30 septiembre, 2014

Algo está cambiando



   Volvemos a los temas del nacionalismo y los nacionalismos, con propósito de apartarlos luego para una temporada. Es que me apetece comentar que se están mudando algunas cosas en el ambiente. En concreto, lo que llamamos izquierda, y que va desde la socialdemocracia hasta grupos y partido más aguerridos o radicales, está cayendo al fin del guindo, albricias. Dentro de nada explicaré por qué me lo parece.
  Vaya por delante que la diferenciación derecha izquierda es siempre relativa y matizable y hay que tomarla con pinzas. Para mí, la seña distintiva esencial está en que la izquierda defiende algún modelo de igualdad social con directas implicaciones para el sistema económico y político-económico, de forma que, como mínimo, tiene el objetivo de una efectiva igualdad de oportunidades a través de políticas de justa redistribución de la riqueza. Pero igualdad de oportunidades para los individuos, ojo, no para grupos o colectivos, con independencia de que la igualación de las oportunidades de los individuos que pertenecen a grupos social y económicamente discriminados pueda exigir coyunturales medidas favorables a esos grupos como tales, paradigmáticamente políticas de acción afirmativa, también llamadas de acción positiva o discriminación inversa.
   A la derecha más típica o tradicional le es propio un fuerte sentimiento nacional y nacionalista, la derecha más “pura”, amante de las tradiciones y las divisiones antiguas, comulga gustosa con la idea de patria y como tipo de Estado prefiere el Estado-nación bien nacional. No hay régimen derechista que no exalte el patriotismo como valor fundamental y que no intente inculcarlo a los ciudadanos, pero un patriotismo que no es el moderno y habermasiano (aunque no se lo inventó Habermas) patriotismo de la Constitución, sino un patriotismo sustantivo, esencialista y que propugna hasta el sacrificio de la vida y las libertades de los ciudadanos en pro de la grandeza y la libertad para la nación como un todo sustancial y vivo, orgánico casi.
  Pero estamos instalados en tremendas paradojas políticas e históricas. Gran parte de esa derecha que se suele denominar ultraliberal o neoliberal se ha pasado a un individualismo bien poco social y que hace su dios de los mercados globales y jurídicamente libres. La derecha, en suma, se va tornando universalista en un cierto sentido y cada vez menos patriotera. Por su lado, la izquierda se ha echado en brazos de lo que la derecha económica ha ido abandonando, el nacionalismo sentimental o romántico. Por eso ya no hay quien entienda ni se entienda. Los derechos individuales quedan en manos de una derecha que es ahora individualista, pero poco social, mientras que la que se piensa izquierda se extasía ante esos derechos grupales de rancias resonancias.
   El mundo al revés. La pregunta definitiva podría ser así: usted qué prefiere, un mundo sin naciones y con Estados meramente instrumentales y garantes de la igualdad al menos en oportunidades para todos los habitantes del planeta o un mundo dividido en naciones con Estado y donde éste tenga ante todo la misión de salvaguardar las esencia grupales y las diferencias entre los pueblos, asumiendo incluso que el bienestar de cada pueblo debe labrarse a costa de tratar de dominar económicamente y políticamente sobre otros pueblos. La derecha asumiría la primera opción, pero limando el componente social o igualitario, mientras que la izquierda…, cielo santo, hoy se podría inclinar por lo segundo. Si es la derecha la que va a defender las libertades individuales, pero nada más que en lo que el mercado permita o al mercado le convenga, y la izquierda ya ni las libertades defenderá, o las sacrificará en lo que resulten incompatibles con la pervivencia de las marcas nacionales y los derechos de las naciones, apaga y vámonos. Y en esas estamos y por ahí vienen los sinsabores y nuestro desconcierto político.
   Pero decía que tengo la impresión de que algo va cambiando. Por ejemplo, esta temporada he coincidido por ahí con unos cuantos colegas y amigos catalanes. Muchos de ellos (no todos, que no se me dé por aludido quien no deba) y de los que se consideraban progresistas esquivaban antes el tema del nacionalismo catalán, o se proclamaban simpatizantes o defensores de él. De ésos, ya he visto últimamente unos cuantos que, sin que se les pregunte siquiera, se acercan a uno y le cuentan que qué desastre y que no puede ser y que qué absurdo es este nacionalismo catalán de ahora. Digan lo que digan o hagan lo que hagan en su tierra, la novedad está en que ya no temen que cualquiera los considere poco progres o derechosos por ser críticos con aquel nacionalismo. Será porque le ven las orejas al lobo o porque se espantan ante los excesos actuales o posibles, pero la mutación ahí está y no es baladí.
