31 enero, 2010

Cuentos de domingo. 10.Po & Pi

Al sacar el montón de papeles del buzón, una tarjeta pequeña cayó al suelo. Se agachó a recogerla, con riesgo de que se le escaparan todos los paquetes que llevaba en la mano, y la ojeó para ver si allí mismo la echaba a la papelera. “Po & Pi, Poetas y Pintores”, decía en letras grandes. Y, luego aclaraba lo que se ofrecía: “¿Necesita un pintor que inmortalice algún momento de si vida? ¿Desea que un poeta le acompañe y ponga sus mejores sentimientos y vivencias en las palabras más bellas? Llámenos”. Y un teléfono. Metió la tarjeta en el bolsillo de su americana y tomó el ascensor.
Se lo comentó a su mujer y le sorprendió su respuesta. Ella también había visto esa modesta publicidad y le parecía una idea de lo más sugerente. ¿Pedir los servicios de un poeta o un pintor? ¿Para qué? La mujer insistía, podría resultar simpático. Ella prefería comenzar con un poeta, pues le daba la risa al imaginarse posando durante largo rato para el retratista. El marido no apeaba su reticencia, qué diablos podría decirles un poeta, vamos a ver, menudos ripios cursis les podía soltar. Cuado ella le dio la opción de hacerlo sola, transigió. Llamó él mismo. La voz femenina que amablemente le respondía le advirtió que para hoy sólo estaban libres poetas varones. ¿Hoy mismo? Por qué no, era domingo y se lo tomaría como un pasatiempo imprevisto. Sí, que venga un hombre. La dama anotó su dirección y anunció la visita para dentro de una hora, le comentó la tarifa y no preguntó más.
Su mujer le dijo que iba a arreglarse un poco y que él también debería quitarse el chándal. Media hora después, reapareció maquillada, con vaqueros ajustados y una camisa blanca desabrochada hasta el segundo botón, mostrando un canalillo sugerente. Se apresuró él a vestir un pantalón de pana y una camisa de cuadros azules. Estuvieron callados durante el resto de la espera y vagamente entretenidos con los periódicos y suplementos del fin de semana.
El timbrazo lo sobresaltó. Fue a abrir la puerta y se encontró a un hombre de su edad, cuyas facciones le resultaban familiares.
- Pero, Luis, qué alegría. Cuánto tiempo y qué buena coincidencia.
El visitante lo abrazó con afectada cordialidad.
- No me digas que no me reconoces, tú estás igual que hace veinte años. ¿No te acuerdas de La Diligencia?
¡La Diligencia! Aquel grupo de teatro en el que fugazmente había participado en su época de estudiante universitario.
- ¿Antón?
- El mismo. Tienes una casa preciosa y se ve que te han ido bien las cosas.
La mujer se había acercado sonriente.
- ¿Os conocéis?
Hechas las presentaciones, se instalaron en el salón.
- ¿Sigues tan apasionado con la lírica del Siglo de Oro? Me acuerdo que te pasabas el día recitando a Garcilaso. Hasta pesado te ponías.
¿Siglo de Oro? ¿Garcilaso? El tal Antón se confundía. La mujer observaba a ambos. Mejor cambiar de tercio.
- ¿Y qué ha sido de tu vida?
- Es largo de contar -el visitante hablaba sin apartar la sonrisa de sus labios-. Pasé una temporada entre rejas por un asunto desgraciado que no se puede relatar en poco tiempo.
- ¿Estuviste en la cárcel?
- Es agua pasada. Fue duro, pero esa experiencia me ayudó a reorientar mi vida. Leí mucho. Tanto, que decidí vivir la literatura de otra manera.
Esa sonrisa continua empezaba a fatigar a Luis. ¿Qué estaría pensando ahora mismo su mujer? ¿Por qué no decía nada?
- ¿Has montado tú este negocio de poetas y pintores a domicilio?
- Sí, con Juana, mi compañera, y con un par de amigos más. ¿Te acuerdas de Senén?
- No.
- Bueno, es igual. Senén es el pintor. Un genio. Deberíais llamarlo un día.
- ¿Hay que posar mucho rato? -Al fin había hablado la mujer-.
- Depende del tipo de pintura que queráis. A él lo que le gusta es recrear ambientes de un modo más poético que estrictamente figurativo.
- ¿Y tú?
La pregunta le había salido sin reflexión, por puro impulso. Se arrepintió y esperó un poco tenso.
- Yo lo mismo, pero con palabras.
Se hizo un silencio. La mujer cruzó las piernas. ¿Sonreía? Se intercambiaban miradas los tres, hasta que Antón retomó la palabra.
- Aquí y ahora no voy a poder. No esperaba encontrarme a alguien conocido. A veces me ocurre, incluso con desconocidos. Me bloqueo. Esto no es algo que se traiga preparado, hay que dar forma a las sensaciones del momento.
- Hágalo -La orden la había dado la mujer.
- Discúlpeme, señora. Creo que no les agradaría. Es mejor dejarlo así. No les voy a cobrar, descuide. Ha sido una coincidencia muy simpática. Me encantaría quedarme un buen rato, pero tengo otra cita dentro de poco. Si os apetece, le digo a Senén que se acerque un rato un día de éstos. Os gustará.
Pasaron reunidos quince minutos más y la conversación se fue haciendo más trivial. La sonrisa se había ido borrando de la cara del vate. La despedida resultó apurada y fría.
- No me habías contado que leías poesía en su juventud.
- No. Se olvidan muchas cosas.
- ¿Y qué era eso de la Diligencia?
- Un grupo de teatro. Cosa de aficionados sin talento. Estuve muy poco tiempo.
- ¿Por qué no me habías dicho nada de eso?
- No sé. Voy a dar un paseo, necesito tomar el aire.
- Como quieras.
Cogió el abrigo y salió a la calle. Llevaba en el bolsillo la tarjeta con el número de Antón. Tenía que verlo y explicarle algunas cosas. Luego lo mandaría a paseo como se merecía.

30 enero, 2010

Marquesas necesitadas

En efecto, en efecto, merecen portada aquí la noticia y las consideraciones que sobre ella hace Jacobo Dopico, ilustre penalista que, además y por lo que veo, es un osado explorador del BOE. Copio lo que nos cuenta:
"Por favor, díganme si esto no merece un post de portada.
(...)
Sexto.–El objeto de la Fundación queda determinado en el artículo 6 de los Estatutos, en la forma siguiente:Los fines de la Fundación consisten en: «atender y cuidar a pobres vergonzantes y ancianos solitarios venidos a menos, que vivan solos o en condiciones precarias, con su familia o con personas a quienes también estorban, o en residencias que tienen deficientes condiciones de higiene y en donde, además les traten mal, atendiendo primero a las mujeres, y preferentemente a las que tuvieron una buena posición, con preferencia a las personas de la condición social que tuvo la extinta Excma. Sra. Marquesa de Balboa».
¿Se puede montar una fundación estableciendo DISCRIMINACIÓN REGRESIVA a favor de quien tuvo más, i.e., quien ERA MENOS DISCRIMINADO?
¿Se puede montar una fundación para atender a los necesitados... pero poniendo en último lugar a quien SIEMPRE ha sido necesitado?"
Y un servidor, modestamente, se atreve a añadir otro detalle: aquí y en estos tiempos, si eres varón maduro y no tienes parné, vas de c... (cráneo) y no te echan un cable ni las damas de la caridad. Hasta las marquesas ponen su granito de arena. ¡Vivan las discriminaciones con género y árbol genealógico! ¡Qué empeño tan noble!

Ya está en la red el nº 2 de FANECA

El blog del foro FANECA ha sido actualizado hoy con escritos sobre la universidad de Lorenzo Peña, Miguel Díaz y García Conlledo, Francisco Sosa Wagner, Manuel Atienza, Luis F. Rull y Fernando Miró Llinares. Echen un vistazo, merece la pena.

29 enero, 2010

Residuos radioactivos y Estado. Por Francisco Sosa Wagner

A la vista de lo que está pasando con el almacenamiento de los residuos de las centrales nucleares a mí me da por recordar que soy autor (junto a mi hijo Igor) de un libro titulado “El Estado fragmentado” que cosechó muchas ediciones en poco tiempo y críticas elogiosas pero también que muchos “progres” oficiales nos endilgaron epítetos poco afectuosos o nos ignoraron con su silencio, un silencio que llevaba en sus entrañas rumor de borborigmos de secta.
Hasta hace poco el Estado tenía el territorio como ingrendiente fundamental. Un Estado moderno sin territorio en el que imponer la ley era un oxímoron. Ahora, nosotros hemos creado un Estado que carece de territorio. No es extraño que hayamos dado con una fórmula tan original porque, en nuestro sistema educativo, contamos con cursos donde impera la competitividad, la excelencia, la sostenibilidad y la imbecilidad. Y en ellos se aprenden las materias más atrevidas y sugerentes.
Es verdad que un Estado sin territorio ha existido en el pasado. En la Edad Media, allá cuando las masas andaban prevenidas de reformas educativas, no existía Estado e imperaba el régimen señorial, un sistema montado sobre la relación de dependencia económica y jurídica que vinculaba a los pobladores de grandes dominios con los dueños de estos, es decir con los señores (por eso se llamaban “señoríos”). Los tales señores, con sus barbas pobladas y con sus túnicas y calzas de color rojo, estaban investidos de potestades e inmunidades, lo que les permitía hacer lo que les venía en gana con sus gentes y gentas.
Para mayor sutileza, el “feudo” permitía la concesión por el Rey a nobles de una tierra, de un derecho o de una función pública, liberalidad y delicadeza que llevaba ínsita -¡no faltaba más!- la prestación de servicios personales, militares o cortesanos, por parte de los agraciados que, cuando no les quedaba otro remedio, correspondían con gratitud, conscientes de que en ello les iba la vida y la hacienda.
Con estos ladrillos, puestos uno encima del otro al buen tuntún para no cansar al lector, se construyeron los regímenes señorial y el feudal.
Después vino la expansión de los poderes del Rey y, con ellos, la creación de los territorios “realengos” y luego Locke, Montesquieu, Rousseau: una panda innombrable de herejes que pusieron el mundo patas para arriba. Nos fuimos animando e hicimos las revoluciones, la inglesa, la francesa, la norteamericana y todas las que se nos fueron ocurriendo. Corrió sangre por todas las esquinas, cincelamos las estatuas del dolor, se removieron las tierras y se arremolinaron los vientos, hasta que, a golpe de sustos, descubrimos, allá en un rincón, el Estado: con su territorio, su población, sus derechos ciudadanos y demás.
Y así estábamos tan contentos. Cuando a los españoles, que no podíamos inventar un chip u otro ingenio electrónico de mucho impacto, se nos ocurrió descubrir el Estado sin territorio, es decir, aquel Estado que no puede mandar sobre un espacio físico concreto porque se lo impiden los señores que lo dominan y lo controlan. Con la singularidad de que, ahora, son varios los señores que disputan entre ellos, sin que el Estado sea capaz de mediar, y sin que ya existan ni siquiera territorios “de realengo”.
Así de fecundos somos en este pueblo campechano y de gestos gallardos, dispuestos a exportar nuestro invento en cuanto nos lo supliquen desde las Naciones Unidas.
¿Que copiamos de la Edad Media? Paparruchas. Lo dejó escrito Eugenio d´Ors: lo que es no es tradición, es plagio.

Quieren asustar a los libres

En este país hinchado de meapilas de todo pelaje, achantados, buscones y fanáticos cobardes, las ratas pululan y se multiplican. Miren esta noticia: en Santiago han atentado de nuevo -es la tercera vez- contra la casa del profesor Roberto Blanco Valdés. ¿Por qué? Porque habla y escribe a disgusto de los niñatos totalitarios y ridículos. Vean la noticia aquí.
Ojalá el próximo artefecto les estalle cerca de sus huevecillos a esos cretinos. He dicho. Huy, ¿estaré aumentando la crispación por expresarme así? Como hay tantísimos que callan...

