19 enero, 2009

De uñas. Por Francisco Sosa Wagner

Las uñas han servido en el pasado para hurgarse en la nariz ya que, por su longitud, permitían acceder a sus zonas más remotas. También para albergar un filo negro, testimonio de una suciedad adquirida a base de mucha paciencia y mucho desinterés por el jabón. Quiero decir con ello que las uñas no han sido más que una placa córnea que ultima los dedos a las que nadie en su sano juicio les ha dado mayor importancia nunca, acaso los muy aseados se las cortan de vez en cuando, lo que bien mirado es antes una tabarra que un entretenimiento. Eso respecto de las manos porque las de los pies han vivido más o menos abandonadas a su suerte y solo cuando estaban a punto de perforar la piel del zapato nos acordábamos de ellas y reducíamos, provistos de unas tijeras, sus ínfulas de desarrollo y crecimiento.
Esto ha sido así para los hombres. Pero incluso las mujeres, que son más pulcras y tienen otro sentido de la estética, a lo más que han llegado ha sido a pintárselas de rojo cabaret o de rosa desvaído y eso cuando tenían que asistir a una fiesta porque las que trabajaban como médicos o como agentes comerciales les han dado siempre el uso tradicional al que ya se ha hecho referencia.
Otras veces las uñas servían como extraño alimento. Es lo que se llama “comerse las uñas”, acción que vemos sobre todo entre los jóvenes que recurren a ello por una inseguridad que es hija del nerviosismo, de la misma manera que el mal actor recurre al vaso de güisqui al no saber qué hacer con las manos. Todos hemos sido jóvenes y hemos recibido más de un coscorrón por comernos las uñas. Claro es que esta era la época en la que un padre podía atizar un coscorrón a un hijo, hoy esto es imposible pues caería sobre nosotros el juzgado de primera instancia y el de instrucción, los dos juntos, que nos aplicarían sin piedad todas las disposiciones adicionales de la ley de igualdad.
Por su parte, estar de uñas ha sido siempre hallarse en una actitud hostil o recelosa y enseñar las uñas era mostrarse agresivo en grado sumo, amenazante con la vecina o con el director de la oficina. Y había también el uñoso, es decir, el largo de uñas, expresión que se aplicaba a quien, amigo de la faltriquera ajena, pugnaba por quedarse con ella al menor descuido de su legítimo propietario.
Y poco más de sí daba el asunto ungular. Todo esto ha cambiado y lo ha hecho de manera espectacular en los últimos años. Hoy las personas finas, que estudiaron la ESO y tienen en sus carteras fondos contaminados y acciones basura, no digamos las que han sido clientes de Madoff, gastan uñas rellenas, no me pregunten de qué (si de crema pastelera o de trufa ...) porque no lo sé, pero así se anuncia esta modalidad de cultivo de las uñas en los establecimientos uñeros distinguidos que ya hay en todas las capitales de provincia, comunidades uniprovinciales e islas adyacentes.
O se dejan hacer la uña francesa que, a su vez, admite diversas variantes: “fantasía”, red, serpiente, encaje ... Los magistrados, por ejemplo, podrían hacerse las uñas combinándolas con el encaje de las puñetas de sus negros ropones y así irían conjuntados, no como ahora que las puñetas van por un lado y las uñas por otro, en una muestra más del desconcierto en que se halla sumida la justicia.
Hay otros adornos a los que conviene hacer referencia para que todos podamos adoptar decisiones en este terreno con el mayor conocimiento de causa. Así el alargamiento de lecho o la decoración acuarela o la llamada incrustación, hasta llegar a la meta del gran invento que es la manicura “jojoba” que algún día me voy a hacer para averiguar en qué diablos consiste. En fin, para los pies hay pedicura pétalos de rosa, pedicura café, frutas tropicales, pepino ... Como se ve, alternativas para llevar las uñas barrocamente ya no nos faltan. Por supuesto que una uña así decorada ya no servirá para la filigrana de remover los fondos de la nariz pero es que los tiempos cambian y para ese menester de desalojo seguro que en las tiendas de los chinos venden el trebejo apropiado.
Estas son las altas cotas de exquisitez a las que ha llegado nuestra civilización. Ahora ya podemos estar tranquilos porque la caída del Imperio nos pillará haciéndonos la decoración jojoba en la uña de un dedo del pie derecho.

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