   A otros amigos, no catalanes ni vascos, les he escuchado últimamente echar pestes contra el nacionalismo, y más en particular contra las políticas del nacionalismo catalán. Hace tres años, pongamos, ellos, izquierdistas serios, convencidos y honestos, no habrían osado decir esas cosas en voz alta y a calzón quitado. Están cayendo de la burra, y bendita sea. Que una persona con la cabeza bien amueblada y que se considere progresista o de izquierda se alinee con Pujol o Mas, por ejemplo, o con Urkullu, nada más que porque éstos sean nacionalistas de su tierra y traten de hacerle la cusca a la pérfida España o de ganar ventaja frente a extremeños o andaluces, es a toda luces absurdo y desconcertante. Pero parece que vamos bien y que las cosas vuelven a su sitio natural: una persona seria de izquierda no puede preferir las naciones frente a los ciudadanos en general, ni dar más importancia a la autodeterminación política de los pueblos que a la justicia social general, la que permite la autodeterminación de cada ciudadano.
   En la misma línea y a otro nivel, que el PSOE de este momento respalde sin dudar la idea de que Mas y sus aliados juegan sucio y de que la Constitución hay que tomarla en serio, que no entren al juego de esos fantasmagóricos derechos a decidir o a hacer lo que a cada territorio se le antoje en nombre de esencias y tradiciones con las que toda la vida se engañó y explotó a los pueblos, es un avance bien notable, y más si comparamos con los bien recientes prejuicios y posturitas lelas del Zapatero aquel de cuando éramos ricos y tontitos, y de sus frívolos acompañantes.
  Por último, que el emergente Podemos, que se ha convertido en la noche a la mañana en estandarte de la izquierda y la protesta, no se tire a la piscina de autodeterminaciones y democracias de pega también será bueno para que tanto honrado y sincero progresista deje de ser compañero de viaje o tonto útil de ese nacionalismo ramplón que toda la vida ha sido patrimonio y seña de la derecha más arcaica y primitiva, tribal y estrafalaria.
  Van regresando las aguas a su cauce. Intuyo que en pocos años se irá disolviendo la pasada confusión y que volveremos  a entender que los nacionalismos, todos, son conservadores y poco amigos de las libertades individuales, y que la izquierda prefiere al apátrida libre e igual mucho antes que al connacional nada más que por ser connacional, y no digamos si lo prefiere aunque sea ladrón confeso o corrupto probable. Hace falta estómago, francamente.
  Cambio de tercio y aprovechando el paso del Pisuerga por Valladolid, menciono otra cosilla. Acabo de ganar una apuesta que había hecho conmigo mismo. Me había dicho: apuesto a que en cuanto Mas dé el paso de aprobar la ley de consultas y convocar el referéndum de marras, veremos en los periódicos las primeras noticias sobre posibles delitos económicos suyos. Ya han aparecido esas primeras noticias. Y supongo que van a ir a más y que saldrá a relucir lo que aún no está escrito. Pujol no podía estar solo y no podía ser ajeno a sus atracos su consejero de obras públicas, nada menos.No podía haber un único cochino, eso había de ser una piara.
  Ahora bien, que los gobernantes del Estado, pues supongo que son ellos, estén manejando en esas claves la información que sin duda tienen sobre delitos y corrupciones de políticos catalanes me parece lamentable. ¿Me parece mal que eso salga a relucir ahora? No, me parece bien que se sepa y se persiga, pero no me gusta nada pensar que si Mas no hubiera tirado por la calle de enmedio esos datos habrían quedado ocultos y su impunidad, la de los Pujol y compañía (y, en su caso, la de Mas, si hay caso) habría estado garantizada.
  Ahora veámoslo desde la otra parte. Es el juego del gato y el ratón. Pues resulta ya creíble que Pujol y Mas y su tropa bien alimentada, la de esos lametraseros que se sueñan presidentes o ministrotes obesos de un Estado-nación, hayan jugado la carta del independentismo precisamente para, sabedores de que sus tropelías ya eran conocidas en ciertas altas esferas estatales, tratar de librarse de la ley y los jueces instalándose en un Estado nuevo o negociando impunidad a cambio de concesiones en ese campo.
  Una miseria y una porquería todo. ¿Y aún nos parece que una nación de más o de menos o un Estado de más o de menos es más importante que la justicia social o que la aplicación de la ley penal a los ladrones? ¡Anda ya! Repito que hace falta estómago, mucho estómago.Y hay gente, mucha, que  tiene un estómago del tamaño de sus posaderas, mismamente.