27 enero, 2010

¿De dónde salen los votos?

Es un misterio. El votante español es una entelequia muy extraña. Veamos por qué. Los partidos políticos dominantes andan con mil y una cautelas para no quedarse sin la papeleta de una ciudadanía que talmente parece la vanguardia de la revolución planetaria y la quintaesencia de la progresía del mundo. No digo que fuera mala cosa que tuviéramos un pueblo así, sólo afirmo que no me lo creo y que ha de haber otras explicaciones para esas estrategias electorales.
Precisemos un poco y con ejemplos de ahora mismo. Véase de nuevo el caso del cementerio nuclear al que llaman ATC. Los hechos están en todos los medios estos días. Tenemos un gobierno que mantiene que tal depósito de residuos nucleares es necesario y que se va a construir en alguna parte. Dicho gobierno, recuerdo, está en manos del Partido Socialista y la medida la defiende con empeño su Ministro de Industria, un tal Sebastián que cada día se parece más al San Sebastián en los cuadros, lleno de flechas por todas partes. Pues bien, las comunidades autónomas gobernadas por el Partido Socialista, como la de Cataluña y la de Castilla-La Mancha, dicen que de eso nada y que en su territorio bajo ningún concepto se instalará el depósito o almacén en cuestión. Por otra parte, el Partido Popular, que acostumbra a no decir nada preciso y comprensible sobre ningún tema socialmente comprometedor, sale de su mudez para contradecirse con el mismo empeño. Que se sepa, los populares son más bien partidarios de la energía nuclear, pero no admiten que el cementerio de residuos se instale en ninguna de las comunidades en las que son gobierno u oposición. O sea, están a favor de las centrales nucleares, pero no de sus deshechos. Lógico, conociendo a tan ilustres e ilustrados personajes. El gobierno afirma que el depósito tiene que hacerse, pero los de su partido se oponen a él en todas partes, sea desde los gobiernos autonómicos o desde su oposición. Rajoy dice que el ejecutivo central debe ejercer su autoridad e imponerse, pero en todas las comunidades hace piña con los socialistas para que allí no vaya el cementerio. ¿Están tontos? No, los tontos somos nosotros.
¿Por qué incurren en tan flagrantes incongruencias esos dos partidos de nuestros pecados? Pues, según opinión general, porque piensan que la pose ecologista da muchos votos, razón por la cual se fingen todo el tiempo enamoradísimos del cuidado mediambiental y preocupados hasta del paisaje. Son, por cierto, los mismos partidos que han destruido con saña el paisaje y el medio ambiente de la mayor parte de las costas españolas. Entonces no les daba tanto reparo, mira. En lo de la energía atómica seguro que tampoco lo tienen, pero es como si pensaran que la gente del país se ha vuelto ecologista y puede castigarlos en las urnas. ¿Ecologistas aquí? ¡Anda ya! En sus dichos y en sus obras, conciencia y preocupación ecológica deben de tenerla un dos o tres por ciento de los españoles. No hay más que vernos y escucharnos a diario. ¿Entonces?
Sí hay unos cuentos grupos ecologistas muy combativos y bien organizados, pero -quizá por desgracia- no se representan más que a sí mismos: cuatro gatos. Hacen mucho ruido, están en todos los saraos, chupan cámara en manifestaciones y concentraciones, pero son muy pocos. ¿Que su mensaje cala mucho en el electorado? Me permito dudarlo. Cuando alguno de estos grupos se hace partido o agrupación electoral y se presenta a las elecciones generales, autonómicas o locales, recibe una cantidad ínfima de votos.
Entonces ¿por qué tanta prevención electoralista de PP y PSOE? Si nos podemos a buscar razones, se me ocurren las que siguen. Por un lado, se trata de una consecuencia de nuestra organización territorial en reinos de taifas. Lo que los dirigentes autonómicos de los partidos pretenden no es tanto legitimarse al rechazar esos depósitos nucleares por razones de riesgo o de cuidado del medio ambiente, sino endilgárselos a los demás, pues eso sí que lo valoran las masas electorales: “los de la Comunidad X nos hemos puesto firmes y el cementerio nuclear se lo han tenido que tragar los de la Comunidad de al lado: que se jodan”. Oigan, pero no es un tema local, es una cuestión de Estado. “¿Estado? ¿Qué Estado?”, nos responderán. Y no les faltará razón.
Por otro lado, los partidos saben que tanto en el ámbito autonómico como en el estatal lo que dirime electoralmente es un porcentaje bajo de votos fluctuantes y por eso, para capturar el puñado de votos de la escasa gente que atiende los mensajes ecologistas, se ponen el disfraz ecológico los líderes, disfraz que les queda más o menos como a un cerdo un traje de Armani. ¿Y por qué en debates como éste se toma postura radical e incoherente nada más que por unos miles de votos? Pues porque los dos grandes partidos saben que la inmensa mayoría de sus electores son fieles y están seguros. El que es del PP “de toda la vida” y el que es del PSOE “de toda la vida” va a seguir votando a los suyos aunque rebuznen, como es habitual, haya cementerio nuclear o no o aunque se hunda el mundo entero. ¿Puede haber otra explicación de que Zapatero haya obtenido un segundo mandato como Presidente o de que Rajoy esté ahora mismo por delante en las encuestas? ¡Pero si no saben hacer la o con un canuto! Ya, contestarían las masas simpatizantes, son unos inútiles, pero son nuestros inútiles. De cajón.

26 enero, 2010

¿Sistema o caos? Sobre la situación de nuestro Derecho

Esto del Derecho en España ya no hay quien lo entienda. Ni competencias ni habilidades ni destrezas ni gaitas, un jaleo incomprensible. Sirva como última muestra, entre tantas, el caso del empadronamiento de los inmigrantes que no están en el país en situación legal. El Ayuntamiento de Vic decide por su cuenta y riesgo que no los empadrona y queda todo el mundo -al menos todo el que se ve- sumido en el desconcierto y la duda. ¿Será legal o no será legal dicha resolución? Nadie se aclaraba y rápidamente dicho consistorio se asesora por un bufete que afirma, cómo no, que jurídico a carta cabal y que todo en orden. Días después se pronuncia la Abogacía del Estado en sentido contrario, pues, al parecer, hay una norma que claramente prescribe la obligación de empadronar en tales supuestos. Hasta entonces, de dicho precepto ni noticia en casi ningún lado. Los más desorientados, por su naturaleza o aposta, los partidos políticos, seguidos de cerca por los periodistas. ¿Esta gente no tiene asesores expertos o qué?
Más allá de esta o aquella situación chusca, lo que ocurre es muy significativo y pone de relieve cómo está el sistema (?) jurídico y para qué sirve el Derecho en estos tiempos: el supuesto sistema hecho unos zorros y el Derecho cada vez más útil para esas tareas escasamente poéticas que se suelen hacer a solas en el baño. Extendámonos un rato en el pesimista diagnóstico y en las causas del mal.
La situación ya ha quedado descrita y se resume en que hoy todos los casos jurídicos parecen difíciles o dificilísimos, inverosímiles, aun cuando exista para el asunto en liza una norma clara y perdida en el laberinto de los boletines oficiales. ¿Por qué se ha ido a parar a semejante desorden jurídico? Enumeremos algunas razones.
a) El sistema español de fuentes del Derecho es un lío descomunal. Aquello de la ley, la costumbre y los principios generales del Derecho ya sólo lo explican así, y tan contentos, algunos civilistas, supongo que pocos. Entre normativa europea, leyes estatales, leyes autonómicas, variados reglamentos por un tubo, soft-law, la Constitución, que está en todas partes y en ninguna, según convenga, la moral, que según la mayoría de mis colegas es parte fundamental y suprema de todo Derecho bien vestido, aunque nunca se sabe la moral de quién o a cuento de qué, etc., etc., no es tan raro que para cada ocasión cada parte llegue con un carro de normas perfectamente contradictorias con las de la otra parte y que ni el más reputado y puteado juristas sepa a qué carta quedarse. ¿Jerarquía normativa? Eso es de cuando las jerarquías no estaban mal vistas. ¿Coherencia sistemática? Si se acaba el sistema, cómo le vamos a pedir que sea coherente, el pobre. ¿Criterios de validez y esas cosas? Ya nos hemos encargado los iusfilósofos de enturbiar la noción. Y, así sucesivamente, ya no hay un sistema de fuentes sino una inundación de aguas jurídicas contaminadas con todo tipo de gérmenes políticos y económicos.
b) Aquí el que no legisla no pinta nada, parece tonto e inútil. Todo el mundo a sacar normas con gran alegría, tanto en las materias que son de su competencia como en las que no. Las universidades son un ejemplo de tantísimos. Ya hay en cada una muchos más reglamentos que alumnos. Las comunidades autónomas también tienen su gracia legisladora. De pronto aparece el Código Civil de Villaconejos de Arriba. Oigan, ¿y ustedes para qué quieren un código civil? Hombre, para no ser menos que el Estado y que los de Villaconejos de Abajo. ¿Y qué dicen en ese código?, vamos a ver. Pues nada, repetimos lo del Código Civil de toda la vida, pero adornado con cositas que no pueden ser nulas porque son cositas. Y, claro, como la repetición de la norma superior o de la norma competente no es causa de nulidad, pues todo quisque a marcarse su código y su reglamento de lo que sea. Consecuencia: tantos árboles ya no dejan ver el bosque. Imagínense al pobre técnico de Vic perdido entre normativas internacionales, europeas, estatales, autonómicas y locales para ver si se debe o no inscribir en un registro a un señor de Marruecos que dice que sí y que necesita una escuela para sus hijos.
c) Como los que saben son pocos y están desbordados y presionados, y como los que legislan por lo general ignoran y no preguntan, la técnica legislativa es lamentable. Leyes y reglamentos con farragosas exposiciones de motivos que más parecen las confesiones ante el psicoanalista de un tipo con todos los complejos imaginables, preceptos que ordenan o permiten al buen tuntún, normas sin sanción y sanciones sin supuesto de hecho conocido o comprensible, demagogia a espuertas, populismo para dar y tomar. Uno se lee los doscientos artículos y sólo puede concluir que su autor está en contra de que se deje a los perros soltar sus cacas en la calle, aunque, eso sí, habrá un primer capítulo sobre la función de los canes en el ecosistema y un segundo sobre el tratamiento social de las mordeduras de chucho, y se evitarán las connotaciones de género a base de escribir todo el rato los perros y las perras y sus hijos y sus hijas.
d) Tres cuartas partes de la actual legislación son legislación simbólica; es decir, no contiene normas aplicables o útiles para algo tangible, sino brindis al sol para ganar votos. Que si este principio, que si aquel cuidado, que si vamos niños al Sagrario que Jesús llorando está. Pero de Derecho propiamente dicho ni rastro. Sólo alpiste para ingenuos con la papeleta electoral en la boca.
e) Tanto exceso verbal y tanto desatino produce un efecto paradójico: todos, desde el vulgar ciudadano hasta el exquisito dirigente político, se convencen de que no hay más cera que la que arde ni más Derecho que lo que digan los jueces o la autoridad en general. Es un viaje de ida y vuelta, pues se legisla tanto so pretexto de atar al poder y se concluye que con tanta, tan caótica y tan infumable legislación no hay hijo de madre que entienda nada; así que a mandar los que mandan, y listo. De ahí la pugna cada vez mayor para acabar con la independencia judicial: si Derecho es lo que determinen los jueces en cada caso, que decidan lo que a mí me conviene. Algo saben de esto los zapateros y rajoyes, entre tantos.
f) La doctrina emperifollada de títulos y acreditaciones también pone lo suyo. Ahora lo que se lleva es escribir que no hay mejor Derecho que la justa solución de cada caso. Ni leyes ni legitimación de los legisladores ni soberanía popular ni principio democrático ni nada, justicia y tente tieso. Naturalmente, cada esforzado tratadista, con ese narcisismo que nos caracteriza a los académicos, pontifica convencido de que para justicia la suya y de que en caso de duda a él deberían preguntarle. La ley del embudo ahora viste toga, sea judicial o, sobre todo, universitaria. Pero, diantre, si la ley sólo ha de aplicarse cuando nos parezca bien, para qué se hacen tantas normas, vamos a ver. La contestación es obvia: para aplicarlas al enemigo. Porque eso sí, cuando del enemigo se trata y la ley está clara en su contra, todos los iusmoralistas se adornan de un positivismo subido.
g) La guinda la pone la deslealtad de los politicastros, deslealtad al sistema jurídico por entero, comenzando por la Constitución. Los mismos que se llenan la boca invocando la Constitución en lo que los favorece se declaran partidarios de todas las excepciones en aquello que la Constitución no los beneficie y se inventan sistemas alternativos de control y legitimación: eso ya lo henos votado nosotros y los tribunales no son nadie para contradecir al pueblo, nuestra nación se ofende ante la soberbia judicial, etc., etc.; mucha cara.
Mas no se piense que el problema deriva sólo de las disputas territoriales de nuestro Estado fallido y follado. No, la deslealtad al sistema jurídico, comenzando por la Constitución, es general en nuestro sistema político. Normas puntuales para favorecer a los amiguetes, persecución muy selectiva de la corrupción y de los delitos económicos, manejo descarado del complejo mediático-judicial, explotación vil de las víctimas de los delitos con más eco en la opinión pública, punitivismo autoritario para complacer al votante enfebrecido, manipulación y politización de los jueces y fiscales y de todo el sistema de Justicia... Etc., etc., etc.
Y uno, que supuestamente se dedica a la docencia del Derecho en una facultad de tal, se pregunta: ¿qué debemos enseñar a los estudiantes? Seguramente nada; y ahí vamos.

