30 noviembre, 2010

Malditas musiquillas

No soy un refinado melómano (ni melómano ni refinado) ni un experto en música culta o de la otra. Simplemente, me gusta muchas veces estar a lo mío y que no me den la lata. Tampoco me apetece, por lo general, ser oyente pasivo de las melodías que a otros se les antojan. El silencio es buena compañía y marco ideal para disfrutar de un buen paisaje, un cielo hermoso, una comida apetitosa o hasta los ojos de una morena, por qué no. Pues no, no hay manera. Te obligan a músicas ajenas, te inoculan ritmos que no deseas, te hacen escuchar estrofas que te ponen la sensibilidad en fuga y te llevan a imaginar masacres.

Sevilla, hotel de altos vuelos, restaurante elevado desde el que se divisa un laberinto de calles y tejados y, a media distancia, la torre de la Giralda. Día extrañamente neblinoso, colores plomizos, espesura del aire. En el plato, una merluza del pincho con sensual turgencia en sus carnes; al lado, una copita de buen vino blanco; al alcance de la mano, la última novela de Vargas Llosa. Ando en viaje de trabajo, solo, pero no me digan que, incluso así, no se disfruta un rato largo.

Pues no, para eso ponen la música, para joderte la levitación. Para que no te emociones, para recordarte que eres un mindundi más o que, al menos, deberías serlo, si fueras demócrata y no te dieras esos aires de lírico intelectual. Cuando digo música, ya entienden lo que digo. Cancioncillas de ésas que todo el tiempo riman amor con dolor y corazón con pasión. Como late mi corazón cuando enciendo tu pasión y los besos de tu amor me quitan hasta el dolor. Qué hedor. Prodigios de la creatividad humana. Encima, hasta tendrán los del hotel que pagarle mordida a la SGAE por estos desahogos de grupetes que se deben de llamar cosas tales como Paquí y los Pimpollos o Cochinillos o Jennifer & Kevin Alejandro o yo qué sé.

Ojo, una noche cualquiera, con dos copas -bueno, cuatro- y unos amigos marchosos, un servidor se pone a tararear esas letras pueriles y a mover el cuerpo con semejantes ritmos escolares, sin problema; en vicios peores ha ido uno a pecar más de cuatro veces. Lo que no me explico es por qué en ambientes que se pretenden tranquilos, y hasta sofisticados, castigan a todo quisque con esas músicas en escabeche, quieras que no.

Me daban ganas de preguntarle al maître, nada más que para molestar un poco, si no tenían algo de Mahler. Pero temí que me contestara que no, pero que las coquinas de Huelva estaban fresquísimas. No me extrañaría que fuera otro grupo y que su exitazo actual se titulara “dame tu chirlita, amor, que me alivie este escozor”.

29 noviembre, 2010

Un buen editorial para que nos comparemos los españoles con los alemanes

No se pierdan este editorial que venía en La Nueva España de ayer, el periódico asturiano. Sobre todo, reparen en los datos comparativos, como lo que cuesta comer o comprar un piso en Berlín y en cualquier pueblucho de aquí; y tantos detalles más.
Lean, lean y mediten. Pueden verlo AQUÍ. Se titula Trabajar más y ganar menos, una solución a la alemana.

28 noviembre, 2010

Techo de cristal (y nosotros dentro, en pelota picada)

Acabo de ver fugazmente -siguen los viajes- en El País digital la información sobre esos cientos de miles de documentos del Departamento de Estado de EEUU que van a ir saliendo a la luz estos días, en los periódicos y por obra de Wikileaks. Me asombra, me aterra, me desconcierta.

De lo que se anuncia como noticia en esos papeles nada me llama la atención, no tiene de particular que la diplomacia de cualquier país maneje informaciones, juicios y hasta cotilleos y chascarrillos sobre gobernantes de otras naciones. También el espionaje es tan viejo como las tribus más viejas y todos los Estados han tenido y tienen alcantarillas. Será triste y horrible, pero es así. La diferencia con lo que pudieran revelar papeles similares de la diplomacia española robados al Ministerio de Exteriores de aquí está en que en los nuestros habría, además de maniobras turbias a la medida de la importancia que tenemos en el mundo, muchas coñas con lo buena que está la Bruni, con lo fresco o no del caviar servido en la última recepción en Moscú o con la talla de bragas de la señora Obama; además de mucho encargo del tipo tráeme unas botellas de Burdeos a buen precio o mira a ver si pillas salmón noruego que cueste menos que en Mercadona.

Lo que asusta es lo otro, la desnudez, el techo de cristal. Lo preocupante son las preguntas sin respuesta. Resulta que el país supuestamente más poderoso del mundo maneja con medios subdesarrolados su información más delicada o deja que caigan en manos de traidores. Traidores a ese país, quiero decir. Si resulta que han entrado los piratas informáticos en los sistemas del Departamento de Estado, es para temblar; si lo que sucede es que hay quien, desde dentro, regala o vende esos documentos, es para seguir temblando. Súmese que un Estado supuestamente tan poderoso que no impida, por medios legales o ilegales, que salga a la luz pública tanto papel que lo compromete no es un Estado tan poderoso, ni mucho menos. Es señal de que otros lo son más. Y conste que este juicio lo hago con ánimo puramente descriptivo, como elemental y muy objetivo diagnóstico, no en términos valorativos. Y, en idénticos términos, me temo que si la guerra con el nazismo fuera hoy, Hitler la ganaría, porque ni estos gobernantes son aquellos ni estos pueblos son iguales a los de entonces, y porque, además, el enemigo ahora se emboza de mil maneras sutiles. Y no digo que Wikileaks sea el enemigo, ojo. No sé lo que es Wikileaks, sencillamente, pero me juego las dos manos a que no se trata de una organización filantrópica. A lo mejor las pierdo, vaya.

Las preguntas se amontonan, muchas. Entre las que más me gustaría que me respondieran con rigor está ésta, para la que sé que no habrá contestación propiamente dicha. Por qué los papeles que salen todo el rato son de EEUU y no, por ejemplo -o además- de Rusia, Francia, Arabia Saudí o China. Por qué. Quien tenga ese porqué tiene ahora mismo la clave de cómo y hacia dónde marcha el mundo. Y, ligado a lo mismo, ¿quién pone el dinero que esto cuesta? Insisto, ¿filantropía? No. Hace falta ser muy ingenuo para pensar que es por la importancia que una organización no gubernamental otorga a una opinión pública mundial bien informada y tal y cual. Ja.

Esta vez el Hitler de turno sí ganará la guerra. Y no nos quedará adónde ir, nada. Qué pena tremanda. Pobre Elsa, pobre.

25 noviembre, 2010

¿Vale reírse en medio del drama?

La monda. No pude evitarlo, me entró la floja. Voy con el portátil en el tren, como un hortera del montón, me pongo a mirar las noticias de la noche y doy con esto en El Mundo. Que dicen los del Economist que el destino del euro depende más que nada de Zapatero y que como no acierte y no haga las cosas bien ahora mismo, se va todo al carajo: la moneda única, Europa y hasta la Champions. Que, a este paso y por culpa del de la zeja sin ortografía, hasta las pelotas serán de madera. Las del fútbol, digo.
Que se den por jodidos. A nuestros nietos les quedará ese orgullo y se lo contarán durante las noches de verano, sentados delante de la chabola y abanicándose con un trozo de cartón recién recogido. Dirán que ahí los tienes, descendientes directos del pueblo que se cargó, él solito -o con escasa compañía-, la marcha de todo un continente. No sabrán que a lo mejor los alemanes libraron a su manera o que ahora -entonces- los rusos andan como motos, pues ya no leerán nuestros herederos: apenas saben y no les queda tiempo, tienen que cazar y buscar frutas en los árboles. Pero más contentos... A muchos niños que nacen los llaman José Luis y Pepiño. A las niñas, Teresa y Leire, por ejemplo. Hay también Emilias, pero menos.
Fuera bromas, ya está bien de reírse de las desgracias. Pero espero que algún descendiente de un servidor recuerde a los otros que me pasé años diciendo que el tal Zapatero es un cantamañanas sin principios y más ignorante que aquella burra que teníamos en Ruedes y que se llamaba Cuca, como muchas aristócratas, y que me decían por ahí que hay que ver qué irrespetuoso y que menudo facha andaba yo hecho. La pena es que ahora al hoyo nos vamos todos juntos, los que avisamos y los que lo votaban y decían que jolines cómo mola ser progre por el morro.
¡Que el euro depende de Zapatero! ¡Manda pelotas! Ahora que, por fin, estaba yo dejando de calcularlo todo en pesetas.
P.D.- Sea como sea, y aunque no haya arreglo, atentos el lunes, que ya habrán pasado las catalanas. Como lo primero es el interés general, ya no habrá razón para no hacer algo. ¡Temblemos los funcionarios que no asesoramos pezes gordos! (no es errata, no).

Deprimente

(Publicado hoy en El Mundo de León)
Me he propuesto caminar una horita cada dos o tres días, por lo menos. Algo es algo. Pero lo que de bueno tenga para el cuerpo ese afán de paseante, lo va a tener de malo para el alma, me temo. O tendré que cambiar de rutas. Pues me ha dado por patear algunos barrios o pueblos de las afueras y se me cae el alma a los pies, precisamente. Sin ir más lejos, ayer recorrí con ganas todo Villaobispo, pues en Villaobispo viví dos o tres años hace una década.
Hay todo un poblado nuevo donde antes había prados y caminos por los que yo trotaba. Casas y más casas, asfalto, frío. Las calles son sombrías, la mayor parte de los pisos están orientados para que el sol no les dé a ninguna hora. Eran las cinco de la tarde y las aceras tiritaban desiertas, como en una ciudad fantasma. Cuando, cada tanto, aparecía un niño en bicicleta y se esfumaba otra vez en un recodo, era un sobresalto para el caminante. No vi tiendas, las cafeterías y los bares tenían las persianas bajadas, en bastantes ventanas se leía el cartel de “se vende”.
¿Qué pensábamos? ¿De dónde salió tanto parroquiano que compraba pisos? La población baja, la natalidad desciende y las ciudades se expanden. En efecto, será que las habitan los fantasmas, ahora se ve. El constructor era el héroe local, el modelo para los niños, el ejemplo para las generaciones de mañana. Y si no tenía estudios ni nada, mejor, pues nos anima mucho pensar que sin títulos y con sólo cuatro mañas cazurras pueden hacerse ricos los más pícaros. Ahora no sé dónde estarán esos benefactores de la humanidad, pero estos días he encontrado piñas enteras de casas acabadas y sin vender, con sus calles sin urbanizar , puro lodazal.
El pueblo no ve nada cuando está deslumbrado. Y los que sí veían, los que sin duda sabían que íbamos al garete y que no había más que espejismo, cobraban su mordida o evadían toda responsabilidad y disimulaban, como si el maná fuera a durar siempre, como si del timo de la estampita se pudiera vivir por los siglos de los siglos. Ésos sólo pensaban en ganar las elecciones siguientes y temían perder el amor del elector si éste caía de la burra. Ahora ya no hay ni burra, pero seguiremos votando a los mismos. No hay redención posible para esta tierra puñetera.

24 noviembre, 2010

¿Qué nos va a pasar, doctor?

