22 mayo, 2011

Diversidad cultural: cuánta y para qué

Una de las cosas que me gustaría hacer, si el tiempo diera para más y uno sentara cabeza, en lugar de andar siempre de la Ceca a la Meca, sería un diccionario de tontinociones, de términos tontorrones usados hoy en día para quedar la mar de majo y míralo qué progre. Una de esas palabrejas es “diversidad”. Me altera los nervios bastante.

Primero la anecdotilla, para entrar en materia. Hace días, alguien por ahí me dijo que estaba preparando un proyecto de investigación sobre instrumentos de protección de la diversidad en el Derecho Internacional y que si me apetecía verlo. Respondí que bueno y lo miré. Como esperaba, se basaba en un prejuicio bienpensante o en un tópico de esa corrección política que nos ahoga: que la diversidad es cosa buena, de lo más mejor, y que hay que protegerla a toda costa. Estamos hablando, parece, de la diversidad cultural, en particular la diversidad cultural entre los pueblos. Estupendo, aquí un amigo, aquí mi señora. Pero faltaban dos asuntos esenciales en tal proyecto, como es costumbre. Uno, delimitación de lo que ha de entenderse cabalmente por diversidad y por diversidad cultural; conviene precisar el significado con que usamos las palabras antes de ponerse cachondo con ellas. Y dos, la fundamentación de por qué presumimos que la diversidad cultural es buena y que hasta el Derecho Internacional debe disponerse muy bien para ampararla.

Claro, entiéndanme, cómo vas a ponerte a decir estas cosas así de serio a alguien que está tan ilusionado porque ha descubierto la diversidad y empieza a notar que se le excita el celo jurídico-científico. Así que le pregunté si entre las culturas diversas y que con esmero y Derecho debemos defender se hallarían las culturas caníbales, si alguna quedara por un casual, o las culturas fuertemente machistas, mismamente. Y si fue una desgracia cultural y jurídica que desapareciera (¿desapareció) nuestra propia cultura aborigen e hispana, catolicona preconciliar, autoritaria, machista y maltratadora. Intenté explicarle que yo mismo, modestamente, tengo días en que me siento aborigen o indígena total, cuando me acuerdo de cuán densa y peculiar era la cultura de mi pueblo y de que me libré por los pelos porque me mandaron a estudiar a tiempo. Creo que mi contraparte ya no me seguía cuando me puse tan estupendo. Probablemente antes tampoco, desde el ejemplo de los caníbales, pues me replicó solamente que caníbales ya no hay y que qué bobadas.

Luego, esta semana he tenido algún debate bien interesante con un magnífico estudiante bogotano que trabaja sobre derechos de los pueblos indígenas y que, ante mi pregunta de si debían tener los indígenas más derechos (por ejemplo sobre la tierra y en lo referido a expropiaciones) o derechos especiales o derechos ligados a la acción afirmativa o discriminación positiva y que por qué, en su caso, me contestó que porque la diversidad es buena y hay que ampararla y fomentarla. Manejaba buenos argumentos y él es quien me dejó pensando y con ganas de escribir estas cuatro reflexiones aquí. El diálogo que sigue no es con él, sino con un contradictor caricaturizado.

Una de las peculiaridades definitorias de las tontinociones es que presuponen por lo común contraposiciones estúpidas, una especie de maniqueísmo conceptual con mechas. Se parte de que hay un algo, denominado A, que es malo malísimo, razón por la que lo opuesto a A, que se llama B, es bueno de lo mejor. Como ya la primera presuposición (la referida a A) es gratuita y burda, y como no nos paramos en definiciones ni precisiones conceptuales de ningún tipo, ya que del famoso método analítico van quedando nada más que las cuatro primeras letras, no sorprende que se caiga de hoz y coz en una mayor y más lela simpleza respecto de B y las presupuestos que a esa noción B acompañan. Expliquémoslo con nuestro caso, el de “diversidad”.

Prejuicio originario o de arranque: la uniformidad es mala. ¿Por qué? Porque sí. ¿En qué? ¿En todo? No sabe, no contesta, la uniformidad es mala, y ya está.. Y, por tanto, su contrario, al diversidad, es una maravilla. Bueno, pues usted no querrá analizar ni distinguir, pero a mí me parece que esa es la esencia primera de la buena teoría y me pongo a ello. Trate, querido colega, de seguir el hilo de mi discurso y de no dormirse soñando con tribus exóticas.

La uniformidad u homogeneidad es concepto o idea sin carga valorativa inmanente. Depende de a qué objeto o situación nos refiramos. Que el ejército vista uniformemente, con uniforme, es buenísimo, pues sirve, lo primero, para que sus soldados se reconozcan en el combate y no se disparen entre sí, sino al enemigo, que va de otro color por lo mismo. ¿Cómo dice? ¿Qué es usted pacifista y que por eso no le vale el ejemplo? Oiga, no me toque los cojones, que estoy razonando en serio. Que los camareros de un restaurante vayan uniformados también trae motivo de una función: que los podamos distinguir de los clientes para que no vayamos a pedirle un brandy al director de la sucursal del Bilbao que está allí con la de ventanilla. Y no me diga que tampoco esta comparación le sirve porque usted no toma alcohol, no sea que me vaya a cabrear de verdad con sus patochadas de memo.despeinado. Le daré más ejemplos.