29 septiembre, 2014

Sexo literario. Por Francisco Sosa Wagner



Especialistas hay que están buceando en la realidad española de finales del XIX y los primeros decenios del XX para descubrir lo que había de alegre, frívolo, divertido, erótico y demás en aquella España de la que parece que lo único llamativo fue la cara de acelga y de amargura de los intelectuales del 98 condensados y explicados por Laín Entralgo en su “España como problema”.

La realidad social siempre es mucho más compleja y tiene más capas que la  cebolla usada para hacer un pisto apetitoso y lujurioso. Ya que hablamos de lujuria, la profesora española Maite Zubiaurre ha publicado “Culturas del erotismo en España 1898-1939" donde ofrece un catálogo de lo bien que lo pasaban con las guarrerías de siempre los españoles de entresiglos quienes sacaban incluso a las personas reales en las más apuradas posturas y circunstancias.

Probablemente la autora sabe también que, con anterioridad a esta época que ella estudia, Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer publicaron “Los Borbones en pelota” donde salían todos los figurones de la corte de doña Isabel II y no precisamente pronunciando un discurso en el Congreso o firmando el decreto de disolución sino exhibiendo procacidades de subido color y envergadura. Incluso se atrevían con imágenes y caricaturas de ministros y palaciegos saliendo de España por los Pirineos, en veste de contrabandistas, con bolsas de dinero cuando se tambalearon los cimientos del Estado en 1868 y hubo que ponerse a buen recaudo. Tiempo atrás lo mismo había ocurrido con la huida de la reina gobernadora doña Cristina con su marido morganático, antipático y numismático (por lo que le gustaban las monedas), allá por los tiempos del primer gobierno de Espartero. 

En mi biografía de Posada Herrera recojo la letrilla que puso fin al mando de la Unión liberal al principio de los años sesenta: “de partido a partida / su corrupción le llevó / y hace tiempo que murió / con síntomas de cuadrilla”.

Que esto de arramblar con los fondos de saurios variados y de cobrar comisiones por construir la estación ferroviaria e instalar los raíles hasta llegar a la finca del señor conde o del señor ministro del ramo no es invención moderna (como ocurre con la taberna del poema de Baltasar del Álcazar). 

Pero estábamos con lo erótico. Lo que leía el personal que trabajaba en las tabernas, en los puertos, en las tiendas de ultramarinos, en las covachas del ministerio de Estado o en las tierras de pan llevar, no era La tia Tula de Unamuno ni la recreación del paisaje español firmado por Azorín ni siquiera las novelas madrileñas y golfas del primer Baroja sino los relatos de los Trigo, Picón, Zamacois, Carrere, Alberto Insúa y por ahí seguido, muchos de los cuales pertenecían a lo sicalíptico sin que nadie nos haya aclarado nunca cuál es el origen del vocablo y está muy bien que quede en palabra enigmática como ligada que está a lo tapado y clandestino.