Mientras paseo por una ciudad ajena y amable, saco un par de euros del bolsillo y los miro con aprensión. Tal vez debería meterlos en una cajita y guardarlos, como recuerdo y para que, dentro de un tiempo, los nietos posibles los miren y alguien aproveche para contarles lo que una vez fuimos y a donde llegamos. Debo de tener en alguna parte un puñado de monedas de peseta de las que guardé la otra vez. Qué nostalgia. Supongo que andaría intratable aquella temporada, como todos. Tan contentos. Europeos, ricos, casi sin caspa, la chaqueta de pana en la tintorería, erectas las ideologías más cosmopolitas, la cuenta del banco retozona. ¡Ay!

Cambiaron las tornas. Parece que tanta dicha no obedecía a un divino diseño o a un destino trazado con esa caprichosa mano con que cumple su tarea la Providencia. Nos equivamos, creíamos que éramos un pueblo con derecho a maná sin tasa, a Estado-providencia sin fielatos, a estatuto funcionarial generalizado y por derecho innato, a la holganza turística y a la prejubilación al salir del parvulario. Ahora se jodió el invento. O va camino de joderse, aunque la minoría que lo sabe aún calle y la mayoría feliz e indocumentada se prepara para gastar algo menos en las compras navideñas, pero con el mismo gesto feliz de no pasa ná. Ya veremos quién llora el último.

Quisiera equivocarme, desearía que mi escepticismo fuera una crisis por los años o un desvanecimiento moral por el estrés. Pero el optimismo o las ganas de no saber de tantos colegas,compañeros, amigos y vecinos no hace más que acrecentarme la inquietud. Estamos rodeados y no abrimos los ojos ni nos levantamos del sofá, pensamos que los tiros son petardos de fiesta y que el olor a tierra chamuscada de un aroma nuevo de Cacharel.

Estos días vivo sin vivir en mí, ando con algo de pánico. Tengo que dejar de salir de casa y desconectar teléfonos y redes. Las contradicciones me superan y no tengo hegelianismo en la bodega con el que superarlas en gozosa síntesis. Algún que otro amigo que navega en aguas cercanas a los poderes me cuenta confidencialmente cómo están las cosas por arriba. Hay un terror que aterroriza. El veredicto parece ineluctable, o así lo cantan a sus confesores, en la oscuridad de las capillas, los que deberían salvarnos, pero no pueden cascarnos la verdad en sus crudos términos. España está en bancarrota y a un paso de la declaración terminal de quiebra. Europa anda con estertores. Los que manejan dinero serio y excedente empiezan a cambiar sus euros por otras divisas. Las bodegas del barco huelen sospechosamente a humedad, sus maderas tienen sonidos de carcoma, los marineros aprestan los botes salvavidas sin avisar a los de clase turista, que se matan a gin-tonics, ríen, se tiran los tejos y piden otra ración de calamares. Titánico.

Eso me lo cuentan cuatro por un lado. Con los otros cuatrocientos con los que me cruzo no consigo hablar del tema. ¿Crisis? ¿Ruina? ¿Quiebra? ¿Crack? ¡Quiá! La mayoría pone cara de póker o, para darle a la expresión su justo nivel, cara de parchís, chis, chis, es un juego de colores que tenemos para ti. No sólo no saben ni contestan, sino que, molestos, te cambian de conversación o huyen de ti como se deja a un loquito con su cantilena en la boca. Algún que otro te dice, como uno muy querido ayer mismo, que España es mucha España y que tiene una burocracia capaz de sostener el Estado contra viento, marea y lo que venga. No oso replicar. ¿Burocracia? ¿Estado? ¿Esta pandilla de enchufados de turno restringido que vamos siendo? ¿Estado? Este night club de taifas es un Estado? Primera noticia. Pero a lo mejor lo somos y tenemos parapeto para cualquier tormenta. La fe mueve montañas y en este país nuestro los mártires palman con una sonrisa en los labios y creyendo que van a una vida mejor.

¿Mártires? Converso muy agradablemente con algún honesto y laborioso militante del PSOE de una Comunicad Autonómica de alcurnia. Coincidimos en que lo de Zapatero no tiene nombre; o sí, pero que no es educado pronunciarlo mientras se cena. Vale. A la tercera copa de vino se me ocurre preguntarle a quién votaría él si estuviera censado en Albacete -dije Albacete al tuntún, quizá lo tengo en la cabeza porque hace poco estuve allí y lo pasé muy bien-. Me contesta que, a pesar de todos los pesares, a Zapatero. Apaga y vámonos. Estoy leyendo la más magistral novela que ha pasado por mis ojos en los últimos tiempos, La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa. El buen militante-mártir-capaz de jodernos a todos me recuerda de inmediato a aquellos habitantes de Canudos, entregados seguidores de Antonio el Consejero, que morían y mataban felices porque habían combatido las fuerzas del Mal, al Can, al Perro, y se iban a la dicha eterna a la diestra del Buen Jesús. Alabado sea Dios, siguen votando a Zapatero. Hasta el final de los tiempos, hasta que suenen las trompetas del Juicio Final sopladas por los del Fondo Monetario Internacional.

Otro apreciado compañero me preguntó, ayer mismo, si yo creía que ganaría Zapatero las próximas elecciones. Me puse a recitar la lista de las reinas gordas para no decirle ni pío. Para qué. Sé que él y su señora votaron a Zapatero la última vez, dolosamente, sonriendo para que el mundo se hundiera, sádicos. A por ellos, oé. Somos funcionarios y tenemos cholletes. Ante mi silencio, él sigue y me explica que esta vez a lo mejor no lo vota, al Can, pues nos ha bajado el sueldo y a él el sueldo no se lo baja ni su padre. Eso es un ciudadano maduro, un elector adulto, un individuo preocupado por el interés general.

Ni rezar, no consigo ni que alguien influyente en las otras altas esferas, las celestes, se marque unas oraciones por nuestra economía. Mi suegra, mujer honrada y lealmente pía, sigue pagando misas por las ánimas del purgatorio, pero no hay manera de que se gaste diez euros en una novena por nuestro PIB o por la salvación financiera de los PIGS. Nada, ella también me mira con cara bondadosa cuando le relato que nos vamos al hoyo y, por toda respuesta, susurra un que sea lo que Dios quiera y bendice la bien surtida mesa. Que no nos falte.

En la sección de “noticias más leídas” de los periódicos digitales sigue en los lugares primeros esa información sobre una miss universo que enviaba a su ex novio fotos en pelota. Y así. De lo de Irlanda pasamos. A fin de cuentas, no somos Irlanda. ¿A fin de cuentas? Nos volvemos nacionalistas negativos, al fin el zapaterismo ha visto por qué España es nación: porque no es como las otras, como Grecia, como Irlanda. ¿O sí? Sí. A tomar por el saco la nación, ahora que empezaba a gustarnos.

Nosotros, con nuestra amplitud de miras, con nuestra innata solidaridad, con esta bonhomía de aquí y tanta filantroía, ¿cómo actuaríamos si fuéramos alemanes o si Alemania estuviera como nosotros -o como Irlanda o Grecia- y nosotros tuviéramos la pasta de los alemanes y estuviéramos creciendo? Porque, por cierto, hoy he leído que en Irlanda van a tener que rebajar un diez por ciento el salario mínimo, que es..., de mil quinientos euros mensuales. Pues si fuéramos nosotros los ricos y tuviéramos que poner dinero para sacar de la ruina a los dilapidadores y descarados, ya se podía ir a la porra Europa y el euro, ni un duro. Y verán como en cuanto aquí tengan que echarnos los germanos y franceses el flotador para que no nos hundamos, organizaremos manifestaciones contra la Merkel y el Sarkozy, las que no hemos hecho, ni una, ni contra Zapatero y sus mariachis, ni contra estos sindicatos vendidos, ni contra nosotros mismos, país, por ser un gigantesco engaño y una panda de sinvergüenzas que se creía en la vanguardia de todas las revoluciones de salón.

Que nos den.

22 noviembre, 2010

Reivindicación (seria, aunque en tono levemente jocoso) del "aborto" masculino

Sí, ese título que he puesto se las trae. Pero no es engañoso, y menos con las comillas. Déjenme que les explique y, luego, me gritan, si quieren.

Comienzo por una puntualización muy necesaria. La regulación legal del aborto, del aborto femenino, único posible en sentido propio, la tomo como es y como está, sin entrar ahora aquí en debates sobre si es justa o injusta, buena o mala. Las normas son las que son, nos gusten o nos disgusten. No digo que no puedan o deban cambiarse y que no quepa la desobediencia y la discrepancia. Sólo indico que a ciertos efectos no podemos confundir su vigencia, mientras dure, con los deseos de estos o de aquellos. Ya sé que con un par de principios y media docena de valores jugamos a que el Derecho es Jauja, pero aquí pretendo hablar en serio y para gente seria. Mi opinión personal sobre el tratamiento penal del aborto, aquí y ahora, en esta oportunidad me la reservo.

Por otro lado, sabemos que así van a seguir tales preceptos, pues la experiencia enseña que el PP no deroga ni modifica una sola norma de ésas que, cuando las aprueban otros, lleva al TC o jura por Snoopy que no las soportará. En ell PP, como el PSOE, saben que su electorado más fiel traga con carros y carretas y no vota con más cabeza que la del pito (o la pita, sorry por lo del género), por lo que no se arriesgan a perder ni una papeleta de los que andan entre Pinto y Valdemoro, de ese millón aproximado de electores cuyo voto es cambiante. Sólo quieren a ésos, manda narices, y con ésos ponen los cuernos a los que a ellos les son tal fieles como bobos.

El caso es que la normativa es la que es y que, conforme a ella, la mujer, dentro de un cierto plazo, puede abortar siempre que lo desee, sin encomendarse ni a Dios –lo tiene crudo por esa parte, al menos mientras medie Bene- ni al Diablo. ¿Y el varón que puso su semillita? Ése no pinta un pimiento, nada de nada, y tanto da que sea marido, pareja de hecho, amante bandido o alivio ocasional con secuela. Cero patatero. Nothing. Ojo, y tampoco sostengo que esté mal o que fuera preferible que tuviera la mujer que pedir permiso a quien la dejó encinta, sea cual sea el estatuto legal o alegal de la relación entre ambos.

Lo que pasa que el que se queda discriminado es ese señor, completamente discriminado. ¿Por qué? Hombre, para empezar, y para no buscar ejemplos que perjudiquen mi tesis, pongamos que el tal sea buena gente y que, además, tenga en el ser padre la ilusión mayor de su vida. Como si nada: si ella dice que aborta, aborta. No tiene por qué parir para él, de acuerdo. Pero existe una discriminación de tomo y lomo por lo que paso a exponer.

La señora A y el señor B tuvieron un encuentro amoroso intenso, del que resultó fecundación seguramente inesperada, inesperada para uno de ellos o para ambos. La señora A puede decidir, libremente y por sí sola, si así lo quiere, que el embarazo acabe en nacimiento de un bebé o que se corte mediante aborto. Si el niño nace, es suyo, ella es la madre; si prefiere que no nazca, ella sola lo impide y hasta procura la ley que de ta decisión no quede huella ni perjuicio. ¿Y el señor B? Si él quiere que no haya descendencia, pero la señora A se mantiene en que habrá niño, lo habrá, a nada que la naturaleza ayude. Si él desea hijo, pero ella se planta en que nones, sale nones. Ya tenemos un desequilibrio grave; no lo cuestionamos en su fondo, repito, pero es un gran desequilibrio. Pero no está ahí lo malo, sino en lo que ahora viene.

