18 marzo, 2017

¿Acaso nos importa a diario lo que hacen los políticos?



 (Publicado el pasado domingo en El Día de León)
               No sé si será muy elegante que empiece con la confesión de que cada día leo menos los periódicos; o, mejor dicho, que cada día leo menos de los periódicos. Pero es por razones que se me disculparán en esta casa, pues se acabará entendiendo por qué me gusta mucho más este que otros.
                Los periódicos han sido casi un vicio durante toda mi vida, desde niño. Mi padre era un campesino que apenas podía escribir más que su firma y que leía silabeando, pero era feliz cuando un periódico caía en sus manos y podía repasarlo de la primera página hasta la última. Mi madre bajaba los sábados a la ciudad, a Gijón, a vender ajos o cebollas o patatas, o flores, para hacer la compra de la semana con lo que sacaba. Mi padre la esperaba ansioso porque ella volvía con El Comercio en el tren de mediodía. Los sábados mi padre leía mientras comía y apenas se enteraba de lo que tenía en el plato.
                A los diez años me mandaron a la ciudad para estudiar el bachillerato y vivía con mi tía y su marido. Él tenía un modesto trabajo en la imprenta del periódico Voluntad. En esos años, hasta los dieciséis, era yo el que cada jornada, después del colegio, repasaba el diario que a mi tío le regalaban.
                Y así fue siempre, pero ya he confesado que los periódicos del montón los miro ahora muy por encima y medio distraído, con la cabeza en otro lado o como quien oye llover. ¿Por qué? Porque no me interesa apenas lo que cuentan en la mayor parte de sus páginas. Me encanta o me entretiene mucho si entrevistan a algún personaje peculiar, si se cuenta alguna historia llamativa, si hay un reportaje sobre lugares o sobre formas de vida, si se da cuenta de avances científicos o de sucesos notables. También me siguen atrayendo las páginas sobre libros o sobre cine o las noticas de artistas que no sean muy gafapastas y que no tengan pinta de hípster o de impostores con ínfulas. Me importan unas cuantas cosas de la información internacional y echo a veces un rápido vistazo a los deportes. Y hasta ahí.
                Entonces, ¿qué es lo que no leo y por qué digo que los periódicos actuales me parecen aburridos y no les encuentro interés apenas? Porque hablan y hablan de lo que hacen y dicen los políticos españoles. Cada día me trae más al fresco saber lo que hizo ayer el sinsustancia de Rajoy, si el elemental Pedro Sánchez estaba en Segovia o de vacaciones en California otra vez o si algún jovenzuelo  de Podemos intenta dar gusto a los proclives al sadomaso. Hace falta estar muy ocioso o desesperado para leer sobre esa gente.
                Sospecho, además, que no soy el único que así piensa y reacciona y tengo para mí que a lo mejor radica ahí una causa muy principal de la llamada crisis de la prensa. Puede que seamos bastantes los que con cierta fruición leemos una buena entrevista con una señora que se fue a poner un restaurante a las Bahamas o con uno de aquí que se marchó a cuidar ovejas en Australia, y no digamos un reportaje serio sobre algún tema científico presentado en el debido tono divulgativo. Y hasta de los políticos nos gusta tener noticia, pero después de que se jubilen, y por eso a mí me encantaba aquella sección que en este periódico había sobre “Qué fue de Fulano”.
                ¿No captan los periodistas de que la gente está hasta el moño de esos políticos que, para colmo de nuestras desdichas, son unos patanes y unos petulantes, unos pelmazos y bastante cantamañanas? Y eso sin contar la grima que da el que les guste tanto meter la mano en la caja o colocar a la parentela en los cargos. Si se tratara de periodismo de investigación política, pase, pero resulta chocante que un medio mande a sus reporteros a una rueda de prensa donde Rajoy, Sánchez, Díaz, Iglesias o algún paniaguado de cualquier de ellos va a repetir por enésima vez lo mismo de siempre y, encima, con patadas a la sintaxis y gestualidad bovina.
                Hace años, un europarlamentario amigo nos invitó a visitar Bruselas y el Parlamento Europeo a mí y a un puñado de personas más, entre ellas cinco o seis periodistas jóvenes. Todos nos fijamos en muchas cosas y las comentábamos, menos los periodistas aquellos, indiferentes a tantísimas informaciones interesantes y a tanta gente entrevistable que nos íbamos topando. Supongo que ellos pensaban de buena fe que si no asomaban por allí Zapatero o Rajoy, nada relevante sucedía y de nada merecía la pena escribir. Creo que estaban gravemente equivocados. Y bien que lo siento por ellos y por cómo les fue; o les va.