Con todo, algún editor debería hacer una selección de textos de estos autores que están perdidos entre los pliegues de las historias de la literatura. Sin olvidar la imagen, que en ellos suele aparecer, de esa mujer animosa que está poniéndose una media de seda recién salida del baño y que es y será siempre, en época de dichas pero también en la de neblinas y sinsabores, musa y brasa, el ardor donde se incuban todas las rimas.  

22 septiembre, 2014

Plastaluña



  Ruego que no se me altere nadie por el título. Tómese como si hubiera escrito también Plastaspaña. Escrito queda. Y de estas cosas vamos a hablar, a ser posible.
  Vaya por delante que cada día estoy más convencido de que estamos todos muy determinados, no sé si por los genes, seguramente, o por las concatenaciones astrológicas. Alguna vez he leído en un muy ilustre historiador de las ideas políticas que lo de ser conservador y progresista es antes que nada una cuestión de temperamentos. Me convence bastante la idea. Y el temperamento debe de depender lo suyo de factores innatos que, todo lo más, se pueden ir amoldando un poquito.
  En ese orden de ideas, creo con sinceridad que a mí me falta el gen nacionalista, o que lo tengo chuchurrío. Se dice a menudo que en el sentimiento nacionalista, se proyecte sobre la nación que se proyecte, hay un buen componente emotivo. Pues me falta cuarto y mitad de esa emotividad. Así lo pienso, francamente. O quizá es más exacto decir que a las emociones que por ese lado me vienen les falta la parte política. Me explicaré en lo que pueda.
  Soy asturiano y de tal presumo siempre que se tercia. Hasta asumo que esa debe de ser una característica de los asturianos. Conozco a pocos españoles o extranjeros que hagan tanta ostentación de sus raíces como los asturianos. Llevo veinte años viviendo fuera de mi tierra y en cuanto me presentan a alguien, me falta tiempo para dejar caer que vengo de Asturias. Me encanta casi todo lo de allá, me crie hablando la lengua del lugar, le tengo gran afición a las costumbres, la gastronomía, el modo de ser y hasta las manías de mi patria chica. Y me mantengo fiel en mi afecto al Sporting de Gijón. Cuando me pongo juguetón o cariñoso o quiero hacer un chiste, me salen las expresiones y los dichos asturianos. El asturiano es la lengua de mis entrañas y de mis cariños.
  Pero nunca he sido capaz de trasladar ese sentir a lo político. O sea, no veo el paso de tal modo de ser y de sentir a la demanda de autodeterminación política para los asturianos. Amén de que he de reconocer que entre mis paisanos también los hay insoportables y malvados, igual que hay buenísima gente en otros sitios. Razón por la cual no capto por qué he de preferir hacer pandilla o estado con los que nacieron donde yo o llegaron allá más tarde.
   Cierto es, también, que no es el estado o no son los estados objeto de mis preferencias sentimentales. El estado lo veo como un mal necesario y como un ente eminentemente artificial y artificioso. Me mantengo kelseniano pese a tantas terapias y, en consecuencia, cuando me dicen estado a mí se me vienen normas, códigos y boletines oficiales, funcionarios y coacciones. Nunca acabo de creerme que el estado sea mío, o yo niño de sus entrañas, o que al obedecer sus normas me acate a mí mismo, por mucho que me considere demócrata y que se viva en democracia. Ya para qué contar si pretenden persuadirme de que por detrás del Estado aletea el espíritu del pueblo o la voluntad de la nación. Pamplinas, así percibo esas ideas que están muy bien para mantener la lealtad colectiva cuando nos falta el seso o nos da pereza el cálculo.