25 enero, 2010

Hacia el Estado fallido

Antes de entrar en la cuestión, declaro que en lo que viene a continuación no pretendo manifestarme sobre la necesidad o conveniencia de las centrales nucleares. No es que no tenga mi idea sobre el asunto, sino que no resulta muy relevante para lo que quiero tratar.
El hecho es que en España existen centrales nucleares y que no sólo ellas producen residuos nucleares, pues también los hay derivados de ciertas instalaciones de los hospitales y de la investigación. Así que el Gobierno tiene el proyecto de crear un nuevo cementerio nuclear para albergar con seguridad, se dice, residuos altamente radiactivos. Se llama Almacén Temporal Centralizado (ATC; ¿ATMC?). Y aquí aparece por enésima vez el desbarajuste de Estado que tenemos.
Podríamos entretenernos en hacer una pequeña taxonomía de los Estados fallidos. Algunos de los llamados del Tercer Mundo lo son por razones de abandono, pobreza, corrupción y falta de estructuras de todo tipo. Otros, como España, alcanzan dicha condición por exceso de estructuración, si así se puede decir, o, expresado en términos vulgares, por la ola de gilipollez que los invade.
Concentrémonos en lo nuestro. En un Estado que merezca su nombre es crucial la noción de interés general. La política democrática se basa en la contraposición de programas de gobierno y cada partido trata de hacer el suyo convincente para los ciudadanos, a fin de conseguir los votos suficientes para poder desarrollarlo desde el parlamento y el gobierno. Al tiempo, la organización territorial del Estado se traduce en un reparto de competencias entre el Estado central y otros entes territoriales que lo componen, de manera que esa fragmentación competencial se refleja en una partición correlativa del debate político y electoral, pues en comunidades autónomas y ayuntamientos los partidos presentan sus programas sobre lo que en ese ámbito les concierne, y sobre ello disputan ante la opinión pública y en las urnas. Hasta ahí, nada que objetar, el interés general para la política general y los intereses locales para las políticas locales; y cada cosa en su sitio.
La deformación hasta la caricatura de ese modelo es consecuencia de la combinación de una serie de factores. El primero es la desubicación o desorientación de la actividad política y el electorado. En las elecciones autonómicas y municipales los ciudadanos votan con un ojo (o los dos) puesto en los partidos estatales y sus líderes, de modo que casi nadie sabe o toma en cuenta los concretos programas en liza en esas elecciones, sino que se consideran éstas nuevos episodios de la lucha entre el gobierno central y su oposición. Al tiempo, en muchas comunidades algunos partidos, llamados nacionalistas, hacen su agosto en votos a base de impulsar políticas locales fuertemente narcisistas e insolidarias, atribuyendo al Estado central y a las comunidades vecinas todo tipo de males y perjuicios, reales o imaginarios, e imponiendo una política de corte ventajista y estilo de puro tahúr. Así pues, el debate a escala autonómica se deforma al quedar circunscrito a la pelea entre los que sólo miran para el Estado y sus líderes y los que nada más que atienden al beneficio de la comunidad propia, sin capacidad para tener en cuenta el interés del Estado en su conjunto, como si el bien de las partes no dependiera también del progreso del conjunto.
En ese marco, la política de los grandes partidos de implantación estatal se ve gravemente afectada, pues sus dirigentes se convencen de que sólo pueden conseguir importante representación en las instituciones del Estado central si arrastran votos suficientes en las comunidades autónomas, y para tal fin compiten con los partidos nacionalistas de éstas en el cultivo de las miras de corto alcance y en el fomento de la insolidaridad. Se llega así a una de nuestras supremas paradojas políticas, como es que los partidos “nacionales” prescinden de toda política estatal y se dedican a compartimentar sus discursos en políticas “nacionalistas” perfectamente contradictorias, mientras que la política del Estado queda al albur del toma y daca entre los nacionalismos parciales. Los grandes partidos españoles únicamente tienen posturas definidas o abarcadoras en asuntos puramente simbólicos o de muy escasa relación con un interés general del conjunto de los españoles, como los referidos a los crucifijos en las escuelas, la llamada “memoria histórica”, el uso de himnos o banderas y cretineces de similar calibre. Pero si se trata de proponer modelos claros y coherentes en materia de financiación territorial, políticas fiscales, política hidrológica, políticas de energía, políticas de investigación o de educación, etc., etc., salen por peteneras y dejan claro testimonio de en qué se han convertido: en puros aparatos de poder perfectamente desideologizados (salvo que llamemos ideología a la mera demagogia y a la retórica huera) y, en cuanto a su organización interna, en reinos de taifas. Rajoy y Zapatero, Zapatero y Rajoy saben que sus posibilidades de alcanzar el poder en el Estado central o de mantenerse en él dependen, por un lado, del voto de una mayoría de ciudadanos que no piensa más que en el interés más cercano y pedestre en el seno de su comunidad autónoma, y, por otro y combinadamente, del beneplácito de los dirigentes de su partido en sus respectivas comunidades, los llamados barones.
Ése es el contexto que explica la ridícula situación a que se acaba de llegar en aquel tema del nuevo cementerio nuclear. El Presidente de la Generalidad de Cataluña, el honorable Montilla, se opone ahora a su instalación en tierras catalanas, la misma que él propició e impulsó cuando era Ministro del Gobierno de la Nación. El Partido Popular, del que no consta que se oponga a la energía nuclear, expedienta a sus alcaldes y concejales cuando apoyan en ciertos pueblos la instalación del ATC en ellos. Zapatero ni sabe ni contesta, entre otras cosas porque un día afirma que va a eliminar las centrales nucleares, al día siguiente prorroga su funcionamiento y al otro lo prorroga un poco más. En los ayuntamientos que inicialmente se declararon dispuestos a alojar aquella instalación en su territorio se producen unas cuantas algaradas y de inmediato los alcaldes reculan para no enfrentarse con sus votantes de ayer o de mañana y para que su partido, el que sea, no los castigue con la excomunión. Y así sucesivamente ¿Qué carajal de país es éste?
A todo esto, Montilla y sus mariachis argumentan que en Cataluña ya están la mayor parte de las centrales nucleares de España (perdón, del Estado español) y que la solidaridad exige que al menos sus residuos vayan a descansar en otra parte. Y digo yo, cuando Cataluña se autodetermine a tope y se convierta en Estado a tutiplén, ¿nos venderán al resto la energía de sus centrales y nos exportarán sus deshechos?
A todo esto, el que se ha muerto es el pobre interés general. ¿Qué se necesitaría para resucitarlo? Primeramente, que los partidos estatales vuelvan a hacer y a plantear políticas de Estado. Una cosa es que ciertas comunidades tengan partidos nacionalistas legitimados por las urnas, con los que haya que contar y negociar, y otra, bien distinta, que los partidos estatales ya no vean el Estado y sean solamente jaulas de grillos que en un lado dicen una cosa y en el otro su contraria. Si quienes gobiernan España (sorry, el Estado español) no tienen en la cabeza más política de conjunto que el voto de cada sitio, fomentan la desunión y el desgobierno y, desde luego, desprecian los intereses comunes. Esto, a día de hoy, vale exactamente igual para el PSOE y para el PP.
En segundo lugar, los partidos mayoritarios en el Estado han de discutir y después pactar los grandes asuntos de Estado. Otro buen ejemplo de estos días es el tema de la inmigración. Inmigración, política de energía, política hidrológica, defensa, sanidad, educación, investigación y unos cuantos más son temas atinentes al interés general, y lo que define el interés general es que ha de sobreponerse a los intereses parciales y locales. Que los de Oviedo y los de Gijón, por ejemplo, nos peleemos por un hospital o una universidad es comprensible, dadas las limitaciones de los humanos de a pie. Que partidos como el PSOE y el PP no hagan más que dar la razón a los de un lado y a los de otro y esperar a ver si lo dirimen a tortas o calcular dónde se pillan más votos es la mejor demostración de que no son partidos, sino casas de putas mal administradas.
Acabemos donde comenzamos, con el cementerio nuclear. Primero se ha de examinar con rigor si hace falta y se tiene que explicar por qué. Después los mejores expertos deben estudiar sus posibles ubicaciones, nunca con criterio político, sino científico y económico. Seguidamente se escucha a todas las partes interesadas que tengan algo que alegar y se ponderan todos sus argumentos, menos uno, el de aquí no lo quiero porque no me da la gana o porque soy más guapo que los demás. A continuación el gobierno y la oposición comparten la información y la valoran tratando de ponerse de acuerdo. Para dicho acuerdo entre partidos es fundamental no perder de vista que, tratándose de política de Estado, hay partidos, los nacionalistas, que no la tienen por definición, o carecen de ella mientras no demuestren lo contrario. Al fin, quien tiene el Gobierno y la mayoría parlamentaria (gracias a los votos de los ciudadanos de todo el Estado) decide, pues para eso está. Y aquí paz y después gloria.
Sí, hemos caído en lo que aquí y ahora es una perfecta utopía. Porque el interés general ha muerto a manos de todos estos politicastros sin luces, sin ideas y sin vergüenza. Por eso vamos camino de convertirnos en un auténtico Estado fallido, versión Estado imbécil. Pero como todavía hay quien los vota...

