28 junio, 2010

Nuestro hombre en Helsinki (4). Por Fernando Losada

¡Aloha!

Hace dos meses que puse mis pies en tierras finlandesas. Dos meses que no sabría decir si se me han pasado volando o han cundido como una experiencia de un año y medio. No, lo cierto es que estoy falto de todo tipo de referencias, tanto espaciales como temporales. A ver cómo os lo explico... Vamos a empezar por el espacio. En España tenemos la suerte de tener el Sol como punto permanente de referencia. Sí, como buenos boy scouts sabréis que siempre sale por el Este y se pone por el Oeste, así que si estáis en una ciudad desconocida, simplemente consultando un mapa, mirando al Sol e, importante, controlando un poco si os habéis levantado con el amanecer, podéis orientaros perfectamente. Pero aquí, amigos, todo es distinto. Nada que no supiera al venir, pero hasta que no lo vives no te trastoca. Sí, porque aquí el Sol en esta época del año sale por el norte/noreste, cruza todos los puntos cardinales habidos y por haber y se pone dos o tres horas por el noroeste/norte. Es tal el desbarajuste que ni el musgo sabe hacia dónde debe orientarse para crecer... Deberían haber publicado un número especial de los Jóvenes Castores adaptando todas las técnicas de orientación y supervivencia a las tierras del norte. Yo lo hubiera agradecido.

Pero eso no es lo peor, ni mucho menos. La cosa se pone peliaguda cuando uno piensa en las referencias temporales. Porque, como digo, aquí el Sol cruza todos los puntos cardinales, pero nunca alcanza la vertical. Es decir, que parece que durante todo el día son las once de la mañana. Y claro, uno va con la energía a tope durante 20 horas durante tres días seguidos y se dice "wow! cómo cunden aquí los días", pero a la siguiente semana está fundido, y no consigue comprender cómo es que la mañana se alarga tanto y nunca llega el mediodía. Tampoco ayuda nada que esta gente se ponga a comer a las doce de la mañana (las once en España). A mí es que no me entra nada a esa hora, así que me quedo trabajando un poco más, pero claro, cuando yo como en la universidad la gente está con la merienda o la cena. No he conseguido aun adaptarme a los horarios (y eso que sólo hay una hora de diferencia). Supongo que cuando llegue el invierno y apenas haya luz la cosa será distinta...

Pero, como digo, hay muchos factores que no contribuyen nada a que deje de flotar en el espacio-tiempo finlandés. Uno de ellos es la comida en la universidad. Soy defensor de los restaurantes universitarios y comedores sociales, he comido buena parte de mi vida en ellos y he sobrevivido sin mayores problemas. Incluso es posible hacer rancho de calidad (unas lentejas en cantidades industriales no tienen por qué estar malas; preparar tropecientos pimientos rellenos es otra cosa, claro). Pero lo que me parece inconcebible es cómo organizan las cosas alimenticias estos señores. Veréis, resulta que aquí lo que se estila en los menús universitarios es tomarse una ensalada y un segundo plato. El postre es opcional. La idea en principio parece buena, pero si la variación en la ensalada consiste en poner unos días maíz y otros frutos secos manteniendo la lechuga, el tomate, la remolacha y la salsa césar, la cosa se vuelve monótona. Y qué decir del plato fuerte... pues que siempre consiste en arroz o patatas cocidas más lo que toque. Sé lo que estáis pensando, "no tiene por qué ser tan malo", pero lo es, porque "lo que toque" aquí significa una salsa que le da sabor al arroz. Es decir, que si tenemos estofado de ternera, pues es una cucharada de esa salsa con la que recubrimos el arroz; si son boquerones del báltico, lo mismo; y así hasta el infinito (aunque cuando hay salmón se esmeran y no lo ponen "en salsa", sino que tienes un trozo reconocible y visible ante tus ojos -acompañando el arroz o las patatas cocidas, claro). El resultado es que uno tiene la sensación permanente de déjà vu, lo que unido al desconcierto temporal empieza a resultar pesadito. Si a eso le añadimos que por la calle se ven unos coches de hace cincuenta años extremadamente bien cuidados (se queda uno pasmado mirándolos, y eso que yo soy lo más distante que pueda imaginarse de un fanático de los coches), uno comienza a preguntarse si no le habrá engullido una puerta espacio-temporal durante el vuelo a Helsinki...