  Concedamos, para jugar un poco o como hipótesis teórica, que la base de las naciones, de las naciones llamadas a ser estado, se halle en esa pureza de lo prístino, en semejante autenticidad de lo colectivamente originario. Me desconcierto aún más si he de andar ese camino. Si pienso en la lengua asturiana, me veo obligado a diferenciar entre los que la mamamos y los que la aprendieron para algún fin utilitario. Si me concentro en la tierra, acabaré reclamando el superior derecho de los que estaban antes y me veré obligado a escalar por mi árbol genealógico y a contar generaciones y graduar derechos. Si se me pide que prescinda de tan sospechosos expedientes de autenticidad y me insisten en que la nación es simplemente el conjunto de los que están en un lugar porque allí los parieron o porque llegaron con RENFE a trabajar en una fábrica o a tomar posesión de una plaza de conserje, comienzo a preguntarme cómo puede el azar engendrar esencias y ser fuente de metafísicos e indelebles atributos. Si sustantivamente connacionales míos son los que están en Asturias porque se fueron para allá, me quedé sin nación yo que me vine a León. Si sustancialmente asturianos son los que comparten antepasados astures, cada vez que voy a Colombia y me encuentro un Arango, apellido asturiano según creo, debería sentir el impulso de plantar con ellos una bandera y reclamar nuestra conjunta autodeterminación. Si, para evitar tan dolorosos dilemas, me lo monto de español y me solazo con el castellano, me pueden venir ganas de invadir Chile o de abrazarme a unos mexicanos. Un lío.
  Lo intento en distintas claves y según variados modelos, palabra, pero no logro estímulos para reclamar ningún estado de nuevo cuño. Y si pienso en autodeterminaciones me va sobrando lo estatal y sus normas y me propongo ser más libre yo mismo y a mi aire cada día que pasa.
  Me faltará el don y varios atributos, puede ser, me habré desarraigado por dedicarme a viajar y de tanto leer. No digo que anden en el extravío los que estén dispuestos a perder de lo suyo para que su nación sea más libre y su pueblo tenga himno nacional y lugar en la ONU, de gustos y pasiones tal vez no convenga discutir. Pero, en ese caso, los que estemos en esta onda mía nos quedamos en fuera de juego, excluidos del debate. Es como lo de la fe religiosa, y valga la comparación, aquí y en este momento, sólo a estos efectos. Cuando debato con una persona religiosa y me viene con que la fe o se tiene o no se tiene y que no hay más vueltas que darle, solamente puedo callar, porque tampoco es de buen gusto decirle al otro que se lo mire y que si no será que el supuesto don es una tara. Un día me topé con uno que tenía una verruga notable y en cuanto me quedé mirando, me soltó que él era así, con verruga, y que no había más que hablar. Así que no hablamos. De todos modos, lo de las verrugas y las religiones lo hemos ido resolviendo bastante bien, y conste que no pretendo comparar en serio lo uno con lo otro. Lo de las naciones no conseguimos arreglarlo.
  Si el diálogo ha de ser entre emociones o emocionados, nos quedamos sin voz los que no nos excitamos con lo nacional. Nacionalismo español, por un lado, y nacionalismo catalán (entre otros) por el otro lado, y en medio los nacionalmente frígidos, como un servidor. A verlas venir y desposeídos de voz y opinión, sin vela en ese gozoso entierro. Igual que los ateos en un debate teológico.
   Si no he entendido mal, en el referéndum de Escocia votaron los que ahora viven en Escocia, aunque llegaran anteayer de Tegucigalpa, y no votaron los escoceses con ancestros escoceses de un montón de generaciones que viven en Londres, en Madrid o en la Conchinchina. Claro, si el voto se hubiera concedido nada más que al que hubiera acreditado la pureza de su sangre escocesa, habría quedado muy poco progresista, reaccionario del todo y sospechoso de cuanto queremos descartar. Pero a falta de pureza de sangre o examen de “escoceidad”, resulta que la esencia nacional, a efectos de autodeterminación política, es geográfica. ¿Habrá algo menos emotivo y nacional que la geografía administrativa? Si los individuos