Imaginemos que el señor B se empeña en que no quiere ese nacimiento y le pide a la señora A que aborte, y supongamos que ella sí desea ser madre y lo tiene. Puede, además, la señora A, mediante el ejercicio de las oportunas acciones procesales, hacer que B cargue legalmente con esa paternidad que no quería, y con sus costes de todo tipo. Si el ADN da que el niño es de B, B tendrá descendencia legal. De ese hijo no podrá librarse, como sí puede la madre, si quiere y dentro del plazo marcado, antes de que nazca. Suenan un poco brutales mis términos; lo siento, no es con mala intención, sólo para que se vean bien los contrastes.

De semejante asimetría se siguen varias consecuencias, de las que aquí sólo me interesan las jurídicas, aunque merecen un párrafo algunas de las otras. Más que nada, para indicarles lo siguiente a mis compañeros de género: amigos, condón sobre condón –que hayan pasado la ITV, además- y concentración máxima. Que, si ocurre algo, para ella tiene arreglo, si quiere –aunque sea costoso, doloroso, eso no lo pongo en duda-, pero para usted no. Y, sobre todo, estimado compañero de fatigas, nada de confiar ni de fiarse cuando usted no está por contribuir a la perpetuación de la especie. “¿Que estás tomando la píldora, querida? Estupendo, pues fíjate qué seguritos vamos a estar así, amor, tú con tu pastilla y yo con mi preservativo; ¿verdad que hacemos muy buena pareja?”. Y otra cosa: no sea usted uno de los quinientos mil capullos –perdóneme, por lo que más quiera, alguno que haya pasado por esto y pueda darse por aludido; coincidirá conmigo en que hay que seguir advirtiendo a los incautos- que cada año se preñan en medio de una crisis matrimonial o de pareja y porque algún amigo cabrón, algún psicólogo vendido o la dama misma le dijo que a lo mejor con un hijo se arregla todo. ¡Mentira, mentira, falso de toda falsedad! Los hijos suelen llevar a la desgracia a un alto porcentaje de parejas perfectas y bien avenidas, así que con las que andan a la greña qué va a traer sino un retraso de la ruptura inevitable que será, además, mucho más dolorosa porque hay criaturas de por medio. Además, el que se engañó o se dejó engañar en esas situaciones suele ser de inmediato víctima de un sinfín de putadas.

No se me ponga usted así, que igual que hay hombres malos, puede haber mujeres pérfidas, pues en eso consiste la igualdad, en que no estamos por el género predeterminados a ser de una manera u otra: el que sale hijoputa lo sale con colgajo o sin él, ahí no hay tutía. Y otro aviso, por si las moscas. A lo mejor se da alguna vez el caso de que una señora se queda en estado -qué delicada terminología antigua- porque el tipejo le contó, a modo de milonga, que él era un vasectomizado total. No conozco casos, pero habrá. Para los mismos, tengo clara la pena justa: castración del interfecto. Para que vean cuán serio es mi propósito de ser genéricamente ecuánime.

Retornemos a la apacible senda jurídica. ¿Cómo podríamos reequilibrar esa situación? Que nadie se espante, no voy a proponer que la mujer tenga que abortar cuando el padre lo desee, cuando no haya acuerdo entre los dos progenitores para tener el niño. ¡Qué burrada sería que el hombre pudiera disponer así, por su santa voluntad! No, no, hay otra solución que, para colmo de dicha, no es incompatible con que el niño nazca. Basta que al varón se le permita hacer una declaración formal y con todas las garantías, en la que conste que no desea que ese hijo conste como suyo. Dicha declaración, irrevocable, tendría el efecto principal de excluir toda consideración legal de padre, lo que acarrea, como efectos derivados, estos otros: no tiene ese padre biológico que renuncia a la paternidad legal ni derechos ni obligaciones con el niño ni con la madre; nada. Ni ha de prestar alimentos ni tiene derecho a heredar; ni debe asistirlo ni le queda derecho a verlo.

Las garantías para la mujer también han de ser las máximas. La primera, que esa voluntad del hombre le sea comunicada dentro del plazo que aún tenga para abortar, si quiere (porque, en todo caso y como sabemo, la mujer si quiere, aborta). Para lo cual, y como garantía para él, a su vez, deberá serle comunicado el embarazo de ella con la anticipación suficiente. Y así sucesivamente, tampoco es menester que entremos aquí en los detalles procesales, que tienen buen arreglo.

¿Qué problema tiene esta propuesta? Supongo que no me vendrá nadie con que cómo va a haber padres biológicos que no sean padres legales, porque entonces, y para empezar, hay que cambiar el estatuto jurídico al donante de semen para fecundaciones asistidas, al que la ley impide constar como padre aun cuando su identidad conste o tenga que ser revelada excepcionalmente. Y, para seguir, se debe suprimir la presunción de paternidad marital que se contiene en el art. 116 del Código Civil. Tampoco me dirá ninguno, espero, que vaya drama el de la madre sola, pues en el caso que comentamos la mujer estaría en la misma situación de tantas otras que deciden si están dispuestas o no a formar familia monoparental, como sucede, mismamente, con las que, sin pareja, acuden a las técnicas de fecundación que se acaban de mencionar.

Naturalmente, quien combata de raíz el aborto voluntario no tendrá más que prolongar aquí su razonamiento para eliminar del un tajo esta tesis que parte del estado de cosas y va a otra cosa. El debate sobre el aborto, vuelvo a decir, no es el debate de esta entrada, aunque podemos tenerlo otro día, si les apetece mucho.

Discutámoslo con calma y buen tino, si algún amable lector lo desea. Ardo de curiosidad por saber dónde están los inconvenientes éticos –una vez que, insisto, el aborto es libre- o jurídicos. Los políticos ya me los sé y para qué menearlos: no se lleva reconocer derechos a los varones. Justo castigo a tanta perversidad nuestra durante milenios. Pero algunos estamos en que hace falta alcanzar una verdadera igualdad en lugar de andar dando bandazos y columpiándose en los péndulos, como simios.

21 noviembre, 2010

Pienso en Elsa con los cuadros de Hopper

Juega mi niña de tres años, grita,
lanza hacia el techo globos,
pide que le regale una pandereta,
un tigre de peluche, nubes
de algodón y libros de princesas.
La estoy mirando en otra parte, absorto:
En esa mujer que conversa en una barra
de bar con un sujeto de sombrero,
trasnochadores junto a las calles solas.
O autómata, la noche allá afuera
enturbiándole el gesto, tal vez piense
en aquel padre muerto que la quiso,
en la casa vacía o que el mundo es oscuro
como ese café o tanto frío. Quizá
en algún intermedio me recuerde
y a su vestido negro pondrá una luz fugaz
esa sonrisa, porque sí le compré las nubes
y un ejército entero de muñecos.
Tendrá una casa al mediodía,
viajará sola, esperará en un motel
en el oeste
, mirará, desnuda,
la luz de la mañana en una ciudad y en otra,
ese sol matutino, antes de tomar el tren,
compartimiento C, coche 193,
camino del ocaso, para buscar tregua
en las habitaciones junto al mar.
Me contento sin más con que comprenda,
una tarde cualquiera en una habitación de hotel,
que es amargo ser padre y que es muy dulce
llevarla de la mano y pasear los parques,
reír en el tiovivo, zambullirse en los cuentos,
antes de que la vida nos arrastre, nos arrastre.















































20 noviembre, 2010

De opiniones, periódicos y periodistas

El miércoles pasado, Aurelio Arteta publicaba en El País un artículo bien sugerente, pero con cuyo comienzo no estoy muy de acuerdo. Lamenta que muchos de los que podrían opinar con buen fundamento en los medios de comunicación se quitan de en medio por pereza, interés o cobardía.: “Lo extraño es que entre nosotros tantas personas a quienes les sobra el saber preciso para enriquecer la opinión pública desdeñen esta tarea. O bien consideran que entrar en este terreno rebajaría enseguida la altura de sus ideas, forzadas a acomodarse al lector ordinario, o que sus reflexiones nada iban a alterar la conciencia de sus conciudadanos. O bien dan por sentado que conviene evitar los juicios en tribunas públicas para librarse de los diversos riesgos que ello podría acarrear (y entre esos riesgos, el de que "los suyos de toda la vida" comiencen a mirarles con recelo...). Lo cierto es que se contentan con cultivar para sí o entre muy pocos un saber que por su naturaleza es para muchos. Se limitan a contemplar su objeto de estudio desde todos los ángulos, menos desde ese en el que ese objeto muestra el sufrimiento que produce y demanda entonces una acción justa. Así llegan bastantes a tomar por teoría pura lo que es un conocimiento de y para la práctica o la acción

No digo que no tenga el autor su punto de razón, pero no es del todo justo. Cierto es, indudable, que muchos intelectuales y académicos con acceso posible a las tribunas de más eco se van por los cerros de Úbeda o tragan con carros y carretas al grito de peores son los otros que estas acémilas amigas que ahora mandan. Casualmente, hoy mismo le tocó columna en El País a uno de ésos, un talento echado a perder por su fidelidad perruna a quienes desprecian cabezas y plumas como la suya. Pero afirmo que no es justo aquel reproche genérico, porque son muchos, muchísimos, los que teniendo qué decir y sabiendo expresarlo, están completamente excluidos de la posibilidad de ser leídos en periódicos de tirada decente o el cualquier otro lugar de lo que llaman los medios. Cuántas veces he oído a colegas de suma valía quejarse de que ni en la sección de cartas al director de un periódico de edición nacional consiguen sacar unas líneas.

Aquí los periódicos –centrémonos en ellos por esta vez- se están yendo de rositas y algún día tendrá, quien sepa, que contar algunas cosas. No me refiero ahora a que son la voz de su amo o a que el editorialismo se ha convertido, ante la escasez de diarios independientes, en la más seria competencia de las rameras o los chaperos. Me refiero al poco seso y la nula sensibilidad que por lo común se gastan los periodistas o, al menos, la mayor parte de los que cortan el bacalao en los periódicos.

Hoy y aquí, y con las excepciones de rigor, los periodistas son esa gente que no repara en los sucesos de relieve o interés, pero que toma por noticia cualquier pendejada, tanto más noticia cuanto más memo el acontecimiento. Eso que llaman la opinión pública acaba acostumbrándose y se pervierte, pero no es por innata estulticia del populacho, sino porque así los hacen los medios. Ya que hablamos de periódicos, haga el amable lector de estas líneas el experimento de abrir ahora mismo la edición digital de los de más tirada y cuente cuántas de las noticias que aparecen constituyen imbecilidades de libro, frivolidades que no vienen a cuento de actualidad ninguna o simples memeces sin enmienda. Y luego vaya al menú de noticias más leídas, con cuidado de que no lo salpiquen los variados humores corporales que chorrean, y alármese al observar lo que la gente ha seleccionado de esa carta de lecturas que el periódico le ha ofrecido: moscas tomando mierda, sí, ¿pero quién la ha defecado?

