26 abril, 2008

Humo

Mientras yo hablaba y hablaba e iba contando los pormenores de aquel intento que se saldó con fracaso y susto, el joven Güemes me miraba con el cigarrillo humeante entre los labios. Era una pose de película vieja, pero eso casaba con la personalidad apenas intuida del joven Güemes, que nos había llegado por una insistente recomendación de aquel añorado Marcelo que ahora se pudría lejos.
El joven Güemes entrecerraba los ojos y yo no sabía si era por el humo que subía de su cigarrillo o porque quería aparentar que me escrutaba. Me distraía un tanto su actitud, me descentraba y le fui tomando aversión. Esa postura de galán fatuo. Qué se creerá.
Los otros se quedaron callados cuando acabé mi speech. Ninguno me miró a los ojos, pero sus hombros caídos y sus gestos hablaban de fatalidad mansamente aceptada. El joven Güemes había abandonado la sala un rato antes de mi punto final y de que yo mirara retadoramente a todas aquellas figuras que se iban desvaneciendo por los rincones.
Me fui y eché a andar por las calles heladas. Al poco, percibí al frente una leve columna de humo que salía de detrás de unos contenedores. No cambié mi rumbo ni alteré mi paso. No me gusta faltar a las citas.

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