05 agosto, 2014

Por qué las universidades no funcionan como las orquestas



 Este mañana he pasado un rato entretenido intercambiando con colegas amigos correos electrónicos (estoy de nuevo al otro lado del Atlántico) jocosos sobre algunos nombramientos recientes en materia de política universitaria autonómica. Uno de esos amigos me decía que sería gracioso que en las orquestas se eligiera así a los músicos. Eso me recordó mi vieja comparación entre las universidades y los equipos de fútbol, pero hoy vamos a usar ese buen ejemplo de las orquestas para subrayar algunas de las lacras de las universidades españolas y de la política universitaria.

 Imaginemos qué pasaría si en cualquier orquesta sinfónica bien importante se nombrara un director completamente incompetente o se escogieran unos violinistas de extrema torpeza. Y veamos si hay similitud o notables diferencias con lo que pasa en las universidades. Comprobaremos que las diferencias son apabullantes.

 1. Una orquesta da conciertos y los conciertos tienen un público capaz y crítico. Si el director nombrado no sabe lo que se trae entre manos y los conciertos resultan bochornosos, el público va a reaccionar con indignación y abucheos y, además, en los periódicos del lugar serán nefastas las críticas al día siguiente.

 En las universidades no sucede eso, pues en verdad no hay público y falta ese control fundamental. Un profesor ignorante y zángano, un director de departamento o decano que no sepa lo que se trae entre manos, un rector corrupto y torpe o una autoridad académico-política que no tenga ni la más remota idea de lo que gestiona o que esté loca de remate no da pie a que nadie en la sociedad se escandalice o diga ni mu. Ciertamente hay en las universidades estudiantes y profesores que podrían levantar la voz y protestar un poco. Pero los estudiantes apenas tienen elementos para juzgar de la gestión y la calidad de la institución, y los que puedan tenerlos no los usan, para no complicarse la vida y porque están a otra cosa. Y en cuanto al profesorado, ay el profesorado, predominan las ambiciones mezquinas y de medio pelo, la búsqueda de la comodidad o la lucha por la ganancia puntual y el vive y deja vivir. En cuanto a la sociedad en su conjunto, lo que pase dentro de los muros universitarios trae a la gente completamente al fresco.

 Así pues, no hay público ni masa crítica, lo que significa impunidad para los torpes y quienes los eligen por variados motivos espurios. No existe un control real y efectivo sobre el cumplimiento cierto de los fines que justifican las universidades y el gasto que suponen, ni sobre la calidad del servicio que prestan. Por eso puede usted poner al conejo de la Loles o a Incitatus, el caballo de Calígula, a dirgir un departamento, una facultad, una universidad entera o una dependencia de la consejería del ramo, y no pasa nada, aun cuando abunden los desastres y la calidad del servicio público esté por los suelos. Nadie se entera y los pocos que observen con realismo la situación silban tangos, a sabiendas de que si se quejan los defenestrados serán ellos y no los incompetentes y lameculos.

 2. Una orquesta dirigida por un mandanga que ni entiende de música ni está en sus cabales acabará yéndose al garete. Las malas críticas y el abandono del público forzarán a la disolución o la reforma seria. En las universidades no es así. ¿Por qué? Porque los resultados no importan en verdad ni a los de dentro ni a los de fuera. Cierto, si un día un profesor o departamento consiguen una patente importante o un descubrimiento destacable, se informa a diestro y siniestro para legitimar la institución y que parezca que ahi hay mucho bueno. Lo que jamás aparece en los medios y no se difunde nada son los fracasos, la inoperancia y la falta de resultados. Es como si de los conciertos de la orquesta de zombies enchufados no se diera noticia en los periódicos o como si se tocara a puerta cerrada.

 Con un agravante aquí. Las universidades van a ser financiadas y sus profesores y empleados van a percibir sus nóminas tanto si producen ciencia como si destilan mierda. También por ese lado es plena y total la impunidad. Una institución que sea inmune a toda consecuencia negativa por falta de rendimiento está irremisiblemente abocada a la incuria y la corrupción.