Otra característica del periodismo al uso es la de no enterarse de nada, salvo que usted los llame y les explique que mira, que este del pueblo de aquí al lado acaba de descubrir la vacuna contra el sida, al fin, y que hay un revuelo científico imponente y que se lo llevan a la Universidad de Yale. Pero ni por esas, así tampoco. Es el mensaje que usted, que está en el ajo, le ha dejado en su móvil al jefe de redacción o a su contacto en ese diario, pues le parece que es información bien relevante. Cuatro horas después le llama uno con tono de becario que le pregunta si le importa a usted proporcionarle así, telefónicamente, unos datos, pues quieren sacar la noticia al día siguiente y ya están cerrando la página de “sociedad y cultura”. Usted le insiste en que casualmente se encuentra aquí al lado, en Astorga –pongamos por caso y si se tratara de León- ese genio y que mañana mismo va a exponer sus descubrimientos en un congreso en Valladolid, y que es amigo suyo y les puede proporcionar incluso su teléfono. Bueno, que gracias –le contesta el otro, azorado-, pero que el director le ha encargado a él el seguimiento de esa noticia y que tiene que dejarlo todo listo en una hora porque su novia se va de Erasmus a Varsovia y quiere acercarse al aeropuerto a despedirla. Bien, pues pregunte. Y empieza.
- Antes que nada, disculpe, pero ¿Yeil se escribe así como suena?
Cuenta usted hasta diez y deletrea: i griega, a, ele, e.
- Gracias.
Que cómo se llama el que descubrió el antibiótico ese.
- No es un antibiótico, es una vacuna.
- Ah, sí, espere.
Oye usted como lo escribe, repitiéndolo bajito: va-cu-na. Bien, pero que cómo se llama el señor.
- Jaime Villadangos. ¿No le dice nada el apellido?
- ¿A mí? ¿Por qué?
- Hombre, Villadangos es un pueblo de aquí al lado. Este próximo premio Nobel es leonés, de Villadangos precisamente.
- ¿Queda muy lejos? Es que yo soy de Palencia, ¿sabe?, pero estudié en Ávila, en la privada.
- ….
Por qué tuvo usted que llamar al periódico, vamos a ver. Quién le manda complicarse la vida. Que cada perro se lama su culo y tal. Pero ya está hecho. Decide dejarse de contemplaciones.

Que si le puede usted hacer un resumen de cómo es lo de la vacuna y para qué sirve, pero en no más de veinte palabras, y que si sabe si al congreso ese viene algún ministro o algo, que no les han avisado de nada y que el director está que trina. Usted hace, pese a todo, un esfuerzo sincero para resumir de esa inverosímil manera tamaño descubrimiento médico. A la otra pregunta le contesta la verdad, que ni lo sabe ni le importa.

Al día siguiente, en un recuadrito en la parte inferior derecha de la página de “local” aparece que un norteamericano de Yale ha descubierto en Villadangos una nueva vacuna contra el sida, pero que Valladolid se lo ha llevado y dará allí una rueda de prensa. Y aparece una foto que no es de Villadangos, sino de Páramos del Sil. Pero qué más da.

A que parece broma. Pues lo es, sí, pero de un realismo que asusta. Si yo les contara; si tantos contaran y contáramos.

Pero estábamos en si se puede opinar en los periódicos, y era que no. Y se lo dice un privilegiado, pues bien agradecido y feliz estoy con mi columnita en El Mundo de León los jueves. Fuera de eso, he dejado de enviar escritos a otros diarios en lo que, incluso, más de diez o veinte veces me sacaron cosas. ¿Porque me los rechazaban y eso hería mi vanidad y no era soportado por mi acrisolada soberbia? No, les doy mi palabra. Más bien porque me cansé de tratar con maleducados. De qué van. ¿Cuánto les costaría responder a tu envío con un escueto mensaje de correo electrónico que dijera que lo recibieron y que lo van a mirar, o que está bien y sale dentro de doce días, o que no les interesa y deje usted de entretenernos con su basura. Pero no, lo peor de todo, no te dicen ni pío y lo mismo aparece mañana que desaparece para siempre. Y hasta hay algunos burros que te recortan por su cuenta y riesgo tal o cual párrafo, si no les cabe. A pelo, por la cara, sin avisar ni nada. Quizá era el párrafo crucial, el que daba el sentido o el tono a todo el escrito. No lo pillaron.

Tú tienes tu corazoncito, por mucho que te lo montes de humilde y modesto siervo de Dios, y piensas que bueno, que ya que lo tuyo no sale, será porque tienen para este mes unas colaboraciones de quitarse el sombrero. Así que te pasas tres o cuatro semanas leyendo con minucia todas y cada una de las tribunas y columnas de ese diario esquivo y practicas blasfemias que tenías olvidadas, pues encuentras las correspondientes páginas llenas de –vuelvo a inventar al buen tuntún- largos escritos sobre las jornadas de caza de Alfonso XIII cuando visitaba Teverga durante la dictadura de Primo de Rivera, sobre los caracteres femeninos en la serie Perdidos, sobre los tres delfines que entraron en la ría de Avilés durante la segunda mitad del siglo XX y que dos se murieron allí y el otro se dio la vuelta y se marchó de nuevo al mar, sobre los jardines japoneses en Pola de Lena, que no hay pero que tendría que haber. Y así. Y lo tuyo, que iba sobre la ley de violencia doméstica y con unos casos tremendos que te habían relatado unos amigos jueces, que no sale. Y no sale. Nadie te explica nada, no vaya a ser que algún jefe de sección tenga, por escribirte tres líneas, menos tiempo para rascarse los cataplines o preparar un reportaje de dos páginas enteras sobre el día que Belén Esteban se bañó en la playa de Ribadesella y esa tarde llovió, mira tú qué cosas pasan.

¿Qué no nos comprometemos? ¿Qué no opinamos? ¿Qué no damos la cara? La única manera es así, con blogs y facebús y similares. Porque en otros lados terminas con dolores en el culete. Y no es plan. Ya vendrán un día a pedir, ya. Y les van a dar a ellos.

19 noviembre, 2010

De Buenos Aires a Montevideo. Impresiones de un amigo

Ese buen amigo de este blog que firma "Un amigo" nos manda esta muy sugerente y personal crónica de su viaje recién terminado por tierras argentinas y uruguayas.
Gracias, amigo, es un placer leer sus impresiones. Me quedo con ganas de visitar ese Uruguay que tan bien le ha sentado. Y qué pena esa decadencia bonaerense.

Que los habituales de este blog no se lo pierdan. Y, por cierto, que no se les pase la foto, del mismo autor y tomada en el registro civil de Montevideo. Ahí va:


De vuelta ya del Río de la Plata, y como quien dice con el pie en el tapis roulant para el siguiente viaje, quería honrar con el prometido apunte la invitación que recibí del anfitrión de esta casa para decir algo sobre Argentina y Uruguay.

A pesar de que diversos factores me ligan desde hace mucho tiempo con la región, no puedo jactarme de conocerla bien. Mi desplazamiento obedecía a una mezcla de razones profesionales y privadas, y ello tampoco ayuda mucho – por un lado enriquece la perspectiva, pero por otro la hace más superficial. Así que procederé a la anunciada descarga de impresiones –mucho me temo que inconexas– y, si alguien quiere contribuir, pues estupendo. Que nadie se espere que hable de dos países – como mucho, y con grandes lagunas, hablaré de dos ciudades, y de algún trecho de pasto por entre medias.

Encuentro esta vez la Argentina –o mejor dicho Buenos Aires, ya que apenas salí de la Capital Federal– más tensa. Florecían a diestra y siniestra, en los medios, los panegíricos –más bien empalagosos, a mi juicio– sobre el ex-presidente apenas desaparecido. Pero en las conversaciones afloraban críticas duras, tanto dirigidas a él como hacia la actual presidenta, su viuda. Desde el punto de vista de la oligarquía porteña, ésa misma que lleva doscientos años justitos haciendo de las suyas, y ganándose (creo que justamente) una fama de altivez incomparable, lo consideran un agitador social, una mala persona, un administrador mediocre encumbrado inmerecidamente desde la gobernadoría de una provincia pequeña y oscura, un demagogo cultivador de resentimientos. Desde otros puntos de vista … digamos complementarios, se lamenta amargamente lo que prometiera y no ha hecho, junto con su tan marcado como poco elegante enriquecimiento personal.

Más allá de estas discusiones desdobladas, hay una sensación de sociedad aún más desestructurada de lo que ya fuera. La Buenos Aires rutilante, la que siempre ha ambicionado al título de más europea de las capitales latinoamericanas, la del lujo y el prestigio, chispea, diría yo desde mis puntuales recuerdos, más que nunca. Al mismo tiempo, la miseria es cada vez más notoria, y se le ha arrimado, incluso físicamente. Hace unos años cantaban menos las desigualdades que siempre han existido. Hoy, determinadas esquinas de la ciudad –incluso muy céntricas– te reciben con escenas de desamparo que evocan pantallazos venidos de otras latitudes (se me viene a la punta de la lengua, con todo el respeto y el cariño que le tengo, Bogotá). Reflejo práctico (importante para el viajero – como anécdota, un miembro de mi grupo tuvo un problema serio en plena calle, al lado del hotel, afortunadamente con consecuencias sólo monetarias): la inseguridad es palpable, e incluso la clase media ha adoptado procedimientos de alerta constante que, desde nuestra aburrida perspectiva eurocéntrica, no son precisamente tranquilizadores, aunque sean pan cotidiano en tantísimas partes del mundo. Permítaseme otra anécdota más: llego con un amigo a su apartamento en un barrio de confortable burguesía. Calle animada, activa, sin que salten a la vista turbiedades de ningún tipo. Accedemos al portal, obviamente cerrado con llave. Mi amigo interrumpe brevemente la conversación, abre la puerta del garaje, que se encuentra al mismo nivel de la portería, y lanza en derredor una detenida mirada de reconocimiento. La cierra, y llama el ascensor. Mientras llega éste, lo veo acercarse al hueco de la escalera y, de nuevo, escudriñar atentamente hacia arriba. A continuación reanuda la charla, sin aspaviento alguno. Ejem.

Y otra: me hago ‘recomendar’ un taxi en el hotel, una de tantas veces. El valet me trae el vehículo y me abre la puerta cortésmente. Apenas doblada la esquina, tras quizás doscientos metros de carrera, el chófer me anuncia compungido que acaba de romper el cable del embrague, y se detiene junto a la acera. Le digo que no se preocupe, bajo del taxi y decido caminar de vuelta al hotel para que me llamen otro –vale aquí la regla, como en muchos otros lugares del continente, de que es más prudente no parar al primer espontáneo que pase–. Camino dos minutos y llego inmediatamente al vestíbulo externo del hotel. El mismo valet de antes me ve llegar … y palidece, literalmente; evidentemente agitado, me viene casi a la carrera y me pregunta qué me ha ocurrido. Cuando le digo que una simple avería del taxi, suspira con calma recobrada, y me llama otro auto. Ejem de nuevo.

Ensoñado busco sin éxito por las grandes avenidas la estatua a Margaret Thatcher, que no es santa de mi particular devoción, pero que si se merece una estatua en algún lugar del mundo, es ciertamente en éste. Similia similibus curantur – hacía falta, ironías de la historia, semejante cucaracha nacionalista para hacer doblar la cerviz al más pérfido nacionalismo, y ya es decir, que haya florecido recientemente por Latinoamérica. No la encuentro. No todavía. Paciencia.

En la administración capitalina me ha tocado tratar con gente competente, por no decir muy competente, operando con pobres medios y sin quejarse demasiado, lo que me parece de nota. Anécdota de nuevo, esta vez mezclada con reflexión: en una ocasión acudió el jefazo supremo del ámbito a largar un breve discurso; tras intercambiar salameleques y llegando ya el turno del interfecto para la intervención de honor, confieso que puse resignadamente mi mejor cara de fingido interés, preparándome para lo que uno se espera cuando un político se apronta a separar los labios y exhibir la húmeda. Prejuicio del gordo el mío, injustificado y suficiente, pues el caballero me sorprendió diciendo cosas razonables y pertinentes, a pesar de que literalmente ‘aterrizaba’ sobre el evento. Me tiro a mí mismo de las orejas, simbólicamente – ¿que quizás haya, a pesar de los pesares, políticos competentes?