Cuando usted va a misa (bueno, vale, usted no va), ve que los rezos y cánticos son uniformes, que todos dicen o entonan lo mismo, que si el Señor hizo en mí maravillas, que si y con tu espíritu. Si no hubiera esa uniformidad, aquello parecería un gallinero y no una misa. Cuando usted va de manifa (ah, a eso sí), se gritan eslóganes a coro, que si jamás será vencido, que si Rajoy, cabrón, trabaja de peón, lo que supone considerable uniformidad. Claro, porque si cada uno grita lo que quiere o canta lo que le da la gana, aquello sería más bien un mercado o un debate de tertulianos enardecidos porque al fin pueden ganar los suyos.

Ahora un supuesto de las ciencias sociales o jurídicas. ¿Es usted de los que, como yo, reclaman derechos humanos para todos? Ah, o sea que quiere uniformarnos bajo los mismos derechos. ¿Está usted muy de acuerdo con la igualdad ante la ley y en la aplicación de la ley y, consecuentemente, en contra de la discriminación jurídica negativa? En ese caso, me concederá que se inclina por un estatuto jurídico uniforme para todos los ciudadanos. ¿No sería mejor una diversidad grande en derechos y en estatuto legal, como en la Edad Media? Ahí sí que había diversidad, unos eran vasallos o siervos de la gleba, otros eran señores y señoras, con sangre azul, otros eclesiásticos comme in faut, de los de antes, y hasta había un rey que reinaba como corresponde a que lo había puesto Dios. Diversidad a tope, no me lo negará. Y luego vino la Ilustración y llegó la revolución liberal, y todos uniformados en derechos. Al fin vamos consiguiendo, incluso, que las mujeres no se distingan de los hombre por el trato legal que reciben y que sea el mismo para todos y todas: uniformidad de derechos, sin consideración al género. ¿No era más diverso todo antes?

Me sé sus contestaciones: la uniformidad es mala porque la imponen, toda, toda, las multinacionales y los gringos, y últimamente también el capital financiero transnacional. Usted y yo no salimos del diálogo de sordos, o de besugos; está claro.

Mas seguiré preguntándole cosas, y vamos ya a la diversidad cultural como opuesta, para bien, a la muy perniciosa homogeneidad o uniformidad cultural. Como me va a decir que caníbales ya no van quedando y me temo que, si se encuentra uno, exclame que qué mono y que a protegerlo tocan, aunque sea dándole enlatada y uperisada la carne que le gusta, vuelvo al ejemplo de las culturas supermachistas y en las que hasta está bien visto atizarles unos azotes a las mujeres cuando no andan sumisas y calladitas. Que no me negará que culturas de esas las hay, no me va a decir que no. Hasta las tuvimos aquí y casi las conocí yo mismo. Quedan restos. Hablo de culturas con todas las de le ley y que tienen uno de su rasgos identitarios en tal detalle, junto a otros similares (se pega de lo lindo a los niños, se pacta el matrimonio de las niñas sin su consentimiento, si pudieran darlo, se aplican penas sumamente crueles a los que comenten delitos, o lo que la comunidad de marras tiene por tales, se reprime al que no adora a los dioses oficiales….). La pregunta ya la ve venir, ¿verdad? ¿Protegemos esa cultura porque es diversa y la diversidad es maravillosa, o les decimos que nones y a aplicar las reglas uniformes de la Constitución de todos y los derechos iguales de cada uno?

Toda buena investigación en este asunto, al menos la que se haga desde el punto de vista del Derecho, debería comenzar por un claro planteamiento de la siguiente cuestión: qué tipos de diversidad debe apoyar y fomentar el Derecho, de qué forma y bajo qué condiciones; y qué tipos de diversidad tiene el Derecho, por el contrario, que reprimir o tratar de desterrar. Ahí está la madre del cordero y en eso es en lo que hay que mojarse, fuera del cómodo abrigo de los tópicos necios de la political correctness y los discursos académicos únicos. Y, para seguir, no hay escapatoria para el otro problema grande: si, en caso de conflicto, deben prevalecer los derechos del individuo indígena o los del grupo cultural indígena. Échense luego unas gotas de aderezo kantiano y expliquemos si lo misma contestación que a esta última pregunta se dé para el caso de los indígenas vale también para nosotros, blanquitos, cultivados y capitalinos y que, al fin y al cabo, también vivimos en una cultura, la nuestra, a la que mucho debemos. ¿O vamos a ser tan cretinos como para decir que en la cultura nuestra, madrileña o bogotana, por ejemplo, el individuo debe prevalecer sobre el grupo y poner bien a resguardo sus libertades básicas, mientras que para el indígena sería el inverso el trato debido, ya que para eso es indígena?