24 enero, 2010

Mujeres en su sitio

El pasado viernes celebramos la festividad de San Raimundo de Peñafort, patrono de la Facultad de Derecho. Es el día en que se entrega una pequeña insignia a los alumnos que han finalizado su carrera el pasado curso, a fin de que se lleven ese recuerdo al menos, además del título con el que ahora tendrán que ganarse el sustento, si quieren y pueden. Iban casi todos la mar de guapos y arregladitos, como corresponde a una Facultad de la que se dice, como de todas las de Derecho, que es muy conservadora, pues la gente viste con cierto esmero o, al menos, sin esos lamparones o sin ese deliberado desaliño que identifica a tanto rupturista de salón y consigna estereotipada.
Volvió a repetirse lo que ya es tan común en los últimos años. De los veintiocho nuevos titulados, sólo cinco eran varones, un 17,8 por ciento. El resto, veintitrés, mujeres, algo más del 82 por ciento. Ni a la hora de matricularse en el Centro ni al repartir aprobados o suspensos se aplican políticas de cuotas ni estrategias de género, simplemente resulta así en situación de igualdad de trato. Esto es, bajo condiciones de igualdad, las estudiantes (¿ven como no hace falta decir estudiantas?) dominan apabullantemente. Olé y bendita sea. Toda una lección que no es casual. Ya son más las damas que se inscriben en casi todas las carreras universitarias y, como bien comprobamos los profesores en el día a día, su rendimiento habitual, en términos de promedio, es también superior.
En Derecho, en España, es de sobra sabido que son bastantes más las mujeres que acceden ahora mismo por oposición a puestos como los de jueces, fiscales, notarios, registradores de la propiedad, abogados del Estado, etc. Es un dominio imparable, una tendencia creciente, y bien está. Significa, además, que por mucho que las más altas magistraturas y sus órganos directivos sigan dominados por varones, sólo es cuestión de tiempo para que las mujeres sean también en eso mayoría, sin necesidad de “muletas”, apoyos forzados ni políticas que pongan en cuestión la valía de las que vayan llegando o el rendimiento deseable de esas instituciones.
Cuando escuchamos a amigos con hijos jóvenes contar las consabidas historias de que éstos no quieren levantarse antes de la hora del almuerzo, de que tienen sus habitaciones convertidas en peligrosas leoneras, de que no friegan un plato ni bajo tortura, de que no están dispuestos para el trabajo ni para el estudio y de que sólo quieren ver la tele y rascarse las partes pudendas, casi siempre son masculinos esos protagonistas.
¿Qué les pasa a los jóvenes varones? El entusiasmo por el justo ascenso de las señoras no debería impedirnos el análisis ponderado de la situación y las circunstancias de ellos. Ya escribí alguna vez aquí, creo, algo que parece anecdótico, pero que seguro que no es intrascendente. Cuando en los pasillos de la Facultad paso cerca de los grupos de estudiantes, ellos, los machitos, están casi siempre hablando de fútbol, y no de cualquier manera, sino con tal pasión, tanta minucia y tan alta erudición, que parece que les fuera la vida en los pormenores y andanzas de cada futbolista famoso y en los logros de los equipos de sus amores. En cambio, a ellas se les oye comentar asuntos más variados, entre los que muy destacadamente cuentan la carrera y... los hombres.
Naturalmente que hay de todo y que las generalizaciones son generalizaciones. Pero, como generalización con suficiente base, creo que ahora mismo se puede afirmar que los veinteañeros varones andan muchísimo más despistados, hastiados, desorientados, perezosos y alienados que sus contrapartes femeninas. Da pena verlos, casi grima.
Algún día, no tardando, tendrán los poderes públicos que preocuparse de estos hombrecillos que, al paso que vamos, no sólo van a perder con toda justicia la guerra de los géneros, si hay tal, sino que se convertirán en carne de cañón y tropa de deshauciados. Las mujeres han pasado siglos y milenios sometidas a la fuerza, pero ¿a estos mozalbetes quién o qué diablos los oprime?
Antes de pensar en discriminar positivamente a sujetos tan negativos -todo se andará, al tiempo-, deberíamos probar otra vez con los viejos métodos: una buena patada en las posaderas, a ver si se espabilan.
Acabo con una cuestión menor (¿o no tan menor?) sobre otro asunto, aunque es posible que todo tenga relación. Al finalizar el acto de la Facultad al que me referí al principio, un pequeño grupo de cámara interpretó algunas piezas clásicas. Gran parte de la concurrencia juvenil se puso a cuchichear y enredar sin la más mínima consideración. ¿Sorprendente? No, pues probablemente les resultaba chocante y sin ningún interés ese rato musical. Al fin y al cabo, ¿cuántos acaban hoy una carrera universitaria sin haber escuchado jamás un concierto ni haber leído una buena novela ni haber asistido a una obra de teatro ni nada ni nada? Seguramente eso dice mucho más de lo que es hoy la universidad que de los pobres diablos que piensan que Schubert es un rollo y Albert Camus un futbolista del Arsenal.

Picadura de FANECA

El foro FANECA se ha actualizado con tres sustancionsas colaboraciones y algo más. Aquí está el índice de este sábado:
Delenda est Bolonia. Por Mariano Yzquierdo Tolsada
Cómo se hace un plan de estudios boloñés. Por Maria Paz García Rubio
Algunas ideas a vuelapluma. Por Mirentxu Corcoy Bidasolo.
Perlas cultivadas.I. El grouchomarxismo se apodera de los proyectos de investigación. Por La Espina de la Faneca.
Dicen los coordinadores que esperan más escritos y buen debate.

22 enero, 2010

And the winner is.... Dura lex

Por un correo de mi amigo Pepe C., que está en todo, me he enterado esta mañana de que Dura lex ha ganado el premio al mejor blog jurídico (¡?) del año 2009 en ese concurso llamado de Blawggers Internacionales. Nunca supe muy bien de qué iba y constato ahora mismo que todo es ad honorem, mecachis. Así que me va a salir cara la promesa de vinos y tapas que hice desde aquí al pedir (¿o era insinuar que pedía?) el voto.
Bromas aparte, me hace ilusión y gracia de la buena este premio, precisamente por no ser ni institucional ni académico ni económico ni nada por el estilo. El ciberespacio tiene estas cosas agradables y sorprendentes. Llegue, pues, mi reconocimiento a los organizadores.
También ha quedado demostrado que este modesto blog tiene un montón de amigos. Gracias. Serán ustedes convocados en León prontamente.

21 enero, 2010

Familias

(Publicado hoy en El Mundo de León)
El otro día me encontré con un viejo amigo y, como lo vi cariacontecido, le pregunté qué le pasaba. Que en el colegio de mis hijos mayores -una parejita- me han pedido una foto de la familia al completo, me contestó. Sus hijos estudian en una privada con toca. Hombre -le respondí-, tampoco me parece tan grave, gástate unos euros y mándales una buena foto de estudio. Pero él me puso al tanto de sus dilemas, tal que así: “como sabes, me separé y ahora convivo con una chica con la que acabo de tener un bebé. Mi anterior mujer vive con una señora de la que, por lo visto, está muy enamorada y, además, con ellas está una muchacha adolescente, fruto de un antiguo matrimonio de la otra. Así que, chico, no sé muy bien como organizar el asunto”.
Después se puso a enumerar las alternativas que estaba sopesando: “Una posibilidad sería que nos retratáramos solamente mis hijos y yo, pero temo que pregunten a los niños por qué no está su mamá, ya sabes qué sutilmente ingenua es esa gente. También podría convencer a la madre para que posáramos los cuatro, pero mi chica actual se lo puede tomar fatal. Si aparecen conmigo mis tres hijos y mi mujer de ahora, van a empezar a hacerles preguntas sobre el hermanito pequeño y no sé por dónde van a salir los críos o en qué lío se van a sentir metidos. También me tienta que nos juntemos todos, pues nos llevamos bastante bien, e inmortalicemos la reunión de una familia tan variada e innovadora, pero a alguien puede darle un síncope y los chavales se van a enredar al explicar los pormenores”. Y terminó con la pregunta que más me temía: “¿Tú qué opinas?”.
Ganas me dieron de ponerme a especular sobre si, en los tiempos que corren, será muy constitucional y respetuoso con la intimidad, la no discriminación y la protección de la infancia eso de andar solicitando semejantes cosas en los colegios. Al fin y al cabo, ¿para qué querrán la dichosa fotografía? Estuvimos un rato dándole vueltas al caso y, al fin, se nos ocurrió una idea que puede ser mano de santo. Antes de cumplir el encargo, mi amigo va a ir a ver a la directora del colegio y le va a pedir una foto de ella con su familia, con el pretexto de que a los niños les hace mucha ilusión ese intercambio. A ver quién sale ahí.

20 enero, 2010

La izquierda y el destino de tantos de sus líderes

Primero lo primero: las sociedades actuales necesitan reformas profundas. Sentada así esta afirmación, pueden estar de acuerdo con ella capuletos y montescos, tirios y troyanos, cada uno arrimando el ascua a su sardina. Así que precisemos un poco: las sociedades actuales precisan reformas profundas para asegurar a todos los que en ella viven una verdadera igualdad de oportunidades.
Puesto de esta forma, entramos en los planteamientos que definen o deberían definir una política de izquierda, al menos en su versión socialdemócrata más presentable. La igualdad de oportunidades no tiene por qué estar reñida con el funcionamiento del mercado, sino que solamente fuerza a una cierta redistribución o corrección de los resultados que para los ciudadanos reporta la “mano invisible” que, dicen, gobierna los mercados. Esto es, una parte de la riqueza que unos consiguen acumular debe ser detraída mediante el sistema fiscal, a fin de que pueda el Estado brindar a todos, y especialmente a los que no pueden pagarlos, los servicios públicos imprescindibles para la referida igualdad de oportunidades.
No se trata de que el Estado imponga que todos tengan lo mismo o estén en idéntica situación, sino de que garantice que ninguno está excluido por sus circunstancias sociales del acceso a cualquier puesto o posición dentro de la sociedad. Si el mercado significa también competencia y competición, ha de asegurarse que todos y cada uno de los que hoy nacen aquí tengan la posibilidad real de llegar a los puestos de mayor importancia o más alto bienestar.
La diferencia entre la postura del economicismo liberal más duro y ésta que denominamos socialdemócrata o socialista (no nos paremos en las etiquetas en este momento) podría resumirse así: para los primeros, ha de haber competencia por los objetos, pero no hay inconveniente en que esté viciada o sea puro simulacro teórico la competencia entre los sujetos; para los segundos, ha de existir una competencia genuina entre los sujetos. Dicho de otra manera, para los unos importa por encima de todo de quién son las cosas; para los segundos, que a nadie se hurte la posibilidad (real, no meramente jurídico-formal) de tener cosas. Para los primeros, son los objetos mismos los que, unidos al derecho de propiedad, determinan el destino vital y social de las personas; para los segundos, son las personas, todas, las que han de gozar efectivamente de la posibilidad de cumplir su vocación y su destino no teniendo materialmente vedado acceder a la propiedad de las cosas. Lo que se dirime es si los individuos son de los objetos apropiables o si los objetos apropiables son de los individuos. Esa papel central del objeto y su propiedad como determinantes de la configuración social y de las relaciones entre los ciudadanos tiene mucho que ver con lo que Marx denominó alienación y cosificación.
Los ultraliberales en lo económico parten también de esa idea de que un individuo necesita la propiedad de las cosas que consiga, a fin de realizar mediante ellas su libertad. Si yo trabajo mucho y uso mi esfuerzo y mi talento para acumular un millón de euros y comprarme con ese dinero el montón de libros que quiero leer (discúlpese si es un tanto chusco el ejemplo), al quitarme la cuarta parte o la mitad de esos ingresos míos se coarta mi libertad y decae parte del sentido de mis acciones y de mi esfuerzo. Cierto, pero hay que preguntarse una cosa más: ¿todos mis conciudadanos con talento y capacidad de trabajo iguales o superiores a los míos han tenido y tienen las mismas posibilidades de alcanzar mis logros o he jugado con alguna ventaja social, con alguna carta marcada? Si debo parte de mis bienes a mi privilegio social, es legítimo que se me prive de alguno de ellos para restaurar el juego limpio, la igualdad real de oportunidades. Trabajé también para los demás, sí, pero, al tiempo, me aproveché de que no podían hacerme sombra todos los demás que eran tan capaces o decididos como yo, y por eso el Estado me hace compensarlos mediante los impuestos que pago, para que la situación se equilibre.
Admitamos esa vinculación que el liberalismo económico traza entre libertad y propiedad, y que, por consiguiente, un individuo no puede ser libre y realizarse en su autonomía si no tiene con qué. Bien, pero, además, reformulemos el viejo principio kantiano de que es necesario compatibilizar las libertades de todos para que las de los unos no se cumplan a costa de las de los otros. Proyectado esto sobre el derecho de propiedad, significa que tal derecho mío no ha de hacer imposible el disfrute del mismo derecho por los demás. No es que todos hayamos de tener lo mismo, repito, ni que todo haya de ser de todos, sino que todos estén en situación de poder conseguir cualquier cosa. A partir de ahí, a competir. El hijo de un parado, de un peón de albañil, de un labriego o de un cajero de supermercado debe contar con las mismas posibilidades, y hasta las mismas probabilidades, de llegar a ser catedrático (no es gran cosa, pero es lo que yo soy) que un hijo mío. Si no sucede así, es que hay trampa en el juego. Y que no nos vengan con que el hijo del catedrático lo mama en casa y el otro no, etc.; no estamos hablando de mamones.
Lo que son las cosas y las cabezas desorientadas, iba a escribir sobre otro asunto; pero a lo mejor todo tiene relación. He visto en los periódicos de ayer que Javier Solana, ilustre figura de la vieja guardia del PSOE y ex altísimo cargo de la U.E. ficha por Acciona, la gran constructora de la familia Entrecanales. Hace unos días, leía que Tony Blair se convierte en asesor de Louis Vuitton. Cómo no recordar el caso de Schröeder, en Alemania, contratado por Gazprom, la gran empresa rusa de gas, o el de Felipe González, de la mano del mexicano Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo. ¿Hay algún problema en todo eso? ¿Tiene algo que ver con lo expuesto más arriba? Pues no sé. Pero mosquea. Y molesta. Y da grima. Y, a lo mejor, explica unas cuantas cosas sobre las políticas fallidas de tantos, sobre la pobreza que no cesa, sobre la discriminación que campa por sus respetos y sobre esas maneras de hacerles el juego y bailarles el agua, desde gobiernos que se dicen muy progresistas, a bancos, grandes empresas y grandes fortunas. En España, sólo hay que pensar en las Sicav... y seguir pensando.
¿A quién asesorará Zapatero cuando deje La Moncloa? Quizá a alguna productora de dibujos animados.
PD.- Si a alguien le consuela o le parece razón bastante el que también anden en las mismas los expresidentes derechosos, qué le voy a decir, que menudo consuelo y que se haga un chequeo ideológico.