Y donde quiera que he estado, he encontrado multitud de personas preparadas, cordiales y afectuosas.

Pero, ¿puedo acabar con una nota cruel? Sí, me la permito. Me voy con alivio. Volveré cuando haya que volver, faltaría. Pero si me perdiese, que no me busquen por estos pagos.

Uruguay, del que he escuchado y leído tanto sin haber venido hasta ahora, es completamente otra cosa. Es curioso, porque está, por así decir, a tiro de piedra, tanto por agua como por tierra. Algunas de las diferencias con la Argentina se antojan interesantes. Otras parecen un puntito forzadas – trasluce el cultivo de signos de identidad específicos, de esa mística ‘orientalidad’ que ha definido a la República desde sus primeros pasos. Ya imaginan ustedes lo que pienso en general de las místicas, aunque ésta no me desagrade del todo. País mucho más pobre, pero decididamente más homogéneo. Con una evidente dependencia agropecuaria. Una hora más cercano a Europa Occidental, lo cual hace más sencillo pensar en las fatigas del regreso. Ya, de alguna medida, tierra de frontera – la argentinidad, o hispanidad que sea, se mezcla evidentemente con influencias lusas, algunas directas, otras mediadas por el poderoso vecino del norte. Combinación sugestiva que palpita en el aire, en la arquitectura, en los rostros, no sin proporcionar algún que otro recreo emocionado de la mirada –para quien sienta querencia por la piel morena–.

Campo muy agradable, suavemente ondulado –no como la pampa argentina–, con continuas quebradas, aquí y allá, donde relumbran riachuelos. Tierra espléndidamente feraz, rica y bien regada. Está naciendo la primavera, lo cual es un gustazo especial en esta temporada, siempre mirando con eurocéntricos ojos. Se acerca la cosecha del trigo y están plantando la soja. Interludio de hospitalidad magnífica y cercana que me regala unos días de asueto más que bienvenidos, bajo los más canónicos cánones de lo que es el campo sudamericano – comodidades exuberantes, espléndidos asados al aire libre, paseos infinitos en auto, a pie y a caballo, naturaleza continuamente estimulante por lo novedosa –plantas, aves, mamíferos–. ¡Y qué noches estrelladas!

Montevideo como última etapa. Curiosa ciudad con un pasado interesantísimo, macrocéfala en sus relativamente pequeñas dimensiones –concentra la mitad de la población del país–. Algo descuidada, no muy limpia, para rubor de mis anfitriones, que acusan de laxitud a la intendencia (léase alcaldía). El tejido urbano, marcado ‘a dientes de vieja’, salpimentado por edificios deteriorados, tiendas vacías, bajos abandonados, lo que me recuerda vagamente alguna capital balcánica. Muchas menos tiendas de lujosísimo lujo que en su orgullosa vecina del otro lado del Río, está claro – y muchísimas tiendas ‘prácticas’, ‘técnicas’, con escaparates anticuados, a veces hasta polvorientos, pero con mercancías que uno se puede imaginar utilizando. Edificios institucionales –ministerios, servicios, etc.– con frecuencia de dimensiones modestísimas, lo que encuentro adorable – las construcciones del poder rara vez son plato de mi gusto, y se me abren las carnes, arquitectónicamente hablando, paseando ante los mazacotes públicos y privados del tramo norte de Castellana, por poner un ejemplo. Alguna que otra librería estupendísima, y muchas interesantes. Centro histórico atractivo aunque pequeñito, ¿o precisamente porque pequeñito? Muchos bares, confiterías, cervecerías, con frecuencia muy agradables. Y restaurantes, atractivos restaurantes, que permiten esa inigualable experiencia social y antropológica, para mí uno de los grandes alicientes de cruzar el charco, de recrearse con una copa en la mano observando el público de una casa de comidas de ciertas aspiraciones – aprendiendo más del país, y de sus clases dominantes, que en un sesudo seminario de sesenta horas. Oh delicia, estándares de seguridad casi centroeuropeos – se puede caminar casi por cualquier parte, casi a cualquier hora. Ciudad capital, perdónenme si insisto en comparar lo difícilmente comparable, mucho más afable que la ‘hermana mayor’ que hormiguea al sur de este vastísimo brazo de aguas parduzcas que un antepasado imaginativo dio en llamar con ese engañoso nombre de “la Plata”.

Típico de las sociedades pequeñas, tengo la sensación de que todo el mundo conoce a todo el mundo – en este caso, un uso de ‘todo el mundo’ bastante ecuménico, es decir no limitado, como se hace habitualmente, a los cenáculos del poder fáctico. ¿Qué referir más, los conocidos logros del país en términos de política educativa y cultural, por ejemplo el acceso gratuito a la universidad, el acceso a coste intencionadamente bajo a la oferta cultural nada despreciable? Prefiero poner un contrapunto: un muy querido amigo de esto de las universidades se me queja amargamente del nivel siempre calante de los alumnos. Lo consuelo, si se puede hablar de consuelo, actualizándolo sobre cómo va por otras latitudes. Retomando antiquísimas e interminables charlas barcelonesas, hablamos hasta tarde sobre el mundo que quizás vendrá, y la conversación cobra, sorprendiéndonos a ambos, tintes no poco nietzscheanos. Así que, coherentemente, optamos por seguir hablando … de música.

El día después, punteada por fin la lista de tareas, se me lleva el taxi hacia el aeropuerto por la avenida litoral, bajo un mediodía espléndido, contornando la zona de Carrasco. Y no puedo evitar pensar que me parece más mediterránea que muchos lugares del Mediterráneo.

Embarcando en el vuelo de Iberia, me planteo mentalmente la enésima inutilísima comparación con Buenos Aires. Lo sé ya, pero me recreo en repetírmelo: aquí regreso, vaya si regreso. Ya me inventaré cómo.

18 noviembre, 2010

¿Adónde se puede ir uno si se va de aquí?

No, no es puramente retórica la pregunta del título. Aquí no hay ya quien pare.

Déjenme que les diga.

No me lo tomen ni como vanidad ni como modestia, que nunca se sabe qué sería lo pertinente. Es como se lo voy a decir: yo nunca había visto en la tele ni en ninguna parte a Belén Esteban. Fotos seguro que sí, pero no me había fijado mucho. Quizá en alguna ocasión de las que prendo la tele por la noche, cada vez menos y con la paternidad aún reciente casi nada, sintonicé un segundo, en pleno zapeo, una basura de ésas en las que salen tales personajes, pero siempre me habré apurado a cambiar de canal, pues prefiero cualquier tortura antes que ver a tanto majadero y escuchar a tanta acémila. No es por soberbia intelectualoide de ningún género, créanme, sino por lo mismo por lo que no soporto entrar en un váter sucio o ver cómo abusan de un bebé. Cuestión de estómago más que de seso.

Pero había guardado de ayer para hoy este artículo de Josep Ramoneda que apareció en El País bajo el título de "La construcción cultural del fascismo" y que habla precisamente de la señora de marras y morros. Así que, movido por esa curiosidad que tantos días me amarga, fui al youtube y busqué al azar un par de vídeos breves con la tal Belén. No pasé de dos, este y este. No hace falta más.

Que en cualquier país haya retrasados mentales y tarados de todo tipo no tiene nada de particular. Que los exhiban en la tele es algo mosqueante, pero, a fin de cuentas, también antiguamente los llevaban en los circos o les organizaban números en las plazas públicas. Cualquier monstrusidad, cualquier deformidad servía para entretener un rato al pueblerino analfabeto o a la abuela medio sorda.

Lo que no me entra en la mollera son estas dos cosas combinadas. Una, que sean millones de conciudadanos de uno los que contemplan día sí y día también esos programas con esa gente que habla así y tiene esos gestos y maneras. Y luego dicen que es zafia la campaña catalana, y lo es. Pero cómo no, si al personal lo que le gusta es ver a oligofrénicos tocandose las tetas o los cataplines y soltando esputos como si fueran palabras. Pero, bueno, las moscas van a la mierda y por eso en España los votantes del PSOE y el PP son en total casi veinte millones, que manda castaña.

Lo otro, de lo que acabo de darme cuenta y que me sume en la definitiva perplejidad, es que ya sé -menudo lince estoy hecho- de dónde copian sus gestos y poses muchas de esas chavalas que veo en el autobús, en los bares, en el supermercado o en la misma Facultad. Hace mucho que, como un perfecto imbécil, vengo preguntándome a qué se deberá o de dónde vendrá esa forma tan vulgar, tan ordinaria, de todo, desde el vestuario hasta el tono al hablar, desde las posturas hasta el aire estúpido de las miradas. Pues ya está, acabo de comprobarlo. Lo sabía todo zurrigurri, no hace falta que me lo digan, pero un servidor andaba a uvas.

Me quiero ir. No sé si al extranjero o a la torre de marfil, pero paso. Ni siquiera en el despacho de la universidad esta uno a salvo, pues me consta que más de la mitad, como mínimo, de mis compañeros y compañeras ven esas porquerías en la tele y las comentan en el café. El otro día pasaba cerca de un aula (estaba fura de León, ojo) y escuché a una profesora que explicaba así, a gritos, con laísmos, leísmos y de todo, sin ninguna prestancia, burramente, como si hubieran hecho docente a un ser nacido del cruce entre un ornitorrinco y Cristiano Ronaldo, pongamos por caso. Me juego unas copas a que hasta algún pedo se le escapa a esa tía mientras diserta ante sus alumnos con una camiseta que apenas le cubrirá los michelines o un escote granudo y con un tatuaje de pirata con varicela, y con los pelos del sobaco asomándone por entre las meninges.

Y luego, ya digo, votan al PSOE porque se tienen por progresistas, o al PP porque aquí hace falta orden y sobran inmigrantes.

Dios, si existes, mándanos otra plaga o un cargamento de AK-47.

Contra el argumento de la discriminación entre parejas de hecho y matrimonios. (I) Primero en broma, pero con su aquel

Miren lo que pasó hace poco. Y tranquilos, que esta entrada de hoy -y la de mañana- la pueden entender también los no juristas -aunque les cueste un pelín más- y cabe que tenga algún interés para cualquiera.

El artículo 633 del Código Civil establece que “Para que sea válida la donación de cosa inmueble ha de hacerse en escritura pública, expresándose en ella individualmente los bienes donados...”. El señor Creso, natural de Molina de Aragón y con residencia en Chiclana, recibió en 2001 un muy sustancioso premio de la lotería primitiva e invirtió un puñado de aquellos millones en comprarse unos cuantos pisos, entre ellos un apartamento en Madrid, en las cercanías de la Plaza Mayor.

El mentado señor Creso tenía un amigo de infancia, don Anaxímenes, al que le guardaba enorme aprecio y le debía más de un favor de los viejos tiempos, de cuando don Creso había pasado por ciertos apuros y su compadre, don Anaxímenes, le había prestado buen apoyo y hasta unos cuantos duros. Nunca perdieron el contacto y hacían por encontrarse por lo menos un par de veces al año para charlar de la vida y de sus cosas. En su primera cita en 2002, don Anaxímenes le contó a su amigo, casi lloroso, que acababa de quedarse en paro, después de tantos años en la misma empresa, y que, para colmo de males, su mujer lo había dejado por un inspector de tributos. Tan decaído vio don Creso a su querido Anaxímenes y tanto se conmovió al saber, por si lo anterior fuera poco, que también lo estaban ahogando ahora los problemas económicos y las secuelas de algunas deudas viejas, comenzando por la hipoteca del piso que había compartido con su señora, pero que pagaba él, que tomó el primero una decisión fulminante. Puesto que un golpe de suerte me ha dejado a mí boyante en estos tiempos -pensó-, qué menos que echarle un capote a persona que tanto aprecio. Así que, vencida la resistencia que, por vergüenza y desconcierto, puso don Anaxímenes al principio, acordaron que don Creso le regalaba aquel apartamento madrileño tan bien situado.

