19 abril, 2008

Nuestros sacrificados políticos

Qué raro es todo. O nos lo parece a quienes transitamos los anchos páramos de la inopia. Leo en El Mundo de León que un político local, Miguel Martínez, va a ser nombrado para presidir la entidad pública que gestiona los Paradores Nacionales del Estado, lo que le obligará a renunciar, de un tirón, a sus cargos como Alcalde de San Andrés del Rabanedo, Senador y Secretario General del PSOE en la provincia de León.
Anonadado se queda uno ante la capacidad de sacrificio de nuestros prohombres. Con lo que cuesta llegar a Alcalde de un municipio de tronío; y ni te cuento a cómo están las actas de Senador. De los codazos para hacerse con mando provincial de partido con posibles para qué hablar. Pues bien, a cualquier cosa renuncian cuando el amor a la patria los requiere, y nada les importa que vayan a ser más parcos sus poderes y menos vistosas sus encomiendas. El servicio público les dice ven y lo dejan todo, aunque salgan perdiendo. Pura vocación de entrega a los demás, dadivoso afán de sacrificarse por el Estado. Y todavía hay quien critica a los políticos.
Porque por muchos que sean los paradores, casi cien, y por muy gustosamente que en ellos se pernocte y se desayune, seguro que no deja de ser un incordio andar a vueltas con actas y contabilidades, lidiar con directivos y personal de tropa, viajar cada tanto de parador en parador para pasar revista y poner orden, gastarse horas y días en prosaicas reuniones de consejos de administración o vaya usted a saber qué inverosímiles órganos llenos de tiburones de la hostelería. Encima, sin experiencia empresarial previa ni haberse hecho un par de masters en Harvard, Yale o alguna escuela parroquial de negocios. Y seguro que ganando mucho menos que los directivos de las grandes cadenas hoteleras privadas. No hay derecho.
Me atrevo a proponer que urgentísimamente se les aumente el sueldo a todos esos políticos que, después de años de entrega al elector y de ejemplar trayectoria parlamentaria o municipal, aceptan esos trabajosos cargos en sociedades públicas, renunciando a oropeles y perdiendo dinero e influencia. Con lo fácil que les resultaría retornar a sus carreras originarias, reintegrarse a su profesión primera, éste como arquitecto, aquel como cirujano, el otro como notario y el de más allá como cotizadísimo economista o broker sin alma. Y no, ahí siguen, perdiendo dinero, llenándose de canas, desvelándose para que el Estado no malgaste un euro y nosotros, los contribuyentes, contemplemos admirados el rigor con que se administra la casa de todos.
He tomado un caso al azar, pero en estos días son miles los políticos que hacen las maletas para irse a servir a nuestra Administración, igual que antes se marchaban los jóvenes reclutas a cumplir con la patria donde Cristo dio las tres voces, con una sonrisa en los labios y el corazón transido de generosa emoción. Gracias, amigos. Qué iba a ser de esta nación sin vosotros.

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