15 diciembre, 2009

Diseño

Me ha vuelto a pasar. Me alojé en un magnífico hotel el Madrid y se lo agradezco a quienes me invitaban. Es estupendo contar a los amigos que se estuve de un hotel precioso y del más sofisticado diseño. Lo que no les narraré serán mis dificultades y el complejo de paleto que me asaltó de nuevo.
Como siempre, el problema comenzó al introducir la tarjeta magnética que hace de llave. Había una extraña flecha que indicaba el lado y la manera, pero sólo la descubrí cuando me la mostró la amable limpiadora que me encontró probando de mil formas. Una vez dentro de la habitación, adivine usted dónde se encuentra el hueco para introducir la misma tarjeta y que se haga la luz. Luz que brindaban unas exquisitas lámparas de variadas formas, pero sumamente tenue y que, por supuesto, no permitía leer sin desgastar la vista. Pues veamos la tele un rato, me digo, y ahí pasamos a otra aventura. Primero localice el mando a distancia, luego hágase una idea de la disposición de sus teclas. Cuando parecía dominada la situación, resultó que no, pues eran tantas las cosas que podían aparecer en aquella pantalla, que no alcanzaba con una ingeniería en telecomunicaciones para enterarse. ¿Mejor una ducha? Ay, la ducha. Salte usted a la bañera y dispóngase a vivir nuevas emociones. ¿Saldrá el agua si toco este botón de aquí? Sí, sale, pero en un chorro directamente dirigido al ojo, tal vez por andar poniendo el ojo demasiado cerca de aquel derroche de colores y agujeros. Pues probemos con este mando de acá. Ahora cae de arriba agua helada y me quedo tieso. Al fin logro que la estupenda instalación me brinde el elemental servicio que deseo, como en casa, y entonces descubro que hay unos frasquitos que deben de ser de gel, champú y tratamiento capilar, pero, maldición, no llevo puestas las gafas y no acierto a leer las minúsculas letras de sus etiquetas. Así que creo que me enjaboné con crema de manos y salí lleno de un aroma sospechoso.
Y así sucesivamente, de sobresalto en sorpresa. Debe de ser porque no soy nórdico o porque me hago viejo, pero después de tanto lujo y tanto diseño, acabo añorando las formas elementales de mis objetos cotidianos y me ratifico en la idea de que los ricos viven fatal, aunque disimulen.

1 comentario:

AnteTodoMuchaCalma dijo...

¿Una ilustración para el post, don Garci? ;-D