Pero hete aquí que lo que en román paladino se dice regalar un piso, en lenguaje jurídico se llama donación de inmueble y requiere escritura ante notario, como antes vimos. Y se dio la circunstancia de que don Creso y don Anaxímenes, donante y donatario, habían sido en su juventud anarquistas fervientes y de aquella juvenil inclinación les quedaba todavía una irrefrenable aversión hacia Estados, Administraciones y cuanto control público limitara el libre hacer y la voluntad soberana de los ciudadanos. Digamos que, como tantos, habían pasado de una acracia ingenua a lo que llaman algunos politólogos el “libertarismo” y que quiere decir que el Estado debe permitir que cada uno haga sus negocios como pueda y administre sin interferencias ni repartos sus ganancias. Pero, sea como sea y se cataloguen como se cataloguen sus convicciones, ellos las creían muy firmes y vieron ahora oportunidad para ratificarlas.

O sea, que se prepararon su documentito privado haciendo constar la donación de la vivienda y con él se fueron al Registro para la consiguiente inscripción. Tampoco eran mucho de registros, pero sabían que para hacer valer frente a terceros la propiedad de don Anaxímenes sobre el apartamento hacía falta el asiento registral y al Registro anduvieron, porque también tiene su límite el apostolado ideológico. Como era de esperar, el registrador de la propiedad les dijo que nones y que allí hacía falta escritura y que sin ella muy bonito, pero no, que a efectos públicos el piso seguía siendo de quien antes era, de don Creso. Sugirieron ellos alternativas para darle conveniente publicidad y conocimiento general al contrato, tales como ponerlo en pasquines y repartirlos por el barrio, colocar avisos en las puertas de las iglesias y los bares o plantar un letrero en las ventanas mismas del piso en cuestión, haciendo saber a quien pudiera estar interesado que el dueño nuevo del inmueble era ahora el referido don Anaxímenes, teléfono tal, correo electrónico cual.

Como ninguna de esas alternativas se tomó en cuenta y se mantuvo el registrador en sus trece, que eran las seiscientas treinta y tres del Código Civil y otras tantas o más de la legislación hipotecaria, puesto que tiempo no les faltaba a los dos amigos para trajines jurídicos y diseño de pleitos, y dado que compañero de mus de don Anaxímenes era un viejo abogado con mucha tralla en juzgados y magistraturas, decidieron llevar el asunto a los tribunales, con amplia invocación de los más fundamentales derechos.

El pasado 30 de septiembre hubo sentencia del Tribunal Supremo, Sala Civil (ponente D. Mucio Lamela Améndola de Buonsignore). Les da la razón a los amigos y lo hace con formulación de doctrina jurídica que ya varios comentaristas (Ramón Horowicz-Calvo, en Aranzadi Civil, Mario Cascorro Parada en Actualidad Jurídica Aranzadi, por ejemplo; o algún Díez-Picazo, aunque no sé ahora mismo cuál, en Derecho Privado y Constitución) han calificado como revolucionaria y quizá no del todo oportuna.

En síntesis, viene la Sala a decir que la imposición de la escritura pública como trámite ineludible para hacer valer la donación de inmueble supone en el caso de autos una flagrante vulneración de la libertad ideológica (art. 16 de la Constitución) de los recurrentes, don Creso y don Anaxímenes, quienes, de resultas de que su ideología no es tomada en cuenta con el mismo valor que la de otros, padecen igualmente discriminación prohibida por el artículo 14 de la Constitución. Leamos este significativo párrafo del fundamento tercero:

Para la salvaguarda de los derechos fundamentales de los ciudadanos y cuando, como en el presente asunto, el conflicto se presenta entre uno de los más fundamentales de los fundamentales, el de libertad ideológica, y un principio general, también con anclaje constitucional, como es el de seguridad jurídica, bajo la forma de seguridad del tráfico jurídico-inmobiliario, es perentorio que el juzgador pondere, bajo la triple óptica de la adecuación, la necesidad y la proporción estricta, esos dos altos bienes enfrentados. Así lo hace esta Sala, con el evidente resultado de que el interés público por el conocimiento de los datos básicos relativos a la propiedad, la posesión o las cargas de los inmuebles no puede doblegar el derecho de los individuos a profesar la ideología que libremente adopten (art. 16 CE) ni a desarrollar libremente su personalidad (art. 10 CE) tratando de acompasar a ella sus conductas y sus situaciones, pues, si así no pudieran hacerlo, quedaría en meramente testimonial o en papel mojado aquella libertad de ideología, y si por desear una vida conforme con ella son discriminados, dado que ante la ideología que subyace a las leyes ninguna otra pueda tener efecto ni cabida, y para la toda la sociedad cuenta como que hay ideas preferentes, las del legislador, y otras secundarias o de valor subsidiario, aquellas de los ciudadanos que con las del legislador choquen. No se olvide, y es este dato de la mayor importancia a la hora de someter el conflicto de derechos a la prueba de la necesidad, que, tal como los demandantes han expuesto sagazmente, para la satisfacción de aquel fin legítimo de conocimiento público de la transacción inmobiliaria existen alternativas igual de funcionales o eficaces, pero que menoscaban en grado menor este derecho fundamentalísimo de la libertad ideológica y que, de resultas, evitan también la discriminación constitucionalmente ilegítima. Nos referimos a que la publicidad de la transmisión de la propiedad del inmueble por donación puede adoptar la forma de pasquines, folletos, hojas volanderas, pancartas, vallas publicitarias, mensajes radiofónicos, pintadas callejeras, proclamas de pregonero, cartas dirigidas al vecindario, cartas al director o presidente de medios de comunicación y un largo etcétera que, sin embargo, la autoridad registral no ha querido tomar en cuenta, presa, sin duda, de un formalismo eidético-arcaizante y de un positivismo jurídico que se resiste a captar que en las modernas Constituciones el Derecho tiene una fenomenología cuántico-constitutiva y enervadora de la ambivalencia del sextante”.

En suma, que prevaleció el buen derecho de nuestros amigos y que esta sentencia ha dado lugar a un proyecto de mucho calado para la reforma del Código Civil y la normativa registral, a fin de estipular nuevos medios legales para la publicidad de los negocios jurídicos referidos a inmuebles, medios que ahora serán alternativos y a elección de las partes. En otras palabras, se quiere reconocer, al fin y en lo que representará un avance inusitado para nuestra cultura político-jurídica, la escritura pública de hecho o, como algunos autores (v.gr. X. Rapa Nui, Clemente del Bosque, S. López Allaván, F. Pinta Tigre, etc.) han empezado a denominar, la escritura privada-pública o la escritura privada con efectos públicos. Por cierto, menciono de pasada que también acaba de aparecer en InDret un estudio interesantísimo, de la pluma de Pâu Cordel y Nùria Guardiola, sobre los efectos económicos que en el Derecho de propiedad intelectual de las dos Carolinas (la del Norte y la del Sur) y de Nebraska puede tener esta sentencia del Supremo español, estudio realizado con instrumentos de análisis económico del Derecho y donde se cita también a un autor gallego que no recuerdo ahora.

Seguimos avanzando, imparables, desbocados, por la senda de la igualdad y de todos y de cada uno de los principios constitucionales ponderados, aseados y bien avenidos.

BUENO, AMIGOS. HASTA AQUÍ LA BROMA. Ha sido larga, pero es que empezó a darme la risa floja y no pude parar. Discúlpenme. Para colmo, ahora, como otras veces, tengo varias preguntas para ustedes.

Primera.- ¿Les parece verosímil que pueda llegar un alto tribunal español a dictar una sentencia así, exactamente así y en ese mismo tema o en uno muy similar? A mí sí me lo parece, pero a lo mejor estoy equivocado.

Segunda.- ¿Creen que esos dos derechos fundamentales que fundamentan el fallo de nuestra sentencia apócrifa, la libertad ideológica y la prohibición de discriminación, pintan algo en ese tema? En mi opinión, no, pero no sé cómo lo verán ustedes.

Tercera.- Para el que esté de acuerdo conmigo en que es una patochada invocar ahí discriminaciones y libertades ideológicas: entonces, ¿por qué se considera discriminatorio no otorgar a las parejas no casadas los derechos que tienen reconocidos los matrimonios? ¿Dónde está la diferencia sustantiva y aquí dirimente entre la escritura pública de la donación (o compraventa o hipoteca...) de inmueble y el trámite formal en que el matrimonio consiste? Pues no perdamos de vista que lo que se discute es el trámite formal: los que no quieren casarse -pudiendo-, pero pretenden los mismos efectos jurídicos del matrimonio sólo objetan a una cosa: la forma, el trámite de su celebración; igual que don Creso y don Anaxímenes buscaban los efectos de la escritura pública, pero sin el trámite formal de hacerla ante notario y queriendo que sirviera para lo mismo su escrito privado.

Insisto: ¿dónde está la diferencia sustancial entre los dos casos? ¿Está en lo ideológico, de manera que es una tontería decir que es discriminado por su ideología el que no quiere ir al notario, pero no lo es, sino cosa bien seria, en el caso del que no quiere ir al juez o al alcalde a casarse? No olviden que estoy diciendo “al juez o al alcalde”, no a la vicaría; hablo del matrimonio civil.

¿Qué ideología tiene en este momento el matrimonio civil en España? ¿Alguna tan densa y consistente como para que pueda chocar con las convicciones de alguien? ¿Y si sus convicciones de usted son incompatible con el matrimonio, por qué quiere sus efectos y los procura con trámites legales paralelos a la celebración matrimonial y constitutivos del carácter jurídico de la pareja fáctica, tales como la inscripción en registros de parejas de hecho o el documento público para constituirse como pareja de hecho?

Cuarta.- Esta un poco frívola, pero me hace ilusión: ¿Creen ustedes que en el párrafo de la sentencia que he inventado reflejo fielmente el estilo habitual de nuestros altos tribunales? Sí, sé que puse bien las comas, pero prescindan de ese detalle y juzguen el resto de los aspectos formales -dimensión de los párrafos, tipos de razonamientos, tópicos presentes, comprensibilidad, etc.-

Ya me dirán. Por mi parte, les prometo que mañana, ya completamente en serio, escribo la segunda parte sobre este tema y fundo la tesis que ya me intuyen: no hay base razonable ninguna para alegar discriminación por motivos ideológicos como justificación para extender a las parejas de hecho los efectos del matrimonio. Otros fundamentos para eso puede haberlos, no digo que no; pero ese no, si somos serios.

Y conste que no tengo nada contra las parejas de hecho -yo mismo me he emparejado fácticamente más de una vez-, pues -y ésa es otra- con el Derecho matrimonial español en la mano, ahora mismo, de hecho todas las parejas son de hecho; o todas las parejas de hecho son ya parejas de Derecho, según como se mire. Salvo las buenas de verdad, que son las clandestinas, ay.

