11 diciembre, 2010

Cuando descubres lo que preferirías no saber

Algunos días son extraños. O que está uno raro. Me pasó ayer. Se me multiplicaron las experiencias y las revelaciones, algo ya conté. Pero lo más duro fue asumir un descubrimiento que no me ha dejado dormir: yo también soy mercado. Sí. Verán.

Tengo un plan de pensiones, modesto, pero lo tengo, ¡ay! Lo hice un día sin pensar, lo juro. Hace trece años. Meto ciento y pico euros al mes, no se hagan ilusiones. Pero reconozco que ese dinero, bien invertido en copas, me habría permitido jubilarme con una buena cuenta de recuerdos guapos. Pero a lo hecho, pecho.

Ayer me llamaron de la entidad que lleva mi plan. A veces te suena el teléfono así y una voz melosa te pregunta: ¿tienes plan? Dígales que sí, porque, si no, te hacen uno y te sale por lo que cuesta a estas edades buscarse planes, un ojo de la cara. Esta vez a mí me telefonearon porque andaban con urgencia por verme para hacerme grandes propuestas. Y como ayer era uno de esos días raros, ya lo he dicho, pues fui.

Alfombra roja virtual, reverencias, palmadas, sonrisas reales. Por ciento y pico euros que meto yo ahí. Si llegan a ser mil o dos mil, ya me imagino los masajes y de quién y con qué. Pero tranquilos, no hay caso. Quién fuera rico (perdón, querida, en realidad ya lo somos, los dos).

Bueno, pues era porque yo, que nunca sé nada de tales temas y que no sirvo para administrar mis propias cosas, tengo un plan de ésos que va con un treinta por ciento de renta variable y un setenta de la otra, que debe de ser fija, pero a lo mejor va por horas, no sé. Que tengo que cambiar a un setenta por ciento de renta variable, ahora que la bolsa está baja, que hay negocio ahí y que veré cómo se multiplican los rendimientos de mi plan. ¡Que se rinda el plan!

Pues contesto que no, con un par, igual que si la pasta me sobrara o fuera a cometer un crimen pasado mañana. El hombre y la mujer, que tales eran -y ella, además, asturiana; lo tienen todo estudiado- me contemplan con asombro. No puede ser. Este tío es gilipollas. Nervioso, hago lo que menos se debe en estas situaciones: intento explicarme y que me entiendan tal como soy. O sea: gilipollas. Les doy noticia de que en las cosas de cuentas, contratos y negocios sí soy fiel -y ya en todo, mi amor- y que, fundamentalmente, me da mucha pereza andar con porcentajes y papeleos. Que no, vaya, que no me gusta nada especular. Pero insisten, ante lo inaudito de mi postura: pero, al fin y al cabo, usted tiene un plan y sólo le sugerimos que aumente el porcentaje de renta variable. Me planto, casi me irrito y, al final, me regalan un calendario de mesa y prometen que en seis meses me llaman otra vez, supongo que para ver si ya me volví normal.

Pero todo eso es preámbulo. Lo malo vino luego, cuando me quedé pensando, solo. Yo -¡yo!- pongo pasta cada mes para la especulación bursátil y de la otra, que no sé si será fija o a tiempo parcial, pero que también debe de tener su pecado. Y, como yo, pero gestionándolo con más garbo, usted y usted y usted también andan metiendo ahorrillos que si en acciones, fondos, carteras y cofres de inversión. ¡Ah, malandrines! Resulta que ¡el mercado somos nosotros también! ¡Mierda!

Yo me voy a quitar. Usted verá qué actitud toma ahora que los mercados quieren hundirnos a todos. ¡Los mercados queremos hundirnos a nosotros mismos! Me doy cuenta de que ya pasó con la burbuja inmobiliaria. ¿Usted no se compró algún pisillo para sacarle tajadita? ¿Que sí? Entonces, por qué repite que el país lo jodieron los especuladores. Lo dicho, lo dicho. Pienso sacar mis cuatro duros de las exiguas cuentas y del flácido plan de pensiones y lo voy a fundir todo, para que a mí nadie tenga nada que reprocharme cuando los mercados fulminen el euro y hagan que en este país todo caiga, menos el gobierno, ya que, como también vamos sabiendo, el estado de alarma va a ser para siempre, indefinido total, y bajo estado de alarma no se puede disolver el Parlamento. Irán muriendo diputados lentamente y por fatiga de materiales, pero no habrá renovación. Cuarenta años o así, hasta que a Zapatero le llegue la flebitis. Pues por eso, razón de más para quemar ahora toda la pólvora y darle al cuerpo las últimas alegrías.

Los que vengan detrás que arreen. Y que se jodan.

5 comentarios:

Lopera in the nest dijo...

Siento estropearte el ánimo, pero Hacienda espera al final de cada plan de pensiones. Los muy cabrones.

Antón Lagunilla dijo...

Al final, y a mitad de camino, con mucha más mala lecha. Pruebe a liquidarlo ya, y se enterará. Marditos roedores !

Por cierto, ¿no se le ocurrió preguntar si la inversión en renta variable era en acciones de la propia entidad? Conozco casos.

Por lo demás, el otro día me enteré de que los miles de millones que mueve un especulador de esos gordos, no son sino fondos de pensiones de los trabajadores de Wisconsin, USA. ¿Se imagina a nuestra Seguridad Social invirtiendo los dineros a nivel planetario, y en renta variable? Sudores fríos me dá pensarlo. Pero, ¿estamos seguros de que ZP no está invirtiendo los fondos de la Seguridad Social en deuda del Estado Español?.
Saludos.

Luis Simón Albalá Álvarez dijo...

Yo confío en la Seguridad Social.

Anónimo dijo...

Haces bien. No te dejes embaucar, que luego todo son lios.Nadie da duros a pesetas.Y lo del estado de alarma para siempre para que así no se pueda disolver el parlamento...ay dios..hasta que muera zp¿flebitis? eso que es? Que va, si son inmortales¿acáso lo dudas? ya...que tenemos el estado de alarma para siempre...pues eso jajajaja.

Francisco dijo...

lo del estado de alarma permanente me pasa a mi tambien pero en mi movil. Me lo configuraron cuando lo compré y como no lo entiendo bien, pues a aguantar que todos los dias toque a las ocho de la mañana. Ah! que eso es trabajar y que acaso tambien les pase a los políticos: que tampoco entiendan como funciona. En fin...