16 junio, 2013

Sobre el sobre. Por Francisco Sosa Wagner



El lenguaje se alimenta de esos nutrientes que son los hablantes quienes lo enriquecen con flamantes hallazgos. Ramón Gómez de la Serna, por ejemplo, usa mucho la palabra “reborondo” que la Docta Casa, proclive a acoger cualquier barbarismo, no ha incluido en su Diccionario y, sin embargo, es palabra oronda, redonda y con sonido a tambor y zarabanda.

Otras novedades son palabros abominables a los que no merece la pena dedicar atención porque ya a diario nos vemos obligados a flagelarnos con ellos.

Frente a los nacimientos, es muy triste constatar las pérdidas de palabras cuyo uso se extravía debido a no se sabe qué designio histórico o a qué atropello de la razón. Debería dedicarse en los periódicos una sección a recordarlas, una especie de obituario que muchos seguiríamos con lágrimas en los ojos o al menos llenos de nostalgia, aturdidos por una defunción cruel e inmerecida.

Pero antes de llegar al certificado final habría que anunciar la enfermedad de las palabras llamando a los ciudadanos a su curación por medio del masaje de su uso en el habla, de su empleo en un poema o en un relato. Se anunciaría que tal palabra tiene las constantes vitales muy bajas, que no fluye por ellas el adecuado riego, que tiene las cañerías averiadas por el desuso, que no presta el servicio a que estaba destinada ... Entonces, las personas sensibles dedicarían parte de su tiempo a atenderlas, a dar con ellas paseos higiénicos, a refrescarla en la memoria de las gentes aireándolas en un certamen, en una flor natural, en el editorial de un periódico de campanillas y por ahí consecutivo.

No sé por qué si hay acciones generosas como la de salvar a las focas o al urogallo no hay análogas iniciativas respecto de las palabras. Propongo pues anuncios en las camisetas, también pegatinas y emblemas en los coches destinados a preservar tal o cual palabra de su injusta extinción. En casos extremos habría que crear la UVI de las palabras y allí los cuidados consistirían en sacarlas en los telediarios y en repetirlas machaconamente en las escuelas o amigas (ya me ha salido una pobre palabra prácticamente muerta sin haber recibido el honor de funeral alguno).

¿Por qué quedó sepultada la preposición “cabe”? Con lo bonita que era: cabe el río, cabe la tumba de la amada, cabe el brezo en flor, cabe aquellas ruinas medievales etc. Las dejamos ir sin darnos cuenta, con un desagradecimiento profundo que es más condenable cuando de preposiciones se trata pues que ellas son puente, la pasarela por la que hacemos circular nuestros pensamientos o acciones, la cuerda que nos permite enlazar las oraciones y darles sentido, dignidad y prestancia.

Ahora puede ocurrir lo mismo con otra preposición: “sobre”. Desde que se ha generalizado el sobre que contiene dinero procedente de negros negocios y de cuentas en Suiza, la desvalida preposición está sufriendo mucho, teme verse contaminada y que al final se la orille por su resonancia con la infamia mercantil y financiera.
Este es el momento de actuar y de convocar a la población para que la preposición no sufra: preciso es pues ponerla sobre todos nuestros pensamientos, estar siempre sobre ella, y acariciarla con su uso en la sobremesa. Por eso esta Sosería trata sobre ella. 

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