19 enero, 2010

De sobredosis de garatismo también se muere

Como jurista que quiero ser de estos tiempos, como liberal por viejo y por pendejo y como devoto lector del alegre Ferrajoli, me tengo por garantista, y muy en serio. Pero, si esto sigue así, acabaré borrándome también de eso y pasándome a los medios alternativos de solución de conflictos; a los arcaicos, me refiero.
Miren esta última perla. La Universidad de Sevilla vuelve a darnos un ejemplo de cómo componer desaguisados a base de normas y de cómo matar moscas a cañonazos. Ponga usted más reglamentos en su vida, legisle, que algo quedará, aunque no sea más que el eco de las carcajadas, y, de propina, cree nuevas comisiones y comités y deles trabajo, no vaya a ser que estudiantes y profesores se pongan a leer libros por no tener mejor cosa a qué dedicarse.
Pues van los de la Hispalense, con esa gracia suya que no se puede aguantar, y elaboran un nuevo reglamento en materia de exámenes, reglamento que es de suponer que hará el número doscientos de los que ya tendrán en esa materia. El que no legisla es porque no quiere, sólo hace falta mucho tiempo libre, ganas de enredar y deseo de pasar a la historia universal de la bobadita con ínfulas.
El prodigioso tema es el de la chuleta, pero no el de la chuleta de cerdo o de novillo, no, el de la chuleta de estudiante amigo de hacer novillos. Dicen esos nuevos faros de la ciencia jurídica que si un profesor pilla a un estudiante con una chuleta en pleno examen, se debe proceder con tino de magistrado constitucional y resignación de anacoreta. Nada de cargarse al infractor y, menos, de expulsarlo del aula para general escarmiento y afrenta del desleal. No. Se les puede retirar la chuletilla o chuletota, eso sí, pero hay que dejar que terminen su esforzado examen. Luego, los profesores, que por lo general no tienen mejor cosa que hacer, redactan un parte de incidencias en el que cuentan lo que pasó, y dan traslado del escrito a la comisión de docencia del departamento, junto con el objeto incautado. Huy, qué bien, otra reunión de la comisión de docencia del departamento. ¿Una? No, unas cuantas, pues hay plazo de un mes para oír a las partes y resolver. Además, esa comisión es paritaria, con tres profesores y tres estudiantes. ¿No se contemplará también la paridad de género? ¿No debería ser una comisión de ocho, para que pudiera resultar igualitaria la representación de los/as estudiantes y los/as profesores, dos y dos y dos y dos? Mira que si se les pasó este detalle tan majo, caray, qué faena, con lo mono que estaba quedando todo.
Explica un portavoz de la casa que “no se puede imponer una sanción dura basada en una mera presunción” y que “examinarse es un derecho del alumno”. Esto es lo que más me gusta y pienso aplicarlo en mi propio beneficio en cuanto tenga ocasión. Un par de ejemplos.
Pongan que yo voy en mi coche con un cuchillo de matarife en la guantera; o una escopeta de cañones recortados, lo que quieran. Casualmente la guardia civil me para y, en un registro rutinario, descubre esos poéticos objetos. Darán parte y vendrá la autoridad administrativa o judicial -yo qué sé- con ganas de sancionarme, pero yo le diré que quieto parao, que de eso nada. Primero, porque el viajar en coche con mis cosas es un derecho mío. Segundo, porque no se me puede castigar por una mera presunción. Cómo saben que llevaba yo las armas con malas intenciones, vamos a ver. ¿Y si las portaba para una clase práctica de mi asignatura, a fin de ilustrar a mis estudiantes boloñeses sobre el tipo de artilugios que la gente usa para matar y para que luego organizáramos en clase un debate precioso y muy pedagógico sobre el comercio de armas al por mayor o sobre la relación entre medio ambiente y urbanidad? Así que reclamaré que se nombre una comisión que podría estar integrada por cuatro asesinos confesos y los deudos de cuatro víctimas, y que ellos decidan en un mes si maté a alguien o no. De cajón.
Claro, me replicará algún avezado jurista posmoderno que la diferencia es que portar esas armas sin permiso está prohibido y castigado y que por eso. Ya, pues, entonces, que la Universidad de Sevilla prohíba y castigue el andar con chuletas en los exámenes. Mutatis mutandis, sería un ilícito de esos que los penalistas llaman de peligro abstracto, creo, y no es tan raro. No sólo no es tan raro, sino que el Código penal se está llenando de delitos así.
El otro ejemplo, si no queremos ponernos tan violentos. Imaginemos que el día del examen el profesor llega al aula y dice esto: queridas estudiantas y queridos estudiantes, escriban lo que les dé la gana, pues ustedes y su examen me traen al fresco y, además, no pienso corregir ni una línea, sino que usaré un bombo para poner las notas. ¿Enfado? ¿Indignación general? ¿Sanción para el osado docente? Quia. Que los estudiantes hagan un escrito y lo pasen a la comisión de docencia. Y que la comisión de docencia escuche a las partes y examine minuciosamente: a) si era realmente necesario el examen o ya estaba claro que los estudiantes sabían una barbaridad; b) si el profesor finalmente suspendió a alguno o los aprobó a todos, en cuyo último caso procederá sin duda el sobreseimiento del caso; c) si el bombo que usó el docente estaba o no visado por la comisión de bombos del departamento; d) si incurrió en desprecio de género, en cuyo caso se debe pasar el asunto al fiscal especializado, dejando en suspenso el procedimiento administrativo; e) si ese profesor es o no de los que provocan el fracaso escolar por andar examinando sin necesidad.
En fin. Con lo fácil que es dar aprobados generales, no sé para qué se complica tanto el personal. ¿Para cuando un reglamento de aprobado general obligatorio?
Cuando se juntan pedagogos a la violeta y juristas en escabeche, siempre resulta la misma parida: un ratón.

18 enero, 2010

Ha nacido la FANECA

Nace un nuevo foro para dar cabida al debate libre y desinhibido sobre la universidad, sus achaques y sus reformas. Se llama FANECA. Lo promueve un grupo de profesores convencidos de que es necesario que se escuchen más voces que las de la burocracia, el politiqueo académico, la demagogia, el pedagogismo vacuo, el conformismo y la resignación. Hablemos de planes de estudios, investigación, evaluaciones, profesorado, sistemas de enseñanza, dineros y cuanto se nos ocurra.
El foro está abierto a todo tipo de escritos y colaboraciones sobre los problemas de la universidad. Para el envío de textos y sugerencias se puede contactar a través de la siguiente dirección de correo electrónico: unienserio@gmail.com
Echen un vistazo aquí, vean nacer la FANECA y ayuden a alimentarla.

Mi profesor de Derecho penal. Por Manuel Atienza

Hace ya algunas semanas que murió en San Sebastián Antonio Beristain, profesor jubilado de Derecho penal en la Universidad del País Vasco. Fernando Savater, en una conmovedora nota “in memoriam” (“Antonio Beristain, un cura con plaza en mi corazón”, en El País de 2 de enero), recordó su trabajo en el campo de la criminología, su actitud valiente y solidaria hacia las víctimas del terrorismo de ETA y su enfrentamiento con la Iglesia oficial del País Vasco: el obispo Setién le había prohibido escribir en la prensa. Antes de eso, antes de establecerse en San Sebastián, Beristain había sido profesor de Derecho penal en la Universidad de Oviedo; mi profesor en el curso 1970-71.
No tengo muy buenos recuerdos de mis profesores universitarios. Algunos eran francamente malos (nocivos). Los más, mediocres. Y sólo de unos pocos –de muy pocos- creo haber aprendido algo valioso y les estoy, por ello, agradecido. A quien más, a Antonio Beristain. Casi diría que sus clases eran las únicas que merecían la pena, o sea, las únicas que no podían ser sustituidas con ventaja por alguna otra actividad alternativa, como la de leer un libro sobre la materia durante el tiempo lectivo. Por lo demás, en esas clases no sólo se aprendía Derecho penal, sino también algo todavía más importante para un estudiante universitario: se aprendía lo que significa ser un intelectual honesto y valeroso. Que Beristain lo haya seguido siendo en la época democrática no puede extrañar a quienes lo tratamos sobre todo en los últimos años de la dictadura.
Antonio Beristain era sacerdote jesuita y vestía siempre (al menos en aquella época) con traje oscuro y corbata de tonos rojos de la que, al parecer, no se despojaba cuando ejercía sus funciones sacerdotales en el confesionario, lo que escandalizaba a algún que otro fiel. Tenía la sensatez de fijar un manual como libro de referencia para la asignatura que, por tanto, no podía estudiarse “por apuntes”, como ocurría en casi todas las otras. Sus clases eran, en realidad, una crítica de la dictadura franquista, a través del estudio de la parte especial del Derecho penal (el estudio de cada una de las concretas figuras delictivas: el homicidio, el hurto, la estafa...). Constaban de tres partes: en la primera hacía una breve exposición del tema correspondiente; dedicaba luego la mayor parte del tiempo a plantear cuestiones controvertidas en relación con el tema (¿está justificada la pena de muerte?, ¿hay alternativas a la pena de prisión?, ¿debe haber delitos de opinión?, ¿está justificado castigar el aborto?, ¿y la eutanasia?, ¿es adecuada la redacción de tal artículo?, ¿cómo podría mejorarse?), sobre las que los estudiantes debíamos debatir; y al final, formulaba algunos –también muy breves- comentarios sobre lo que habíamos opinado. No se me olvida el día en que empezó su clase, más o menos, con estas palabras (que, en el contexto de la dictadura franquista, implicaban un claro riesgo): “Ha muerto don Luis Jiménez de Asúa, insigne penalista y presidente de la República española en el exilio. ¡Guardemos un minuto de silencio en su memoria!”. Tampoco he olvidado su empeño en que los estudiantes de Derecho penal visitáramos una cárcel, en que entráramos en contacto con los presos y con sus circunstancias y nos diéramos cuenta de que el Derecho penal que estudiábamos se aplicaba a personas de carne y hueso: una propuesta sobre cómo redactar un artículo o cómo interpretarlo podía significar mucho en términos de sufrimiento humano.
Contrariamente a lo que muchos podrían pensar, una actitud crítica y claramente comprometida con los valores democráticos, como la de Antonio Beristain, no era moneda corriente en la universidad del final del franquismo. En realidad, lo del “espíritu crítico” como rasgo distintivo de los universitarios es un tópico que conviene revisar. Ni era tan cierto entonces, ni lo es –me temo que aún menos- ahora. Yo diría incluso que, en no pocos aspectos, lo que caracteriza a nuestra universidad es la falta llamativa - por no decir, obscena- de espíritu crítico. Hoy, pocos universitarios parecen escandalizarse ante el hecho de que tantos decanatos hayan organizado la modificación de los planes de estudio (para adaptarse al “proceso de Bolonia”) como si se tratara de repartirse un botín. De que en no pocos departamentos se pueda rechazar a alguien para ocupar una plaza docente con el argumento (que ni siquiera se trata de disimular) de que el candidato no es suficientemente sumiso hacia sus “superiores”, o de que, simplemente, es demasiado bueno y, por tanto, supone un “riesgo” para otros profesores -de cara a optar a futuras plazas- que estos últimos no están dispuestos a asumir. De que el sistema de acreditación (para ingresar en los cuerpos de profesores titulares y catedráticos) consista ahora en un par de informes secretos más el dictamen de una comisión de no especialistas, todos ellos nombrados discrecionalmente por el Ministerio. O, en fin, de que tantos rectores y autoridades universitarias pretendan hacer pasar por un plan serio de reforma universitaria lo que no es más –me refiero al “plan Bolonia”- que un programa publicitario.
Definitivamente, la universidad española necesitaría hoy mucho de profesores como Antonio Beristain, de su espíritu auténticamente crítico y de su actitud valerosa y solidaria. Pero los signos de los tiempos no parecen ir por ahí.

