mudanza interior). Pues ahí va. Anoten, esperen y cuando toque me cuentan si me aproximé o no. Visionario estoy.
PRESIDENTE DEL CONGRESO (En adelante, P.C.).- Tiene la palabra el señor líder de la oposición, así que ojito.
LÍDER DE LA OPOSICIÓN (En adelante L.O.).- Ave María Purísima.
P.C.- Sin pecado concebida.
L.O.- Pido a Dios que me ilumine en este delicado momento.
P.C.- Le recuerdo al señor L.O. que estamos en un Estado laico y que sobran esas referencias religiosas en esta Cámara.
L.O.- Mis más sentidas disculpas a Usted y a toda la Cámara, Señor P.C.
P.C.- Se las acepto, Señor L.O., porque de buen cristiano es saber perdonar.
L.O.- Permítanme que por una simple cuestión de orden deje para el final de mi discurso las alabanzas a la muy meritoria y sacrificada labor de este maravilloso Gobierno. Primero voy a hacer unas pequeñisimas consideraciones críticas que espero y deseo que no me tomen a mal.(Abucheos)
P.C.- Le recuerdo al Señor L.O. que si piensa crispar no se lo podré consentir.
L.O.- Yo sólo iba a decir que no me gusta cómo le tira el botón de la americana al Señor Presidente del Gobierno, pero lo retiro y paso al siguiente apartado. Estoy muy satisfecho de la gestión de este Gobierno y con sinceridad he de confesar que ni yo ni mi propio partido lo podríamos hacer mejor. Permítanme que enumere los que considero sus inigualables aciertos...
(Termina el líder de la Oposición. Tenues aplausos).
P.C..- Su turno de réplica Señor Presidente. Déles caña. Dicho sea con afán ecuménico.
PRESIDENTE DEL GOBIERNO (En adelante P.GO.).- Señor L.O., no puedo pasar por alto su malévola observación. De todos es sabido que nosotros, los verdaderamente populares, no podemos pagarnos esos trajes que con tanto descaro lucen ustedes, los plutócratas, y que les cortan sastres que ya le hacían a Franco su ropa a medida. Este Gobierno no va a permitir que el fascismo que usted representa nos diga cómo hemos de abrocharnos, ni vamos a satisfacer ese deseo suyo, tan claramente formulado, de que nos presentemos ante los españoles y las españolas luciendo negras sotanas y alzacuellos. Su totalitaria pretensión es fiel reflejo de la mentalidad retrógrada que a ustedes los caracteriza y de ese propósito tan suyo de imponer una vez más su visión totalitaria de la vida y de la política. Desde el espíritu de diálogo que inspira a este Gobierno y con el afán permanente de que podamos llegar al consenso constructivo que el pueblo español ansía, le digo que son ustedes unos impresentables y unos gandules que hacen con sus perversas insinuaciones el juego a ETA y a todos los antipatriotas.
(Aplauso atronador)
P.C.- Su turno, Señor L.O.
L.O.- No era mi intención ofender al Señor P.GO. ni a su Gobierno, pero si mi modesta observación la toman como un insulto, la retiro.
(Algún silbido)
P.C.- Último turno para Usted, Señor P.GO. A por ellos, que ya están acoquinados.
P.GO.- Usted lo ha dicho, Señor L.O., era un insulto, e insultos así sólo revelan a las claras la condición canalla de ustedes y su espíritu franquista.
(Grandes aplausos)
Al día siguiente los medios de comunicación recogen encuestas sobre el debate. Hay coincidencia general en que lo perdió la oposición, por su manía de crispar y su nula disposición al diálogo y el consenso. Conscientes los dirigentes del Partido Popular de su incapacidad para hacer la crítica constructiva que la ciudadanía demanda, deciden disolver el partido y poner una granja de avestruces. El Secretario de Organización del partido gobernante declara que la granja debería ser de cerdos, que les pega más. Los periódicos informan con alborozo y satisfacción de esa nueva llamada al diálogo y a la elegancia política.

