20 noviembre, 2010

De opiniones, periódicos y periodistas

El miércoles pasado, Aurelio Arteta publicaba en El País un artículo bien sugerente, pero con cuyo comienzo no estoy muy de acuerdo. Lamenta que muchos de los que podrían opinar con buen fundamento en los medios de comunicación se quitan de en medio por pereza, interés o cobardía.: “Lo extraño es que entre nosotros tantas personas a quienes les sobra el saber preciso para enriquecer la opinión pública desdeñen esta tarea. O bien consideran que entrar en este terreno rebajaría enseguida la altura de sus ideas, forzadas a acomodarse al lector ordinario, o que sus reflexiones nada iban a alterar la conciencia de sus conciudadanos. O bien dan por sentado que conviene evitar los juicios en tribunas públicas para librarse de los diversos riesgos que ello podría acarrear (y entre esos riesgos, el de que "los suyos de toda la vida" comiencen a mirarles con recelo...). Lo cierto es que se contentan con cultivar para sí o entre muy pocos un saber que por su naturaleza es para muchos. Se limitan a contemplar su objeto de estudio desde todos los ángulos, menos desde ese en el que ese objeto muestra el sufrimiento que produce y demanda entonces una acción justa. Así llegan bastantes a tomar por teoría pura lo que es un conocimiento de y para la práctica o la acción

No digo que no tenga el autor su punto de razón, pero no es del todo justo. Cierto es, indudable, que muchos intelectuales y académicos con acceso posible a las tribunas de más eco se van por los cerros de Úbeda o tragan con carros y carretas al grito de peores son los otros que estas acémilas amigas que ahora mandan. Casualmente, hoy mismo le tocó columna en El País a uno de ésos, un talento echado a perder por su fidelidad perruna a quienes desprecian cabezas y plumas como la suya. Pero afirmo que no es justo aquel reproche genérico, porque son muchos, muchísimos, los que teniendo qué decir y sabiendo expresarlo, están completamente excluidos de la posibilidad de ser leídos en periódicos de tirada decente o el cualquier otro lugar de lo que llaman los medios. Cuántas veces he oído a colegas de suma valía quejarse de que ni en la sección de cartas al director de un periódico de edición nacional consiguen sacar unas líneas.

Aquí los periódicos –centrémonos en ellos por esta vez- se están yendo de rositas y algún día tendrá, quien sepa, que contar algunas cosas. No me refiero ahora a que son la voz de su amo o a que el editorialismo se ha convertido, ante la escasez de diarios independientes, en la más seria competencia de las rameras o los chaperos. Me refiero al poco seso y la nula sensibilidad que por lo común se gastan los periodistas o, al menos, la mayor parte de los que cortan el bacalao en los periódicos.

Hoy y aquí, y con las excepciones de rigor, los periodistas son esa gente que no repara en los sucesos de relieve o interés, pero que toma por noticia cualquier pendejada, tanto más noticia cuanto más memo el acontecimiento. Eso que llaman la opinión pública acaba acostumbrándose y se pervierte, pero no es por innata estulticia del populacho, sino porque así los hacen los medios. Ya que hablamos de periódicos, haga el amable lector de estas líneas el experimento de abrir ahora mismo la edición digital de los de más tirada y cuente cuántas de las noticias que aparecen constituyen imbecilidades de libro, frivolidades que no vienen a cuento de actualidad ninguna o simples memeces sin enmienda. Y luego vaya al menú de noticias más leídas, con cuidado de que no lo salpiquen los variados humores corporales que chorrean, y alármese al observar lo que la gente ha seleccionado de esa carta de lecturas que el periódico le ha ofrecido: moscas tomando mierda, sí, ¿pero quién la ha defecado?