17 enero, 2010

Obama nos da mal ejemplo

De los usos y costumbres de los niños de hoy no sé nada y ni siquiera estoy muy seguro de si son algo más que bestezuelas de carga, ya que suelo verlos con una abultada mochila al hombro, o si usan algo más que los dedos, pues me los encuentro pulsando con denuedo unos aparatejos que creo que se llaman videoconsolas o cosa por el estilo y que, tengo entendido, sirven para que no les falte el fútbol en los ratos sin fútbol y para que se entrenen en matar seres de todo tipo, ahora que está mal visto regalarles pistolas de mentira que no matan nada.
Sí me acuerdo bastante de cómo éramos los chavales en mis tiempos. Extraños tiempos aquellos, pues, por ejemplo, yo de niño no conocí pediatra y sospecho que por entonces ni existían esos virtuosos del Apiretal. Juro que no exagero ni un ápice si hago constar aquí, para general escándalo, que el primer médico que me vio en calzoncillos o de cualquier manera fue un cirujano que me arregló lo de la fimosis allá por mis dieciocho o diecinueve años (huy, qué indiscreto ando), y el segundo a mis veintiuno, el que mi padre llevó al pueblo en taxi porque me estaba muriendo con una apendicitis degenerada en peritonitis. Ay, qué recuerdos.
La peritonitis vino por no querer perderme un examen final de Derecho Internacional Público, y de lo de la fimosis para qué hablar. No funcionó bien la anestesia y, para colmo, el viejo cirujano con mañas de capador se puso nervioso. Aún me duele cuando lo pienso. Pongamos que mereció la pena, sí. Encima, como no había dicho nada, regresé a mediodía a casa, en la aldea, y mi padre me estaba esperando ¡con un hacha en la mano! No era para reprocharme la deficiente comunicación filial ni porque estuviera preocupado por ser mi amigo, sino que esa tarde había decidido que juntos debíamos ir al monte a talar unos castaños. Recuerdo cómo me vibraba la entrepierna con cada hachazo en los malditos troncos. No debería rescatar aquí esos retazos de mi memoria histórica, no vaya a ser que vengan los fiscales en avalancha a quitarle a mi padre, que en paz descanse, la custodia con efectos retroactivos y a preguntar si teníamos permiso municipal para el manejo de herramientas cortantes.
Me he ido por los cerros de Úbeda. Decía, antes de sucumbir a la nostalgia de la juventud, que me acuerdo bien de las cosas de los críos de antaño. Por ejemplo, cuando en el colegio aquel de pijillos de medio pelo surgía una pelea. Llegaba un cura con la sotana remangada y el puño cerrado para imponer la paz a guantazos y cada uno de los participantes en el tumulto gritaba tal que así, señalando a algún otro contendiente: “¡empezó él! ¡empezó él!” Supongo que en Madrid habrían dicho “él ha comenzado!, pero estábamos en Gijón.
Imagino que ahora ya no se estila todo eso, pues en los colegios no hay peleas porque está prohibido por la autoridad administrativa admitir que hay peleas y, todo lo más, de vez en cuando unos mozalbetes parten la cara y violan a un compañerito en el baño, incurriendo en una cosa que tiene un nombre en inglés y que provoca puñetazos de los papás a los profesores y pleitos con muchos peritos en secuelas. Pero, como las cosas cambian un montón en la superficie pero en el fondo se mantienen, mal que nos pese, yo sigo viendo rastros de los antiguos modos en los políticos que nos gobiernan y nos atosigan. Aquel ¡empezó él!, tan poco gallardo, lo reproducen a diario estos mandamases de nuestros pecados electorales.
¿Que pillan a cien del partido X enriqueciéndose como locos a pelotazo limpio y recalificación en ristre? Todos los de ese partido van a gritar, como un solo niño, que empezaron los del partido Y. ¿Que la gente se mosquea porque gobiernan unos mandangas perfectamente inútiles? Respuesta de la tropa partidista: será, pero peor nos iría si mandaran los otros, que se meten el dedo en la nariz en los semáforos (hay grabaciones) y se lo hacen con una muñeca hinchable de Benidorm. Y así todo el día.
¿Que tiene el país unos problemas de padre y muy señor mío? Ah, pues todos los politicastros a proclamar, con gesto compungido, que cuánta falta haría un poco de consenso para arrimar el hombro juntos. Y acto seguido: pero, claro, esos de enfrente no quieren consenso ninguno, pues andan criticándonos todo el rato y haciéndonos la oposición (o la oposición de la oposición). Es un razonamiento bien raro que, puesto en esquema, viene a ser así: a) hay que ponerse de acuerdo sobre esto y lo otro; b) cómo vamos a ponernos de acuerdo si no estamos de acuerdo; c) no estamos de acuerdo porque no me dan la razón a mí; d) son todos unos malparidos y con malparidos no hay consenso que valga, de modo que leña, pese a que yo soy un tipo de consensos. Y el respectivo electorado aplaudiendo con las orejas y cantando lo de a por ellos, oé. País de traca y oscuras mentes.
También me vienen a la memoria los viejos trucos de cuando el profesor clavaba la mirada en ti y amagaba con preguntarte la lección que no sabías. Saltabas como un resorte y delatabas al compañero: don Benito, don Benito, aquí el López se está tirando pedos. Maniobra de despiste, pero, con un poco de suerte, salía bien y pasaba el peligro para ti. Pues nuestros políticos igual. ¿Que cuál es el programa económico, educativo o de lo que sea del partido tal? Se le pregunta a su líder quien, con buenos reflejos, va a contestar de esta manera: los del otro partido sí que no tienen programa y, además, se ha visto a un concejal suyo cazando focas en Alaska y a un diputado hablando por el móvil en plena autopista. Al día siguiente los principales diarios llenos de reportajes sobre focas, viajes a Alaska, móviles y autopistas, y de tribunos y opinadores rasgándose las vestiduras, pues qué vergüenza y así está el gobierno o la oposición y tal y cual. Y la casa sin barrer.
Y en esto llegó Obama, luz de luz, faro de Occidente, reserva moral de la humanidad y todo eso. A mí me cae muy bien, conste. Sólo que el incienso me marea. Pero llegó Obama y tronaron los estadios: ahora sí que exterminaremos a los enemigos, los mediopensionistas, los tibios y los que fuman. Y va Obama y no se cisca en los muertos de Bush. Bueno, será que trama una jugada maestra. Caramba, pero, además, se queda con parte de los cargos de la Administración de Bush, incluidos algunos metidos en guerras, y, para colmo, dice que los mantiene porque son los que saben de los correspondientes asuntos. Y no para ahí, cual si quisiera ponernos bien negros, pues a su gran rival en las primarias del partido la hace Secretaria de Estado. ¿Será posible? Después, el muy taimado va y nos pide que mandemos nosotros también más tropas a Afganistán, con fusiles y todo. Hay que decirle que sí, porque seguro que no pretende más que construir unos puentes o ayudar a los viejos afganos a cruzar las calles por los pasos de cebra. Y nosotros no íbamos a instalar escáneres de esos de cuerpo entero en los aeropuertos, pero le exlicaron a nuestro Ministro, de parte de Obama, que eran estupendos y muy divertidos y ahora sí los ponemos porque hacen mucha falta.
Pero lo de ayer ya es el acabose: ¡Obama ha convocado a Clinton y Bush para hablar de la crisis de Haití y coordinar las medidas oportunas! ¿Se habrá vuelto loco? ¿Esa gente no tiene mala leche o qué? ¿Qué forma es ésa de llevar un país? ¿No temen confundir al electorado? ¿No deberían odiarse, gritarse, insultarse, apedrearse y ponerse unas querellas? Señor, señor, qué decepción.
Yo estoy seguro de que nuestro Presidente y nuestro jefe de la oposición van a dar la talla como de ellos se espera, esta vez sí. Apuesto a que antes de tres días Zapatero crea una comisión de crisis a tope y convoca para integrarla a Víctor Manuel y Ana Belén, Raúl, Finito de Córdoba, Ana Rosa Quintana, Fernando Alonso y Suso del Toro. Y que Rajoy se asesorará por un comité de expertos formado por Rouco Varela, una sobrina de Imperio Argentina, Joselito (el niño prodigio), el dueño de una ganadería de toros de lidia, dos registradores de la propiedad y Luis Racionero. Tormentas de cerebros a pleno rendimiento, materia gris dando lo mejor de sí misma, y a por ellos, que son pocos y cobardes y que tenemos que superar las dos Españas y media y llegar a unos acuerdos de todos en cuanto acabemos con esos cabrones del otro lado.
Que aprendan los yanquis, que aprendan. Lo nuestro es tensión competitiva, espíritu de lucha, furia nacional y, sobre todo, amor a España y fidelidad a nuestras ideas y nuestros programas. ¡Maaaarchen!

