17 octubre, 2008

Ya funciona el nuevo club

Confirmado, ya funciona a pleno rendimiento el sistema de acreditación para profesor titular o catedrático de universidad. Una maravilla de eficacia, objetividad y garantías. Qué gusto cuando se transparenta tanto seso. Ha quedado una cosa como así: al candidato le van a echar un polvete, pero se lo echa uno que sale poco menos que por sorteo y que puede ser de su pueblo o del quinto pino; y el sujeto activo de la penetración también va a ciegas, pues no le dejan ver el cuerpo entero de aquél al que se va a beneficiar, sino sólo la punta de los pies y la parte de atrás de las orejas. Emocionante, ¿eh? Cita a ciegas con un morbo de no te menees.
Ya tengo las pruebas y los testimonios más que sobrados para poder afirmar que vaya un cachondeo de las pelotas. Dos datos, ayer mismo confirmados por protagonistas directos de la jugada. No me refiero a víctimas con mejor o peor fortuna, a candidatos, sino a evaluadores.
Primer asunto: el que el trabajo, la obra y los méritos de un candidato a la acreditación sean informados por uno de su área de conocimiento, del campo concreto o disciplina en que labora, depende del azar o de un dedo más o menos limpio que señala lo que le peta; o de un bombo, vaya usted a saber. Porque, concretando más, ya sé de más de un dictaminador de mi especialidad, la Filosofía del Derecho, al que la Agencia correspondiente le ha pedido que informe sobre candidatos de Historia del Derecho o de Derecho Romano. Y, a partir de estos datos que ya me constan, puedo suponer que así será siempre y en todo: que sobre uno de Derecho mercantil informa alguien de Derecho penal y que a uno de Derecho penal lo evalúa alguien de Derecho internacional privado, salvo que por casualidad coincidan las especialidades de evaluador y evaluado. También tengo noticia fidedigna de un filólogo al que le llegó la petición de la Agencia para que evaluara a un pretendiente de Historia Contemporánea. ¿Por qué no me pedirán a mí que puntúe a algún pedagogo? No hay narices.
Segundo asunto: sé ya de más de uno de esos evaluadores o dictaminadores que, ante la llegada de la documentación de un candidato (que no era de su disciplina, además) y la consiguiente petición de informe, preguntó, sorprendido, lo siguiente: pero ¿al menos no me van a enviar sus obras? Respuesta del funcionario que estaba, indignado, al otro lado del teléfono: en la documentación ya figura fotocopia de las páginas primera y última de cada publicación, para evitar fraudes. Réplica de mi conocido: ya, pero si quiero saber de la calidad de tales trabajos, y no meramente tener constancia de que existen, tendré que poder leerlos o, al menos, ojearlos con bastante calma. Contestación: hombre, cómo se le ocurre, eso sería una labor ingente. Nueva réplica: pero, ¿me los pueden mandar o no? Respuesta definitiva, cortante y perentoria: no, porque no los tenemos, y no los tenemos porque la normativa sólo exige página inicial y final de cada trabajo. Todo esto suena tal que así: como si a usted le pidieran que arbitrara un partido de fútbol sin verlo, sólo oyéndolo por la radio y, para colmo, sin que usted sepa mayormente de fútbol. Estupendo, qué cachondos, ¿verdad? Vivan las agencias estatales a pedales.
Y ahora les pregunto yo a ustedes, queridos amigos: ¿comentamos algo o lo dejamos aquí, pues qué decir que no se sepa? ¿Qué estamos en manos de borregos? Obvio. ¿Qué esto es la anticiencia? Por supuesto. ¿Que viva la corrupción y abajo las garantías? Claro. ¿Que a qué cabeza de chorlito enferma y apestosa se le puede ocurrir un sistema así y lo presenta, encima, como el no va más de la objetividad? Pues se supone que seria a una lumbrera pedagógica con muchos cursos de especialización en variadas competencias y que se mata a pajas en su despacho ministerial. Porque si no, no se entiende.
Pero el mensaje es claro. Si usted quiere ascender y llegar en la universidad a titular y catedrático haga de todo eso que puntúa (tener cargos, asistir a cursos de los que dictan pedagogos analfabetos –sólo la mayoría, ojo; en todo hay excepciones-, montarse estancias en el extranjero aunque no tenga que dar cuenta de lo que hace allí... y escribir mucho, mucho, tener una obra abundante. ¿Y qué ha de haber dentro de tan extensa obra? Ah, eso es lo de menos. Como si rebuzna, como si cuenta películas, como si deja las hojas centrales en blanco. Eso sí, presente muy monas la página primera y la última, que se las van a pedir. Y algún incauto se dirá: ¿Y si resulta que mi obra ha de valorarla uno de mi disciplina que conoce el percal y sabe de mis trampas? Tranquilo, confíe en la suerte. Visto lo visto, no parece probable. Le evaluará alguien que puntuará al peso, tantos cargos, tantos puntos; tantos artículos, tantos puntos; tantos libros, tantos puntos; tantos cursitos para lerdos, tantos puntos. Total: X. Acreditado/No acreditado.
Si no se ve, no se cree. ¿Y qué dice la selecta academia? ¿Cómo reaccionan los muy doctos universitarios? Como mansos corderitos; muchos, incluso, han visto muy bien el tránsito a un sistema tan objetivo, práctico y uperisado. Aunque, ojo, el juicio definitivo dependerá en cada caso de cómo le vaya en la feria al prota. Si te acreditan, qué procedimiento tan bueno y depurado; si no, qué churro y cuánta injusticia. Así somos. Panda de borregos de los c... Por supuesto, todo esto no quita para que pueda haber acreditados con pleno merecimiento y que ya hubieran debido tener su plaza hace mucho tiempo.
Una sola nota para la esperanza: parece que muchos de los profesores llamados a informar sobre los que pretenden acreditación se niegan a hacerlo cuando el evaluado no es de su área. Aún queda gente con un poco de vergüenza. Pero también me han contado que a éstos los están invitando a renunciar y quitarse de en medio, para que figuren los que deben estar: los jetas. Amén.

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