01 octubre, 2008

Crónica sur-realista. Últimos episodios

Pues ayer terminamos la ardua labor en un periquete. La solución estaba cantada: que la profesorressa parlanchina y simpática escribiera todo y que el cura y un servidor firmaran con cara de qué bien está esto. Tres paginitas de parabienes y la recomendación de que se amplíen los despachos de los profesores. Misión cumplida. Es la tercera vez que vivo una de estas evaluaciones departamentales a tumba abierta. Siempre lo mismo, se come de maravilla y se hacen amigos. Y la calidad universitaria queda salvaguardada con sumo rigor, of course.
Algunas impresiones de anteayer quedaron bien acentuadas. Creo que no es la facultad de Derecho más conservadora de Italia, sino del mundo. Pensé que andaba en el túnel del tiempo y que había caído en la Edad Media. Entre los profesores de aquí las disputas jurídicas tienen siempre un trasfondo teológico. Y claro, se llevan todos a matar. Hay partidarios de San Agustín y de Santo Tomás, en severa pugna. También se enfrentan los místicos y los “modernos”, aunque el más moderno no ha llegado todavía al Vaticano II. El amigo cura no daba crédito y cada tanto terciaba con opiniones que hacían a los píos seglares torcer el gesto.
En estos momentos, por lo que he visto, media facultad investiga sobre el sacramento del matrimonio. A punto he estado de sufrir alguna agresión por culpa de lo del matrimonio homosexual en España, aunque ya me dirán ustedes qué culpa tengo yo, partidario más bien de la supresión de tan ardua institución incluso para los héteros. Pero no dije ni esto ni palabra y puse cara de penitente para evitar(me) males mayores. También asentí como un cobardica cuando alguno la tomó con el pobre Descartes, padre, al parecer, de esta peste del racionalismo moderno, disolvente y ateo. Eso sí, puestos a dar marcha atrás, los hay que no se conforman con volver a San Agustín y sus tiempos, pues alguno afirma que a donde se debe retornar es a los presocráticos, quienes, en el fondo, ya estaban cantando la verdadera fe.
Cada tanto yo me pellizcaba, pero en lugar de despertar en mi casa o en alguna pecaminosa sede, seguía allí, masticando frutti di mare y dándole duramente al prosecco para facilitar tan pesada digestión filosófica. Confieso, para colmo de mi descrédito, que portaba algunas separatas para regalar a los colegas profesores del lugar. Vuelven conmigo para casa, no me atreví a sacar ni una. Quién me dice que no tienen una hoguera clandestina para descarriados y que no acabo en ella arrepintiéndome de todas las evaluaciones departamentales de mi vida. Así que chitón de nuevo.
El detalle típico llegó cuando ya habíamos entregado y firmado nuestro esmerado informe final. En ese momento nuestra líder, la profesoressa emprendedora, recibe una llamada de su universidad y le comunican que no ha obtenido de la misma la debida autorización para ir a evaluar en corral ajeno. Problema legal sobrevenido que deja perpleja a toda esta comunidad de juristas, como corresponde a la naturaleza de las cosas. Yo me apresuro a aclarar que si este acto es nulo de pleno derecho, no tengo inconveniente en volver dentro de un par de meses para sanarlo. Supongo que no colará, pero por si acaso y para que se vea lo bien dispuestos que somos los españoles, siempre prestos a arrimar el hombro para resolver emergencias.
Por la tarde, visitamos al fin la capilla que guarda los frescos de Giotto. Sublime, ciertamente. Pero resulta que nos guiaba un profesor que había escrito un librito sobre una de las imágenes, solo una. Y se pasó toda la visita, que dura quince minutos, explicándonos esa imagen. Interesantísimo en verdad. Pero tengo que volver otro día para ver el resto.
Al menos me enteré, al leer un poco, que la capilla fue encargada como penitencia de un gran señor por haberse hecho rico con la usura. Va a ser verdad que eran mejores tiempos aquellos. Los usureros de hoy no levantan capillas llenas de arte, sino que piden árnica al Estado. Y les paran los pies los ultraliberales del partido republicano de los Estados Unidos. No se entiende nada de nada. Desconcertante siglo hemos comenzado. En el avión de regreso leeré a Marsilio de Padua, a ver si me aclaro un poquito.

1 comentario:

Anónimo dijo...

SANTO SÚBITO!!!

Qué buenísimo todo el relato, Prof. Mi sono scoglionato dalla risa!!, como decimos los que dominamos el italiano si es pequeñito y se deja.