08 mayo, 2010

Oídos que no quieren oír

Puede que sea una actitud humana muy comprensible. Se vive mucho mejor en la inopia, se está mucho más relajado sin pararse a pensar cuánto cambalache nos rodea. Pero, con todo, no dejo de sorprenderme.
Tampoco es descartable que sea uno mismo el que anda como unas maracas y que esas miradas que ponen tierra de por medio sean el resultado de un diagnóstico certero: está muy loco éste que así habla y más convendrá no hacerle caso y fingir gran prisa para salir pitando.
Sí, siento que a veces los amigos me rehuyen. Cielos, esto sí que parece grave. Pero vamos a aclararlo en lo que se pueda. No me refiero al acontecer cotidiano y los encuentros comunes, ahí marcha todo más o menos, sin gran novedad. Cuando las cosas se complican es al tomarse unos vinos y empezar a hablar en serio y a opinar con verdad. Sin careta ya no me desean, mecachis.
Sé que me he vuelto un bocazas. Quiero decir, lo que muchos juzgan como un bocazas: alguien que al hablar apea determinados tapujos. Podría poner ejemplos de diferentes campos y de variado grosor, pero en este instante sólo me interesa referirme a los asuntos sociales. Y lo mejor será que trabajemos con ejemplos.
Pongan que en un grupo de amiguetes y colegas se está hablando de la universidad. Lo de siempre, que si andamos mal, que si qué fastidio, que si Bolonia. Es decir, lo reglamentario, tópicos a mansalva, material de relleno. A veces la crítica repetida es una manera más de evitar la crítica, y el acuerdo en el desacuerdo supone una manera maja de no buscarse problemas. Si todos dicen que fatal Bolonia, yo digo también que horrible y todos contentísimos: joer, qué críticos somos, y qué inconformistas. Auténticas fieras. Eso sí, se suele emplear el impersonal (“SE invierte mal el dinero”, “no SE regulan bien las acreditaciones, “SE está bajando en exceso el nivel de las asignaturas), para que nadie se ofenda. Como cuando antes culpábamos de todo al sistema. Mientras las culpas sean de alguna entelequia, nosotros tan tranquilos como aparentemente disconformes.
Y en ese punto es donde a un servidor suele cruzársele el cable. Por ejemplo, supongan que estamos todos mostrando nuestra indignación porque bajan las partidas públicas para investigación y para proyectos de tal. Es posible que a mí me salte el pistón y me ponga a contar a mis interlocutores que lo que pasa es que hay muchísimo investigador principal robando a manos llenas el dinero de los proyectos. Miradas de perplejidad, un paso atrás, consultas del reloj para ver qué hora será y si no habrá ya que irse a cenar en casa. Pero uno, ya embalado, sigue, aunque nadie le pregunta detalle ni le pida mayor aclaración. Uno sigue y narra que es un chollazo eso de poder destinar los dineros de los proyectos de investigación a viajes y dietas y que qué maravilla que baste que uno mismo declare que estuvo en París tres semanas buscando bibliografía a la orilla del Sena y que con eso se cobra lo que haya costado el avión, el hotel y las dietas diarias, que en el extranjero suponen una pasta. Y que eso es robar y que eso es una porquería y que suele pringarse hasta el lucero del alba. Al acabar la filípica, ya no queda alrededor ni el gato, todos tenían que ir en ese instante a recoger a sus niños que salían del colegio a tal hora, a las nueve de la noche.
Dirán ustedes que pasará así cuando uno se explaya de tal guisa con los investigadores que dan el palo y que claro, cómo se lo van a aguantar. Falso. Si uno habla a los tahúres puede pasar que se queden o que se vayan, pero normalmente no se ruborizan ni dejan de estar tan panchos. Es más llamativo lo que sucede cuando esas cosas se las cascas a los mindundis, con todas las pruebas que sean del caso. Son los mindundis, los inadvertidos, los del montón, los felices e indocumentados, los que menos quieren saber. Porque a ellos les encanta sentir que forman parte de un mundo más o menos ordenado, con algún que otro incidente lamentable acá o allá, pero mundo básicamente aceptable y majo. Si son profesores de universidad, se hinchan al poner el oficio en su tarjeta o declararlo a los cuñados o a los vecinos: soy profesor de universidad. Y, claro, no pueden asumir que también en la universidad hay mucho ladrón, mucho chorizo y mucho cabronazo, aunque exista de todo. Pero que entre los que trincan, los que escaquean y los que callan por interés y para ascender con la boca llena, el ambiente general es de club de carretera de medio pelo. ¿Ven? Huy, por Dios, cómo puedes decir eso. Y uno estaría dispuesto a discutir indicios, valorar pruebas y precisar porcentajes, pero no hay con quien. Todos salen corriendo porque se vive mejor en Babia. Yo enseño en la Facultad de Ciencias del Despiste de Babia, parece que nos dicen con su actitud. Que les aproveche.
Era solamente un ejemplo. El tema no tiene por qué ser la universidad. Puede tratarse de cuestiones municipales, de política nacional o del ejército. Juicios del tipo “está todo muy mal”, “no sé adónde vamos a parar”, etc. son admitidos y compartidos con gesto de complicidad y tómate otra caña. Pero intenta mostrar las pruebas que tienes de que ese concejal que conocemos roba, y descubrirás que a tu compañero de conversación se le acabó el tiempo o le vino la tos y ha de ir corriendo a la farmacia.
Tengo para mí que algo de los males del país se explica también por esa actitud tan extendida, por ese no querer saber nada que nos comprometa ni conocer dato ninguno que haga que nuestros juicios tengan toma a tierra, en lugar de moverse en los más evanescentes lugares comunes. ¿Será por comodidad? Puede. Pero más que nada hay cobardía. No queremos saber para no tener que actuar. ¿Debería yo denunciar a ese compañero que mete la mano en la bolsa y se lleva los bocadillos de todos? Ay, mamá, qué violencia. Miro para otro lado y me hago el tonto. Soy tonto. Soy una piltrafa. Una piltrafilla feliz. Y a lo mejor se caen unas migas de la mesa de don Corleone y me dejan lamerlas en el suelo. Soy un perrillo. Guau, guau. Miren cómo muevo mi colita. Qué ricura de ciudadanito. ¿De qué raza es?