¿Y la religión? Es tema que me resulta de lo más simpático. Me da un muy perverso placer escuchar a profesores bien aseados y con doctorados en universidades norteamericanas o europeas de postín proclamarse ateos o descreídos en materia religiosa para, acto seguido, pasar a defender los credos indígenas por lo mucho que para la vida de esos aborígenes significan creencias que, si las tuviera yo, serían inequívocamente tildadas de supersticiosas y opresivas. ¿Eso es paternalismo condescenciente o respeto del bueno? Si mi muy querida suegra, que va a misa con fruición e inusitada frecuencia, fuera nativa de algún grupo andino o amazónico, ¿merecería más respeto su religioso afán y hasta se justificaría, a lo mejor, hacer a ella y a los de su grey una reserva o un resguardo para que practiquen sus ritos con más calma y mayor delectación? ¿Los aislamos y luego les decimos que es por su bien y porque nos encanta lo diversos que son?

Otro día volveré sobre problemas teóricos enjundiosos en esta materia, prometido. Hoy quiero mencionar, para terminar, una paradoja de nuestros pensadores encomiásticos de la diversidad. La formulo tal como la veo y que alguien me diga en qué parte del planteamiento yerro o cómo se resuelve o se disuelve el problema, si bien planteado está. Ahí va:

La diversidad cultural, como valor que ha de orientar las medidas políticas y jurídicas, es un valor que sus defensores aplican a culturas que por sí no lo aplican. Es un valor de nuestra cultura ajeno a muchas de las que, por diversas, queremos proteger o conservar, aunque sean férreamente homogéneas y homogeneizadoras de sus miembros. Al aplicarlo, proponemos un valor universal (es universalmente válida la afirmación de que la diversidad cultural es buena y las culturas deben ser amparadas y respetadas en su integridad), pero, al defender la diversidad de las culturas “diversas” de la nuestra y que aspiran a la uniformidad, negamos la universalidad de nuestra propuesta de diversidad, porque no pensamos que todas las culturas tengan que considerarlo positivamente.

De otra manera: si hacemos de la diversidad un valor universal, elevamos a tal condición de valor supracultural el que es un valor de la cultura nuestra y que en otras no se aprecia. Pero si consideramos que ese valor lo sacamos de y lo extrapolamos a partir de nuestra cultural liberal-occidental moderna, lo relativizamos y tendremos que asumir que, al defender las otras culturas, lo hacemos porque nos da placer a nosotros contemplarlas, no porque en sí nos importen o las pongamos al nivel de nuestra cultura propia. A lo mejor hasta las despreciamos. Desde luego, por mucho que las ensalcemos, no solemos irnos a vivir allí para quedarnos. Se trata más bien de que allí sigan “ellos”, repletos de derechos suyos, eso sí; pero que sigan allí. Cada uno en su cultura y Dios en la de todos.

¿Me habré liado? Si no se entiende, díganmelo y lo intento de nuevo otro día.

2 comentarios:

Rollo Tomasi dijo...

Querido profesor:

Creo que el concepto de diversidad aplicado al derecho debe entenderse en un contexto distinto al que usted propone. Sus ejemplos y comentarios se refieren a la diversidad cultural, pero a mi entender, el concepto de diversidad proviene del derecho internacional, en el que los actores son Estados soberanos con un orden jurídico propio. La diversidad que pretende proteger el derecho internacional es esa, la de los ordenamientos nacionales. Esa es la diversidad que se entiende "buena" y que se concreta en que, por ejemplo, no se imponga a los países que se rigen por el common law estructuras jurídicas del derecho continental (y viceversa).

Evidentemente, hay límites referidos a derechos sustantivos, fundamentalmente derivados de los derechos humanos protegidos por instrumentos internacionales, pero aun así suelen ser interpretados conforme a la realidad jurídica nacional (véase la jurisprudencia del TEDH y su continua referencia al "margen de interpretación" de los Estados parte).

Creo que en esta acepción que le propongo, la diversidad es más aceptable que en la que usted refiere. Tal vez esa deba ser la lente a través de la que haya de aproximarse al proyecto de su amigo.

Un saludo transoceánico.

Anónimo dijo...

Dios los cría y ellos... :

El dirigente del PCE ha reconocido que el Movimiento del 15-M es “plural y diverso”, pero sus propuestas coinciden con las del Partido Comunista e Izquierda Unida.
El secretario general del PCE, José Luis Centella, ha hecho hoy un llamamiento a los militantes y simpatizantes de su partido a participar en el Movimiento del 15 de mayo para contribuir a darle una perspectiva de futuro y construir “una alternativa al sistema capitalista culpable de esta crisis”.
En una carta dirigida a la militancia, Centella se ha referido a la movilización de miles de personas que protestan contra la crisis y las salidas planteadas por el Gobierno “siguiendo los dictados del poder financiero”.