 3. Si en una orquesta hay un puñado de buenos músicos prestigiosos y el director es un zoquete y el primer violín un cantamañanas que no ensaya y que ha logrado su puesto por ser sobrino de alguien, aquellos músicos capaces harán las maletas y se irán con la música a otra parte, dejando a los torpes a su suerte y puesto que a ellos, los aptos, no les faltarán ofertas y alternativas. En las universidades no sucede así, pues estamos todos atados a la nuestra y no hay vías para marcharse. Ni al más competente físico o químico del país y que trabaje en una universidad le llegará hoy ninguna oferta de trabajo en una universidad (española) distinta de la suya. Si el del violoncello es un músico de primera categoría que se desespera porque sus compañeros o el director hacen de cada concierto una vergüenza, la consigna general e institucional es muy simple: que se joda, que no proteste y que no se dé tanto pisto, ¿o qué se ha creído?

 La falta de competencia y el absoluto rechazo de la meritocracia y el total desprecio del esfuerzo acrecientan la impunidad de los desalmados y enchufados: el bueno y el malo están amarrados a la misma institución y cobran lo mismo, con la ventaja para el segundo de que él tiene posibilidades de llegar a rector o de que lo nombren para algún carguete, mientras que el otro se va convirtiendo en un apestado al que se instala en el ostracismo.

 4. En una orquesta, al que por cualquier razón inconfesable eligió y nombró al pésimo director, se le acabará pidiendo cuentas y tendrá que responder de alguna forma. Puede que hasta se tambalee su propio cargo. Cuando se alcen un montón de voces escandalizadas por la torpeza del director y la birria de conciertos, alguien de más arriba demandará explicaciones por la pésima selección del director aquel. En las universidades, no. El consejero de la correspondiente comunidad autónoma nombra director de universidades, por ejemplo, a una acémila turulata que en poco tiempo consigue que no se de pie con bola en ninguna universidad de ese territorio, y no pasa nada. Si fuera director de deportes de la comunidad y todos los equipos bajaran de división y ningún atleta consiguiera medallas en los torneos de esa época, probablemente sería cesado. Por destruir las universidades a base de poner al timón a soplagaitas dementes ni se cesa ni se llama al orden a ninguna autoridad.

 Concluyamos. Si todo lo anterior es verdad, y a fe mía que lo es y que no habrá quien razonablemente me lo pueda discutir, nos queda por tratar lo esencial: por qué están así las cosas y cómo se arreglarían.

 Brevemente. Ocurre lo que ocurre porque a la sociedad las universidades no le importan nada y porque de puertas adentro en las universidades son o somos mayoria los perezosos sinvergüenzas. Sí, con las excepciones que se quiera, pero internamente la universidad es un antro en el que el respeto a los objetivos de la institución se han evaporado y donde nada más que busca cada cual su personal beneficio y su interés individual. Yo estoy bien si gano unos cientos de euros  más al mes, aunque a mí alrededor no haya más que corruptelas y timos y aunque al estudiante y al contribuyente le estemos dando gato por liebre.

 El arreglo es sencillo sobre el papel e imposible en la práctica. Exigencia férrea de resultados serios y seriamente controlados en la docencia y en la investigación. He dicho resultados serios y seriamente controlados, no pendejadas para la galería o cretineces posmodernas. O sea, producción científica real y formación verdadera de los estudiantes, no aprobados estafadores para embellecer estadísticas. Al profesor que no rinda, a la calle bajo la fórmula legal que proceda. El departamento o centro que no tenga resultados debe ser suprimido, pasado el plazo razonable para que pueda ponerse a tono. A quien nombró o eligió a los que llevaron al desastre hay que pedirle cuentas políticas y averiguar si en su gestión del caso influyeron factores que nos acerquen a algún delito o a algún ilícito administrativo.

 Tan evidente, sencilo y fácil como eso. La universidad se pondría a funcionar en un periquete y bajo la sola condición de que fuera gestionada como una orquesta o un equipo de fútbol. Pero no va a suceder, descuide usted. Nadie clausura un antro, ni lo reforma, si de él saca ganancia o si en él le dan placer gratis con buenas técnicas de experta meretriz.