Para más inri, Massimo, mi compañero de piso, ha recibido la visita de su novia y se han ido a recorrer el país, de modo que he estado a mis anchas por aquí. Nada malo, claro, pero si a eso le unimos que aquí San Juan (el midsummer o Juhanus) lo celebran desapareciendo de la ciudad y largándose a sus cabañas en los innumerables lagos del país, la cosa se pone tremenda. Porque en los últimos tres días ¡ni los cines estaban abiertos! Algo espeluznante para un cinéfilo. Si los cines cerraban, imaginaros el resto de actividades comerciales... ¡cero patatero! Y así estaba yo estos días, sin nadie a quién hablar, sin saber qué hora era, sin poder decir dónde estaba el norte simplemente mirando al Sol... Menos mal que me quedaba una referencia a la que aferrarme como un clavo ardiendo: el Mundial. Las cinco de la tarde llegaban cuando comenzaba el partido, porque lo que es el Sol no llegaba a mostrarse ni pelín decaído. Y a las nueve y media... pues más de lo mismo: el Sol en el mismo ángulo pero un poco más allá... Menos mal que tenemos Mundial, porque flotar solo por el éter finés, sin tener a quién hablar y dándole a la cabeza todo el día (es mí trabajo, qué le voy a hacer) puede resultar especialmente nocivo. Me di cuenta de ello cuando, de camino a la universidad, iba yo pensando en cosas que contaros en este correo: que si fíjate la arquitectura del museo de arte contemporáneo, que qué cosas se ven por la calle, que cómo la naturaleza llega hasta el corazón de la ciudad... y alguno de vosotros pensará que qué afortunado, que qué vida interior tan rica que tengo. Pues que sepáis que de la vida interior rica a volverse tarumba por estos lares hay un paso. Y muy corto.

Y para acabar este informe voy a ponerme un poco serio (más aun) y a trasladar esta idea de "carezco de toda referencia a la que aferrarme" a nuestra realidad política y social. Acabo de terminar de leer el último libro de Tony Judt, "III fares de land", y sólo puedo aconsejaros que os lo leáis tan pronto como podáis. Para los despistados que floten en el éter aun más alto que yo, les diré que este historiador hila muy fino. Ya lo hizo en su mastodóntico (en cuanto a lo excepcional de su contenido) "Postguerra", en el que explicaba como nadie la historia europea de la segunda mitad del siglo XX. Ahora se ha dedicado a interpretar los acontecimientos pasados de modo que puedan arrojar luz sobre muchas de las cosas que suceden en la vida política hoy en día y que nos producen esa sensación de azoramiento, cuando no de desazón. No es tan fácil explicar en un librito cuál es la relación (no sólo histórica) entre el estado de bienestar, el individualismo, la globalización, el capital, la moral y demás. Al leerle uno tiene la sensación de que lo que dice no es nada nuevo, pero lo importante es que hay una verdad de fondo en la sutil relación que va trenzando entre cada uno de los elementos, y que llega hasta nuestros días. En un momento en el que todos tenemos la sensación de que las cosas "nos suceden", de que no tenemos el control (ni podemos llegar a tenerlo) acerca de cómo funciona la sociedad, y mucho menos el mundo, Judt nos devuelve la confianza planteando las preguntas clave. Y, lo más importante, consigue hacernos sentir que en nuestra mano está cambiar las cosas porque, por fin, las comprendemos. No es poco.

Me temo que a pesar de mis esfuerzos este último párrafo no ha conseguido plasmar el entusiasmo que me ha despertado el libro. Ya me diréis cuando lo leáis (el libro, no el párrafo). En cualquier caso, yo ya estoy trabajando para cambiar el mundo. Pasito a paso, pero en ello estoy. Ya os contaré...

¡Un abrazo muy fuerte a todos!

1 comentario:

Pepito dijo...

Muchas gracias por la recomendación del autor y el libro. Sólo una pequeña errata.

El título es "ill fares the land".

Me he vuelto loco buscándolo porque creía que lo primero era un tres en romano (III) y el "de" era en realidad un "the".

Saludos