Otra característica del periodismo al uso es la de no enterarse de nada, salvo que usted los llame y les explique que mira, que este del pueblo de aquí al lado acaba de descubrir la vacuna contra el sida, al fin, y que hay un revuelo científico imponente y que se lo llevan a la Universidad de Yale. Pero ni por esas, así tampoco. Es el mensaje que usted, que está en el ajo, le ha dejado en su móvil al jefe de redacción o a su contacto en ese diario, pues le parece que es información bien relevante. Cuatro horas después le llama uno con tono de becario que le pregunta si le importa a usted proporcionarle así, telefónicamente, unos datos, pues quieren sacar la noticia al día siguiente y ya están cerrando la página de “sociedad y cultura”. Usted le insiste en que casualmente se encuentra aquí al lado, en Astorga –pongamos por caso y si se tratara de León- ese genio y que mañana mismo va a exponer sus descubrimientos en un congreso en Valladolid, y que es amigo suyo y les puede proporcionar incluso su teléfono. Bueno, que gracias –le contesta el otro, azorado-, pero que el director le ha encargado a él el seguimiento de esa noticia y que tiene que dejarlo todo listo en una hora porque su novia se va de Erasmus a Varsovia y quiere acercarse al aeropuerto a despedirla. Bien, pues pregunte. Y empieza.
- Antes que nada, disculpe, pero ¿Yeil se escribe así como suena?
Cuenta usted hasta diez y deletrea: i griega, a, ele, e.
- Gracias.
Que cómo se llama el que descubrió el antibiótico ese.
- No es un antibiótico, es una vacuna.
- Ah, sí, espere.
Oye usted como lo escribe, repitiéndolo bajito: va-cu-na. Bien, pero que cómo se llama el señor.
- Jaime Villadangos. ¿No le dice nada el apellido?
- ¿A mí? ¿Por qué?
- Hombre, Villadangos es un pueblo de aquí al lado. Este próximo premio Nobel es leonés, de Villadangos precisamente.
- ¿Queda muy lejos? Es que yo soy de Palencia, ¿sabe?, pero estudié en Ávila, en la privada.
- ….
Por qué tuvo usted que llamar al periódico, vamos a ver. Quién le manda complicarse la vida. Que cada perro se lama su culo y tal. Pero ya está hecho. Decide dejarse de contemplaciones.

Que si le puede usted hacer un resumen de cómo es lo de la vacuna y para qué sirve, pero en no más de veinte palabras, y que si sabe si al congreso ese viene algún ministro o algo, que no les han avisado de nada y que el director está que trina. Usted hace, pese a todo, un esfuerzo sincero para resumir de esa inverosímil manera tamaño descubrimiento médico. A la otra pregunta le contesta la verdad, que ni lo sabe ni le importa.

Al día siguiente, en un recuadrito en la parte inferior derecha de la página de “local” aparece que un norteamericano de Yale ha descubierto en Villadangos una nueva vacuna contra el sida, pero que Valladolid se lo ha llevado y dará allí una rueda de prensa. Y aparece una foto que no es de Villadangos, sino de Páramos del Sil. Pero qué más da.

A que parece broma. Pues lo es, sí, pero de un realismo que asusta. Si yo les contara; si tantos contaran y contáramos.

Pero estábamos en si se puede opinar en los periódicos, y era que no. Y se lo dice un privilegiado, pues bien agradecido y feliz estoy con mi columnita en El Mundo de León los jueves. Fuera de eso, he dejado de enviar escritos a otros diarios en lo que, incluso, más de diez o veinte veces me sacaron cosas. ¿Porque me los rechazaban y eso hería mi vanidad y no era soportado por mi acrisolada soberbia? No, les doy mi palabra. Más bien porque me cansé de tratar con maleducados. De qué van. ¿Cuánto les costaría responder a tu envío con un escueto mensaje de correo electrónico que dijera que lo recibieron y que lo van a mirar, o que está bien y sale dentro de doce días, o que no les interesa y deje usted de entretenernos con su basura. Pero no, lo peor de todo, no te dicen ni pío y lo mismo aparece mañana que desaparece para siempre. Y hasta hay algunos burros que te recortan por su cuenta y riesgo tal o cual párrafo, si no les cabe. A pelo, por la cara, sin avisar ni nada. Quizá era el párrafo crucial, el que daba el sentido o el tono a todo el escrito. No lo pillaron.