11 marzo, 2008

¿Orgasmos democráticos? Por Francisco Sosa Wagner

A falta de asuntos de interés general, la última campaña electoral nos ha deparado algunos enjundiosos temas de meditación formulados por los grandes pensadores que pueblan los organigramas de las (de)formaciones políticas.
El más logrado es el de los orgasmos democráticos pues colocar adjetivos inesperados es una de las mejores reparaciones que depara el uso del lenguaje, auténtica ambrosía para escritores. Porque todos entenderíamos que orgasmo pudiera maridarse con adjetivos como refinado, insulso, teatral, encarnizado, arrebatado, apremiante, etc., pero lo de democrático es un hallazgo por lo que tiene de sorpresa. Aunque lo cierto es que resulta algo enigmático. ¿Por qué puede ser un orgasmo democrático? ¿acaso porque cuenta con el respaldo de la mayoría? ¿qué mayoría, la proporcional o la derivada de la regla de Hondt? No se sabe, aún no se ha contestado a esta cuestión y será difícil hacerlo pues en rigor ¿qué mayoría se necesita? A mí no se me ocurre más que la exigua de dos o, en su caso, tres, para aquellos que gusten de las emociones circenses.
A su vez, la idea de la democracia ha sido emparentada con formas muy variadas. En España hemos tenido la orgánica con los padres de familia, el municipio y el sindicato, y ahora tenemos la inorgánica con los secretarios de organización y los diputados mudos. En algunos lugares de Europa padecieron la democracia popular que era aquella en la que el pueblo votaba el tanque de su preferencia. Ahora los modernos hablan de democracia participativa, republicana, consensuada, valorativa y especulativa, pero lo cierto es que nadie se ha atrevido hasta ahora a teorizar sobre la democracia orgásmica.
¿Existe esta modalidad de democracia? Podría hacerse cábalas y llegar a la conclusión de que tal forma de democracia está relacionada con la democracia en polvo que era -lo recordarán los más viejos- como venía la leche de América en la época en que nos alimentábamos con el plan Marshall.
O, forzando mucho la imaginación, se puede hacer de la insigna de la democracia, la urna, un objeto erótico, con su ranura y todo el simbolismo que representa la penetración de la papeleta, aunque el hecho de que las instrucciones de uso exijan una mesa -la electoral- y no una cama desvirtúa en gran medida las concomitancias y posibles paralelismos.
Las mismas cifras abultadas que se manejan en las modernas democracias de masas, con millones de votos y de votantes, hacen descartar la relación entre democracia y orgasmo, obligados a movernos cuando de él hablamos entre magnitudes más comedidas y cifras mesuradas.
De donde se sigue que tan incomprensible es el orgasmo democrático como la democracia orgásmica, si es que a alguien con autoridad se le ocurriera poner en circulación esta expresión.
Ya puestos a emparentar palabras con poco sentido, yo preferiría el orgasmo demagógico, el orgasmo plebeyo, al que se llegaba con las cigarreras que salen en las novelas de Mérimée o con las mozas de cántaro de las zarzuelas que, encima, cantaban en el trance un aria entonada y plenamente sinfónica.
O el orgasmo aristocrático al que se aficionó Goya cuando, con la excusa de pintar un cuadro para el museo del Prado, vio a la duquesa de Alba in puribus.
Conclusión: que esto del orgasmo democrático está bien como ejercicio literario pero, contemplado con frialdad, se trata de un oxímoron, una contradicción in adjecto. Y para contradicciones ya tenemos bastante con ese jeroglífico que es la vida misma con sus planes de pensiones y el índice Dow Jones.

10 marzo, 2008

Habló el pueblo.

Resultó tan emocionante como se esperaba. Los ciudadanos han tenido que emplearse a fondo para dirimir entre propuestas no tan distintas en el fondo. Tal vez contó más el talante, el desenfado en el estilo, la soltura a la hora de moverse de la manera que más gusta a la mayoría, a esa mayoría que es silenciosa habitualmente, por mucho que luego digan y despotriquen los cuatro intelectualillos y tertulianos de cualquier pelaje.

Aunque resulte tópico, también merece alabanza la madurez con la que el pueblo ha procedido. A diferencia de otras ocasiones o de foros distintos, aquí la elección aconteció sin malos modos, con gesto amable, con deportividad, dándonos a todos esa lección que todos al tiempo esperábamos y que habla mejor de la ciudadanía que de sus propios dirigentes.

El español medio se hace su composición de lugar sobre las virtudes de quien haya de representarnos y obra en consecuencia. A veces importa más elegir a quien se nos parece que lograr sonados triunfos en la escena internacional. El pueblo busca en su representante su misma espontaneidad, su frescura y hasta un poquito de descaro. Nada de textos plomizos, tristes, nada de nostalgia de pasadas glorias o de temores al porvenir; mejor eslóganes bien pegadizos y repetidos, que nos calmen, que nos relajen, pues ya bastantes cornadas le da a cada cual la vida.

Consumado el resultado, el buen español seguirá hoy en sus menesteres como si nada hubiera pasado, con la conciencia tranquila del que siente que ha hecho lo correcto, que ha puesto su granito de arena para una decisión colectiva llamada a expresar el interés general y a dejar a nuestro país en el lugar que merece. En bares, oficinas y paseos aún andarán ahora mismo debatiendo tantos de nuestros vecinos sobre las preferencias que cada uno guardaba y sobre los porqués de la sonada victoria de aquel al que muchos cuestionaban acremente. Pero lo harán con sosiego, con buen humor, con mutua comprensión y con ese punto de ironía que es santo y seña de nuestra nación.

En suma, queridos amigos, podemos todos sentirnos contentos y yo desde aquí, humildemente, me sumo a la general satisfacción y al orgullo que en común se siente por la labor bien hecha. Tal vez no era mi candidato, pero llegado este instante nos toca proclamar con una sola voz: ha ganado el mejor, porque el mejor es por definición aquel al que el pueblo prefiere y mejor valora.

Compañeros, compañeras, amigos, amigas, conocidos, conocidas, celebremos como se merece esa brillante victoria de Rodolfo Chikilicuatre, seleccionado democráticamente por los españoles para representar a España en el festival de Eurovisión. Y buena suerte.