17 noviembre, 2010

La familia y su Derecho: crónica de una decadencia imparable

Esta tarde tengo conferencia sobre asuntos de derechos familiares. Y me puse a estudiar hace un tiempo, pues ya nos vale a los profesores en general, y a los iusfilósofos en particular, lo de ir por ahí diciendo que todo está en el principio constitucional de dignidad humana y en el derecho fundamental al libre desarrollo de la personalidad. Puros cuentos, disculpas para no estudiar, en este caso, este maremágnum de normas sobre padres, hijos, líos de pareja y variadas pensiones. Así que no sólo me he propuesto escribir -mi mujer me echará una mano, que para eso es ella la que sabe; o yo se la echaré a ella, según- un tocho bien grande sobre el tema, sino que, además, lo voy a hacer sin mencionar esas dos expresiones, dignidad humana y libre desarrollo de la personalidad, salvo cuando me apetezca hacerlo de coña y para escarnio de los que tanto las masturban tontamente.
Les regalo la introducción de la cosa, donde se resumen las tesis que luego quiero sostener fundándolas en Derecho positivo y no en paridas de profesor tontín y zanganete. A ver si lo logro.
(Disculpas si va alguna errata; apenas está releído)

Introducción: tres tesis sobre el Derecho de familia.


Mantendremos aquí varias tesis de apariencia sumamente radical, pero que trataremos de defender como las más correctas descripciones del estado actual del Derecho de Familia en España y, en buena medida y aunque no nos vamos a dedicar al examen del Derecho y la doctrina comparados, de los países de nuestro entorno cultural. Esas tesis podemos provisional y resumidamente enunciarlas así:

1. El Derecho de familia ha tenido sustancia propia y consistencia interna mientras el Derecho reflejaba, por un lado, y coactivamente ayudaba a mantener, por otro, un modelo normativo de familia. Es decir, lo que por familia pudiera entenderse estaba congruentemente asentado en la tradición y reflejado en la moral positiva o socialmente vigente, en particular en la moral religiosamente respaldada y asegurada. Lo que el sistema jurídico hacía era ratificar con sus particulares medios ese modelo social y uniforme de familia. Tal se hacía mediante la represión de los modelos alternativos y mediante la penalización, en diversas formas, de quienes hallándose insertos en una familia (como padre o madre, como hijo, como esposo o esposa…) no se atengan a los roles debidos en la misma. También cabían sanciones positivas, consistentes en el otorgamiento de ventajas o premios a los que se insertaran adecuadamente en ese modelo familiar ortodoxo y dentro de él desempeñaran correctamente su papel correspondiente. Había, pues, un modelo prejurídico de familia que, al ser incorporado por el sistema jurídico a fin de protegerlo, se convertía en modelo de familia jurídica y, así, recibía de las herramientas del Derecho la garantía de pervivencia.

De todo eso quedan restos en el ordenamiento jurídico actual[1], pero tales restos son justamente los que hacen incoherente el vigente Derecho de familia, pues de éste ha desaparecido toda referencia firme, sustancial y prejurídica a la hora de saber o determinar qué es una familia y, por tanto, a qué tipo de uniones, relaciones, situaciones y prácticas se deben aplicar las diversas normas de ese sector jurídico. En otras palabras, mientras que antes las normas del Derecho de familia se aplicaban a las familias, ahora, puesto que es el propio Derecho el que, sin referencias previas o externas a él, o en medio de referencias absolutamente contradictorias, determina lo que sea familia a los efectos de aplicar tales o cuales reglas jurídicas, se invierte este completamente el razonamiento de fondo: no es que el Derecho de familia se aplique a las relaciones familiares, sino que relaciones familiares son aquellas a las que el Derecho de familia se aplica.

Por esa razón el debate principal ya no es moral, social, político o económico, sino un debate intrajurídico, por así decir, un debate cuyas categorías son jurídicas, categorías del Derecho y de su teoría: derechos, discriminación… Ya no importa tanto, como antes, lo que moralmente piensen éstos o aquéllos de las relaciones homosexuales, por ejemplo, o de la convivencia sexual estable sin pasar por la vicaría o el juzgado, y tampoco las consecuencias que esos cambios de costumbres tengan, en su caso, en la demografía, la economía, la educación, etc., sino que lo que cuenta más que nada es que ningún individuo esté o razonablemente pueda sentirse discriminado por el hecho de que su opción personal, sean cuales sean sus efectos para el conjunto social, no goce de los mismos derechos y ventajas que el modelo que hasta ahora era el ortodoxo o estandarizado.

Sociedad justa, para el entender de hoy, es aquella en la que los ciudadanos, todos y cada uno, tienen muchos derechos, y sobre todos derechos a ser y hacer muy distintas cosas según su antojo. Pero tal apoteosis de los derechos tiene lugar de la mano de estas otras notas complementarias:

a) No se toma en consideración el resultado conjunto, es decir, no se valoran, o se valoran muy secundariamente, los efectos de esa primacía de los derechos individuales sobre el conjunto social. En otros términos, no importa cuál sea el grado de justicia de esta sociedad en su conjunto o como promedio, pues va de suyo que si cada uno puede (nominalmente) hacer lo que le apetezca, todos seremos muy felices y globalmente la sociedad será mejor que nunca. Triunfa una especie de utilitarismo ramplón que piensa que la mejor sociedad es aquella en la que alcanzan cifra más alta la suma de las felicidades individuales, pero entendiendo que lo que individualmente da la felicidad es ante todo el que nominalmente sea posible hacer lo que se quiera, ni siquiera el tener la posibilidad real, material de hacerlo. Por tanto, viene muy bien esa ideología a los que materialmente sí pueden, pues les hace vivir en la nada ingenua ilusión de que pueden todos porque a todos les está permitido. La ideología como falsa conciencia ha reaparecido de esa peculiar y sutil manera. Por poner un ejemplo: cuando yo lucho por los derechos de los homosexuales y porque puedan casarse igual que los heterosexuales, llevo a cabo una empresa seguramente noble y loable, pero corro peligro de olvidar que, aquí y ahora, un homosexual rico está mucho menos gravemente discriminado –al menos en lo que más importa-, aun cuando no pueda casarse, que un homosexual muy pobre, aunque pueda casarse. Podríamos multiplicar los ejemplos y aludir, con el mismo esquema, a otros muchos “colectivos” que hacen sentirse progresistas sin tacha y sin olvido a muchos de los que se empeñan en sus derechos.

b) Puesto que se prescinde de la toma en consideración del conjunto social, radicalmente se prescinde también de las consideraciones de justicia social, de toda idea de justicia distributiva. Si, por ramplón, esa pueril utilitarismo que acabamos de mencionar parece un utilitarismo que prescinde de los matices de Bentham o Mill, en este apartado el que ha sido perdido de vista es Marx, y por eso muchos se sienten socialistas y grandes reformadores sociales nada más que porque defienden el derecho de estos y de los otros a no ser discriminados en la ley y en la aplicación de la ley, sin parar mientes en que una sociedad en la que los bienes tangibles –no principalmente los simbólicos- no estén repartidos con una elemental equidad y en la que una mínima igualdad de oportunidades no esté asegurada, de poco consuelo valdrá a muchos el que les digan que pueden casarse aunque sean homosexuales o que tienen derecho a pensión de viudedad aunque no se hallan casado.

c) Con el predominio de tal mentalidad entre los que se dicen intelectuales y en los políticos y sus votantes, es fácil entender la tercera nota: la ley con más éxito y mayor aplicación es la ley del embudo. Aquí el olvidado es Kant, y la regla de universalización que iba aparejada al imperativo categórico kantiano es sustituida por la regla de la personalización: lo mío es mío y nada más, pero que los otros tengan algo que a mí me falta, es discriminación inconstitucional en mi contra. El infantilismo cobra carta de naturaleza en la ciudadanía; o, mejor dicho, las instituciones políticas y jurídicas -incluida una Administración de Justicia muy sensible a la presión mediática y al gusto por la fama y el halago- van tejiendo un modelo de ciudadano que parece incapaz de alcanzar la fase adulta del desarrollo moral y que se queda de por vida anclado en lo que los psicólogos llaman la fase anal: bueno es lo que a mí me da gusto, y malo lo que me resta disfrute o me supone inconveniente; y punto. Nos hacen así y a razonar de esa manera nos acostumbran todos esos profesores de ética y iusfilosofía, todos esos legisladores y todos esos jueces que nos vienen a contar día sí y día también que si algo me molesta o no me apetece o, incluso, si algo envidio y no lo tengo porque no he puesto para lograrlo los medios que en mi mano estaban, debo ser de inmediato complacido o resarcido, pues será indicio de que no se me permite desarrollar libremente mi personalidad, como pide el art. 10 de la Constitución, y de que, para colmo, se me discrimina, contra lo que veta el art. 14.

Así, que, por poner, por ahora, nada más que algunos ejemplos muy sencillos, yo no me caso con mi pareja porque no quiero arriesgarme a tener que pasarle pensión compensatoria si mañana nos divorciáramos, pero, en cambio, cuando se muere esa pareja mía con la que no me casé porque a mí no me dio la gana de asumir cargas y deberes, exijo pensión de viudedad para mí o subrogarme en el arrendamiento del piso que ella tenía a su nombre. Y el legislador y los tribunales me irán dando la razón, cómo no, impelidos por mis derechos fundamentalísimos. Mas como aquel o aquella que convivió conmigo sin matrimonio también es muy suyo, me reclamará pensión compensatoria cuando de hecho nos separemos de nuestra relación de hecho, y los tribunales se la darán a él igualmente, y en contra del que era mi propósito, para que no esté discriminado frente a los que antes se casaron y ahora se divorcian con desequilibro económico. Conclusión: todas las parejas serán de Derecho porque todo el mundo tiene que tener todos los derechos.

2. Si eso es así, pierde pie toda pretensión de una doctrina naturalista de la familia que sirva de presupuesto para la explicación y sistematización de la correspondiente rama de nuestro Derecho. Llamamos doctrinas naturalistas a aquellas que piensan que existe, en el ámbito normativo del que se trate, una realidad ontológica preestablecida, de manera que el Derecho, con sus normas, refleja tal realidad anterior, prejurídica, y la defiende. En nuestro tema, significaría que hay un modo de ser necesario, ineludible, del matrimonio y la familia, modo de ser necesario, ontología esencial, sustancia predeterminada, que el Derecho no puede contradecir. El matrimonio, pongamos por caso, es lo que es y sirve para lo que sirve, y tal realidad no puede cambiarla ningún legislador, ningún poder humano. Igual que no puede ningún parlamento prescribir la cuadratura del círculo, ni lo hará ningún legislador que esté en sus cabales ni servirá de nada que por tal porfíe, así el matrimonio será heterosexual o la familia se orientará a la procreación y será “célula básica de la sociedad”. No hay más vueltas que darle.

Inspira ternura lo que de un naturalismo así va quedando entre los civilistas. Quienes de esa forma insisten se ven irremisiblemente abocados a la melancolía o a la perplejidad del conductor que va por el carril equivocado de la autopista y se pregunta cómo es posible que todos los demás anden al revés. Porque el civilista, el que cultiva la importante y necesaria dogmática civilista, debe, con las normas de su sector, construir un sistema lo más claro y coherente que sea posible, y mal podrá embarcarse en dicha tarea cuando le parece que el Derecho de verdad no es el que en el Código y la legislación civil se expresa. Siempre podrá hacer como otros y proclamar que las normas legales son esencialmente derrotables, que la verdad del Derecho se encuentra en el trasfondo material de la Constitución y que en éste ni cabe matrimonio homosexual, ni “divorcio a la carta” ni cualquier otra promiscuidad que contravenga el orden natural. Pero esos argumentos son más propios de iusfilósofos ocupados en demostrar que la justicia (constitucional) está siempre de su prate y con su caso, que de civilistas que se quieran serios y que, por ese camino, acabarán teniendo que explicar lo que hay en la ley para no tornarse prescindibles o ser invitados a dejar los seminarios jurídicos para ir a enseñar e los seminarios diocesanos.

