01 mayo, 2009

Qué rara es la alta política. O qué normal

No sé si habrá muchas disciplinas teóricas tan alejadas de la realidad como la Filosofía Política o la Ciencia Política. En sus textos leemos consideraciones y teorías que bien poco se acompasan con el acontecer observable de los gobiernos y la vida de los Estados. En particular, la teoría del gobierno democrático cada día parece más especulación bien intencionada que modelo con el que entender el hecho político en los sistemas llamados democráticos. Y no digamos si nos ponemos a repasar versiones como la de la democracia deliberativa. De ese divorcio ¿será culpable la teoría o la realidad? No lo sé. Pero uno lee sobre la soberanía popular, la representación, la deliberación pública entre sujetos que desde sus conocimientos, sus intereses y su reflexión van formando una opinión pública libre y fundamentada en argumentos que son razones, sobre el interés general como destilación que a través de los procedimientos políticos se hace de los intereses particulares, sobre mandatos y responsabilidades de los gobernantes..., uno lee sobre todas esas cosas, luego echa un vistazo a los acontecimientos del día a día, y ninguna semejanza. La política de hoy, pese a tanta tinta y por desgracia, seguramente se sigue pareciendo enormemente a la política de los tiempos del feudalismo, del Estado absoluto, de la monarquía clásica o de cualquier despotismo o tiranía del pasado.
Viene todo esto al caso de la reciente visita a España de sin par Sarkozy y su pareja. Se alboroza todo el mundo porque, según cuentan, tanto estos visitantes como sus anfitriones se lo han pasado muy bien y se caen de maravilla Zapatero y Sarkozy, al igual que sus respectivas señoras, que hacen de señoras en aras de la paridad. Y, como se entienden estupendamente –salvo en lo del idioma, claro, pues sabemos que ZP tampoco pilla en francés-, como se ponen de buen humor y como estaba todo muy rico, y, sobre todo, como el Presidente francés y la mujer del francés han sonreído mucho y han declarado que cómo mola España, podemos esperar que el Estado de los galos tenga a gala seguir persiguiendo a ETA, apoyar las construcción de carreteras y ferrocarriles entre los dos países y echar una mano para que España siga teniendo su punto G-20 a disposición de los otros diecinueve. De todo lo cual se desprende que la base de las políticas y las prácticas que marcan las relaciones entre los estados no se encuentra en esas entidades abstractas llamadas interés general, interés nacional, bienestar, justicia, derechos o yo qué sé, en todas esas gaitas de cuyo ordeño vivimos los que cultivamos ciertas materias teóricas, sino que todo depende de si un jefe de Estado o un presidente de gobierno son más o menos encantadores, de si les han acertado con el gusto al ofrecerles el vino o de si hay buena química o mal rollo entre las señoras o los niños. Acabáramos.
Pasa lo mismo con lo de Obama y en otros mil casos (por cierto, pinchen aquí y echen un vistazo a esto). Todo el país pendiente, hace poco, de si al encontrarse Obama y nuestra Cruz se iban a sonreír, a poner pucheros o a rascarse las pelotas. En el gesto está la clave y no en los estudios previos sobre relaciones económicas, intereses estratégicos, empresas militares o filosofías compartidas. Pues vaya.
Los mismos periódicos se llenan en tales oportunidades de comentarios y declaraciones que insisten en lo fundamentales que son esas cenas en familia y esas invitaciones en las que todos se ponen de largo y cuchichean cuando se han tomado unos chupitos de los caros. Más importantes esos instantes de confianza, según se ve, que cualquier estudio previo, cualquier mandato de los electores, cualquier estado de opinión pública o cualquier recomendación de asesores.
Pues, si las cosas son de esa manera, conviene que lo tengamos en cuenta tanto en la doctrina como en nuestra práctica política como meros votantes. Al carajo la ideología y los programas, dejémonos las tontas discusiones entre izquierdas y derechas, entre galgos y podencos, entre rojos, azules, verdes y arco iris completo y vayamos a lo que importa: elijamos para los más altos cargos de la política a señores y señoras con don de gentes, seductores, pillos, buenos negociadores, con encanto personal y cintura para cualquier baile, que sepan estar, que entiendan de música y de patés, que sepan comer muy bien el pescado más endemoniado con sus cubiertos adecuados, que se muevan con soltura por los salones y los grandes comedores, que no se metan el dedo en la nariz ni dejen el baño lleno de gotitas. Porque, si cumplen con tan mundanos requisitos, se llevarán de cine con los que mandan en otros países y hasta se los llevarán al huerto, hechizarán a Obama, conquistarán a Sarkozy, provocarán oscuros regustos de la Bruni y hasta se ganarán el afecto de ese coreano que no sé cómo se llama pero que dicen que es el jefe de la ONU y que va mucho a donde quiera que Zapatero le ponga unos canapés.
Recuerdo, permítanme la pedantería, la primera sensación que me produjo la lectura de aquel interesante teórico de la política que era Michael Oakeshott. Decía Oakeshott que la política es el arte de conseguir arreglos puntuales para problemas sociales y que lo ideal es que esté en manos de personas que posean el tipo de habilidad correspondiente: buenos negociadores, personas versátiles y cultas, con empatía y con soltura para habérselas con quien haga falta. Y añadía que, puesto que eso conviene haberlo mamado en casa y haberlo reforzado con una exquisita formación, lo mejor es que el gobierno lo tengan las familias y grupos de toda la vida, los que lo llevan en la sangre, los buenos profesionales del asunto por tradición familiar. Siempre pensé que ahí se traslucía el tremendo y lamentable conservadurismo del mencionado autor, pero cahora,me parece que tenía mucha razón, seguramente por desgracia. Pues, insisto, si al final lo que cuenta y lo que determina nuestra suerte en nuestro Estado es que los que gobiernan sepan portarse como auténticos aristócratas en determinadas fiestas y reuniones, pues que gobiernen los aristócratas. ¡La Duquesa de Alba al poder!
Y, miren, también por ese lado tenemos la fortuna en contra y también en esto hemos andado torpes. Nos gobierna un tal Zapatero que es un pobre paleto. No sólo no tiene ideología presentable –salvo que llamemos ideología a la masturbación de un puñado de tópicos de todo a cien- , no sólo carece de cualquier poso intelectual, sino que seguro que es absolutamente incapaz de mantener con Sarkozy una conversación guapa sobre la diferencia entre el queso normando y el queso bretón o de echarle a la Bruni un tiento poético-diplomático que la ponga a desear más fraternidad entre nuestros pueblos.

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