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Cierto,cierto, por comodidad, porque les conviene, por no complicarse y que les pueda perjudicar de alguna manera...por lo que sea.Pero cierto, cierto lo que expones.

Antón Lagunilla dijo...

Es curioso. He aquí un refrán de mi abuelo, nada menos: "si quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho, no analices".

O sea: hace un montón de años ya estaba el patio como ahora está. País.
Saludos.

ABP (LPD) dijo...

Es realmente cautivador lo de los proyectos de investigación. Al menos, en el ámbito que conozco, que es el de las Ciencias Sociales y, más en concreto, el Derecho. Creo que no pasaría nada, ni padecería el país, ni la ciencia, si se eliminaran, directamente, todos ellos.

Si, en vez de ello, se eliminaran y se dedicaran la mitad de los fondos a dárselos a los bibliotecarios de las facultades para que compraran más libros y recursos bibliográficos, no es que la ciencia y el estudio no padecerían, es que se verían notablemente mejorados.

¡A ver si hay suerte y con esto de la crisis alguien se atreve a actuar!

(No caerá esa breva)

Merlucillo dijo...

Deshaciéndonos de las mordazas le diré que lo que a mí me parece que sucede en este nuestro país es que nadie se atreve a poner en cuestión los comportamientos ajenos, porque ello supondría abrir la puerta al cuestionamiento de los propios. Cuando el "pillaje" de dietas, subvenciones y demás modalidades de dinero público está tan generalizado, socializado diría yo, no debería descartarse que nuestro interlocutor lo único que pretenda sea no tener que enfrentarse a su propia contradicción entre su comportamiento y el que debiera exigirse a cualquier miembro de la comunidad (algo muy humano, por otra parte). Creo que ese es precisamente nuestro defecto: no tenemos ese sentido comunitario que de alguna manera nos coaccione y nos conduzca a actuar según los dictados de lo que la sociedad entienda que es el comportamiento correcto. Un poco de presión social haría que unos cuantos al menos se lo pensaran antes de actuar de determinada forma. Mientras se entienda que las dietas son un sobresueldo y no un derecho del que el trabajador que ha de desplazarse en razón de su trabajo; mientras los proyectos de investigación engrosen currículos para producir nada y, en el mejor de los casos, comprar algunos libros; mientras no seamos conscientes de que el dinero público es también nuestro y que robándolo nos robamos a nosotros mismos, no hay nada que hacer.