16 enero, 2010

Haití y los Estados fallidos

Como estamos en campaña de blogueros, vamos a complicarnos la vida y a ganarnos unas reprimendas.
El marco lo pone el terremoto de Haití. Media humanidad, más de media, cayendo de la burra, percatándose de que existen países tan pobres, tan hundidos, tan esquilmados, tan dejados de la mano de los dioses y de los hombres, que no tienen nada, sólo gente, mucha gente con hambre. Resulta que no hay apenas hospitales y los que existen parecen de hace un siglo, que casi todas las casas (¿casas?) son de lata y cartón, que el agua corriente y potable brilla por su ausencia, que se come cuando se puede, que eso que tan pomposamente se llama Estado no presta ningún servicio público, ni el de policía siquiera. Y así sucesivamente. No es por el terremoto, no. Ya estaban así, como tantos reporteros y viajeros expertos están repitiendo estos días. El terremoto es la catástrofe final en una sociedad catastrófica, el guiño afilado de una Providencia que, si existiera, merecería unos párrafos bien crudos.
Cabezas a sueldo proceden de inmediato como es usual en estas ocasiones. Hecho el diagnóstico, no se proponen terapias, sino que se hurga en causas remotas y bien poco originales, aun en lo que tengan de ciertas: que si el colonialismo, que si el imperialismo, que si el capitalismo, que si la clasificación de los mundos. Arriesguemos un poco más, porque si tantos de esos Estados que ahora se llaman fallidos y tanta de esa gente que ha retornado al estado de naturaleza -si es que alguna vez estuvo fuera de él-, y no por culpa del terremoto, repito, ha de esperar a que ajustemos las cuentas desde nuestros gabinetes a capitalismos e imperialismos, si han de aguardar a que reformemos el pasado para tener un futuro, van dados.
Corren tiempos de descrédito del formalismo, al menos en los campos del Derecho por los que uno suele moverse. Que si lo importante es la justicia del caso, que si primero que nada están los valores, que si ha de tomarse en cuenta a las personas y sus necesidades antes que norma ninguna. Muy bien, pase. Pero entonces preguntémonos: ¿hay algún concepto más formal y artificioso que el de soberanía? Aflojemos las ataduras legales, de acuerdo, relativicemos las muy ciegas y abstractas nociones de los leguleyos, busquemos la materia humana más allá de la forma jurídica, adelante. Pero ¿acaso existe un concepto más jurídico, abstracto, evanescente y quimérico que el de soberanía? ¿Vamos a librarnos poco a poco del peso de la ley y dejaremos tan campante a su pesado autor, el Estado soberanísimo?
Entiéndase, no estoy aprovechando para llamar a la anarquía, sino al orden, a un orden más humano. Sean las culpas de quien sean en el caso de Haití y en tantos otros, ¿solucionaremos algo dándole otra vuelta al cilicio de la “memoria histórica”? La cuestión principal, con ser relevante, no es qué pasó, sino qué hacer. Diagnóstico sin terapia es impotencia; pronóstico sin propuestas suena a cinismo contemplativo. Sí, ahora vamos a soltar unos cuartos para que echen una mano las ONGs -lo acabo de hacer yo también- y roguemos a los Estados que envíen médicos, bomberos, ingenieros, militares... ¿Y luego? Si se aportan medios económicos, cabe construir un puñado de barracones y más tarde algunas casas, levantar puentes, acomodar hospitales, organizar cementerios. ¿Y luego? ¿Cómo diablos se construye un Estado donde no lo hay? Y, más que nada, ¿para que les vale a esos pobres diablos de Haití su Estado? Si fuera como los nuestros, estaría muy bien. Pero ni es ni va a ser el caso.
¿Qué se puede hacer con los Estados fallidos y difícilmente (re)construibles? ¿De quién son los Estados fallidos? De nadie, formalismos aparte; pero sí sabemos de sobra que, en cada uno, unos pocos viven como reyes. Se cuenta que el Presidente de Haití tiene un palacio lujoso y una vida regalada. Esta mañana escuché unas declaraciones de la embajadora de Haití en España. ¿Es Haití un Estado porque formalmente es un Estado y porque cuenta con Presidente y embajadores? Seamos serios, al menos fuera de nuestras clases de Derecho Internacional o Filosofía del Derecho.
Un Estado fallido es un no-Estado, es un territorio en el que la fuerza se aplica a los individuos sin contraprestación, ventaja ni consuelo. Un Estado fallido es la encarnación tangible de esa figura teórica llamada estado de naturaleza. Es tierra de nadie, salvo que queramos llamar propietarios de la tierra a los que en ella mandan y abusan. Alguien debe ocuparse de la gente que en esos infraestados sufre y malvive sin esperanza. La ayuda económica está muy justificada ante emergencias como las de ahora mismo y mientras la administren organizaciones de fuera, para que, como tantas veces, no se la coman los gobernantes corruptos hasta la médula. ¿Puede tener propiamente gobernantes un Estado fallido, un Estado de filfa?
De ese territorio y de esa gente ha de hacerse cargo en serio la sociedad internacional, aunque para ello haya que inventar nuevas categorías jurídicas y jurídico-políticas y aunque se tenga que aplicar la fuerza contra la resistencia de los que dentro se aprovechan y quieran aferrarse -para seguir forrándose- a soberanías y cuentos. Que existan numerosos precedentes rechazables de colonialismos, imperialismos, protectorados y variadas explotaciones no puede ser excusa para que abandonemos a tantos a su triste suerte, fuera del mundo de las personas con derechos mínimos y dignidad igual. Ésa es la peor solución, y, entre males, se debe elegir el menor.

15 enero, 2010

Estamos en la Champions, y yo con estos pelos

Pues resulta que en un amable correo electrónico se me comunicó el otro día que este blog había sido seleccionado como unos de los veinte entre los que se elegirá por votación el mejor blog jurídico del 2009. Agradable noticia, y sorprendente. Lo que voy a fardar en el pueblo.
No tengo mucha idea -¡siempre igual!- de quién lo escogió (¡gracias!) ni de qué pasa con el concurso en cuestión, pero me dicen que se dirime a voto limpio estos días, y aquí al lado está el icono correspondiente.
Yo sólo puedo pagar unas copas (con tapa) en León si quedamos bien clasificados. Si alguien se anima...

¿Homenajean a Miguel Hernández?

Veo en El País los fastos que se preparan con motivo del centenario de Miguel Hernández. Enésima aberración, a juicio de este modesto lector antiguo de sus versos.
Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.
Ay, aquellos vientos del pueblo convertidos en ventosidades de concejales, ocurrencias chuscas de buscavidas de la cultureta, abrevadero de chotos mansos y afeitados.
Todo es bueno
y lo hacemos malo
con nuestro veneno
Se van a levantar un día de estos unos cuantos poetas y, a latigazos, van a sacar del templo a tanto fariseo y van a reclamar en verso libre, muy libre, que se liberen sus poemas, que se eche al mar con una piedra al cuello a tanto ilustrado sin lustre, a tanto crítico acrítico, a toda esa reata que vive del poema ajeno, que usurpa, que se lucra, que cultiva la impostura con cara de esotérico extreñimiento.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Ah, no? Pobre Miguel. Sí medran, sí. Tú los conocías ya.
Hombres veo que de hombres
sólo tienen, sólo gastan
el parecer y el cigarro,
el pantalón y la barba.
En el corazón son liebres,
gallinas en las entrañas,
galgos de rápido vientre,
que en épocas de paz ladran
y en épocas de cañones
desaparecen del mapa.
Bien está el homenaje a su memoria. Pero a su memoria.
Yo trato que de mí queden
una memoria de sol
y un sonido de valiente.
Qué pensaría él de ser pretexto, pasatiempo de niñatos y viejos verdes en hoteles con jacuzzi y en salones con vedettes.
Si cada boca de España,
de su juventud, pusiese
estas palabras, mordiéndolas,
en lo mejor de sus dientes:
si la juventud de España,
de un impulso solo y verde,
alzara su gallardía,
sus músculos extendiese
contra los desenfrenados
que apropiarse España quieren,
sería el mar arrojando
a la arena muda siempre
varios caballos de estiércol
de sus pueblos transparentes,
con un brazo inacabable
de perpetua espuma fuerte.
Van a gastar 2,1 millones de euros para que unos canten y otros hablen y todos, pero todos ellos, coman. Será que perdimos la guerra, pensarías, si aún pudieras pensar. Sí, Miguel, la perdiste y perdida sigue.
Con ese dinero alcanzaría para regalar tus poemas a cada niño de cada pueblo pequeño. Con ese dinero tendríamos para amansar un tiempo el hambre de tantos y, luego de darles de comer, se les podría contar que era un homenaje tuyo, tuyo para ellos. Pero no comerán de tus libros los niños ni los pobres precisamente, no.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y sangre
Las cebollas serán caramelizadas y con reducción de un exótico vinagre, amigo Miguel; los comensales, orondos; los pechos, los de este Estado de alta costura y costurones bien ocultos.
Pues no se les ha ocurrido a los lunáticos ni más ni menos que mandar tus obras a la luna y han contratado una empresa estadounidense que se llama Celestis para que se los lleva allá. Dicen que era tu sueño, ellos leen así. Se te ocurrió escribir aquello de Perito en lunas y a los desocupados les ha parecido idea muy a tu medida el invento. Si tuvieras una obra que se llamara "Perito en tierras", recalificarían unas fincas y luego te enterrarían de nuevo en ellas bajo un rascacielos diseñado por Santiago Calatrava. Todo por la poesía y por los poetas muertos. Y el vivo al bollo.
Te explotan, poeta, porque ya no puedes explotar, porque ya te mataron otras veces. Triste rutina. Soñaré esta noche que aún les clavas unos versos en la soberbia y que, tranquilo, vuelves a tus montes, con la gente.
Fatiga tanto andar sobre la arena
descorazonadora de un desierto,
tanto vivir en la ciudad de un puerto
si el corazón de barcos no se llena.
Angustia tanto el son de la sirena
oído siempre en un anclado huerto,
tanto la campanada por el muerto
que en el otoño y en la sangre suena,
que un dulce tiburón, que una manada
de inofensivos cuernos recentales,
habitándome días, meses y años,
ilustran mi garganta y mi mirada
de sollozos de todos los metales
y de fieras de todos los tamaños.

14 enero, 2010

Congruencia

(Publicado hoy en El Mundo de León)
Hay consejos que se agradecen por el sacrificio y la generosidad que a los consejeros se les suponen. Sin ir más lejos, me encanta escuchar las recomendaciones de esos expertos en Bolsa que, al parecer, conocen hasta los más íntimos detalles de las subidas y bajadas de las cotizaciones y que cada día nos explican aquello de que es muy buen momento para comprar acciones de tal sociedad o vender las de tal otra. Podrían hacerse ricos usando su ciencia nada más que en beneficio propio, pero, solidarios y benéficos, prefieren compartirla con nosotros y que todos nos aprovechemos. Si yo tuviera unos duros para invertir, no les haría caso ninguno, pero no por desconfianza o descortesía, sino porque me daría apuro forrarme gracias a su docto consejo, mientras ellos, criaturas, siguen sufriendo para pagar sus propias hipotecas.
También me emocionan una barbaridad esos defensores de la familia, sección familia cristiana, que han decidido no fundar ellos ninguna, para que no los distraigan consortes ni los incomoden descendientes reconocidos, pero que, sin embargo, nos ruegan a los demás que nos multipliquemos a troche y moche y nos entreguemos con esmero a la célula básica de la sociedad. En mi juventud nos hablaban mucho del sexo y de su recto y adecuado uso algunos de tales personajes que, digo yo, carecen de experiencia personal reseñable en la materia, pues hicieron voto de castidad. Aún me duele la espalda cuando me acuerdo de que a los muchachos nos amenazaban con que se nos secaría la médula espinal si nos permitíamos alegrías en solitario. Luego de algunos de ellos supimos lo que supimos.
Y qué decir del empeño de las autoridades españolas para fingir que se colocan en cabeza de la lucha contra el cambio climático, cuando hasta el apuntador sabe que aquí no cumplimos ni de lejos el Protocolo de Kioto. Todos igual, a Dios rogando y con el mazo dando.
Con tanto precedente y tanta guasa, no sé por qué la gente se escandaliza porque Zapatero afirme que desde la Presidencia de la UE va a procurar que se sancione a los Estados que no cumplen los objetivos de la política económica común. No entiendo por qué se molesta todo el mundo, la verdad. Será que no saben de nuestras bromas.