Pero lo que hay, lo que en materia de familia está en las leyes de ahora, puede dejar patidifuso hasta al más recalcitrante normativista, pues lo que falta es, justamente, plan y sistema. Cabe afirmar, como hicimos en el punto anterior, que no hay más familia que la que el Derecho de familia dibuje como tal. Pero, si somos realistas, deberemos avanzar un paso más y asumir que, en verdad, en nuestro actual ordenamiento no hay familia. Ya no es que el Derecho haya dejado de reflejar una noción prejurídica y socialmente vigente de familia, sino que tampoco construye el Derecho una noción jurídica alternativa, no la construye con una mínima precisión y una coherencia suficiente para que podamos decir éste, con tales y cuales caracteres, es el modelo de familia vigente a día de hoy en nuestro Derecho. Se han vuelto completamente contingentes y radicalmente heterogéneas las circunstancias a las que el Derecho ata la aparición para un sujeto de derechos u obligaciones “familiares”, no hay ningún hilo conductor constante, es coyuntural o aleatorio que yo hoy tenga que rendirle tal prestación a un sujeto porque es de mi familia o que tenga que dármela ese sujeto a mí o que deba proporcionarnos a los dos alguna ventaja o facilidad el Estado porque seamos familia.

Bien mirado, algo de esto ha habido siempre. Nunca el Derecho, al menos en nuestro medio cultural e histórico, ha sido congruente con las funciones y definiciones sustanciales de la familia en que presuntamente se basaba. Siempre el sistema jurídico ha seleccionado, con su propio criterio, que el criterio político de quien hace sus normas, una serie de relaciones como familiares para imputar en esos casos, y sólo en esos, derechos y obligaciones. Así, se ha relacionado el matrimonio con la función reproductiva, pero ello no ha sido óbice para que puedan contraerlo válidamente quienes no pueden procrear o no pueden ya. Especialmente después del siglo XVII, se ha ligado el matrimonio al amor, mas no han dejado de ser válidos tantos matrimonios por interés o por cualquier circunstancia independiente del afecto o hasta incompatible con él. Y así sucesivamente. Se repite una y otra vez que el matrimonio es “comunidad de vida”, pero de entre todas las comunidades vitales, incluso de entre todas las que llevan consigo afecto y reparto de gastos, es el Derecho el que siempre ha seleccionado cuáles son matrimonio y cuáles no. Y así sucesivamente.

Lo peculiar del presente es que en esa selección ya no hay ni rastro de criterio, ya no se ve qué línea la articula, salvo lo que antes señalamos de que se pretende dar gusto al votante diciéndole que lo que sea su placer o su interés habrá de ser también su derecho, y que si los demás tienen familia por qué no va a tenerla él aunque la suya no sea como la de los otros.

Tenemos, en consecuencia, que el actual Derecho de familia es, se mire como se mire, Derecho sin familia. Antes, muchas de las que con arreglo a ciertas definiciones sustanciales (afecto, convivencia, intercambio sexual, solidaridad económica…) eran familias, no tenían Derecho de familia, no constituían familia para el Derecho de familia. Pero, al menos, a las que esa rama consideraba familias era posible encontrarles algún mínimo denominador común. Y, si no, quedaba por lo menos el dato formal, procedimental: será familia y tendrá el tratamiento jurídico de tal aquel grupo humano que cumpla ciertos requisitos fijados por las normas (edad, cierta situación de parentesco o de falta de él, etc.) y que realice determinados ritos jurídicos constitutivos, tales como contraer matrimonio, reconocer un hijo, etc. Hoy ya no es así, en modo alguno, como bien sabemos.

3. Así que si el Derecho de familia ya no es, propiamente hablando, Derecho de familia, ¿qué es? Arribaos a nuestra tercera tesis: el que actualmente se sigue llamando Derecho de familia y explicando como si en verdad tal hubiera, no es más que una rama del Derecho de obligaciones. No quedan, o no quedan apenas, apenas, en materia familiar más derechos y más obligaciones que los de contenido económico. Sí se enuncian derechos y deberes de otro tipo, pero carecen en realidad de toda virtualidad jurídica tangible, son solamente retórica o resabio de otros tiempos o lubricante que sirve hacer más a muchos más llevadera la transición hacia esa disolución de las relaciones familiares. Por supuesto, nada impide, en los hechos, que las personas puedan amarse como pareja o como padres e hijos o hermanos, que ciertos adultos puedan compartir sexo y casa, que se reserven entre sí un trato de favor que a otros no darían, etc., etc., etc. Pero al Derecho nada de esto le importa ya, pues puede haber de todo ello sin que para el ordenamiento nos hallemos ante una familia y puede no haber ninguna de esas cosas y tratarse, para el sistema jurídico, de una familia. ¿Y a qué efectos sabremos si estamos o no ante una familia? Según que haya o no que pagar o que se pueda o no recibir. Todo lo demás al Derecho de familia ya no le importa mayormente.

Una última precisión. Con esas tesis pretendo hacer una descripción, que trataré de ir fundamentando, de cómo está hoy el llamado Derecho de familia. Otra cosa es la opinión que a unos u otros esa situación nos merezca. Son muchos los que lamentan que el Derecho de familia abandone las viejas estructuras y los planteamientos de antaño, los que se afligen por el declive de la familia “de toda la vida” y reprochan que el sistema jurídico ya no la ampare apenas. No es mi caso. Lo que yo pido es, más bien, que desaparezcan los resabios de esas formas antiguas que aún se dejan ver –como la pensión compensatoria, nada menos que por “desequilibro económico- y que ponen incongruencia a los esquemas individualistas que se van imponiendo. Es hora de probar una sociedad de ciudadanos, no de células básicas. Es hora de ampliar la libertad para que cada uno organice sus afectos y su vida sexual como quiera y sin que el Derecho se meta para nada que no sea evitar los abusos y procurar que sea libre el que pueda consentir y que no sea forzado el que no pueda. A tal propósito, con las reglas generales, civiles, administrativas, laborales y penales, seguramente basta, sin ninguna necesidad ya de andar inventando normas para un sector del ordenamiento jurídico, el Derecho de familia, que ha perdido sentido al evaporarse su objeto, la familia. En otros términos, que socialmente haya tantos modelos de familia como la gente quiera y que cada cual elija el que más le convenza, sin que el Derecho imponga ninguno ni lo impida, y con un Derecho que permita y procure que cada cual sea estrictamente responsable de sus elecciones y se atenga a las consecuencias, delitos aparte, por supuesto.

[1] Por ejemplo, vendremos a sostener más adelante que si algún sentido le queda a día de hoy a la pensión compensatoria del art. 97 C.C. es el de sanción negativa que sirve para disuadir del divorcio a quien se halla en mejor situación económica y social; o para disuadir de casarse al que tenga donde caerse muerto.

15 noviembre, 2010

¿Estaré soñando?

Cierto es que ando muy atareado con sesudos escritos y charlas pendientes. Pero cuando me tomo un rato de descanso y pongo la radio o voy a los periódicos, me entra pánico porque temo haber sido abducido por una fuerza extraña y llevado al mundo al revés, quizá al de la antimateria o al País de Irás y no Volverás. Podría extenderme en los pormenores de mi sorpresa y mi susto, pero voy a resumir en pocos puntos.

1. He oído a Zapatero decir en un mitin que el Papa qué se cree y que si piensa el Romano Pontífice (bueno, ZP no lo dijo así porque él no es dado a los sinónimos ni domina un gran vocabulario) que en España vamos a legislar como a él, Benedicto, le dé la gana. Toma castaña, y ayer mismo leí que el Gobierno del señor Zapatero ha aplazado sine die (qué expresión tan eclesiástica) la tantas veces anunciada ley nueva de libertad religiosa, con la que íbamos a quitar privilegios a esa Iglesia Cátólica que tanto maltratamos y a la que don ZP le ha aumentado la financiación y los chollos. Manda cojones, el Zapatero. ¿Se habrá puesto así de farruco el otro día cuando se vieron en Barcelona o hablarían sólo de la familia y el Barça?

2. En El Cofidencial de ayer, creo, venía un largo artículo de Carlos Sánchez explicando por extenso y con todo lujo de detalles cuánto ha aumentado la diferencia, la cesura radical, entre ricos y pobres en España, especialmente desde que gobiena este gipipollas cuentista de Zapatero. Manda cojones, again.

3. Esta temporada he visto fotos de artistas zetaperos y zejudos desfilando en la mani al lado de gente del PP para protestar porque el Gobierno pasa por completo de los saharauis y sus derechos fundamentales y le anda haciendo mamaditas al Mohamed, aprovechando que aquí somos muy progres, muy republicanos, muy defensores de los derechos humanos y muy todo lo que sea que resulte gratis y por el morro. Y el Gobierno y sus huestes erre que erre y que cuánto lamentan todo, pero sin condenar las tropelías de Marruecos, ni de coña. ¿Qué diría la santa progresía de canapé y ráscame aquí si fuera Aznar el que achantara y mandara a los del Sáhara a tomar vientos? Por cierto, tampoco es menor mi asombro al observar a los peperos saliendo a la calle por los saharauis.

4. Diantre, a propósito de lo de Marruecos y el Sáhara, juraría que he visto a Moratinos allí haciendo de ministro de Asuntos Exteriores, pero creo recordar -¿o lo soñé?- que Zapatero lo había sacado del Gobierno y había colocado en ese Ministerio a una señora que luego se fue a los Andes, ande, ande, ande, la marimorena... A lo mejor es que le dio el mal de altura y se quedó haciéndose unos masajes con Evo, que siempre está que trina.

5. Decido, en consecuencia, ir a echar un vistazo a algún medio conservador del todo, al que pueda criticar sin depeinarme y sin dejar de ser progresista de buena fe. Carajo, abro la edición digital de La Razón, me pongo a repasar la sección de "Noticias más vistas" y ¿qué creen que me topo? Pues que la cuarta de las noticias hoy más visitadas de ese periódico de orden total es la que se titula "Los peligros del coito ´en estéreo`" De verdad que pienso, de mano, que darán algún consejo para no poner la música muy alta mientras uno hace el amor a oscuras con su santa. Pero no, es todo un reportaje sobre las ventajas e invonvenientes de la doble penetración; ya saben, una señora atacada al mismo tiempo por dos varones que se reparten su vanguardia y su retaguardia. ¡Atiza! ¡En La Razón! Véanlo aquí, que nunca se sabe cuando se les puede presentar a ustedes la ocasión de una tal acción concertada o fusion blanda, como dirían los de las cajas de ahorros, que son muy dados a esos trueques.

Apenas repuesto, me digo que voy a mirar qué más noticias vienen en ese diario tan reaccionario. Y doy con la que informa de que el Papa acaba de afirmar que "no se puede idolatrar el cuerpo humano". Pero ésa no está entre las más visitadas, ni de broma.

Me encantan estos conservadores calentorros. Pero no estoy seguro de si no me voy a despertar de repente y a encontrarlos a ellos en misa y a los progres defendiendo a los saharauis hombro con hombro y ceja con ceja. No sé.