Tú tienes tu corazoncito, por mucho que te lo montes de humilde y modesto siervo de Dios, y piensas que bueno, que ya que lo tuyo no sale, será porque tienen para este mes unas colaboraciones de quitarse el sombrero. Así que te pasas tres o cuatro semanas leyendo con minucia todas y cada una de las tribunas y columnas de ese diario esquivo y practicas blasfemias que tenías olvidadas, pues encuentras las correspondientes páginas llenas de –vuelvo a inventar al buen tuntún- largos escritos sobre las jornadas de caza de Alfonso XIII cuando visitaba Teverga durante la dictadura de Primo de Rivera, sobre los caracteres femeninos en la serie Perdidos, sobre los tres delfines que entraron en la ría de Avilés durante la segunda mitad del siglo XX y que dos se murieron allí y el otro se dio la vuelta y se marchó de nuevo al mar, sobre los jardines japoneses en Pola de Lena, que no hay pero que tendría que haber. Y así. Y lo tuyo, que iba sobre la ley de violencia doméstica y con unos casos tremendos que te habían relatado unos amigos jueces, que no sale. Y no sale. Nadie te explica nada, no vaya a ser que algún jefe de sección tenga, por escribirte tres líneas, menos tiempo para rascarse los cataplines o preparar un reportaje de dos páginas enteras sobre el día que Belén Esteban se bañó en la playa de Ribadesella y esa tarde llovió, mira tú qué cosas pasan.

¿Qué no nos comprometemos? ¿Qué no opinamos? ¿Qué no damos la cara? La única manera es así, con blogs y facebús y similares. Porque en otros lados terminas con dolores en el culete. Y no es plan. Ya vendrán un día a pedir, ya. Y les van a dar a ellos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mire amigo, uno ha sido periodista de estos, que te dice el redactor a las 19.45 que hagas un reportaje sobre las centrales de ciclo combiado al albur del nuevo RD XXXX, y le aseguro que todo tiene su lógica interna.
Lleva usted razón, de todas maneras.
Pruebe a reducir sus escritos a tres párrafos. Es lo que suele caber.
Sim
Y me gusta mucho su blog

Fabian Pozo dijo...

Estimado profesor,
le saludo desde la Ciudad de Cuenca en Ecuador, tengo 20 años y estudio derecho, desde que empece la carrera me he interesado por la filosofía del derecho, el derecho constitucional y los derechos fundamentales, y he tenido la suerte de acercarme a sus publicaciones a traves de la red y algunos de sus libros, hoy ha sido un placer para mí encontrar su blog y poder contactarlo por este medio.


Lo que expone en su articulo de hoy, es un fenómeno que ocurre en todas partes con cada vez mas fuerza, siendo el poder de los medios el máximo árbitro de la discusión pública y política, los intereses tras el control de los medios son la verdadera política de censura a la que se somete la opinión, o el filtro al cual se subordina lo que se puede publicar y lo que no, siempre como la mano escondida que busca direccionar la opinion ciudadana hacia su molino.
Parodiando a Ferrajoli, podria decir que los intereses de los medios forman la "esfera de lo DISCUTIBLE QUE, Y LO DISCUTIBLE QUE NO" o de lo "publicable que y lo publicable que no" fijadas por lo que se puede o no decir, segun el impacto que pueda tener una opinión en los intereses de quien controla "las cuerdas".

Esto es aun mas grave en paises como el mio, que como ud sabrá pasamos un proceso politico de euforia neoconstitucional y de concentración de poderes en la administración, con leyes restrictivas y con casi ninguna libertad de expresión, pues si uno consigue que se le escuche o se le publique en alguna parte con un criterio diferente, es enseguida puesto en categoria de perseguido -o por lo menos excluido- antimoderno y enemigo de la revolucion y por tanto de los intereses populares, y las propuestas o críticas que uno hace se ven perdidas en el siguiente escándalo con el cual los medios controlados por el Estado camuflan o desvían el interes público de discuciones que pueden resultarles perjudiciales, como la aprobación de leyes polémicas o escándalos de corrupcion.

Es lamentable que nuestras sociedades democráticas sean manipuladas de esta manera, en fin, al menos nos queda la red y sus espacios para difundir nuestros pensamientos, espero que ese medio sea el pilar de la verdadera democracia del futuro.

Nuevamente reitero mi aprecio y agradecimiento por sus opiniones y sus publicaciones que tanto me han servido en construir mi visión del Derecho,

Saludos Cordiales,

Fabian Pozo