Pero estamos a tiempo de cambiar las cosas. Por ejemplo, pensemos en modificar nuestro lenguaje antes de hablar de "trincar" dietas (por no sugerir que convirtamos este foro en un Trincadores Anónimos y nos pongamos todos a enumerar nuestros excesos cometidos contra la sociedad; eso sería lo mejor, pero me temo que no sucederá: los cambios, de a poco). Ya me dirá usted qué opina.

Juan Antonio García Amado dijo...

Gracias por los comentarios, que me interesan mucho, pues este tema sí me lo tomo bien en serio y me afecta por ahí adentro.
Estoy de acuerdo con todo lo que han dicho. También con lo suyo, Merlucillo, aunque no entiendo del todo la intención de la última frase y el matiz sobre si debemos o no decir "trincar".
¿Que deberíamos quitarnos la máscara del todo y hacer confesión de lo que cada uno "trinca"? No estaría mal, puede que no. Entre otras cosas, porque es probable que nos sirviera para llegar a una conclusión: falta autoridad; falta autoridad legítima que haga lo que corresponde a la autoridad legítima. Por seguir con los temas de la universidad y sólo a título de ejemplo: falta autoridad universitaria que expediente y meta el paquete correspondiente al sinvergüenza que falsifica papeles para llevarse las dietas.
La mayoría de la gente es débil y no quiere quedar por tonta. A muchos les dicen que mire, que si quiere puede llevarse los billetes grandes del cepillo de la iglesia y que nadie lo verá ni le dirá nada. Habrá quien aguante la tentación; otros no.
Ahora miren esto que pasa en mi universidad. Se organizan los nuevos planes y grados y a cada profesor se le permite decir si quiere un grupo de enseñanza o dos, si desea explicar más horas o menos, si prepara las clases en serio o va al aula a hacer el chorras y luego aprobado general. Pasa lo previsble: la mayor parte opta por lo cómodo. ¿Solución? Rector que dijera: mire, estimado Dr. X, o explica usted, y como es debido, sus ocho horas semanales, o me lo pulo y lo pongo a limpiar los baños hasta que complete su dedicación. Pero no pasa eso, descuiden. Somos divinos. Somos intocables.Y el rector necesita nuestros votos. Pues está todo dicho.

Merlucillo dijo...

Veamos... a lo que me refería es a que muchas veces (por no decir siempre) el lenguaje denota un contenido implícito. "Trincar" dietas implica entenderlas como algo que no nos es debido, como un enriquecimiento "por listo que soy", en lugar de por el derecho que me asiste. Claro, cosa distinta es irse a París a trabajar, de lo que se deriva tal derecho, a irse sencillamente a aparentar (por decirlo finamente), de lo que se colige un "trinque". El caso es que creo que el problema está muy arraigado en nuestra sociedad, de alguna manera porque TODOS SOMOS CÓMPLICES, de ahí que mi propuesta sea la de exponer públicamente las faltas propias para así poder afear a los demás las que cometen. Si no reconocemos las nuestras, aquel al que le apuntan con el dedo acusador se refugiará en el ya bien aprendido y español "y tú más".

En definitiva, que hay que impulsar un cambio social, un cambio profundo en la mentalidad. Y seguramente no lo verán nuestros ojos, pero por intentarlo que no quede. La otra opción es seguir como estamos, improvisando toses y compromisos previos cuando nos sacan estos temas. Y que el ejemplo social sigan siendo Giles, Campses y Zaplanas (y Roldanes, para poner ejemplos del otro lado, que ya se sabe que en estos tiempos toda argumentación fundada puede quedar invalidada por razones procesales como la falta de ecuanimidad).

Ruben dijo...

El problema es que a quien "no trinca" se le tiene por tonto, que tonto..¿porque no lo hace como los demás? No tiene habilidades, para "trincar" hay que ser hábil,si ese no lo hace es que, sin duda, es más tonto que los demás. Todo un logro,que un profesor universitario,diga abiertamente lo que pasa y lo que hay; que todo el mundo sabe pero que nadie dice tan claro.