son fungibles, hemos de acabar reconociendo que lo que se autodetermina y tiene el correspondiente derecho son los montes y las avenidas, las piedras y los setos. La suprema autodeterminación geográfica la tendría un territorio sin gente, pureza de los pastos, esencia de los roquedales, autenticidad climatológica y Dasein orográfico. Una quimera; muy lírico todo, sí, pero quimérico y como muy del Orden de la Creación. Y tampoco sé yo muy bien por qué según el Orden de la Creación o el nomos del cosmos han de autodeterminarse juntos un parque de Edimburgo y las aguas del Lago Ness.
  De la geografía y sus divisiones administrativas tampoco nos libramos cuando se apela a la historia. España es nación porque cuando los Reyes Católicos ya fue nación, pongamos, pero eso se lo contamos a un chino nacionalizado español el año pasado, y los catalanes quieren independizarse desde 1714 o antes, y que vote su independencia un boliviano aymara que lleva veinte años en Reus. O el azar geográfico administrativo o medirse el cráneo y sacarse el árbol genealógico y los ocho apellidos por barba. Lo progresista y acorde con la liberación de los oprimidos es al parecer lo segundo, y menos mal. Pero raro. Por el censo hacia la libertad de los pueblos.
  Lo de la lucha de clases suena pasado de moda, pero tiene su aquel. Tal vez no vendría mal un retoque por ese lado. Seré un antiguo y un pelmazo, pero me sigue pareciendo que la división social con más carga política y que merece mayor atención política es la que separa a ricos y pobres, a los que individualmente se autogobiernan a lo grande porque tienen medios económicos y a los que no tienen donde caerse muertos. Pero esa diferencia es transversal a naciones y pueblos. Cuando la solidaridad con los económicamente oprimidos se hace depender del censo electoral o del lugar de empadronamiento, la sedicente izquierda se hace un nudo en las partes políticas. Los estados sirven antes que nada para resguardar los bienes de los nacionales frente a los de afuera; y para que sigan medrando unos cuantos de adentro. Por eso ser nacionalista y decirse de izquierdas es como ser cura y pontificar sobre la familia y la célula básica y todo eso, una inconsecuencia mayúscula.
  Conozco en León o en Gijón a más de cuatro desgraciados que pueden decir con toda razón que España les roba o que este Estado en que viven no los respeta. Y seguramente hay más de cuatro catalanes que se lo llevan crudo a costa de estos amigos de aquí y de otros cuantos de Tortosa y alrededores. Si lo que reclamamos al mentar la nación española o la nación catalana es un espacio geográfico para que los repartos se hagan como siempre y como hasta ahora, pero en tal o cual territorio y con Hacienda amiga, o somos lelos o somos cínicos. El que se siente mejor si le roban los suyos no merece ni un párrafo más; y si él es clase dominante y busca medro para sí, apaga y no discutamos. Si lo que nos importa es que haya más justicia social y menos abuso, más nos vale dejar de reclamar estados nuevos o de reivindicar el que hay, y mejor nos ponemos a hacer política en serio en lugar de masturbar metafísicas o llenar de banderas los terrenos, cualesquiera banderas, cualquier territorio.
  Francamente, no sé por qué es mejor que empiece a ver a mis amigos catalanes como amigos extranjeros o por qué tengo que contemplar como compañeros del alma y esencia de mi esencia a los asturianos más zoquetes o los leoneses más desalmados. Pero ya he dicho que puede deberse todo esto a que me fallan los afectos o a que no me excitan las manadas. O que me hago mayor y no me veo futuro como líder o mimado de ningún gobierno nuevo y ninguna unidad de destino en lo universal.
  Dicho lo cual, que hagan unos y otros lo que proceda o que se lo jueguen a la ruleta rusa, pero que acaben pronto, please. Que hay mucho que hacer y ya nos vale de misas.