13 enero, 2010

¿Está en bancarrota la Universidad? Por Mercedes Fuertes*

(Publicado ayer en El Mundo de León).
Negros titulares han destacado la gruesa deuda que pesa sobre la Universidad de León. ¡Más de veinte millones de euros! Quizá algo más, pues todavía los profesores no hemos podido conocer los detalles de la auditoría que ha realizado la Administración autonómica. Espero recibir pronto estos datos para advertir la exacta situación y las medidas que se van a adoptar. Mientras esa información llega, dos consideraciones me gustaría realzar.
Es la primera la idea de que esa cifra tan abultada no debería conducir a declarar la bancarrota de la Universidad. Una situación similar en cualquier empresa originaría gran preocupación y probablemente conduciría a su ruina. Pero la Universidad no es una empresa, aunque algunos ignorantes pretendan confundir los fines universitarios. Y es que una gran marea de conceptos económicos como la rentabilidad o la competitividad está inundando los campus universitarios para anegarlos de vulgaridad. Esos términos, tan importantes en las prácticas mercantiles, tan relevantes para el buen desarrollo de los mercados, no tienen nada que ver con los saberes universitarios, que son aparentemente improductivos. Sorprende que haya que tener que recordar que en la Universidad deben acogerse estudios e investigaciones bien diversas, sean o no inmediatamente rentables, ya traten de las lenguas clásicas, la biotecnología, la computación e inteligencia artificial, la historia medieval, etc. De estas y otras muchas especialidades hay profesores excelentes en la Universidad de León, ajenos a las falsas modas mercantiles y que tratan de dedicar su tiempo al estudio y no a rellenar formularios o comparecer en reuniones vagas.
La Universidad no es una empresa, aunque haya muestras mercantiles, como la que ahora impulsa a jubilar a los maestros de sesenta años para sustituirlos por profesores muy jóvenes, como si en lugar de una Universidad estuviéramos en un centro comercial que debe rejuvenecer su plantilla. Es muy triste advertir el puente de plata que se ofrece a aquellos profesores que estudiaron en el extranjero, que enseñaron en varias Universidades, ¡que hicieron oposiciones públicas y nacionales! ahora desaparecidas. Con sólo sesenta años se les empuja a dejar una Universidad porque se quiere tener una cara joven, como si hubiera que preparar un anuncio.
Me preocupa pues, esa concepción de la Universidad como empresa pues su consecuencia sería la bancarrota.
Pero más me inquieta un segundo aspecto sobre el que tengo abiertos varios interrogantes. ¿Cómo se ha llegado a esta situación? ¿qué medidas se van a adoptar?
Por supuesto que defiendo la honorabilidad de los anteriores y los actuales gestores de la Universidad, porque rechazo que esos millones de euros se hayan ido por el sumidero de la corrupción, de la apropiación indebida o de la malversación de fondos públicos. No creo que en las modestas prácticas universitarias haya entrado el veneno de la tonta ostentación y de aprovecharse personalmente de los cargos, que ha viciado muchas actividades políticas. Pero que la situación económica no deba investigarse por un fiscal ni alojarse en la justicia penal, no significa que no haya que saber cómo se ha llegado a esta situación o qué remedios hay que adoptar para corregir la misma.
La Junta de Castilla y León es la Administración responsable, que transfiere los recursos económicos y debe velar por su correcta utilización. El Consejo de Cuentas de Castilla y León tiene la competencia de fiscalizar a las Universidades y, como establece la Ley que regula esta institución: analizar la utilización de sus recursos, el coste de los medios que utilizan para cumplir sus fines, así como “si tales medios se utilizan de la forma más adecuada”. Es este Consejo de Cuentas el que debe advertir las infracciones, abusos o prácticas irregulares y concretar las medidas que considere más adecuadas para depurar las presuntas responsabilidades. Porque no hay que olvidar que el manejo de fondos públicos, la utilización de los recursos con los que contribuimos todos los españoles a financiar servicios públicos está sujeto, como no podía ser de otra forma, a la posible exigencia de responsabilidad patrimonial y contable.
Hay pues instrumentos para identificar las infracciones o errores y adoptar medidas que corrijan la grave situación económica. La Administración autonómica debe actuar. Lo contrario abundaría en la irresponsabilidad del ejercicio de las funciones públicas. Y eso sería más que la bancarrota, sería la quiebra del sistema público de responsabilidad.
* Mercedes Fuertes es catedrática de Derecho Administrativo de la Universidad de León.

12 enero, 2010

Al hilo de la sentencia contra los periodistas de la SER

Después de leer en El País la diatriba de Juan Luis Cebrián contra la sentencia que condenó al director y al subdirector de informativos de la SER por un delito de revelación de secretos y, sobre todo, contra el juez autor de la misma, Ricardo Rodríguez Fernández, me animé al fin a echarle un vistazo al texto de tal resolución.
Reconozco que parto de una sensación de malestar por el desequilibrio evidente que se suele dar en materia de conflicto entre el derecho de los medios de comunicación a informar y ciertos derechos de los ciudadanos, como los atinentes al honor, la intimidad y la propia imagen. En mi opinión, son más que abundantes las sentencias en que los jueces y tribunales vienen otorgando una excesiva prioridad a los medios de comunicación, a base de ponderaciones que dejan en papel mojado y poco menos que caricaturas aquellos derechos de los ciudadanos de a pie, con el agravante de que en tales casos no se escuchan en las radios ni se leen en los periódicos críticas por semejantes desmanes. La condena de un periodista o un medio desencadena de inmediato una virulenta reacción corporativa, mientras que, cuando es el ciudadano común el que sale perdiendo malamente, nadie se echa las manos a la cabeza con eco suficiente en la opinión pública.
Ahora bien, en este caso hay que leer la sentencia. Más allá de las complejidades técnico-penales, de las que tienen que ocuparse los especialistas y que a mí en buena medida se me escaparán, y más allá del concreto contenido del fallo condenatorio de los periodistas en este caso, esta sentencia es reveladora de un problema muy grave de la Justicia en nuestro país. Me refiero al modo como está escrita y al tipo de razonamientos que contiene. Lo que no puede ser no puede ser. No puede ser que haya jueces, tantos jueces en realidad, que escriban así y que argumenten de esta manera. No pueden nuestros derechos, nuestras vidas y haciendas, estar en manos de jueces y magistrados que en sus sentencias incurren en desaguisados gramaticales, conceptuales y argumentativos de este calibre. Por supuesto, hay de todo, como en botica, pero hablamos de una preocupante tasa de desatinos. Dicho sea con el debido respeto.
Para mayor inri, no parece que estemos ante un juez ajeno al estudio y el trabajo doctrinal, pues basta echar un vistazo en Dialnet para comprobar que ha publicado una buena lista de trabajos en materia penal y procesal penal, aunque habría que leerlos y no he leído ninguno. Entonces, ¿qué ocurre? El diagnóstico de la situación general es muy complejo, pero no estará de más apuntar algunos factores.
En primer lugar, tenemos lo que podríamos llamar el descrédito y la trivialización de la dogmática jurídica. En estos tiempos, y cada vez más, los árboles de los derechos fundamentales no dejan ver el bosque de la legalidad y de su estudio sistemático por la dogmática jurídica, en este caso por la dogmática penal. En un caso como el que a título de ejemplo nos ocupa, se tendría que partir de una muy depurada consideración sobre el alcance y la interpretación de las normas con que el artículo 197 del Código Penal construye, matiza e interrelaciona los diversos tipos penales de revelación de secretos. ¿Qué vemos, en cambio, en la sentencia, como en tantas otras de tantos otros temas? Unas apresuradísimas, caóticas y muy oscuras disquisiciones sobre las partes de dicho precepto, un revoltijo de consideraciones con aire de improvisación y de construcciones ad hoc. sin encomendarse a más sistema ni más autoridad doctrinal que la imaginación del juez.
En segundo lugar, nos estamos muriendo de sobredosis de derechos fundamentales. Diga la ley lo que diga, en cualquier pleito es posible acabar reconduciendo la situación a un conflicto entre derechos fundamentales y, tal como hoy se estila, dejando atrás toda interpretación seria de la ley aplicable y argumentando sólo sobre cuál de esos derechos fundamentales en conflicto ha de pesar más en el caso. Y pase, pese a mis reticencias sobre la ponderación, cuando se pondera con algo de rigor metodológico y siguiendo los pasos marcados por la mejor doctrina y la mejor jurisprudencia, pero eso no sucede en este caso. Si ya es difícil un buen y mesurado ejercicio de la discrecionalidad interpretativa que todo texto legal (y constitucional, no lo olvidemos) permite, el andar pesando derechos a tontas y a locas no es más que la vía perfecta para que cada juez en cada caso haga de su capa un sayo y acabe dando la razón a quien más simpático le resulte o condenando a quien peor le caiga. Porque si alguna “ley” podemos constatar, como dato empírico, en tal contexto es la siguiente: jamás de los jamases pondera un juez con resultado contrario a sus preferencias ideológicas y personales, y siempre que con tan grande amplitud decide, puesto que de pesar sin balanza se trata, hace pasar por dictado objetivo de la Constitución material y de su reparto de derechos lo que no es otra cosa que su particular hacer como legislador para el caso. De tanto pesar nuestros derechos, nos los están matando poco a poco, y lo escaso que de sólido tienen en la letra de la Constitución se vuelve gaseoso, inasible.
Lo uno más lo otro, el descrédito de la mera legalidad, el desprecio y abandono de la buena dogmática y la hipertrofia de constitucionalismo material dan estos resultados: que los jueces deciden lo que les da la gana, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo y sin tomarse mayores molestias para argumentar con una solvencia mínima y de manera al menos comprensible y razonable. Al fin y al cabo, se trata de hacer justicia a secas en el caso, trasladando al fallo los dictados de unos derechos que contienen más o menos de lo que de ellos en la Constitución se dice y que se pesan y sopesan en el magín del juez con pretensiones de que se descubre su valor objetivo y su indudable resolución para el asunto que está entre manos.
Si del texto de la ley puede hacerse un monigote a voluntad y si la Constitución se ha convertido en un ente metafísico que habla nada más que al oído de los que llevan toga (sea la toga judicial o la académica), el juez se torna en señor absoluto, y cuando motiva su fallo se puede permitir las mejores alegrías o las mayores ligerezas, pues, al fin, bastará con su convicción de que hace lo justo y necesario y todo lo demás es adorno y pérdida de tiempo. ¿Y los ciudadanos? Los ciudadanos, ante esa justicia esotérica y evanescente, casuística y caótica, tan pretenciosa en la sustancia como iletrada en las formas y los fundamentos, volvemos a sentirnos como aquellos individuos que acudían al Oráculo de Delfos a escuchar a la incomprensible pitia en éxtasis o cuya vida dependía de los arúspides que interpretaban el vuelo de los pájaros o las entrañas de las bestias: pequeños, inermes, impotentes. La Justicia cada vez se parece más a la hechicería y los jueces se revisten de nigromantes.
¿Soluciones? Desde la carrera en las Facultades hasta la Escuela Judicial, hay que procurar antes que nada que los que van a dictar sentencias sepan leer correctamente, comprendiendo, y escribir con propiedad. Que aprendan a razonar por escrito, a argumentar como es debido y esperable entre seres razonables y para seres razonables. Y que estudien, claro, que no dejen nunca de estudiar, en general y para cada caso.
Pase que la oposición para la judicatura sea fundamentalmente memorística, mientras no se dé con un proceder alternativo mínimamente objetivo, pero hace falta algún ejercicio adicional que filtre para que no sea únicamente memoria lo que el juez de mañana demuestre. Y, por supuesto, a la Escuela Judicial le correspondería controlar del mismo modo. Decidir en Derecho es jugar con fuego y no puede hacerse de cualquier manera ni debe ser cometido del primero que pase y empolle un temario o se cuele por un turno especial. Y eso por no hablar de sustitutos y suplentes.
Tampoco estaría mal que, a la hora de dirimir ascensos en la carrera judicial, existiera algún comité u órgano completamente independiente que calificara en función de la calidad de las sentencias, no sólo por su cantidad ni, mucho menos, como es obvio, por el contenido de los fallos y a quién den la razón.
Hasta aquí la perorata. Vean ustedes mismos la sentencia y ya me dirán. A mí hoy no me alcanza el tiempo para más.